HÄRING, Bernhard

Medical Ethics

Fides Publishers, Notre Dame, Ind. 1973, 250 pp.

 

CONTENIDO

Häring introduce el libro con la afirmación de que la medicina y la ética médica han entrado en una época nueva, ya que la humanidad misma lo está haciendo.

El desarrollo de la ciencia y de la praxis de la medicina en los últimos veinte o treinta años puede llamarse una verdadera revolución... Como para otros campos científicos podemos afirmar que ha llegado, también para la medicina y la ética médica, una nueva época. Los numerosos descubrimientos recientes que fundamentan el despliegue de maestro conocimiento del hombre y que revelan las posibilidades de reestructuración de su misma naturaleza, pueden estudiarse sólo en el contexto de la nueva época total en que está entrando la humanidad” (p. IX).

A base de esta concepción futurista, Häring procura delinear en los primeros cuatro capítulos, las relaciones existentes entre teología y medicina, y entre teólogos y médicos.

La segunda parte del libro —capítulos cinco a ocho— trata de varias teorías, ideas y problemas en relación con la ética del médico. Para ello se apoya en “la medicina antropológica, desarrollada por hombres como Fourier, von Gebsattel y Weizsäcker” (p. XIII).

Otra fuente importante para esta segunda parte, es la logoterapia, especialmente como la expone Viktor Frankl. “Mientras el psicoanálisis considera a menudo como suficiente elevar la esfera psíquica a conciencia, la logoterapia lleva a una conciencia más plena ya que induce la atención al campo de lo espiritual, a la responsabilidad personal, al significado y al valor de la vocación humana” (p. 174).

La medicina antropológica es “consciente de la necesidad de estudiar el contexto total de la vida humana, físico, ambiental, social, psicológico” (p. 2). No limita su tarea a la noción biológica y fisiológica de salud, sino que toma en consideración a todo el hombre: su naturaleza total, su sentido y su vocación.

Una explicación puramente biológica de la enfermedad es insuficiente. Y cita, por ejemplo, a Weizsäcker: “tal como hemos podido aclarar hasta ahora, el origen y desarrollo de ciertas enfermedades infecciosas tiene mucho que ver con la situación moral de un hombre, mientras no depende prácticamente en nada de sus actividades culturales. Y de modo semejante, en otros enfermos, que padecen por ejemplo de disturbios circulatorios o de disfunciones metabólicas, es claramente evidente que el desarrollo biológico de la enfermedad está íntimamente ligado a las crisis eróticas y morales, que pueden ser incluso crónicas” (cit. en p. 159). Häring no suscribe completamente esta teoría —en la que no puede por menos de resultar chocante esa equiparación de crisis “eróticas y morales”, pero acepta “en muchos casos una relación más o menos tangible entre enfermedad y pecado, en un sentido o en otro” (p. 160).

VALORACIÓN CIENTÍFICA

Cuando en una ciencia cualquiera se prescinde o se deforman los principios que la dirigen o la orientan, es lógico que los resultados obtenidos no sean científicos.

En el caso de esta obra, Häring parece olvidar que para fundamentar una moral, o ciertos cambios en ella, no basta con remitir al hecho de que “hemos entrado en una nueva época”, o a que la medicina antropológica esté interesada en todo el hombre, o a la logoterapia.

La moral tiene unos fundamentos intangibles e inmutables, que se apoyan directamente en la voluntad de Dios. Esos fundamentos, y sus aplicaciones concretas, son señaladas por el Magisterio de la Iglesia. Si se prescinde de él, o se lo deforma, y se pretenden cambios en los dictámenes morales simplemente por el hecho de las nuevas orientaciones en la medicina, se olvida que “la doctrina de la fe que Dios ha revelado, no ha sido propuesta como un hallazgo filosófico que deba ser perfeccionado por los ingenios humanos, sino entregada a la Iglesia de Cristo como un depósito divino, para ser fielmente guardada e infaliblemente custodiada” [Conc. Vaticano I, Const. dogm. Dei Filius, Dz. 1800 (3020)]

Y tampoco podrá decirse, por consiguiente, que el resultado pueda considerarse un tratado de moral.

VALORACIÓN DOCTRINAL

El poco aprecio al Magisterio de que hemos hablado antes, se manifiesta ya desde las primeras páginas del libro, aunque pueda quedar paliado en hábiles formulaciones: “En cuestiones de moral, el papel de la infalibilidad se limita a enunciar los principios más básicos; a declarar, por ejemplo, el derecho fundamental del hombre a la vida, y a prohibir el injusto matar. En cuestiones morales que no están contenidas en la Revelación divina, sino que son resultados de la experiencia y reflexión comunes, el magisterio no puede afirmar nada —especialmente en nuestros tiempos críticos— sin dar las razones y exponer la intención pastoral de su posición” (p. 37).

El párrafo admitiría muchas interpretaciones, pero —y teniendo en cuenta los resultados a los que el autor va a llegar en su investigación— no cabe duda que de él puede concluirse la negación del papel de la Iglesia como intérprete auténtico y autorizado de la ley natural, y de sus aplicaciones concretas.

Sin embargo, el Magisterio de la Iglesia ha afirmado en repetidas ocasiones precisamente lo contrario. Ha concretado, por ejemplo, que todas las acciones de los hombres, en cuanto están de acuerdo o no con el derecho natural y divino “están sometidas al juicio y jurisdicción de la Iglesia” (San Pío X, Enc. Singulari Quadam, 24-IX-1912, AAS 4 (1912), p. 658).

La potestad de la Iglesia no se limita en modo alguno a las cosas estrictamente religiosas “sino que todo el contenido, institución, interpretación y aplicación de la ley natural, en cuanto lo reclama su condición moral, se hallan también en su potestad” (Pío XII, Aloc. Magnificate Dominum, 2-XI-1954, AAS 46 (1954), pp. 671-672). Y sigue este documento con unas palabras, que hay que tener en cuenta, especialmente en estos “tiempos críticos” de que habla Häring: “Por lo tanto, cuando se trata de los mandatos y sentencias que los legítimos Pastores (esto es, el Romano Pontífice para toda la Iglesia, y los Obispos para los fieles confiados a su solicitud) dan en las cosas de la ley natural, los fieles no pueden recurrir al axioma (que se acostumbra a escuchar con referencia a las opiniones de los particulares): `tanto vale lo mandado, cuanto valen sus razones'. Por ello, aunque alguien no pareciese convencerse por los argumentos referidos a un mandato de la Iglesia, queda, sin embargo, obligado a la obediencia”.

Resumiendo, y es importante insistir en este punto, pues el autor —como se deduce de las conclusiones a las que llega— parece no haber tenido en cuenta para nada esto en su libro: “Ningún fiel querrá negar que al Magisterio de la Iglesia competa interpretar también la ley moral natural. Es de hecho incontestable, como tantas veces han declarado Nuestros Predecesores, que Jesucristo comunicando a Pedro y a los Apóstoles su divina autoridad y enviándoles a enseñar a todas las gentes sus mandamientos, les constituía custodios e intérpretes auténticos de toda la ley moral, es decir, no sólo de la evangélica, sino también de la natural, expresión también de la voluntad de Dios, y cuyo fiel cumplimiento es igualmente necesario para la salvación” (Pablo VI, Enc. Humanae vitae, 25-VII-1968, n. 4; cfr. también Juan XXIII, Enc. Mater et Magistra, 15-V-1961, AAS 53 (1961), p. 457).

Resulta además muy equívoca esa referencia a cuestiones morales resultado de la “experiencia y reflexión comunes”. ¿Es que las enseñanzas del Magisterio son fruto de ese tipo de experiencia y reflexión? Si, como parece desprenderse del contexto y del trato que a lo largo de la obra se le dispensa, el autor piensa así no parece dejar mucho espacio para la asistencia del Espíritu Santo.

Pero sigue Häring: “Cuando una afirmación del magisterio ya no sintoniza con los nuevos conocimientos y con el contexto moderno, entonces los médicos y los teólogos tienen la común obligación de buscar, si fuera necesario, soluciones mejores, y de informar de eso al magisterio... La corte suprema es la conciencia del médico y (o) del paciente, teniendo en cuenta plenamente la doctrina del magisterio y los intentos de los teólogos y de otros moralistas, ya que de otra manera el médico no podría llegar a una decisión acabada, bien informada, de conciencia... Doctrina e información no pueden, a pesar de su importancia, sustituir jamás el juicio personal o la decisión de conciencia del médico” (p. 37).

La afirmación, de la que cabrían también numerosas interpretaciones, sería sin embargo perfectamente aceptable para un modernista, para un partidario del relativismo moral, o para los defensores de la ética de situación.

En efecto, San Pío X, al resumir los errores de los modernistas a propósito de las relaciones entre fe y ciencia, señalaba cómo para ellos era necesario armonizar la fe con la ciencia, de manera que la fe no esté en discordancia con la idea general que la ciencia presenta de este mundo. Así resulta que la ciencia es independiente de la fe, mientras que la fe, aun siendo cosa diferente de la ciencia, ha de estar subordinada a ésta” [Enc. Pascendi, 8-IX-1907, Dz. 2085 (3486)].

Y en relación con la ética de situación: “los autores que siguen este sistema afirman que la decisiva y última norma del obrar no es el orden objetivo recto, determinado por la ley natural y conocido con certeza por la misma, sino cierto juicio íntimo y luz peculiar de la mente en cada individuo, por cuyo medio viene él a conocer, en cada situación concreta, lo que ha de hacer” (Instrucción del Santo Oficio, 2-II-1956, AAS 48 (1956), pp. 144 ss, DS 3918).

No es incompatible la responsabilidad personal que a cada uno le corresponde en la realización de sus actos, con la aceptación y sumisión al Magisterio de la Iglesia, elemento fundamental a la hora de formarse rectamente la conciencia . Sin olvidar que, ante cualquier roce entre las enseñanzas del Magisterio y la propia conciencia, hay que procurar aclarar cuanto antes aquel punto, que provendrá o de una interpretación errónea de las enseñanzas de la Iglesia, o de una mala formación de esa conciencia. De otra forma, se estaría oponiendo al Magisterio de la Iglesia, la infalibilidad de la propia conciencia.

Aunque sea sólo de pasada, conviene señalar la equiparación que hace Häring de las fuentes que ha de tener en cuenta el médico para poder llegar a una decisión realmente de conciencia: “la doctrina del magisterio y los intentos de los teólogos y de otros moralistas” .

Consecuentemente con estos principios que dirigen el libro, Häring llega a conclusiones que no concuerdan con la doctrina de la Iglesia. Por ejemplo:

1. Con respecto a la esterilización dice: “La teología moral tradicional ha distinguido convenientemente entre esterilización directa e indirecta... Esta distinción, siendo sensible, es sin embargo demasiado estrecha... en vistas al hecho de que la Iglesia ha dado sanción oficial al principio de la paternidad responsable, animando a comportarse conforme a él, y se ha dado cuenta de la relevancia tremenda de las relaciones matrimoniales... si un médico competente puede determinar, plenamente de acuerdo con la paciente, que en esta situación particular es necesario excluir, ahora y para siempre, un embarazo, porque sería completamente irresponsable; y si desde un punto de vista médico, la esterilización es la mejor solución posible, no puede contrariar los principios de la ley natural.

Hay situaciones en las que una solución más fácil y más justa exigiría la esterilización del marido” (p. 90).

Entre otras cosas, Häring se atribuye aquí la prerrogativa que antes negaba al Magisterio de la Iglesia de interpretar la ley natural. Pero, además, su interpretación es expresamente contraria a las enseñanzas del Magisterio, que repetidamente ha recordado que “los individuos mismos no tienen sobre los miembros de su cuerpo otro dominio que el que se refiere a los fines naturales de aquéllos, y no pueden destruirlos o mutilarlos o de cualquier otro modo hacerlos ineptos para las funciones naturales, a no ser que no se pueda por otra vía proveer a la salud de todo el cuerpo” [ Pío XI, Enc. Casti Connubii, 31-XII-1930, Dz. 2246 (3723) ].

La esterilización —se dice en una respuesta del S.O. de 1936—, cuando se hace “para impedir la procreación, es actio intrinsece mala ex defectu iuris in agente, ya que ni el hombre privado, ni la autoridad pública, tienen un dominio directo de los miembros del cuerpo que se extienda hasta ahí” (11-VIII-1936, DS 3760). Y más adelante, en 1940, el mismo S.O., respondiendo a una pregunta sobre “si es lícita la esterilización directa, ya temporal, ya perpetua, tanto del hombre como de la mujer”, respondía: “Negativamente y que está prohibida por la ley natural” [24-II-1940, Dz. 2287 (3788) ] (cfr. también Enc. Humanae vitae, nn. 14 y 17; o la alocución de Pío XII a la Asociación Italiana de Urología (AAS 4S (1953), pp. 674-675), en la que contemplando prácticamente el mismo caso expuesto por Häring, se condena la solución que él ahora propone; etc.).

A la mutilación innecesaria de un miembro sano, debe añadirse, en este caso el hecho de que se trata de un órgano generativo, que existe no únicamente para el bien del individuo, sino también para el de toda la especie (cfr. Santo Tomás, S. Th., II-II, q. ó5, a. 1).

2. Con respecto a la inseminación artificial, tras mencionar que ha sido claramente condenada por Pío XII, añade: “examinando la discusión de la última década, podemos decir que acerca de la inseminación artificial con el semen del marido, hay varias opiniones posibles. No hay argumentos convincentes que prueben ni la inmoralidad de la eyaculación por parte del marido en vistas a su paternidad, ni la inmoralidad de introducir ese semen en el útero de la mujer” (p. 88).

No se entiende cómo puede mantenerse esa opinión, ni cómo puede hacerse compatible con las palabras de Pío XII, que tras hacer algunas precisiones sobre el tema, enseña: “por lo que a la fecundación artificial se refiere... debe ser absolutamente rechazada” [Aloc. ante el Cuarto Congreso Internacional de Médicos Católicos, 29-IX-1949, Dz. 2303 (3323) ].

Y Juan XXIII, en la encíclica Mater et Magistra, tras recordar que la vida humana debe ser transmitida por la familia, y “está encomendada a un acto personal y consciente y, como tal, sujeto a las leyes sapientísimas de Dios: leyes inviolables e inmutables que han de ser acatadas y observadas”, recuerda que “no se pueden usar medios ni seguir ciertos métodos que podrían ser lícitos en la transmisión de la vida de las plantas y de los animales” (15-V-1961, DS 3953).

Cuando para un teólogo, las declaraciones del Magisterio de la Iglesia no son “convincentes”, de teólogo en realidad no parece conservar más que el nombre.

3. Al referirse a la contracepción, afirma: “En lo que se refiere al método, el médico juzgará según los criterios de terapia, es decir, en vistas al mejor servicio posible a la salud de la persona... La visión antropológica de la medicina se dirige siempre hacia el máximo bienestar de la persona humana y, según este principio, elige los métodos” (p. 88).

En consecuencia, habría que concluir que cualquier método de contracepción puede ser permitido. Es de suponer que Häring no se habrá dado cuenta de las consecuencias que lleva consigo una afirmación como la expuesta aquí: ¿es que la nueva “visión antropológica” de la medicina se ha convertido en una fuente de moral?, o ¿es que las normas de moralidad han de ser cotejadas en adelante con el máximo bienestar de la persona humana?

Lo que resulta si cabe más asombroso todavía, es que Häring afirma —conforme a una vaga interpretación de la palabra corpus (cuerpo, organismo)— que sus interpretaciones “no contradicen en ninguna manera a la encíclicas (se refiere a la Humanae vitae). Sin embargo, esa encíclica prohibe “toda acción que en previsión del acto conyugal, o en su cumplimiento, o en el desarrollo de sus consecuencias naturales, se proponga, como fin o como medio, hacer imposible la procreación” (n. 14). Y más adelante: “La Iglesia es coherente consigo misma cuando retiene lícito el recurso a los periodos infecundos, mientras condena como siempre ilícito el uso de los medios directamente contrarios a la fecundación” (n. 16).

4. También son dignas de mención las afirmaciones de Häring, en relación con la posibilidad de provocar el aborto después de un estupro. En su opinión, “antes del periodo de veinticinco o cuarenta días, no se le puede considerar al embrión una persona humana; o, en otras palabras, es más o menos en estos días cuando el embrión se hace un ser con todos los derechos fundamentales de una persona humanas” (p. 84). Poco después, concederá más todavía: “hay un consenso creciente de que la individuación no es plena realidad antes de la implantación y quizás ni siquiera antes del desarrollo de la estructura básica del cerebro. Por tanto, en este estado de la cuestión, hay todavía más probabilidades de que no nos encontremos todavía con un ser plenamente humano” (p. 101).

Aunque según Häring, esto no es más que una opinión que tiene que ser discutida todavía más, para poder ser base de otras conclusiones, resulta penoso observar cómo se transige, y se deforman y rechazan preceptos morales, basándose en suposiciones científicas. Cuando lo que está en juego es la vida de una persona, no bastan las “probabilidades”.

Además, entre los múltiples testimonios de científicos, que no parecen estar de acuerdo con ese “consenso unánime” de que habla Häring, basta citar los siguientes:

—“Pour l'analyse déterministe la plus stricte, le début de l'être remonte très exactement à la fécondation et toute l'existence, des premiers divisions à l'extrême sénescence, n'est que l'ampliation du thème primitif” (Comunicación presentada por el Profesor Jérôme Lejeune, a la Académie des Sciences Morales et Politiques de Francia).

—“Prescindiendo de toda razón moral y teológica, solo desde el punto de vista de la biología, el huevo fecundado es una vida independiente y dotada de individualidad propia . Desde el punto de vista biológico, pues, cualquier práctica abortiva, por temprana que sea, debe ser considerada como un homicidio” (De las conclusiones contra el aborto de la Real Academia de Medicina española, cfr. Iglesia-Mundo, 22-V-1973).

—“A chaque instant de son développement, le fruit de la conception est un être vivant, essentiellement distinct de l'organisme maternel qui l'accueille et le nourrit. De la fécondation à la sénescence c'est ce même être vivant qui s'épanouit, mûrit et meurt. Ses particularités le rendent .PP unique et donc irremplaçable” (Declaración firmada por 10.031 médicos franceses que se oponen a la modificación de la ley francesa que pena el aborto provocado, Le Monde, 7-VI-1973).

Además, el aborto sería también gravemente inmoral incluso en el supuesto —improbabilísimo— de que pudiera demostrarse que, en un determinado momento del desarrollo, el embrión no es todavía una persona humana. Si la Iglesia prohibe los medios anticonceptivos, que impiden la fecundación, una vez que ésta se ha realizado con mayor razón todavía serían ilícitos los medios que busquen evitar el desarrollo del embrión.

El libro de Häring pone de manifiesto una vez más que no es buen camino para convencer a nadie respecto a un punto determinado, presentar una visión deformada de él. Cuando para evitar la supuesta “dureza” o “intransigencia” de algunas enseñanzas de la Iglesia, éstas se deforman de manera que resulten “aceptables”, el resultado será siempre desastroso. Habrá muy pocos que se dejen arrastrar por ese tipo de espejuelos, que —lógicamente— no pueden presentar un mínimo de garantías, ni siquiera desde un punto de vista científico. Y esos pocos, en realidad, habrán sido tristemente engañados.

Lo que resulta más penoso de este tipo de planteamientos, es que los resultados de tales investigaciones se presentan como posibles interpretaciones del Magisterio de la Iglesia, cuando en realidad lo contradicen. Interpretaciones que, sin probarlo en ningún momento, se suponen válidas. De esta manera, el lector poco formado queda totalmente indefenso.

K.O'R. y D.E.