DANIÉLOU, Jean

L'avenir de la Religion

Le Signe/Fayard, Paris 1968, 138 pp.

 

CONTENIDO DE LA OBRA

El índice del libro es el siguiente:

I. Les affrontements de la foi; II. Religion et Culture; III. Le sens de Dieu; IV. Christologie et démythisation; V. Qui sont les hommes libres?; VI. L'Église; VII. Responsabilité des prêtres; VIII. Responsabilité des laïcs.

El tema central del libro es una apología de la fe católica, de la que expresa y defiende sus principios fundamentales, frente a las diversas manifestaciones de la actual crisis religiosa: “c'est de cette foi, en face des contestations contemporaines, que ce livre veut etre le témoin:” (p. 7).

Los dos primeros capítulos contienen una descripción de esa crisis y plantean la urgente necesidad de una actitud fundada en la certeza ardiente de la fe (cfr. p. 8), para dar la oportuna respuesta al desafío de esa situación de crisis. Desarrolla en los cuatro capítulos siguientes el tema central del libro: una exposición apologética, para el hombre contemporáneo, del contenido de la fe respecto a cuatro temas fundamentales: Dios, Jesucristo, el hombre y la Iglesia. Los dos últimos capítulos, como indica su título, son una llamada a la toma de conciencia de los cristianos: representan la conclusión de la obra, en una línea pastoral y directa, muy conforme también con el título general del libro.

Estudia la crisis religiosa desde diversos ángulos, como una crisis de sentido sobrenatural de la vida, un ateísmo contestador de toda dependencia del hombre respecto a Dios. Se detiene a analizar las dificultades que se plantean a la fe, no ya en el ámbito del diálogo con el mundo moderno, sino en el seno mismo de la Iglesia (“le malaise du dedans”: p. 20), denunciando el peligro de un cristianismo secularizado y reducido a una forma socio-filantrópica; la dicotomía entre religión y civilización; y ese falso irenismo que amenaza el sentido mismo de la verdad, al colocar sobre un mismo plano cualquier idea religiosa. La solución de esta crisis exige profundizar en la fe; concluye así en la necesidad de una formación que facilite esa fe y subrayando la responsabilidad del educador.

Respecto al contenido y disposiciones relativos a la fe en Dios, habla de la necesidad de volver a encontrar esta verdad, no sólo en un plano intelectual, sino más bien en su aceptación global existencial; y expone una crítica firme al cristianismo sin Dios, a la reducción de lo religioso a lo social —“le danger véritable, la tentation spécieuse, c'est ce qui a les apparences du Christ, sans etre le Christ” (p. 49)—, que vacía de contenido la misma vocación cristiana —l'on s'explique tres bien en particulier qu'a partir du moment ou l'on met au premier plan, dans la fidélité a l'Evangile le fait de rendre des services matériels au monde, il y ait actuellement des prêtres et des religieux —et c'est tragique— qui s'interrogent sur leur vocation” (p. 53)—, y que además, al cerrarse a la contemplación de la acción de Dios en el mundo y a su misterio salvífico, pierden la raíz de toda eficacia sobrenatural y humana, apostólica y social.

Entrando en el tema cristológico, se centra en una apología de la fe en la divinidad de Jesucristo, contra los intentos desmitizadores (Bultmann, Robinson, Cox, Jeanson, etc.), de encerrar al cristianismo en una mera dimensión racional: “je ne connais rien de plus prétentieusement ridicule que la réduction de l'Evangile a des questions d'herméneutisme, de l'Eglise a des questions de structuralisme et de la sainteté a des questions de psychanalyse” (p. 58). Defiende la credibilidad del misterio de la Encarnación, y hace observar que el Amor de Dios no conoce esos límites tan estrechos que pretenden los que hacen de la propia razón la medida de toda realidad.

En el contenido de la fe sobre la situación del hombre, se detiene especialmente en la noción de libertad, que no es tanto un punto de partida —afirma— como una meta, una conquista: Jesucristo, nuestro Redentor es quien nos libera de la esclavitud del sufrimiento, de la muerte y del pecado. Trata entonces, de la realidad sobrenatural a la que esa liberación nos abre: la gracia.

Expone después la doctrina sobre la Iglesia, destacando especialmente dos aspectos indisociablemente unidos y que responden ambos a la voluntad de Cristo al fundarla: la sociedad visible y la comunión de los santos. Se refiere también a la crisis de unidad dentro de la Iglesia, advirtiendo el peligro de descomposición a que conduce y subrayando la responsabilidad de los sacerdotes en este aspecto.

Los dos capítulos de conclusión, destacan la responsabilidad de los cristianos en vivir el contenido sobrenatural de su fe. Critica severamente el secularismo clerical del sacerdote, que tiende a buscar una inserción en la sociedad mediante funciones ajenas a su ministerio: “la repónse —afirma en la p. 121— est pour le prêtre de redécouvrir qu'il a, dans la civilisation, en tant que prêtre, une fonction absolument vitale”. La responsabilidad de los laicos es puesta de manifiesto en el marco del diálogo entre la Iglesia y el mundo moderno, que es principalmente “le dialogue a l'intérieur de chacun de nous entre notre action temporelle et notre vie spirituelle” (p. 129), observando que sólo en la medida en que se logre esa unidad interiormente, podrá también realizarse en el mundo. Subraya la importancia de la “presencia” de los cristianos en la construcción de la sociedad futura para orientarla a su verdadero fin y hacer que en ella se rinda culto a Dios; pero el fondo de la crisis actual no está tanto —añade— —PP en una falta de adaptación al mundo moderno, sino más bien en un relajamiento interior de la fe, haciendo ver que no se trata de un mero problema de conocimiento teórico, sino de una verdadera transformación: “nous ne serons des chrétiens vivants que si nous défendons et développons cette vie qui est en nous, la vie intérieure, la vie spirituelle, celle que l'Esprit-Saint suscite en nous et qui se résume dans la foi, l'espérance et l'amour” (p.137).

VALORACIÓN CIENTÍFICA

La obra está a nivel de divulgación, pero con cierta seriedad y altura. Merece destacarse el modo en que condensa un contenido doctrinal notablemente amplio en tan pocas páginas y, a veces, en síntesis muy bien logradas. Valiente en su planteamiento de la crisis religiosa y de tono claramente sobrenatural en la exposición de sus soluciones; con un lenguaje cuidado y de lectura atrayente para un público culto en general, logrando una presentación positiva de la actitud ante la fe.

Adolece, sin embargo, en no pocas ocasiones, de cierta falta de rigor. Su esfuerzo por expresarse según la mentalidad del hombre contemporáneo, hace que no falten afirmaciones que, para ser bien interpretadas, suponen en el lector un criterio bien formado, capaz de añadir la precisión y los matices que el autor no les dio.

Aunque esto influye sobre todo en la valoración doctrinal de la obra, cabe señalar aquí que, junto a síntesis profundas que denotan altura científica, se encuentran juicios superficiales y, en alguna ocasión, de un desenfado sorprendente. Como cuando afirma, por ejemplo, que “les raison pour lesquelles nos preuves de l'existence de Dieu ne sont pas convaincantes ne sont pas que leur ressort n'en reste valable, mais qu'elles partent de données qui étaient celles d'hommes d'autrefois” (p. 61). Ciertamente parece una concesión absolutamente injustificada, a un conocimiento puramente “existencial” o fenomenológico. Esta ligereza parece confirmar en el autor lo que poco antes afirma de otros: “ce qui manque aujourd'hui aux chrétiens est le génie poétique et métaphysique” (p. 60).

Bastante superficial es la afirmación de que “Teilhard a montré que le cosmos, que la science moderne nous fait connaître, pouvait conduire a Dieu autant et mieux que le cosmos étriqué que connaissaient les auteurs de la Genèse” (p. 61). Esto, estando claramente implícito en la verdad de fe de que a partir del conocimiento de las cosas creadas en cualquier tiempo y lugar—, los hombres pueden llegar al conocimiento de Dios, principio y fin de todas las cosas (cfr. Conc. Vaticano I, Dz. 1785),

ha sido puesto de manifiesto además —con referencia explícita a la ciencia moderna— por muchos autores cristianos y, especialmente, por el mismo Magisterio de la Iglesia (cfr. Pío XII, Discurso a los Académicos Pontificios, 22-XI-1951).

El mérito atribuido a Teilhard en este punto, es incluso paradójico ante una serena valoración científica, filosófica y teológica de su obra.

Este modo un tanto superficial de tratar ciertos aspectos, se encuentra, de ordinario, aplicado a cuestiones que ocupan un lugar marginal respecto al desarrollo principal del tema; como si se tratara de incluir de vez en cuando algún tópico de actualidad, para hacer así más aceptable a una mentalidad adversa la parte más importante de la doctrina.

Así por ejemplo, hablando de la responsabilidad de los laicos (cap. VIII), y para subrayar la importancia de que los cristianos estén presentes en los sectores vitales de la sociedad, trata con poca objetividad y casi sin ningún matiz la Iglesia del s. XIX, acusándola de inmovilismo social y cultural (cfr. p. 131).

VALORACIÓN DOCTRINAL

La obra no contiene nada opuesto a la doctrina católica; más aún, la defiende con indudable acierto en puntos doctrinales con frecuencia hoy controvertidos. Sin embargo, por las faltas de precisión y de rigor antes apuntadas, se encuentran expresiones y planteamientos que pueden inducir a confusión; son afirmaciones sobre temas secundarios dentro de la temática general tratada y que, si bien pueden entenderse correctamente en un sentido amplio, de hecho no resultan doctrinalmente claras.

Algunos de estos defectos han sido ya analizados desde el punto de vista de la valoración científica; parece innecesario advertir que las mismas presentan, bajo el aspecto doctrinal, los correspondientes reparos. El examen de unos pocos ejemplos más, puede ilustrar la observación hecha en el párrafo anterior:

En el capítulo V —“Qui sont les hommes libres?”—, profundizando en el concepto de libertad a la luz de la fe, trata de la liberación que Cristo nos ganó. En este sentido, si bien para atacar luego al marxismo, en cuanto no va más allá de una cierta liberación económica, afirma: “Marx transpose une certaine conception du Corps mystique et de la Communion des Saints... Depuis Marx, il est impossible a un intellectuel de n'être pas engagé. Autrefois un intellectuel pouvait résoudre les problèmes pour son individu. Aujourd'hui nous comprenons que nous ne pouvons pas séparer notre destin de celui de l'ensemble des hommes” (p. 85). La afirmación, tomada al pie de la letra, no podría menos que calificarse de arbitraria; cabe una interpretación amplia, indefinida; pero, esa indefinición del lenguaje, en estos terrenos, resulta peligrosa, pues por la misma razón puede afectar a la significación de otras afirmaciones que están directamente relacionadas con la doctrina —como en parte puede ocurrir con la referencia que hace a continuación, en términos poco precisos, al descendimiento de Cristo a los infiernos—. En resumen, la falta de precisión del significado de los términos y del alcance de los juicios, tiene siempre el riesgo de apuntar hacia un agnosticismo práctico en el campo teológico, cosa que precisamente ataca el autor en todo su libro.

Más adelante, continúa el lenguaje confuso, al establecer aparentemente una comparación homogénea entre el cristianismo y el marxismo, como si no hubiera algo más que destacar entre “le témoignage des chrétiens” y “le témoignage marxiste” que una diferencia de nivel —de profundidad— entre dos concepciones (cfr. p. 85); sin embargo, hablar del testimonio cristiano es hablar de un testimonio vivo, de realidades sobrenaturales y de eficacia salvífica sobrenatural, y decir que es más profundo que el testimonio marxista parece decir demasiado poco o conceder al marxismo un valor que no tiene.

Sin duda estos aspectos no escapan al autor, que por otra parte ha escrito críticas muy claras al marxismo; pero en este caso al menos, esa claridad está ausente, por más que afirme también en esas líneas: “je pense beaucoup de mal de Marx: par conséquent je ne suis pas suspect, quand j'ai l'occasion d'en dire du bien” (p. 85); afirmación que, en sí misma, no justifica nada.

Dentro de la temática antropológica del capítulo V —“Qui sont les hommes libres?”—rechaza el paralelismo analógico de las relaciones entre Dios y los hombres, con las del padre y los hijos: “rien n'est plus faux que d'assimiler le rapport homme-Dieu au rapport parent-enfant” (p. 81). Hay razones de peso más que suficientes para haber matizado siquiera una afirmación como ésta, aunque vaya dicha con la buena intención de refutar un ateísmo que se tiene como propio de la edad adulta por oposición a la religión, entendida como propia de una etapa infantil.

En el capítulo VI—“L'Eglise”—, a pesar de que el tratado general es claro y seguro, quizá por recoger algunos tópicos del momento, tiene unas expresiones confusas: “la nature de l Eglise... est d'etre église des pauvres” (p.97); “C'est le style de la mission, non la mission qui doit changer. Le dialogue remplace le prosélytisme” (p.97); etc.

En resumen, el libro, por el planteamiento principal puede contribuir a una presentación apologética acertada y oportuna de puntos de doctrina bastante debatidos en el momento actual; y en este sentido, es interesante y útil. Sin embargo, por ciertas visiones poco precisas de algunos temas desarrollados marginalmente, debe ser leído con criterio y algunas cautelas, porque la riqueza y la viveza con que se defienden aquellos, puede arrastrar a la aceptación poco rigurosa de estos planteamientos secundarios que merecen cierta reserva.

J.G.C. y M.G.R.

 

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