CAPELLA, Juan Ramón: Los ciudadanos siervos, Trotta, Madrid 1993.

 

1. El tiempo del progreso. Lo importante es la concepción que se tenga del tiempo porque marca las conductas. En la sociedad primitiva existía una concepción cíclica del tiempo: se parte de la naturaleza, que se presenta como algo continuado. Si se rompen los ciclos es negativo. Lo deseable es que saliendo de lo natural no se salga del ciclo. Por otro lado está la concepción lineal del tiempo, que supone una espera. Es una concepción judeocristiana que permite sacrificar el presente en favor de esa esperanza. La espera cristiana será activa, llena de obras, mientras que la judía es caracterizada por una pasividad total. Esta concepción presenta roturas que vienen a llamarse el tiempo del Mesías (Mesías es toda persona capaz de producir un cambio en el tiempo). La concepción moderna del tiempo se inscribe en este carácter lineal, pero se presenta -por definición- vacío: no hay esperanza. El futuro ya no se ve como algo que es esperado. Se indica como excepción el tiempo que se da antes de la revolución: supone una esperanza que se justifica en base a la experiencia de algo mejor (lo único por lo que valdría la pena sacrificar el presente). Se dibuja, por tanto, una sociedad laica carente de proyecto. Se ofrecen dos alternativas: trascendencia "inviable" y emancipación "defendida". En los años 60-70 se produce una aceleración del tiempo de progreso, productora de la crisis actual (van a la baja los modelos keynesianos y políticos; se produce, por otro lado, la revolución informática y tecnológica -tercera revolución industrial-). Situación, por tanto, negativa. Además la gente pierde contacto con el pasado y la esperanza en el futuro (lo que impera es el presente transitorio). El problema que se plantea, pues, supone que el pasado queda muy lejano, ya no es un referente fiable (reducción del ámbito de la experiencia). Se añade que "al no saber de dónde venimos, no sabemos dónde vamos". Falta una proyección futura, que antes era previsible y ahora no. Salidas planteadas se enmarcan por un lado en la trascendencia, pero es descartada por el autor. La solución radica, por tanto, en hacer ver a la sociedad que existe un futuro, que no es tan malo y que lo estamos destruyendo -consumismo, ecologismo...- (visión catastrofista).

La acción del laberinto. Los demás hombres no se presentan como límites para nuestra libertad, sino que a partir de ellos podemos progresar (supone una crítica a la igualdad que pretende la burguesía). Esta metáfora del laberinto se caracteriza con la idea de que la sociedad está libre de pecado y culpa (nadie pone remedio al hambre). Hay dos fases laberínticas que dificultan la formación de la conciencia social: la “artefactualidad” humana y la creciente interdependencia social. La culpa por tanto se diluye, no existe (problema de la deforestación del Brasil).

Vuelta a la naturaleza. En las épocas primitivas la naturaleza se presentaba misteriosa y amenazante. En el s. XVIII, con la ilustración, se muestra una naturaleza idílica, y en lo que no tenga de buena es mejorable o corregible. Finalmente, en la actualidad, la naturaleza es vista como amenazada. Toda injerencia sobre la naturaleza ha de ser denunciada (caso de la ingeniería genética, por ejemplo). La explotación que se está haciendo de la naturaleza es políticamente antidemocrática, pues impedimos la posible revisión que puedan hacer las generaciones futuras (una ley se puede cambiar, la naturaleza no se puede recuperar). Por otro lado entraña un grave problema ecológico circunscrito a tres campos: residuos, recursos y control demográfico. Se aboga, por tanto, una contabilidad ecológica de la economía que recoja en el PNB los principios de la naturaleza.

Límites de la democracia capitalista. En la sociedad ateniense sólo la clase propietaria tenía derechos. Entre los propietarios existía una igualdad real. Por contra en la sociedad moderna se hace mucho énfasis en los aspectos procedimentales, por lo que la igualdad es puramente jurídica, formal, nunca de fondo o sustantiva (es la tesis de todo el libro). Se nos representa como iguales, y nos tienen en cuenta como si fuéramos iguales, pero no somos tal. En el ámbito del mercado será dónde se fundamente la igualdad de la sociedad burguesa. En un mundo primitivo la sociedad produce para consumir. Hoy -con el mercado- cada uno produce mercancías para intercambiarlas, ya no produce lo indispensable para subsistir. Somos iguales, pero es una ficción funcional, porque se nos considera iguales para intercambiar bienes. Es una igualdad y una libertad ficticia, porque el Estado genera la desigualdad. Es una prueba de que la lógica del mercado no necesita al Estado (la economía genera la política). Así, el mercado, en una sociedad liberal puede vivir. Y en una época de crisis, los autoritarismos pueden acabar con el Estado, pero no con las relaciones económicas que subsisten. El autor diferencia una esfera pública económica (igualdad y libertad para intercambiar en el mercado) y una esfera pública estatal (libertad e igualdad política para votar). El capitalismo es presentado como democratizador, pero sólo teóricamente, pues en la práctica esa movilidad no es vertical sino horizontal. Existen, por otro lado, tres factores que hacen posible esta democratización, si bien son muy débiles: movilidad social, normalización de las privadas prácticas productivas (el derecho) y la creciente tecnificación de los medios de producción. A partir de aquí aparecen dos formas de legitimación del Estado: por el mito (propio de los autoritarismos) y por la vía procedimental (a través del voto).

Transformaciones del Estado contemporáneo. Se hunde, en los años 70, el modelo de Estado del Bienestar. Ya no es posible el pacto entre la burguesía y este modo de organizarse del Estado. Incluso la burguesía se ha quedado sin referente moral (consumo por el consumo) y mucho menos conciencia de clase. Se apunta la distinción clase en sí y clase para sí (la burguesía en sí pero no para sí). Por otro lado se han sentado las bases para la constitución de un Estado coordinado por las multinacionales. Esta técnica, que supone un dominio del capitalismo de la sociedad, se traduce en la reproducción del dominio de la empresa sobre la sociedad. También se apoya en la privatización de los bienes sociales. Otros instrumentos más sutiles son los mass media, el consumismo y la informática, que también están dominados por la clase burguesa.

Una visita al concepto de soberanía. En el Estado Moderno las tesis de los teóricos del momento inciden en que la Economía y la política se mueven en ámbitos distintos y que, por otro lado, la política tiene las condiciones necesarias para dominar la economía. Esta construcción es criticada por el autor, que ve economía y Estado como dos entidades paralelas y un dominio total de la economía sobre el Estado a través de las multinacionales. Por tanto, esta situación actual acaba con el mito de la soberanía popular ya que todo son formas de dominio. Se produce, de este modo, una crisis total del concepto de soberanía que se había venido manteniendo.

2. En este libro el autor efectúa una crítica al planteamiento marxista, adecuándolo a las necesidades actuales. Supone una relectura de Marx, pero sin apartarse de sus líneas maestras. Como otros autores marxistas actuales, se refugia en el llamado "movimiento emancipatorio" que plantea una alternativa política basada en el asociacionismo voluntario de la sociedad y en el pacifismo revolucionario. Por ello no es de extrañar que estén tan preocupados por el problema ecológico, dibujado generalmente con tintes catastrofistas y adoptando una postura puramente crítica. Por lo demás, su filosofía no se enraíza en los principios básicos de la persona, cuestión fundamental para afrontar el tema ecológico. Capella dice que uno de los principales problemas de la ecología es el demográfico. Señala una serie de informes que han sido muy desacreditados con el paso del tiempo. El problema es el de siempre: el no respeto a la dignidad personal que se desprende de una inadecuada concepción de lo que es una persona. En ningún momento se apunta que el problema es más de distribución de recursos y de políticas erróneas.

No se observa un trato despreciativo del cristianismo; en algunos casos lo presenta incluso como alternativa, si bien no cree en ella. El problema parece estar en una concepción equivocada de la religión, pues es vista desde una perspectiva puramente humana, eliminando toda transcendencia. No es extraño, por tanto, que alabe el primitivo cristianismo que propugnaba una comunidad de bienes. Lo mismo sucede respecto al "tiempo del Mesías", cuando señala que la espera cristiana es una espera activa, que implica un obrar, ya que una fe sin obras no es válida. Esto es correcto, el problema serán las elucubraciones que va a realizar a partir de aquí.

Cuando se habla de los ciudadanos, se hace una breve defensa de la homosexualidad y del aborto.

Un error constante en Capella, ya apuntado anteriormente, es la equivocada concepción de la persona, dolencia que también padece todo el pensamiento marxista. Para Capella el hombre es una especie animal, aunque más desarrollada y perfecta. Hace comparaciones en este sentido y en un pasaje concreto señala, criticándolo, que las necesidades del hombre son históricas y sociales, siempre aspira a más, a diferencia de las animales que se fundamentan exclusivamente en las vitales (calor, alimento, etc.). Supone ello una clara reducción del hombre y de su dignidad.

3. Si bien algunas descripciones de la sociedad actual (corrupción, consumismo excesivo...) son acertadas, las interpretaciones que de aquí van a desprenderse son totalmente contrarias a una concepción cristiana de la vida.

 

D.A.A.

 

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