CELA, Camilo José

La Colmena

Noguer, 32ª ed., Barcelona 1978, 293 pp.

 

I. Introducción; II. Resumen del argumento; III. Personajes más importantes; IV. Valoración literaria y técnica; V. Valoración moral.

 

I. Introducción

Camilo José Cela se dio a conocer con La familia de Pascual Duarte, novela que sugirió el término "tremendismo", aplicable a buena parte de la producción de su autor: truculencias, gusto por los aspectos más sórdidos de la existencia, muestra desencantada de la vida. Esto coincide con algunos aspectos propios del naturalismo literario de signo materialista, del siglo pasado.

A) Una novela de protagonista colectivo

Según declara el autor, "su acción discurre en Madrid, en 1942". En el Madrid inmediatamente posterior —dato relevante— a la guerra civil terminada en 1939. Eran momentos de dificultades económicas graves, de bajo nivel general de vida, con los recuerdos y las consecuencias terribles de la situación anterior. Es, pues, un ambiente difícil para la mayoría de los personajes, muchos de ellos afectados en sí o en sus familias por los acontecimientos bélicos.

Hay una fidelidad absoluta a la topografía urbana, que permite seguir, incluso con detalle, los desplazamientos de los personajes. Se mencionan numerosos nombres, reales, de calles y estaciones de Metro. Naturalmente, estos datos pueden resultar significativos, relevantes o no, para el lector, según sus conocimientos previos. Pero, en todo caso, denotan una actitud por parte del autor. Esta objetividad resulta plena en cuanto que Cela no proporciona ninguna descripción o caracterización de los lugares que menciona. Salvo en un solo caso: cuando Martín Marco viaja en Metro, la lectura de los nombres de las estaciones le evoca las características sociales, nivel económico, ambiente, etc., de los correspondientes lugares de la superficie urbana.

Si este bullir de personajes por la ciudad —cruzándose, coincidiendo, entrechocando, hurtándose— justifica (especialmente cuando se conocen sus móviles) la denominación de la novela, la impresión se acentúa cuando la acción se desarrolla en interiores. El Café de doña Rosa (lugar en que se inicia la narración) constituye un escenario excelente —el más reiterado— para congregar personajes diversísimos. Igualmente cumple esta función, con más eficacia aún, la casa de numerosa vecindad. La visión en simultaneidad de las distintas viviendas, con impresionante variedad de tipos y situaciones domésticas, recuerda las celdillas colmeneras, y alcanza su clímax en la reunión de todos los vecinos en el piso de uno con motivo del asesinato de una anciana de la casa.

No resulta preciso avanzar mucho en la lectura para encontrar la justificación del título. La Colmena presenta un tropel de personajes cuyas peripecias vitales se entrecruzan ampliamente, en la misma ciudad, durante algunos momentos de "tres o cuatro días".

Son 296 los personajes creados por el autor, según consta en un censo final. No todos tienen intervención directa en el desenvolvimiento de la novela; pero aun descartando aquellos sólo presentes por la referencia de otros o por su relación con otros, es imposible fijar, en una simple apreciación, cuántos se insertan efectivamente en la acción. Algún crítico ha contado hasta 45. Respecto de éstos, tampoco es posible determinar prioridades según el grado de protagonismo, porque, en realidad, ninguna individualidad prevalece abiertamente como centro activo o pasivo de la narración.

La Colmena es una novela en la que aparecen muchos personajes, sin un argumento unitario. Está formada por la articulación, muy estudiada, minuciosamente establecida, de diversos relatos cortos. Cada uno se ve fragmentado por los demás en numerosos episodios de mínima extensión; a veces, visiblemente inconclusos, aun sin mostrarse así, para completarse o cerrarse en un momento posterior. Una muestra concreta: en intervalos separados, y aun distorsionados temporalmente, conocemos que la dueña del Café pide a un camarero que expulse a un parroquiano insolvente y le golpee en la calle; el camarero asegura a su ama que ha cumplido exactamente —lo detalla— su cometido; al reproducir en el capítulo siguiente la escena de la expulsión, se ve que, sin ejecutar los golpes, se presenta al escritor Martín Marco como arrojado de un Café por no pagar, etc.

B) La estructura del relato

La Colmena se configura como novela abierta: podría aligerarse o incrementarse la materia narrativa, el número de episodios, la nómina de personajes, etc., sin menoscabo de su identidad literaria. Esta se alcanza con la estructura del relato, con el modo de establecer la sucesión o simultaneidad de acciones variadas o idénticas llevadas por personajes diversos, tanto como por la manera de establecer relaciones entre tales personajes.

El procedimiento que emplea Cela para individuar a los personajes es el siguiente: descripción física, en la que subraya uno o dos rasgos muy característicos, a menudo caricaturescos; nombre y dos apellidos; lugar de nacimiento; ocupación habitual o profesión, y referencia a algún acontecimiento biográfico muy acusado.

Merced a una estudiada disposición ("su arquitectura es compleja, a mí me costó mucho trabajo hacerla"), aplicada al abigarrado tropel de existencias humanas, el autor logra su propósito, bien conocido por sus explícitas declaraciones (acaba de citarse una), que han ido acumulándose en los preliminares del libro y a medida que se sucedían las ediciones: "Los personajes que bullen —no corren— por sus páginas me han traído durante cinco largos años por el camino de la amargura". Resultaría relativamente sencillo simplificar la novela. Pero en La Colmena la estructura se complica a propósito con las múltiples vicisitudes que ligan a los personajes. Cada uno toma parte en la vida de varios otros, sin que éstos conozcan todas las relaciones, de modo que no forman una cadena lineal de eslabones, sino que siempre son varios los que se imbrican. Algún caso: Petrita, criada de Filo, ama silenciosamente a Martín, hermano de su señora; pero es novia del guardia. Este y Martín se relacionan por frecuentar la misma taberna, la de Celestino, a quien también conoce Petrita como clienta, etc. Eloy es hermano de Paco y empleado de Vega, quien pretende a Victorita, novia de Paco, etc.

Las vinculaciones entre los personajes pueden ser aún más sutiles. Si uno pierde una cantidad de dinero, otro la encuentra; los problemas así causados al primero, se compensan, en la colmena humana, con la solución para los del segundo. También en este minúsculo episodio resplandece el sentido colectivo que gravita en la concepción de la novela y la cuidadosa técnica del autor, fértil en recursos de este orden.

 

II. Resumen del argumento[1]

Todos los episodios de la novela transcurren en un período de tres jornadas. Los seis primeros capítulos ocupan dos días y el "Final" se sitúa en la mañana de tres o cuatro días más tarde. La distribución sería:

— CAPITULO I: Tarde del primer día.

— CAPITULO II: Anochecer del primer día.

— CAPITULO III: Sobremesa y primeras horas de la tarde del segundo

 día.

— CAPITULO IV: Noche del primer día.

— CAPITULO V: Tarde del segundo día.

— CAPITULO VI: Mañana (primera hora) del segundo día.

— FINAL: Mañana de "tres o cuatro días después" (tercer día).

Esta deliberada concentración temporal es, aún más notable si consideramos que no se trata de días completos sino de fragmentos de jornada, a veces, realmente breves.

Los capítulos I, II y IV se refieren a un lapso de aproximadamente seis horas. Los capítulos VI, III y V ocupan un indeterminado, pero breve, momento del amanecer y la sobremesa y la tarde del segundo día (quizá otras seis horas). El Final transcurre durante un período máximo de tres horas de la mañana del tercer día. La reducción temporal es, por tanto, todavía más acusada de lo que a primera vista parece.

Por otra parte existe una deliberada transgresión del orden cronológico lineal. La disposición lógica de los capítulos sería: I, II, IV, VI, III, V, Final. Esta alteración del tiempo no es gratuita, depende de los espacios y de los temas, y afecta a la estructura y al sentido global de la novela.

Se da también alguna superposición: el tiempo de un capítulo invade el tiempo de otro, como puede comprobarse en algunos episodios de los capítulos I, II y IV. Además, muchos otros episodios transcurren en el mismo tiempo narrativo, simultaneidad que es muy acusada en los capítulos IV, VI y Final.

Capítulo I

El autor presenta los comportamientos de unos cuantos personajes —que forman el paisaje humano— reunidos en un Café —paisaje físico— durante un determinado segmento del día: la tarde. Lo reducido del espacio favorece el contacto entre la dueña y los empleados, por un lado, y los clientes por otro. Se hace referencia a que el Café:

— tiene dos pisos —en el superior se hallan los "billares"—, cocina, retrete, tarima para los músicos (pianista y violinista) y en él atienden un cerillero y un limpiabotas;

— los veladores son de "costoso mármol"; su descripción es ya una muestra del carácter mezquino de la dueña, pues muchos de los mármoles de los veladores han sido antes lápidas en los cementerios;

— alguno de sus elementos denotan cierta "riqueza": respaldos de peluche, dorados en el techo, lámparas, algún espejo, teléfono, un diván, donde se sientan los pensionistas, y un reloj.

Este paisaje físico está poblado de seres humanos que llenan el recinto con sus miradas, con el humo de sus cigarrillos, con sus conversaciones; con sus vidas, en suma. El autor presta una gran atención a la descripción de este ambiente. En él se enmarcan los episodios que se refieren a la personalidad de doña Rosa, sus ideas y sus relaciones con los empleados y las secuencias que tienen a los clientes del café como protagonistas.

El autor dedica varios pasajes a la descripción del aspecto exterior de la dueña, que produce repulsión física:

"Doña Rosa va y viene por entre las mesas del Café, tropezando a los clientes con su tremendo trasero. Doña Rosa dice con frecuencia "leñe" y "nos ha merengao". Para doña Rosa, el mundo es su Café, y alrededor de su Café, todo lo demás (...). A doña Rosa lo que le gusta es arrastrar sus arrobas, sin más ni más, por entre las mesas. Fuma tabaco de noventa, cuando está a solas, y bebe ojén, buenas copas de ojén, desde que se levanta hasta que se acuesta. Después tose y sonríe. Cuando está de buenas, se sienta en la cocina, en una banqueta baja, y lee novelas y folletines, cuanto más sangrientos, mejor: todo alimenta. Entonces le gasta bromas a la gente y les cuenta el crimen de la calle de Bordadores o el del expreso de Andalucía (...). Doña Rosa tiene la cara llena de manchas, parece que está siempre mudando la piel como un lagarto. Cuando está pensativa, se distrae y se saca virutas de la cara, largas a veces como tiras de serpentinas. Después vuelve a la realidad y se pasea otra vez, para arriba y para bajo, sonriendo a los clientes, a los que odia en el fondo, con sus dientecillos renegridos, llenos de basura (...). Lleva vestido negro y mandil, y su voz es insoportable: parece el chasquido de un timbre con la campanilla partida" (p. 21).

A su aspecto físico doña Rosa añade un carácter irascible, que le lleva a proferir insultos continuamente. Se alude expresamente a su poderío económico: "es riquísima". Entre otras cosas es accionista de un banco donde trae de cabeza a todo el consejo y, según dicen por el barrio, guarda baúles enteros de oro tan bien escondidos que no se los encontraron ni durante la guerra civil. Hay una referencia significativa a su pasado cuando se comenta que el reloj fue un regalo de un marquesito tarambana y sin blanca que anduvo cortejando a doña Rosa allá por el 905. El marquesito, que se llamaba Santiago y era grande de España, murió tísico en El escorial. El perfil humano de doña Rosa está ligado a sus ideas, extraordinariamente "conservadoras": entre otras cosas es partidaria de Hitler.

En resumen, la dueña del Café se presenta como un personaje grotesco, casi esperpéntico, y su riqueza y sus ideas reaccionarias ofrecen un contraste con las miserias de sus empleados, que ante doña Rosa se rebajan aduladores:

"Los camareros, mirando para el suelo, procuran pasar inadvertidos.

—Y vosotros, a ver si os alegráis. ¡Hay muchos cafés solos en esas bandejas! ¿Es que no sabe la gente que hay suizos, y mojicones, y torteles? No, ¡si ya lo sé! ¡Si sois capaces de no decir nada! Lo que quisierais es que me viera en la miseria, vendiendo los cuarenta iguales. ¡Pero os reventáis! Ya sé yo con quienes me juego la tela. ¡Estáis buenos! Anda, vamos, mover las piernas y pedir a cualquier santo que no se me suba la sangre a la cabeza.

Los camareros, como quien oye llover, se van marchando del mostrador con los servicios. Ni uno solo mira para doña Rosa. Ninguno piensa, tampoco, en doña Rosa" (p. 40).

"El camarero (Pepe) hace gestos con la cabeza y llama al echador.

Luis, el echador, se acerca hasta la dueña.

—Señorita, dice Pepe que aquel señor no quiere pagar.

—Pues que se las arregle como pueda para sacarle los cuartos; eso es cosa suya; si no se los saca, dile que se le pegan al bolsillo y en paz. ¡hasta ahí podíamos llegar!

La dueña se ajusta los lentes y mira.

—¿Cuál es?

—Aquel de allí, aquel que lleva gafitas de hierro.

—¡Anda, qué tío, pues esto sí que tiene gracia! ¡Con esa cara! Oye, ¿y por qué regla de tres no quiere pagar?

—Ya ve... Dice que se ha venido sin dinero.

—¡Pues sí, lo que faltaba para el duro! Lo que sobran en este país son pícaros.

El echador, sin mirar para los ojos de doña Rosa, habla con un hilo de voz:

—Dice que cuando tenga ya vendrá a pagar.

Las palabras, al salir de la garganta de doña Rosa, suenan como el latón.

—Eso dicen todos y después, para uno que vuelve, cien se largan, y si te he visto no me acuerdo. ¡Ni hablar! ¡Cría cuervos y te sacarán los ojos! Dile a Pepe que ya sabe: a la calle con suavidad, y en la acera, dos patadas bien dadas donde se tercie. ¡Pues nos ha merengao!" (pp. 40 y 41).

La actitud de doña Rosa ante sus empleados se extiende también a los clientes del Café. La dueña suele hablar con ellos y frecuentemente se arroga el derecho de opinar o intervenir en sus vidas.

Con unos cuantos trazos Cela nos ofrece, sintetizados, los rasgos que predominan en el modo de vivir de estas gentes:

"Los clientes de los cafés son gente que creen que las cosas pasan porque sí, que no merece la pena poner remedio a nada. En el de doña Rosa, todos fuman y los más meditan, a solas, sobre las pobres, amables, entrañables cosas que les llenan o les vacían la vida entera. Hay quien pone al silencio un ademán soñador, de imprecisa recordación, y hay también quien hace memoria con la cara absorta y en la cara pintando el gesto de la bestia ruin, de la amorosa, suplicante bestia cansada: la mano sujetando la frente y el mirar lleno de amargura como un mal encalmado" (p. 22).

A través del camarero, Pepe, y del echador, Luis, hemos visto que hay un cliente que no quiere pagar (p. 41). El "hombrecillo" ofrece todo cuanto tiene e intenta dejar un libro como aval. Pero, finalmente, es expulsado del Café. Su aspecto denota la falta de recursos: "es un hombrecillo desmedrado, paliducho, enclenque, con lentes de pobre alambre sobre la mirada" (p. 42). Sin embargo, como preludio a la importancia que adquirirá (se trata de Martín Marco) se dice de él: "El hombre no es un cualquiera, no es uno de tantos, no es un hombre vulgar, un hombre del montón, un ser corriente y moliente; tiene un tatuaje en el brazo izquierdo y una cicatriz en la ingle. Ha hecho sus estudios y traduce algo el francés. Ha seguido con atención el ir y venir del movimiento intelectual y literario y hay algunos folletines de El Sol que todavía podría repetirlos casi de memoria. De mozo tuvo una novia suiza y compuso poesías ultraístas" (p. 42).

Poco antes, el novelista había fijado la mirada en varios clientes más del café: el señor Suárez, y las pesimistas doña Matilde y doña Asunción.

El señor Suárez es un cliente distinguido: "Lleva traje a la moda, de color clarito y usa lentes de pinza. Representa tener unos cincuenta años y parece dentista o peluquero. También parece, fijándose bien, un viajante de productos químicos". Se adivina su condición de homosexual por su modo de hablar (p. 39).

Doña Matilde y doña Asunción son dos mujeres de aspecto repugnante. Doña Matilde es "gorda", sucia y pretenciosa, y huele mal. Doña Asunción, por su parte, "tiene un condescendiente aire de oveja". Representan la hipocresía social. Critican a "la Elvirita" cuando su descendencia nada tiene que envidiarle: doña Matilde tiene un hijo imitador de estrellas; y doña Asunción, una hija, Paquita, que cohabita en Bilbao con un catedrático.

"La Elvirita" es retratada por Cela con trazos degradantes y momentos de compasión: se trata de una mujer de la vida, venida a menos. Tuvo la oportunidad de prosperar, si hubiera aceptado a don Pablo, el marido de doña Pura, pero le rechazó por "baboso y repugnante". Todavía hoy atrae la atención de algún señor. Por su afición al tabaco mantiene una especial relación con Padilla, el cerillero.

"La señorita Elvira llama al cerillero.

—¡Padilla!

—Bueno.

Padilla sacó los dos tritones y se los puso a la señorita Elvira sobre la mesa.

—Uno es para luego, ¿sabes?, para después de la cena.

—Bueno, ya sabe usted, aquí hay crédito.

El cerillero sonrió con un gesto de galantería. La señorita Elvira sonrió también.

—Oye, ¿quieres darle un recado a Macario?

—Sí.

—Dile que toque "Luisa Fernanda", que haga el favor.

El cerillero se marchó arrastrando los pies, camino de la tarima de los músicos" (p. 49).

La vida de Elvira está marcada por un pasado lleno de infortunio. Al padre le dieron garrote por haber asesinado a su mujer con una lezna de zapatero. Entonces, huérfana, se fue a vivir con su abuela, pero no pudo soportar las bromas de las muchachas del pueblo y se largó con un asturiano que la maltrataba bestialmente. En el momento presente, Elvirita es un ser desgraciado, lleva una vida marcada por el hambre. "La pobre —dirá Cela— no come lo bastante para ser viciosa ni virtuosa".

En el café de doña Rosa, Elvira llama la atención de uno, que le regala una cajetilla de tabaco completa: el señor se llama don Leoncio Maestre, que desde entonces dedicará a Elvira todos sus pensamientos: casi le mata un tranvía por pensar en ella y en lo hermoso que es su nombre.

En el capítulo I, aparecen también otros clientes del café de doña Rosa:

— Don Mario de la Vega: fuma un puro descomunal, en contraste con los humildes cigarrillos —"tritones"— que fuman otros clientes. La riqueza de don Mario le lleva a humillar a los demás: a un hombre que afirma que le gustaría fumarse un puro como el suyo le espeta: "¡Pues trabaje usted como trabajo yo"! Don Mario ofrece trabajo en su imprenta como corrector a "un bachiller", con quien dialoga.

— Don Leonardo Meléndez: encarna las pretensiones sociales y el abuso. Le gusta decir "nosotros los Meléndez", utiliza palabras del francés como madame y cravate; y plantea negocios que nunca salen adelante.

— Don Jaime Arce: pidió un crédito que no pudo pagar y se queja de los bancos y los notarios. Usa bien el lenguaje aunque a veces dice "la monda y el despiporrio".

— Doña Isabel Montes: viuda de Sanz, es una señora silenciosa, sobre todo desde que se le murió un niño, Paco, de meningitis.

— Don José Rodríguez: escribiente de juzgado, viudo, que bebe ojén como doña Rosa y que humilla a sus semejantes. Le tocaron ocho duros en la Lotería:

"Don José Rodríguez de Madrid está hablando con dos amigos que juegan a las damas.

—Ya ven ustedes, ocho duros, ocho cochinos duros. Después la gente, habla que te habla.

Uno de los jugadores le sonríe" (p. 48).

— Don Pablo: en opinión de doña Rosa, con quien mantiene relaciones "es un culebrón, siempre riéndose por lo bajo". Don Pablo cuenta como se ensañó con madame Pimentón.

— Un joven poeta: mientras intenta componer un poema titulado "Destino", sufre un mareo.

— Don Trinidad García Sobrino: prestamista, se dedicó "a los negocios y al buen orden y acabó rico". Quiso ser diputado en los partidos de Gil Robles y Lerroux antes de la guerra. Asiste con su nieto al café y auxilia al poeta enfermo.

Mauricio Segovia: empleado de telefónica, es el personaje que se rebela contra la prepotencia de doña Rosa y la indolencia de los empleados en el episodio de la expulsión del hombrecillo que no pudo pagar: "yo no sé quien será más miserable, si esa foca sucia y enlutada o esta partida de gaznápiros" (p. 38).

— Unos niños que juegan al tren representan el tedio y la monotonía que se vive en el café. Comentan que a cierto señor "le huele mal la boca".

— Un gato que molesta a una señora se ofrece como contraste con otros personajes, porque "es un gato gordo, reluciente; un gato lleno de salud y de bienestar; un gato orondo y presuntuoso" (p. 47).

Capítulo II

En lo que afecta al tiempo, el capítulo es continuación del anterior. Narra en el anochecer del primer día la historia de varios clientes del café de doña Rosa, que emprenden el regreso a sus lugares de descanso, y la de otros personajes que aparecen por vez primera.

La narración se concentra fundamentalmente en:

1. un personaje (Martín Marco) y su entorno vital, lo que permite al autor dibujar —en escenarios múltiples y con referencia a muchos personajes— una gran variedad de historias; y

2. un sucedido, el asesinato de doña Margot, que el autor aprovecha para adentrarnos en los rincones de una casa de vecinos.

Al iniciarse el capítulo se desvela el nombre, Martín Marco, del "hombrecillo que no quiere pagar". Comprobamos que, en contra de lo que le dijo a doña Rosa, Pepe, el camarero, no le expulsó violentamente del café.

Al salir del café, Martín vaga por diversas calles de Madrid. Su obsesión es la falta de dinero y las desigualdades sociales; la contemplación de una tienda de lavabos y retretes le conduce a una serie de consideraciones sobre la injusticia social y sus deseos de reforma de la humanidad: "Con lo que unos se gastan para hacer sus necesidades a gusto, otros tendríamos para comer un año" (p. 76).

En la entrada del metro que hace esquina a Hermanos Alvarez Quintero reflexiona sobre el rechazo del que son objeto esos autores teatrales por parte de la crítica: "Le trastorna que no haya rigor en la clasificación de los valores intelectuales, una ordenada lista de cerebros" (p. 80).

Más adelante viaja en metro pensando en los ocupantes de los retretes de las casas que hay encima de las estaciones que recorre: reflexiona sobre el alto nivel de vida de los habitantes del barrio de Salamanca de Madrid (estaciones de Colón, Serrano, Velázquez y Goya). Se acerca a ver si puede cenar en casa de su hermana Filo:

"La Filo es su hermana, la mujer de don Roberto González —la bestia de González, como le llamaba su cuñado—, empleado de la Diputación y republicano de Alcalá Zamora.

El matrimonio González vive al final de la calle de Ibiza, es un pisito de los de la Ley Salmón, y lleva un apañado pasar, aunque bien sudado. Ella trabaja hasta caer rendida, con cinco niños pequeños y una criadita de dieciocho años para mirar por ellos, y él hace todas las horas extraordinarias que puede y donde se tercie; esta temporada tiene suerte y lleva los libros en una perfumería, donde va dos veces al mes para que le den cinco duros por las dos, y en una tahona de ciertos perendengues que hay en la calle de San Bernardo y donde le pagan treinta pesetas. Otras veces, cuando la suerte se le vuelve de espaldas y no encuentra un tajo para las horas de más, don Roberto se vuelve triste y ensimismado y le da el mal humor" (p. 84).

Aprovechando que su cuñado, con quien se lleva mal, está fuera, Martín cena un huevo y una taza de café. Luego pide dinero a su hermana; ésta sólo puede darle dos pesetas.

"—Pan no hay. Hasta tenemos que comprar un poco de estraperlo para los niños.

—Está bien así, gracias; Filo, eres muy buena, eres una verdadera santa.

—No seas bobo.

A Martín se le nubló la vista.

—Sí; una santa, pero una santa que se ha casado con un miserable. Tu marido es un miserable, Filo.

—Calla, bien honrado es" (p. 85).

Algunas veces Filo le guarda las sobras de su comida, y la criada, Petrita, se las baja a la puerta de la calle: existe una intensa afectividad entre ambos hermanos y también entre Martín y Petrita.

Martín baja por la escalera mientras su cuñado sube en el ascensor. Luego se encamina hacia el bar de Celestino Ortiz, en la calle Narváez, donde estaba citado con un amigo que debía entregarle un paquete. En el bar, Martín pide un café. Surge de nuevo el problema de la pobreza: ya debe allí 22 pesetas que no puede pagar:

"Ortiz trajina un poco con la cafetera, prepara la sacarina, el vaso, el plato y la cucharilla, y sale del mostrador. Coloca todo sobre la mesa, y habla. Se le nota en los ojos, que le brillan un poco, que ha hecho un gran esfuerzo para arrancar.

—¿Ha cobrado usted?

Martín lo mira como si mirase a un ser muy extraño.

—No, no he cobrado. Ya le dije a usted que cobro los días cinco y veinte de cada mes.

Celestino se rasca el cuello.

—Es que...

—¡Qué!

—Pues que con este servicio ya tiene usted veintidós pesetas.

—¿Veintidós pesetas? Ya se las daré. Creo que le he pagado a usted siempre, en cuando he tenido dinero.

—Ya sé.

—¿Entonces?

Martín arruga un poco la frente y ahueca la voz.

—Parece mentira que usted y yo andemos a vueltas siempre con lo mismo, como si no tuviéramos tantas cosas que nos unan.

—¡Verdaderamente! En fin, perdone, no he querido molestarle, es que, ¿sabe usted?, hoy han venido a cobrar la contribución" (p. 97).

Antiguo comandante del anarquista Cipriano Mera durante la guerra civil y lector de Nietzsche, del que suele recitar párrafos de memoria a sus clientes, Celestino Ortiz añade:

"—Con sermones yo no pago el impuesto.

—¿Y eso le preocupa, grandísimo fariseo?

Martín lo mira fijamente, en los labios una sonrisa mitad de asco, mitad de compasión.

—¿Y usted lee a Nietzsche? Bien poco se le ha pegado. ¡Usted es un mísero pequeño burgués!" (...)

"Celestino se queda perplejo, sin saber qué hacer. Piensa romperle un sifón en la cabeza, por fresco, pero se acuerda: 'entregarse a la ira ciega es señal de que se está cerca de la animalidad'. Quita su libro de encima de los botellines y lo guarda en el cajón. Hay días en que se le vuelve a uno el santo de espaldas, en que hasta Nietzsche parece como pasarse a la acera contraria" (p. 98).

Celestino manifiesta, al lado de este barniz cultural, algunas bajezas, tanto en su aspecto (usa dentadura postiza que, cuando le molesta mucho, deja sobre el mostrador), como en su comportamiento con los clientes, a los que no perdona las deudas.

Martín se levanta y "sale a la calle con paso de triunfador" (p. 98). Al encontrar en la calle a su amigo Paco se queja del comportamiento de Celestino y le comenta que ese mismo día le han echado "a patadas de otro café". Su amigo le entrega un libro.

En el capítulo II, el escritor Martín Marco actúa como elemento vertebrador de muchas de las historias que se cuentan. Varios personajes tienen especial relación con él y malviven o luchan por sobrevivir. Sus peripecias dominan la segunda parte del capítulo, centrada en el asesinato de doña Margot. Antes de él ya se nos presentan dos: el gitanito y la castañera.

El gitanito es avistado por Roberto González desde el tragaluz de la tahona cantando delante de una taberna una tierna canción flamenca para ganarse la vida. Una "golfa borracha" le da una coz, pero el niño la soporta bien y sigue cantando. La descripción del gitanillo es lírica y desgarrada y pone el acento sobre la miseria: "que nació de milagro, que come de milagro, que vive de milagro y que tiene fuerzas para cantar de puro milagro" (p. 83).

En la última secuencia del capítulo, un gitanito simpático canta la misma canción ante un grupo reunido en la calle, se calla respetuosamente cuando sacan de la casa el cadáver de doña Margot.

La castañera vende unas castañas a Martín Marco y a la señorita Elvira ("la cena"), que se dirige a dormir a su fonducha. La vendedora permanece en la calle hasta las once de la noche.

"A las once viene a buscarla su hijo, que quedó cojo en la guerra y está de listero en las obras de los Nuevos Ministerios. El hijo, que es muy bueno, le ayuda a recoger los bártulos y después se van, muy cogiditos del brazo, a dormir. La pareja sube por Covarrubias y tuerce por Nicasio Gallego. Si queda alguna castaña se la comen; si no, se meten en cualquier chigre y se toman un café con leche bien caliente. La lata de las brasas la coloca la vieja al lado de su cama, siempre hay algún rescoldo que dura, encendido, hasta la mañana" (p. 96).

Don Leoncio Maestre, sentado en un baúl de su casa, intenta entonar con la música de La donna è mòbile la letra ¡Oh bella Elvirita! Mantenía los ojos entornados y no dejaba ni un instante de pensar en ella. Don Leoncio decide salir a buscarla.

El señor Suárez (Julián Suárez Sobrón, alias "la Fotógrafa", el homosexual del café de doña Rosa) llega en taxi a su domicilio. Su madre es doña Margot. Llama muchas veces a la puerta diciendo repetidas veces "¡Mami! ¡Mami!", pero la madre no contesta. Suárez toma otro taxi y se va a la Carrera de San Jerónimo, enfrente del Congreso. Más adelante, llega a un café de la calle del Prado, donde se reune con Pepito el Astilla.

El pintoresco Don Ibrahím de Ostolaza y Bofarull, ensaya ante el espejo un pedante discurso académico, lleno de verbosidad. El discurso resulta cómico no sólo por su contenido, sino porque don Ibrahím declama con una voz que suena solemne como la de un fagot.

Un inesperado suceso altera la suerte de los tres personajes anteriores —Leoncio Maestre, Suárez y Don Ibrahím—, donde se comprueba sus relaciones de vecindad: mientras don Ibrahím ensaya su discurso, llama a la puerta —pálido—, don Leoncio Maestre que le da la noticia de que doña Margot ha muerto ahorcada con una toalla.

El resto de las secuencias del capítulo ofrecen un irónico y ácido contraste: a pesar de estar preocupado por su madre, el señor Suárez permanece junto a Pepe el Astilla, que le trata despectivamente por la calle del Prado arriba, y en un bar de la calle Echegaray. Mientras, don Ibrahím, con la ayuda de varios vecinos del inmueble, intenta esclarecer el asesinato de doña Margot ante el juez.

Pero en el abigarrado mundo de La Colmena el autor no olvida reseñar la trayectoria de otros personajes. Los tres primeros estaban ya en el café de doña Rosa.

Se insiste de nuevo en la carencia de recursos de la señorita Elvira. Sólo cena una peseta de castañas y sonríe ("la costumbre") ante la conversación de un novelista con una persona que tiene aspecto de jurado literario. Mientras lee en la cama el folletín Los Misterios de París, medita sobre si debe volver con don Pablo. Durante la noche da vueltas, "está desazonada".

Don Mario de la Vega invita a cenar y a tomar café al bachiller, Eloy Rubio Antofagasta, para ofrecerle trabajo en su imprenta. Le pagará 16 pesetas. Al despedirse están formando parte del grupo reunido a la puerta de la casa de doña Margot, donde canta el gitanillo.

Mauricio Segovia, el empleado de la telefónica que no puede aguantar el mal trato que doña Rosa da a sus empleados, sale del café irritado. Cena con su hermano Hermenegildo. Tras la cena, se marchan "de bureo". En uno de los bares contiguos a la calle Echegaray descubren a "la Fotógrafa" con Pepe el "Astilla".

Por último, a través de doña Rosa sabíamos que "la Visi", su hermana, se dejaba engañar por su marido. Ahora se nos ofrece un apunte de sus ideas. Doña Visi cree que para mejorar la vida de los trabajadores, los señores de la junta de damas han de organizar concursos de pinacle. "Los obreros también tienen que comer, aunque muchos son tan rojos que no merecerían tanto desvelo" (p. 91).

Capítulo III

Las primeras horas de la tarde del segundo día transcurren principalmente en espacios interiores. Los cafés, como en el capítulo I —aunque esta vez sean varios— y las viviendas familiares, como en el capítulo II, le sirven al autor para relacionar entre sí las historias —función conectiva— y recoger en lugares cerrados aquellos personajes que antes estuvieron dispersos en el espacio novelesco. Desde los primeros episodios de este capítulo Cela sigue ofreciendo noticias de sus pequeños personajes.

Padilla, el cerillero, intenta convencer a los clientes de la superioridad del tabaco de cuarterón sobre el tabaco de colillas.

Alfonsito, el niño de los recados, lleva la carta de un señor para una señorita, con esta contraseña: "Napoleón Bonaparte, apréndetelo bien y si ella te contesta sucumbió en Waterloo, tú vas y le das la carta. ¿Te enteras bien?" (p. 131).

Petrita, la criada de Filo Marco, llega al bar de Celestino para comprar sifón. Celestino le comenta que Martín debe 22 pesetas, y Petrita le atrae a la trastienda donde se entrega a él para saldar la deuda. El autor intenta resaltar la generosidad de la acción con estas palabras: "Por la trastienda del bar de Celestino Ortiz pasó como un ángel que levantase un huracán con las alas" (p. 138).

Martín encuentra a su amigo Ventura Aguado, opositor, novio de Julita; Ventura le ofrece más dinero del que le pide el escritor. Después, Martín y su antigua compañera de estudios Nati Robles rememoran los tiempos pasados y el escarceo amoroso que hubo entre ambos. Nati le da diez duros.

Marujita Ranero (Tomelloso) antigua novia de Consorcio López —de cuya relación nacieron gemelos—, llega, con aspecto de gran señora, al café de doña Rosa con la intención de comprarlo. Consorcio, sorprendido y azarado por su presencia e intenciones, derrama el contenido de algunas botellas y es recriminado con tono humillante por doña Rosa.

En una llamada telefónica posterior, Marujita le cuenta a Consorcio que su marido (con el que no ha tenido hijos) va a morir y que ella tiene una renta de cinco millones, y le da una cita de amor en el hotel donde se hospeda.

Seoane, el violinista, se despide de Sonsoles, su mujer:

"Seoane sale de su casa. Todas las tardes, a las seis y media, empieza a tocar el violín en el café de doña Rosa. Su mujer se queda zurciendo calcetines y camisetas en la cocina. El matrimonio vive en un sótano de la calle de Ruiz, húmedo y malsano, por el que pagan quince duros; menos mal que está a un paso del café y Seoane no tiene que gastarse jamás ni un real en tranvía.

—Adiós, Sonsoles, hasta luego.

La mujer ni levanta la vista de la costura.

—Adiós, Alfonso, dame un beso.

Sonsoles tiene debilidad en la vista, tiene los párpados rojos; parece siempre que acaba de estar llorando. A la pobre, Madrid no le prueba. De recién casada estaba hermosa, gorda, reluciente, daba gusto verla, pero ahora, a pesar de no ser vieja aún, está ya hecha una ruina. A la mujer le salieron mal sus cálculos, creyó que en Madrid se ataban los perros con longanizas, se casó con un madrileño y ahora que ya las cosas no tenían arreglo, se dio cuenta de que se había equivocado. En su pueblo, en Navarredondilla, provincia de Avila, era una señorita y comía hasta hartarse; en Madrid era una desdichada que se iba a la cama sin cenar la mayor parte de los días" (pp. 142 y 143).

Macario, el pianista, se cita con su novia, Matildita, en "el cuchitril de la señora Fructuosa", tía de Matildita y portera de la calle Fernando VI:

"Macario es un chico muy fino que todos los días da las gracias a la señora Fructuosa. Matildita tiene el pelo como la panocha y es algo corta de vista. Es pequeñita y graciosa, aunque feuchina, y da, cuando puede, alguna clase de piano. A las niñas les enseña tangos de memoria, que es de mucho efecto.

En su casa siempre echa una mano a su madre y a su hermana Juanita, que bordan para fuera.

Matildita tiene treinta y nueve años" (p. 143).

Varios vecinos se reúnen en casa de don Ibrahím para costear entre todos los funerales por el alma de la finada. La pedantería de don Ibrahím brilla de nuevo. Se enumeran los vecinos que acuden a la casa, y resultan significativas las ausencias de:

— Don Leoncio Maestre, descubridor del cadáver de doña Margot, que "está preso por orden del juez".

— El señor Suárez, "la Fotógrafa", está retenido con el Astilla "en los sótanos de la Dirección General de Seguridad". Fue detenido sin razón aparente y manifiesta una constante preocupación por su madre.

— Don Ignacio Galdácano, "que el pobre está loco". (¿Posible asesino?).

— Don Antonio Jareño, "que está de viaje".

En un café de lujo detrás de la Gran Vía, Laurita le hace a Pablo una escena de celos que hace reflexionar a éste: "se empezó a dar cuenta de que se aburría al lado de Laurita. Muy mona, muy atractiva, muy cariñosa, incluso muy fiel, pero muy poco variada" (p. 129).

Doña Asunción y doña Matilde, pensionistas, celebran la buena "colocación" de sus hijos. Doña Asunción recibe una carta en la que su hija Paquita le cuenta que si logra quedar embarazada, se podrá casar con el catedrático de psicología, lógica y ética, don José María Samas, ya que la mujer de éste ha fallecido. Al hijo de doña Matilde, Florentino del Mare Nostrum, le ha salido un trabajo en un salón del Paralelo de Barcelona; el espectáculo se llama "Melodías de la Raza".

Doña Ramona Bragado adquirió su negocio de lechería en la calle Fuencarral por la manda de un marqués metido a político, del que había sido amante al menos veinte años. Doña Ramona es, además, una celestina "correveidile". Ahora acosa a Victoria, empaquetadora de una imprenta, para atraerla a su lechería con intención de prostituirla. Victorita, personaje lleno de ternura cuya vida está marcada por la crudeza, tiene un novio tísico llamado Paco, al que intenta curar como sea.

Doña Celia, tiene su casa de citas cerca de la plaza de Chamberí. Desde la muerte de su marido, don Obdulio, se dedica a estos menesteres. El autor señala que el retrato de don Obdulio preside toda esta actividad con mirada dulce, pues permite que coma su viuda.

Algunos asiduos de la casa de doña Celia asisten, después de comer, a una tertulia del café de San Bernardo. Son don Francisco Robles, padre de Nati Robles, la amiga de Martín Marco y don Roque Moisés Vázquez, marido de doña Visi y cuñado de doña Rosa.

También frecuentan la tertulia don Pablo, antiguo pretendiente de Elvirita y marido de doña Pura, don Emilio Rodríguez Ronda, yerno de don Francisco Robles, don Tesifonte Ovejero, capitán de veterinaria y huésped de la pensión de doña Matilde, y el señor Ramón, dueño de la tahona cuya contabilidad lleva don Roberto González, el cuñado de Martín Marco.

Mientras juegan al ajedrez o al dominó conversan sobre sus familias: Don Roque confiesa que odia a su cuñada doña Rosa y que la aguanta porque el café "la Delicia", entre otras muchas cosas, será algún día de sus hijas. La familia de don Roque Moisés tiene una gran importancia en la novela.

Doña Visi y su amiga doña Monserrat, beatas, creen en los milagros de cierto cura bilbaíno. En "El querubín misionero" se reflejan las contribuciones de doña Visi y sus tres hijas para bautizar chinitos. Las hijas ponen a los bautizados los nombres de sus respectivos novios: Ventura, Manuel y Agustín. Mientras charlan, don Roque mantiene relaciones con Lola, criada de la pensión de doña Matilde.

También se habla detenidamente de las hijas de don Roque y doña Visi, y de sus respectivos novios:

a) El novio de Julita, la mayor, se llama Ventura Aguado. Prepara oposición a notario, y lleva siete años, sin contar los de la guerra, sin tener éxito alguno. Ventura acudirá con su novia Julita a la casa de citas de doña Celia. Es amigo de Martín Marco y le presta dinero.

b) Visitación, segunda hija de don Roque, sale desde hace una semana con Alfredo Angulo Echevarría, su séptimo novio. La tía de Alfredo, doña Lolita Echevarría de Cazuela, y su marido don Fernando son vecinos de don Ibrahím.

c) Esperanza "ligera como una golondrina y tímida como paloma", es novia de Agustín Rodríguez Silva, dueño de una droguería en la calle Mayor. Agustín escribe una carta (corregida por el autor) —que incluye todos los tópicos populares del género epistolar— invitando a su madre a Madrid para que conozca a su novia Esperanza.

Capítulo IV

    La acción transcurre en alcobas o en lugares exteriores, en los que se contempla la vida de un personaje colectivo (los noctámbulos), la de Martín Marco y la de otros personajes de menor importancia (el guardia y el sereno, por ejemplo).

Como en otros capítulos, el autor esboza unas consideraciones generales acerca del comportamiento de los habitantes del período del día durante el cual transcurre la acción. En este caso, se trata de los noctámbulos, que pueden ser: noctámbulos puros ("los que salen por salir") o trasnochadores accidentales (el público de los cines).

Entre los noctámbulos puros, sobresale el escritor Martín Marco, que deambula por Madrid en un largo periplo narrativo. Se encuentra con la Uruguaya, pupila del burdel de doña Jesusa, a la que "llaman así porque es de Buenos Aires". Su descripción ("una mujer repugnante") es uno de los fragmentos más crudos de La Colmena. Va acompañada de un señor, y le invitan a un café.

Martín anda sin rumbo fijo y le gustan los paseos solitarios, las cansadas caminatas por las calles anchas de la ciudad o sentarse en un banco a liar un cigarrillo con papel de sobre que ya no sirve. Los bancos callejeros "son como la antología de todos los sinsabores y casi todas las dichas" (p. 201). Al llegar a una esquina, le dan el alto, le cachean y le piden la documentación. En secuencias alternas se cuenta que Martín se asusta mucho. Su miedo responde a causas políticas; arguye que trabaja en la Prensa del Movimiento; el policía se porta bien y le deja ir. Martín intenta tranquilizarse mientras jadea y reflexiona cómicamente: el policía que le dio el alto tenía un diente de oro, mientras que él sólo quiere comer y comprar una cajetilla de tabaco para no fumar colillas. La histeria le invade; sus pensamientos son entrecortados y vacilantes. Aún no se le ha quitado el pavor, pero habla con el sereno de lo bien que se ha portado la policía. Al fin encuentra el sosiego. Va al burdel de doña Jesusa.

El guardia, Julio García Morrazo, fue herido en la guerra; ahora "es una autoridad" que se dedica a prender estraperlistas. Le cuenta al sereno detalles de su pasado, también sus relaciones con Celestino Ortiz, el dueño del bar "la Aurora", y con Petrita, criada de Roberto y Filo y "protectora" de Martín Marco. Petrita quiere mucho al guardia, es su primer novio.

El resto del capítulo, se dedica a describir escenas de alcoba, que se desarrollan simultáneamente, intercaladas con descripciones de la noche en soledad que viven otros personajes, en diálogo con sus propios pensamientos. Así, por ejemplo:

A la hora de la cena su familia recrimina a Victorita que tenga un novio tísico. Ella contesta airadamente y su madre le da dos tortas antes de irse a la cama (cfr. p. 171). Después, llora amargamente por el mal ambiente de su casa y la enfermedad de Paco, su novio (puede curarse "con mucha comida y con inyecciones"). No sabe qué hacer. La muchacha piensa que tal vez lo mejor sea echarse a la calle, a ver si encuentra algún señor con dinero. Su amiga Pirula, empaquetadora también, encontró hace un año a un caballero rico y ahora vive como una duquesa, la llama todo el mundo señorita y tiene un piso con radio.

Mientras tanto, don Mauricio de la Vega, impresor enriquecido, anda en tratos con doña Ramona Bragado para atraer a Victorita a su lechería (cfr. p. 174). Más adelante sabemos que Eloy Rubio Antofagasta, el bachiller que trabaja en la imprenta, es hermano de Paco, el novio tuberculoso de Victorita.

Por otra parte, en su peculiar alcoba (duerme en un jergón de la trastienda del bar) Celestino lee, antes de dormir, romances antiguos y quintillas. Uno de ellos versa sobre las últimas palabras del cabo Pérez ante un piquete de fusilamiento y ofrece una visión irónica del heroísmo humano. En el sueño, arenga a sus soldados con vehemencia, y entre asentimientos (¡Muy bien!, repiten constantemente los soldados) les pide que se sacrifiquen y cumplan con su deber para acabar con los explotadores o repartir el oro del Banco de España.

Capítulo V

El capítulo narra el anochecer del segundo día. Si la novela siguiera un orden temporal, iría a continuación del capítulo III, también por su contenido temático. Son relevantes tanto la historia como el tiempo. El autor distribuye las escenas de forma caprichosa. Alterando la linealidad del relato y rompiendo las secuencias en fragmentos, consigue ofrecer la impresión de un rompecabezas temporal.

Seleccionando los principales episodios, tenemos:

a) El incidente de las veinticinco pesetas, entre Martín Marco y Seoane, dibujado en cuatro secuencias:

— Seoane, violinista del café de doña Rosa, busca en una droguería unas gafas "de tres duros" para su mujer, Sonsoles, que "tiene los ojos cada vez peor". Pero las gafas más baratas cuestan dieciocho pesetas y Seoane "decide" no comprar.

— Martín Marco llega al café de doña Rosa, con la intención de reparar su honor por la expulsión de que fue objeto —por no pagar— el día anterior. Hoy lleva dinero porque su amiga Nati Robles le dio nada menos que diez duros. Paga el café del día anterior, pide otro y deja la vuelta para el camarero; va luego al retrete y saca de un pañuelo el dinero sobrante; al regresar, utiliza el servicio del limpiabotas, compra tabaco al cerillero y se permite, ante la estupefacción de doña Rosa, despreciar el café que le sirven, porque sabe a "malta". Después sale a la calle satisfecho, pensando que "verdaderamente se acaba de portar como un hombre".

— Seoane encuentra en el suelo del retrete del café de doña Rosa cinco duros. Casi no se lo puede creer. Al día siguiente va a la droguería y compra a su mujer las mejores gafas.

— Martín Marco llega ufano a casa de Rómulo, librero, que también vende grabados. Busca un grabado para Nati. Encuentra uno, pero al ir a pagar se da cuenta de que ha perdido cinco duros.

El episodio resalta hasta qué punto —incluso por casualidad y en medio de la miseria— los personajes se necesitan unos a otros.

b) El encuentro casual de don Roque, y su hija Julia en la casa de citas de Doña Celia. Don Roque había ido allí para encontrarse con Lola, criada de Matilde, y Julita con Ventura Aguado, su novio. Esta historia es relevante por su contenido, pero también por el tratamiento narrativo y el juego que realiza el autor con el tiempo.

 

c) Otras escenas.

En la lechería de doña Ramona Bragado, Victorita muestra una enorme decisión. Doña Ramona se enfada por la desfachatez de la muchacha. Al salir a la calle, Victorita es abordada por don Mario de la Vega. La muchacha se va con él, pues quiere curar a su novio y no se anda con rodeos para conseguir dinero.

Don Francisco Robles, médico —que se dedica, entre otras cosas, a las enfermedades venéreas— tuvo once hijos. Su vida se narra con detalle:

"En la casa, en una habitación interior, doña Soledad, su señora, repasa calcetines mientras deja vagar la imaginación, una imaginación torpe, corta y maternal como el vuelo de una gallina. Doña Soledad no es feliz, puso toda su vida en los hijos, pero los hijos no han sabido, o no han querido, hacerla feliz. Once le nacieron y once viven casi todos lejos, alguno perdido. Las dos mayores, Soledad y Piedad, se fueron monjas hace ya mucho tiempo, cuando cayó Primo de Rivera; aún hace unos meses, desde el convento, tiraron también de María Auxiliadora, una de las pequeñas. El mayor de los dos únicos varones, Francisco, el tercero de los hijos, fue siempre el ojito derecho de la señora; ahora está de médico militar en Carabanchel, algunas noches viene a dormir a casa. Amparo y Asunción son las dos únicas casadas, Amparo con el ayudante del padre, don Emilio Rodríguez Ronda; Asunción con don Fadrique Méndez, que es practicante en Guadalajara, hombre trabajador y mañoso que lo mismo sirve para un roto que para un descosido, que lo mismo pone unas inyecciones a un niño o unas lavativas a una vieja de buena posición, que arregla una radio o pone un parche a una bolsa de goma.

(...) Después, en la familia de don Francisco y doña Soledad, viene Trini, soltera, feucha, que buscó unos cuartos y puso una mercería en la calle de Apodaca" (pp. 232-233).

La catadura moral del médico don Francisco se nos muestra en que no receta medicinas eficaces, para que los enfermos le duren más, como clientes:

"Don Francisco es un poco tramposillo, el hombre tiene a sus espaldas un familión tremendo.

A los enfermos que, llenos de timidez y de distingos, le preguntan por las sulfamidas, don Francisco los disuade, casi displicente (...):

—Haga usted lo que quiera, pero no vuelva por aquí. Yo no me encargo de vigilar la salud de un hombre que voluntariamente se debilita la sangre.

Las palabras de don Francisco suelen hacer un gran efecto.

—No, no, lo que usted mande, yo sólo haré lo que usted mande" (pp. 231-232).

En este capítulo también encontramos a don Ricardo pidiendo en casa de don Pedro Pablo Tauste, dueño de la clínica del Chapín y vecino de don Ibrahím. Después lleva a un café a su novia Maribel, muchacha de familia pintoresca y a la que don Ricardo mata de hambre. Don Ricardo, que es amigo de Martín Marco, espera a un poeta, también acomodado, Ramón Maello, que está delicado de salud y que no llegará a aparecer. Se trata del mismo poeta que se indispuso en el café de doña Rosa en el capítulo primero, y del que se cuenta lo siguiente:

"El poeta de la vecindad es un jovencito melenudo, pálido, que está siempre evadido, sin darse cuenta de nada, para que no se le escape la inspiración, que es algo así como una mariposita ciega y sorda pero llena de luz, una mariposita que vuela al buen tuntún, a veces dándose contra las paredes, a veces más alta que las estrellas. El poeta de la vecindad, en algunas ocasiones, cuando está en vena, se desmaya en los cafés y tienen que llevarlo al retrete, a que se despeje un poco con el olor del desinfectante, que duerme en su jaulita de alambre, como un grillo" (p. 233).

Otro episodio habla de don José Sanz Madrid (chamarilero): tiene dos tiendas de ropa y objetos de arte y alquila smokings y chaqués. Por la tarde va al cine con Purita (pupila de doña Jesusa y amiga de Martín Marco). Purita le pide que la ayude a ingresar a su hermano en la guardería de Auxilio Social. Don José promete ayudarla pensando en aprovecharse de ella. La situación de la familia de la muchacha es patética: sus cinco hermanos viven en un sotabanco pasando por grandes dificultades; al padre le fusilaron "por esas cosas que pasan" y la madre murió tísica y desnutrida.

Don Pablo permanece en su domicilio, malhumorado por tener que soportar a dos sobrinos de su mujer que han venido de Zaragoza en viaje de novios y no poder salir a tomar chocolate.

El señor Ramón ríe feliz un chiste del agradecido don Roberto González. Es un chiste sobre "olores" y marca el contrapunto a la secuencia siguiente.

Don Tesifonte Ovejero charla en la pensión de doña Matilde con Ventura Aguado, novio de Julita. Don Tesifonte es muy tímido con las mujeres, y emplaza a Ventura para que cuente con él algún día y le anime.

Don Emilio Rodríguez Ronda es ayudante de don Francisco, su suegro, y se encuentra en el consultorio.

Doña Juana, vecina de don Ibrahím, introduce un tema pendiente: el asesinato de doña Margot. Doña Juana está muy impresionada. Es viuda de Sisemón, y muy inocente: su marido murió en un prostíbulo de tercera clase, pero los amigos le dijeron que había muerto mientras hacía cola para rezar ante una famosa imagen. La viuda charla con doña Asunción, preocupada sólo porque su hija Paquita pueda casarse con el catedrático de Bilbao.

Doña Monserrat, a la que roban el bolso en la iglesia mientras reza, sólo piensa en milagros.

En el capítulo se cuenta, además, un extraño suceso. La secuencia contrasta con la anterior —el regocijo de don Ramón ante un chiste de "olores"— y su comienzo resume el suceso: un hombre que estaba enfermo y sin un real, y que se suicidó porque olía a cebolla. No se dice nada más pero el pasaje expresa de forma contundente el sinsentido de la existencia humana, cuyas consecuencias son la locura y el suicidio.

Capítulo VI

El capítulo refiere los modos del comportamiento humano tras el despertar. La acción transcurre en la mañana del segundo día y es continuación del capítulo IV.

Tras el incidente con el policía (cap. IV) Martín se refugia en el burdel de doña Jesusa, donde está Purita Bartolomé. Martín alegra el despertar de Purita con la lectura de unos versos de Juan Ramón Jiménez. Ella le agradece su compañía invitándole a desayunar.

La patética vida de Dorita, una de las planchadoras del burdel, pone el contrapunto. En tiempos, abusó de ella un seminarista de su pueblo. Dorita tuvo un hijo y la echaron de casa. La muchacha anduvo vagando por los pueblos. La criatura murió en una cueva, pero nadie se enteró porque Dorita le colgó unas piedras al cuello y lo tiró al río, a que se lo comieran las truchas. En Madrid, un ricachón, don Nicolás de Pablo, se casó con ella por lo civil. Le nacieron tres hijos, todos muertos. De don Nicolás no se supo más, desde que se marchó de España en el 39, "porque decían si era masón". Dorita recaló en casa de doña Jesusa donde trabaja como planchadora por las mañanas cobrando tres pesetas. Por las tardes acompaña (por dos pesetas) a una señora impedida, gruñona e insoportable.

La vida de esta muchacha, marcada por la desgracia, resulta tan rutinaria como la del resto de los personajes del capítulo, reflejada a través de múltiples detalles psicológicos y sociológicos.

Más noticias de otros personajes: el señor Ramón mete la cabeza en un caldero de agua fría. Se encuentra fuerte. Desde que es rico, ya no se asoma al horno de pan, y es complaciente con sus clientes.

Victorita, que "tiene una tosecilla ligera, casi imperceptible", se levanta renegando de su madre que siempre le pregunta cuando va a dejar a su novio tísico. La muchacha corre a trabajar. En la imprenta le espera un duro trabajo: "todo el santo día de pie". A veces, siente "una ganas inmensas de llorar".

Doña Rosa va todos los días a misa; desayuna churros con ojén. Piensa en la guerra "que, ¡Dios no lo haga!, van perdiendo los alemanes", y en la autoridad que tiene sobre sus empleados; "por la mañana temprano, siente que el café es más suyo que nunca".

Don Roberto González siempre va al trabajo a pie, para ahorrar. Desayuna malta con leche y media barra de pan, y guarda la otra media para el bocadillo de más tarde.

El niño que canta flamenco "duerme debajo de un puente, en el camino del cementerio", y "tiene un pie algo torcido". Doña Margot reposa en el depósito de cadáveres. La señorita Elvira, por contraste, está como muerta en vida. No madruga: se demora y piensa en sus cosas o lee Los misterios de París, folletín que concuerda en parte con su trayectoria vital.

El capítulo termina con el siguiente comentario:

"La mañana sube, poco a poco trepando como un gusano por los corazones de los hombres y de las mujeres de la ciudad; golpeando, casi con mimo, sobre los mirares recién despiertos, esos mirares que jamás descubren horizontes nuevos, paisajes nuevos, nuevas decoraciones.

La mañana, esa mañana eternamente repetida, juega un poco, sin embargo, a cambiar la faz de la ciudad, ese sepulcro, esa cucaña, esa colmena..." (p. 271).

Desde la cama, Martín Marco percibe los sonidos de una mañana habitual: ruidos de carros de caballos, voces de vendedores, bocinas, gritos de niños. La actividad de los habitantes de la mañana es, pues, la misma que la de otros días: todo tiene un aire recurrente, de normalidad. Todas las vidas son repetitivas y monótonas.

Final

El capítulo presenta algunas notas que lo diferencian de los anteriores:

1. La acción transcurre durante la mañana, "tres o cuatro días después". La acción de los capítulos anteriores se concentra en dos días. El lapso transcurrido indica que no ha sucedido nada especialmente reseñable y el autor efectúa un salto temporal hasta encontrar una historia de relieve.

2. Lleva el título "Final" (y no el de capítulo VII) por un doble sentido : a) parece un guiño implícito del autor, que nos anuncia que es suficiente lo que ha narrado y el fragmento que resta; y b) tiene una intención irónica, ya que este llamado Final no es el desenlace. La novela permanece abierta al no desvelar el elemento que genera la intriga de este capítulo, ni ofrecer el desenlace de determinadas historias.

3. La trama gira en torno a una amenaza que pesa sobre Martín Marco sin que éste lo sepa. Por el contrario, la amenaza es conocida por otros personajes, que se movilizan para ayudar a Martín. En este sentido, es importante la selección que hace el autor al situar en torno al elemento vertebral —Martín Marco— a los que son, probablemente, los personajes más importantes del relato.

Adquiere relevancia un rasgo que permanecía latente en algunos comportamientos: la solidaridad. Hasta ahora, pequeños gestos de hombría de bien conseguían paliar la mezquindad individual, las consecuencias de una situación social y política marcada por la pasada guerra civil.

La narración presenta dos procesos simultáneos que se relacionan entre sí:

— Martín Marco, ignorante de lo que puede sucederle, visita la tumba de su madre y hace planes para el futuro.

— El resto de los personajes descubren en los periódicos "un mal asunto" que afecta a Martín Marco y se movilizan en su auxilio.

El periplo de Martín Marco se relata en seis secuencias. Al comienzo, el autor aprovecha el viaje en tranvía para describir la fauna humana que transporta. Estamos cerca de la Navidad.

Ante el silencio del cementerio, "Martín siente un bienestar inefable" (p. 287), el sosiego le invade ante el nicho de la madre. Lee los nombres de las tumbas aledañas. Intenta rezar un Padre Nuestro pero no consigue recordarlo e improvisa una oración que, en cambio, le sale muy bien. Al regresar del cementerio, Martín piensa:

"—Sí, me voy a organizar. Trabajar todos los días un poco es la mejor manera. Si me cogieran en cualquier oficina, aceptaba. Al principio, no, pero después se puede hasta escribir, a ratos perdidos, sobre todo si tienen buena calefacción. Le voy a hablar a Pablo, él seguramente sabrá de algo. En Sindicatos se debe estar bastante bien, dan pagas extraordinarias" (p. 290).

Martín entiende que debe buscar trabajo y sopesa varias opciones. Consigue —prestado— un periódico, para consultar ofertas de empleo. Pero antes, sin prisa, sentado en un banco lee otras secciones: las noticias sobre la guerra mundial, "las crónicas internacionales, el artículo de fondo, el extracto de unos discursos, la información teatral, los estrenos de los cines, la Liga..." Pliega el periódico, se levanta y echa a andar. Es feliz, sobre todo porque "hoy sabe más cosas que nunca" (p. 292).

Vuelve a ilusionarse con un posible trabajo. Palpa el periódico en el que puede "haber una pista". Todavía le faltan por leer tres secciones: los anuncios, los edictos y el racionamiento de los pueblos del cinturón. La secuencia (y la novela) terminan así con un inocente y optimista Martín Marco.

Mientras tanto, y en paralelo, los que le conocen van descubriendo en el periódico un edicto que cita a Martín Marco para que comparezca ante el juez. Don Roberto lo lee en el desayuno y piensa que han de hacer algo "por ese chico". Filo, su mujer, tiene "los ojos llenos de lágrimas". No se lo quiere contar a Petrita porque no podría comprenderlo. Pablo Alonso observa que Martín salió de su casa temprano, y que al salir pidió una corbata negra. Tras doblar el periódico, comenta con Laurita: "¡Pobre desgraciado! ¡lo único que le faltaba!". Pablo decide salir en busca del escritor para prevenirle. Paco, el amigo de Martín Marco, le comunica la sorpresa a Celestino Ortiz.

Mientras contemplan a un perro atropellado por un taxi, doña Jesusa y Purita hablan en la calle de "lo de Martín":

"En la calle de Torrijos, un perro agoniza en el alcorque de un árbol. Lo atropelló un taxi por mitad de la barriga. Tiene los ojos suplicantes y la lengua fuera. Unos niños le hostigan con el pie. Asisten al espectáculo dos o tres docenas de personas.

Doña Jesusa se encuentra con Purita Bartolomé (...)

—¿Y ahora?

—Pues no sé, hija, me temo que nada bueno. ¿Lo has visto?

—No, no lo he vuelto a ver.

Unos basureros se acercan al grupo del can moribundo, cogen al perro de las patas de atrás y lo tiran dentro del carrito. El animal da un profundo, un desalentado aullido de dolor, cuando va por el aire. El grupo mira un momento para los basureros y se disuelve después. Cada uno tira para un lado. Entre las gentes hay, quizás, algún niño pálido que goza —mientras sonríe siniestramente, casi imperceptiblemente— en ver como el perro no acaba de morir..." (p. 284).

Ventura Aguado se cita por teléfono con Julita y luego le cuenta lo que ha descubierto. La insta a ir a casa de Filo:

"... He pensado que vayas a ver a la hermana, vive en la calle de Ibiza.

—¡Pero si no la conozco!

—No importa, le dices que vas de parte mía. Lo mejor era que fueses ahora mismo. ¿Tienes dinero?

—No.

—Toma dos duros. Vete y vuelve en taxi, cuanto más prisa nos demos es mejor. Hay que esconderlo, no hay más remedio.

—Sí, pero... ¿No nos iremos a meter en un lío?

—No sé, pero no hay más remedio. Si Martín se ve sólo es capaz de hacer cualquier estupidez" (p. 285).

Rómulo, el librero de viejo descubre el asunto leyendo las noticias de la segunda Guerra Mundial y comenta: "¡los hay gafes!".

Todos los personajes buscan una solución para este "mal asunto" y el autor pone en relación a algunos de ellos.

Don Roberto no ha ido a trabajar a su negociado y recurre al señor Ramón. El dueño de la tahona accede a esconder al escritor por unos días. Luego planea con don Roberto lo que procede hacer: Martín "se presentaría acompañado del capitán Ovejero, don Tesifonte, que no es capaz de negarse y que siempre es una garantía" (p. 283).

Julita llega a casa de Filo, que, llorando, justifica a Martín: "Mi hermano no hizo nada (...); eso debe ser una equivocación, nadie es infalible, él tiene sus cosas en orden". A la hermana se le ocurre como solución "rezar a la virgencita del Perpetuo Socorro, que siempre me sacó de apuros" (p. 283).

En suma, todos los personajes buscan activamente el modo de evitar la amenaza que pesa sobre Martín, mientras él deambula por la ciudad ajeno a todo. El final de la novela es, pues, abierto. No llegamos a conocer ni la naturaleza de la amenaza, ni el futuro de Martín Marco.

 

III. Personajes más importantes

Martín Marco

El personaje más importante en toda la novela —aunque no "el protagonista"—. En este sentido presenta dos rasgos fundamentales:

a) Es el carácter individual más definido de la novela. Llama la atención el relieve que Martín Marco alcanza dentro de la que es una novela de protagonista colectivo. Aparece en 31 secuencias y es el único personaje presente en todos los capítulos.

Lo más definido del perfil de Marco son sus ideas políticas y sociales. Tiene una concepción utópica de la igualdad entre los hombres y la reforma de la humanidad: comparte muchas cosas con Celestino Ortiz (lector de Nietzsche y excombatiente anarquista); no se siente seguro cuando la policía le pide la documentación; y sus amigos temen por él al saber que "un mal asunto" —sin duda de carácter político— amenaza su futuro.

En su figura se encarnan los temas centrales de la novela: la incertidumbre de su vida se manifiesta en la falta de oficio y vivienda —penuria económica—, y en la amenaza que pesa sobre él; es objeto de la caridad de otros personajes (Petrita, su hermana Filo, Nati Robles, Martín Alonso); reúne cualidades humanas diversas (ternura hacia Filo y Purita, odio hacia su cuñado Roberto González, miedo ante el policía, orgullo ante doña Rosa y Celestino); y atrae la solidaridad de otros personajes ante el asunto que le amenaza.

b) Actúa como elemento vertebrador de varios espacios y personajes de la novela. Su condición de bohemio le convierte en personaje itinerante por lo que cumple una importante función estructural. Sus periplos sirven de nexo entre las diversas zonas de Madrid. Algunos espacios (el burdel de doña Jesusa, la casa de Pablo Alonso, la librería de Rómulo) alcanzan, casi, su razón de ser por la presencia de Martín Marco.

En torno a él se teje una tupida red de historias personales: por ejemplo, Martín es amigo de Ventura Aguado que, a su vez, es novio de Julita Moisés, de cuya familia pasan a relatarse diversos sucedidos. A veces, como en el Final, la historia se centra en Martín, que pasa a ser, además de un elemento "estructural", el eje de la narración.

Doña Rosa

De las 21 secuencias en que aparece doña Rosa, 15 pertenecen al primer capítulo; el único capítulo donde no figura es en el IV. Se trata de un personaje monolítico marcado por la repulsa que causa. Su admiración por Hitler constituye una verdadera metáfora del poder dictatorial, basado en la prepotencia y en la humillación, que ejerce en el café. Su vida se ofrece como contraste: es el paradigma de la seguridad frente a la incertidumbre; de la suficiencia frente a las carencias de otros personajes, etc.

Roberto González y Filo Marco

Roberto González y Filo Marco aparecen en 13 y 12 secuencias respectivamente. Representarían "el único aspecto verdaderamente positivo de la obra" por su afirmación de la vida. Ambos son modelo de abnegación (Roberto es pluriempleado y Filo cuida de cinco hijos y de su hermano Martín Marco); sus conversaciones están llenas de lirismo y ternura; su vida es una mezcla de aceptación de la realidad y confianza en sí mismos; por ello no les importaría tener un nuevo hijo a pesar de las dificultades.

Los Moisés y Ventura Aguado

Estos personajes alcanzan su mayor relieve en el capítulo V, en relación con el tema de la hipocresía de las relaciones familiares. La vida de cada uno de ellos es desconocida para los demás miembros de la familia.

Don Roque Moisés, el padre, desprecia e ignora a su mujer y es un vividor. Su mayor preocupación es que sus hijas hereden el Café de su cuñada, doña Rosa.

Doña Visi es una beata, lectora de revistas religiosas, asistente a la "junta de damas" e ilusionada pintorescamente con el futuro matrimonio de sus hijas.

Julita, que para su madre es una inocente muchacha, mantiene relaciones con su novio en una casa de citas, donde encuentra casualmente a su propio padre. Su novio es Ventura Aguado, eterno opositor a notarías, amigo de Martín Marco y experimentado con las mujeres.

 

IV. Valoración literaria y técnica

A) Lenguaje y estilo

Por la índole social de la mayoría de los protagonistas y en correspondencia con ella y con las situaciones concretas, el autor usa la lengua coloquial y aun vulgar, con grandes efectos expresivos. Pero sabe adecuar el registro lingüístico oportuno a la condición de cada personaje y a la intencionalidad perseguida en cada momento: narración, descripción, reflexiones por parte del autor, etc.

Es en los fragmentos correspondientes a las citadas modalidades donde se manifiesta más patente la voluntad estilística del autor por procedimientos claramente tipificados: repeticiones, series adjetivales graduadas semánticamente, paralelismos sintácticos.

Idéntica voluntad se manifiesta también en la construcción y relación de las unidades temáticas. En este aspecto, Cela gusta de los contrastes llamativos. Así, mientras don Ibrahím ensaya su pomposo discurso académico, suenan unas voces en el piso contiguo, donde hay una niña enferma. Cuando el académico cesa en su solemne perorata, puede oír: "¿ha hecho caquita la nena?". De modo análogo la contemplación de un establecimiento de aparatos higiénicos, minuciosamente descrito ("retretes de dos tapas y de ventrudas y elegantes cisternas", etc.) sugiere a Martín colocar sobre ellos libros bien encuadernados de Hölderlin, Keats, Valéry...

B) La función del espacio

Una terminología muy extendida en crítica literaria, que parte de W. Kayser, distingue tres tipos de novela: de acción (evidentemente, no es este el caso); de personaje, "caracterizada por la existencia de un personaje central, que el autor diseña y estudia morosamente, y al cual se adapta todo el desarrollo de la novela"; y de espacio, que "se caracteriza por la primacía que concede a la descripción del ambiente histórico y de los sectores sociales en que discurre la trama"[2]. En base a esta clasificación, las peculiaridades de La Colmena se adaptan más a la denominada novela de espacio, de forma que la expresión "novela de personajes" podría prestarse a equívocos.

C) La función del tiempo

La brevedad del tiempo, unida a la limitación del espacio urbano (y más aún, a la de los interiores), la densidad de figuras (protagonismo colectivo) y multiplicidad de incidencias (muchas de ellas análogas), contribuyen a crear el ambiente de agobio, de fatalismo, en que se mueven los personajes.

D) Realismo

Es cierto, y la crítica suele admitirlo, que La Colmena no es una novela totalmente realista, y tiende a considerársela más como precedente que como modelo típico del llamado "Realismo social", característico de la novela de los años 50. Es indiscutible que el autor no muestra toda la realidad del momento, sino que realiza una selección en la que pone de relieve lo mas sórdido de esa realidad. Ahora bien, este hecho se da en casi todas las novelas consideradas realistas; los autores suelen seleccionar unos determinados sectores de la realidad, los más adecuados a la concepción del mundo que desean transmitirnos: unos destacan lo más sórdido y desagradable, mientras que otros lo soslayan para ofrecer una visión amable —a veces incluso un poco "idílica"— de la vida. Por supuesto, detrás de cada selección hay una determinada intención del novelista. Sin embargo, la parte de la realidad que Cela presenta en esta obra tiene cierto fundamento en la sociedad española de la época que trata y no hay en ella nada imposible o inverosímil. Lo que no impide calificarla de tendenciosa moral e ideológicamente.

En cuanto a la técnica realista, hay, en esta novela, junto a fragmentos elaborados con una técnica objetiva, otros en los que se da una clara intervención del narrador omnisciente, a semejanza de lo que ocurría en las novelas realistas decimonónicas y que no se dará en las más típicas novelas del Realismo social. Este es uno de los factores por los que no se incluye de modo pleno a La Colmena en dicho movimiento literario.

También hay algún rasgo poco realista en la caracterización de algunos personajes, vistos con ironía por el autor; se trata de rasgos deformados, reminiscencia de la técnica esperpéntica de Valle-Inclán, que convierte a ciertos personajes en "peleles burlescos o trágicos". En efecto, este procedimiento disminuye el realismo de la novela, pero no lo anula, ya que no se da en la mayor parte de los personajes, especialmente en aquellos que alcanzan una cierta relevancia.

 

V. Valoración moral

En uno de sus prólogos, Cela desarrolla la tesis de que "el hombre sano no tiene ideas. A veces pienso que las ideas religiosas, morales, sociales, políticas, no son sino manifestaciones de un desequilibrio del sistema nervioso". Por todo lo dicho, la afirmación inicial del autor desde la nota a la 1ª edición: "Mi novela (...) no es otra cosa que un pálido reflejo, que una humilde sombra de la cotidiana, áspera, entrañable y dolorosa realidad", sólo puede aceptarse entendiendo que el autor escoge la parte así determinada, intencionadamente delimitada, de la realidad social y personal. Y abiertamente contradice su principio de que la vida no se puede disfrazar con la literatura, que el mal "no puede ser combatido con los paños calientes del conformismo, con la cataplasma de la retórica y la poética", puesto que la novela responde a una esforzada, delicada labor de engranaje de sus componentes, a una retórica constructiva (véase más adelante) muy cuidada, a fin de alcanzar el deseado efecto de dar una determinada visión del mundo: "la vida es lo que se vive —en nosotros o fuera de nosotros—, nosotros no somos más que su vehículo, su excipiente, como dicen los boticarios". No hay por qué dudar de que ésa es la idea propia de Cela.

A) Arquetipos de conducta

Dentro de la amplia variedad de condición social, económica, profesional, de edad, etc., que exhibe la muchedumbre de tipos creados por Cela, todos o casi todos responden a una misma concepción del hombre y vienen a ser iguales, en cuanto que les guían las mismas intenciones, combinadas en dosis diversas de acuerdo con la citada variedad. "La cumbre y la tradición del hombre, como la cultura y la tradición de la hiena o de la hormiga, pudieran orientarse, sobre una rosa de tres solos vientos: comer, reproducirse, y destruirse. La cultura y la tradición no son jamás ideológicas y sí, siempre, instintivas".

Se entiende así que cada personaje vaya a vivir "su momento" con el máximo egoísmo. Son personas, en su mayor parte, mezquinas o mediocres, de turbios anhelos, de inseguro proceder, de actitud asustadiza y recelosa. Más que elegir libremente una vida acertada y adecuada a su naturaleza humana racional y espiritual, se arrastran por ella, eludiendo sus golpes, tratando de no ser arrollados, apurando las posibilidades del momento presente. Se ha dicho, con razón, que La Colmena es una novela behaviorista, que sus protagonistas constituyen arquetipos de conducta. Y, en efecto, por su conducta los conocemos (aunque en pocos casos el autor traza epopeyas): por lo que anhelan, hacen, sufren en cada instante.

De acuerdo con el ideario trazado por Cela, sus personajes buscan el alimento como fin único de su vida. Los que ya lo tienen asegurado, la satisfacción sexual. Y si, ciertamente, ninguno parece querer destruirse (tercer punto del programa), se sienten abocados a la muerte sin ningún horizonte de más allá, sin que ni siquiera conciban algún modo de sobrevivencia puramente humano como honor, gloria, fama, prestigio, etc. No buscan destruirse, pero lo sienten fatalmente. Así lo enuncia Filo, uno de los poquísimos personajes de honrada y abnegada actitud: "Esperar a que los hijos crezcan, seguir envejeciendo y después, morir. Como mamá, la pobre".

Hay, pues, en el común de todas estas figuras una clara nota de animalidad, en el sentido estricto del término, que se manifiesta en cómo reaccionan ante los estímulos del medio. Por el instinto, no por la razón, ni siquiera por sentimientos nobles. Con muy pocas excepciones, el amor humano no existe. No hay más que la atracción instintiva, nunca se atiende (el autor jamás la describe) al afecto de la belleza femenina; se desea, sin más explicaciones, a determinada mujer. Esta, a su vez, se entrega de modo análogo, sin ternura, sin afecto, sin pasión. Como por pura fuerza natural, cuando no es simple venta de su cuerpo.

B) Predominio de lo sórdido

Aun aceptando la realidad de la parcela social y humana acotada por el autor, y la caracterización de cada personaje (sin considerar ahora los esperpénticos), resulta enormemente significativo el hecho de que casi todos los personajes sean socialmente anodinos, torpes o chapuceros en su profesión, con enfermedades físicas o taras morales, envueltos en problemas familiares, siempre cansados y abrumados, con apuros económicos o deseos insatisfechos. Según Cela la novela no quiera ser "más —ni menos, ciertamente— que un trozo de vida narrado paso a paso, sin extrañas tragedias, sin caridad, como la vida discurre, exactamente como la vida discurre". Sin embargo, tal afirmación sólo es válida si se circunscribe a una determinada vida particular, no cuando se pretende describir la vida humana en general.

La sordidez que domina todo el cuadro —salvo alguna excepción— queda acentuada por la hipocresía que domina a todas las figuras. El autor explota esta vertiente en situaciones hábilmente presentadas, como el encuentro de padre e hija de respetable familia cuando el uno sube y la otra baja por la escalera de una casa de citas. Ambos fingen sus excusas y se esfuerzan por aceptar las del otro.

C) El dinero

Son continuas las referencias, especialmente en la primera parte del libro: precio de los productos de primera necesidad, costo de los servicios, racionamiento de los alimentos, estraperlo,...

Varios personajes pasan hambre o sufren las consecuencias de la falta de dinero en situaciones primarias: Seoane no podrá comprarse ni las más baratas gafas del mercado; don Roberto ha de pedir un anticipo para costear una magra celebración familiar; Victoria se prostituye para alimentar a su novio enfermo. Hay gentes sin empleo; quienes lo consiguen se humillan hasta el envilecimiento para conservarlo.

La estrechez económica es general y frecuente la miseria. Las relaciones laborales son abusivas por parte del patrón (doña Rosa, don Mario) y, en conjunto, a los hombres y mujeres con necesidades elementales insatisfechas no les quedan, en la novela, tiempo ni fuerzas para atender a otros bienes del espíritu.

A la escasez se le da, a veces, un tratamiento burlesco. Una breve escena recoge una visita de cumplido entre dos damas pacatas. La despedida, llena de fórmulas de cortesía, la remata Cela con una frase que disuelve la atmósfera de delicadeza, que resulta haber sido sólo aparente: "Oígame, Visitación, no se me olvide usted que me prometió dos pastillas de jabón Lagarto a buen precio".

D) La religión

Los pocos personajes que muestran en la novela una actitud religiosa son beatas tipo "no-sé-dónde-vamos-a-parar" ("Yo estoy hecha una laica. En fin, ¡que Dios no me castigue!", dice con falsa sinceridad doña Visitación), de una religiosidad que se adivina como hecha exclusivamente de prácticas externas. Cela trata con distanciamiento irónico a casi todos sus personajes literarios, pero a las personas "piadosas" se puede decir que las trata burlonamente.

Un comportamiento aberrante es el de doña Asunción, que menciona repetidamente el nombre de Dios para que favorezca sus planes deshonestos; refiriéndose a su hija soltera, que es la querida de un profesor: "—Ahora, ¡si Dios quisiera que se quedara embarazada! ¡Eso sí que sería suerte! (...) Yo he ofrecido ir a pie al Cerro de los Angeles si la niña se queda en estado". Es notable el relativismo moral de la madre...

La única persona de quien, de pasada, nos enteramos que oye Misa a diario es la repugnante doña Rosa, explotadora de sus empleados. Como dato complementario y en el mismo contexto, doña Rosa es partidaria del nazismo de la II Guerra Mundial, en curso durante la acción de La Colmena. Lo mismo sucede en otros casos: todas las referencias a la religión son negativas, ridículas, o incluso repelentes.

E) Matrimonio. Sexualidad

La atracción sexual, presentada de varias maneras, está tan presente en el libro como el tema, antes comentado, del dinero (en el "Resumen del argumento" se ha omitido gran parte de las referencias a este tema). La mayoría de los personajes que aparecen en la novela, casados o no, tienen o desean tener relaciones ilegítimas. Acerca de este hecho, no hay juicio moral alguno a lo largo de las páginas, ni por parte del novelista ni por parte de los personajes de ficción. Por más que los comportamientos apuntados son moralmente censurables, y en muchos casos especialmente aberrantes.

De las mujeres que aparecen en la novela, bastantes son prostitutas; otras conviven con hombres; etc. Se ha mencionado ya a Victorita, ramera "por necesidad"; merece citarse, en esa línea, Petrita, que lo es "por compasión". Esta muchacha, chica de servicio, engaña a sus señores, de la misma forma en que Julia, que es también una chica oficialmente honesta, engaña a sus padres. La necesidad, siguiendo el camino iniciado, lleva a una viuda "decente", doña Celia Vecino, a convertir su vivienda en una casa de citas vergonzante.

Se presentan también personas casadas, pero la vida conyugal y familiar aparece, lo mismo que las restantes situaciones noveladas, cubierta por la capa de la rutina y el cansancio, encarada sin sentido trascendente. En la mayor parte de los casos, cuando se habla de la vida conyugal, se refiere a los momentos de desencanto.

El efecto seductor, y el posible escándalo de las situaciones eróticas, está en cierto modo suavizado por la vulgaridad y falta de entusiasmo con que todas las cosas son hechas. Según un crítico, en esta novela "hasta el sexo es cosa sin gracia, más obsesiva que agradable"[3].

Varias redacciones de La Colmena fueron rechazadas para ser publicadas en España por los informes de la censura. De ahí que se editara en Buenos Aires, en 1951. Algunos la calificaban de pornográfica. Ciertamente, hay bastantes pasajes escabrosos, alusiones a actos sexuales o próximos, pero sin llegar a describirlos. Con frecuencia, se sugieren por una serie de manifestaciones o indicios previos, sin llegar a una mención explícita. Se trata de una inmoralidad que tiende a repugnar más que a seducir, pero que en cualquier caso no deja de ser degradante.

Los autores de manuales de literatura son conscientes de las limitaciones de La Colmena: "muestrario microscópicamente detallado de las mezquindades y desventuras de la vida de la capital"[4]; "... presentación de ciento sesenta personajes en un Madrid hambriento de pan y sexo"[5]. Son juicios, sin duda alguna, acertados.

J.D. - R.F.

 

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[1] El "Resumen del argumento" y "Personajes más importantes" de esta recensión, se han redactado siguiendo la obra de Domingo Gutiérrez, Claves para la lectura de "La Colmena", ed. Daimon, Madrid 1986, 293 pp.

[2] Aguiar e Silva, Teoría de la literatura, 2ª ed. Gredos, Madrid 1979, p. 207 s.

[3] G. Gullón, Insula, oct. 76, p. 14.

[4] Brown, Historia de la literatura española, tomo 6, Ariel, Barcelona 1974, p. 223.

[5] Del Río, Historia de la literatura española, tomo 2, Holt, Rinehart and Winston, New York 1963, p. 370.