HOLL, Adolf

Jesus in schlechter Gesellschaft

Deutsche Verlags-Anstalt, Stuttgart 1971.

 

CONTENIDO DE LA OBRA

“Jesús en mala compañía” quiere ser un estudio de la personalidad de Cristo, llevado a cabo según el método sociológico: analizando las relaciones de Jesucristo con la sociedad en que vivió (cfr. p. 18). El autor concluye que esta relación se caracterizó por una abierta oposición, por lo menos respecto de los más calificados representantes —tanto civiles como eclesiásticos— de aquella sociedad.

La tesis central del libro es que Jesús fue sociológicamente un marginado (Aussenseiter). Ante todo, frente a la institución eclesiástica, el templo y los ritos de la época; pero también respecto de la familia y de las estructuras sociales, pues prefirió los estratos más inferiores; despreció a los ricos, y mostró predilección por los pobres, y aún por los grupos más dudosos: “vagabundos, herejes, revolucionarios, fanáticos, discriminados, fugitivos, incluso neuróticos, histéricos, locos, asociales, prostitutas, alcoholizados, analfabetos y mal educados” (pp. 83 y 102).

Hacia este grupo de “olvidados, postergados, abandonados y enemigos de la sociedad” habría mostrado una actitud preferencial, que el Evangelio denomina misericordia, cumpliendo así aquel mandamiento universal: “amad a vuestros enemigos”. Con ellos, Cristo “se encontraba a gusto” (p. 35). De modo que les eligió como “norma de vida, y no a la élite, no a la mayoría” (pp. 116-117). De ahí también que rechazara la estructura normativa de su sociedad, y que adoptara una manera de vivir “radicalmente innovadora y revolucionaria”.

Hasta la misma muerte de Cristo fue debida —según el autor— a esa rebeldía contra los representantes de la religión y de la sociedad civil. Sin embargo, inmediatamente después, la Iglesia —ya desde la época apostólica— deformó el mensaje de Jesús, elaborando de El la imagen del obediente, predicador de “dar al Cesar lo que es del Cesar”, etc., “bautizando así al Jesús real, desobediente y rebelde” (p. 139). Se alteró por tanto profundamente la figura de Jesús, que —según Holl— trató la ley arbitrariamente, haciéndola valer a veces, pisoteándola otras muchas (p. 133, no mostrando tampoco ningún respeto por la autoridad religiosa (p. 138), y despreciando el Templo y los ritos del culto sin atenuantes (p. 70).

Tratando de dar algún fundamento a esta deforme visión del comportamiento de Cristo, Holl recurre primero a las afirmaciones que el Señor hace en su diálogo con la samaritana, recogiéndolas sin embargo parcialmente: “de ahora en adelante no se adorará a Dios ni en este monte, ni en Jerusalén..., sino en espíritu y en verdad (cfr. Ioann. IV, 22). Sea cual fuere el pensamiento de Jesús —comenta Holl—, de edificios no se trata en este pasaje, por lo cual, con una sola frase, Jesús liquida lo que para todas las religiones (...) tuvo y tiene todavía una decisiva importancia, esto es: la localización de lo sacro en templos, iglesias, lugares sagrados, bosques santos, capillas, monasterios, catedrales... Jesús deja así sin trabajo no sólo a los arquitectos de iglesias, sino también a los servidores del templo y a los sacerdotes, en cuanto su actividad se vincula a sitios determinados. Todo esto ya no debe existir en el futuro” (p. 65).

Argumenta también diciendo que “los discípulos de Jesús no se llamaron nunca sacerdotes, no tuvieron nada que ver con cultos y templos”. Y deduce: “el clero de las grandes Iglesias actuales no puede encontrar en Jesús ninguna legitimación. Por lo que hoy podemos comprobar, Cristo tenía ideas muy diferentes en la cabeza” (p. 73).

Jesús fracasó, afirma el autor. No sólo respecto a su tiempo —a causa de su muerte—, sino porque incluso sus seguidores, los cristianos y sus Iglesias, no han vivido su doctrina ni sus obras. Jesús sigue siendo todavía “el gran marginado” (p. 19, pues a los cristianos les faltó valentía para tomarse en serio su persona y sus enseñanzas, y seguirle sin compromisos; cosa que, en cambio, se ha dado fuera de las Iglesias y de las confesiones, en herejes de todos los tiempos, e incluso en la revolución francesa “como ideal de fraternidad universal, y más tarde como ideal de sociedad sin clases, con los proletarios como agentes de un risueño futuro” (p. 117).

La Iglesia, aliada desde el primer momento con los ricos y los poderosos, se organizó jerárquicamente, en abierto contraste con aquella “comunidad de amor (Liebeskommune) formada en torno a Jesús, libre de cualquier dominación” (p. 139). La Iglesia jerárquica, por su misma configuración no puede referirse a Jesús: Cristo, en este sentido, no es católico (p. 171).

La divinización del Jesús histórico, iniciada por San Juan evangelista y por San Pablo, permitió a los cristianos revestirse de una autoridad absoluta, de una dignidad suprema, a la vez que les liberó del deber de imitarle y seguirle; pues ningún hombre es capaz de medirse seriamente con un ser que es Dios, o de origen divino. De este modo, “postergado a un más allá, por medio de este oportuno recurso de la divinización, se adorará a Cristo, pero no se le imitará de verdad” (p. 51).

En nuestro tiempo, todo eso toca inexorablemente a su fin. Ahora que Jesús comienza a ser considerado sólo como hombre (p. 61), aun cuando por ello se le juzgue a menudo como perdido y frustrado, podría llegar su verdadera hora “en una nueva imagen” (in einer neuen Gestalt) (p. 62).

VALORACIÓN TÉCNICA Y METODOLÓGICA

El autor, docente de la facultad de teología de la universidad de Viena, presenta en esta obra un claro ejemplo de la deformación a que puede conducir el uso indiscriminado de técnicas pseudo-sociológicas, al servicio de prejuicios e ideologías sin fundamento. Los datos proporcionados por esas técnicas son, por su misma naturaleza, tan poco relevantes —válidos solamente en un contexto muy preciso y limitado—, que su interpretación y manejo permite cualquier manipulación. De hecho, la investigación sociológica, aplicada a diversos campos culturales o pseudoculturales, se muestra en la actualidad frecuentemente deformada por ideologías marxistas, neomarxistas, positivistas, cientifistas, freudianas y anarquistas.

Los diversos intentos de la investigación bíblica protestante, por trazar una imagen del Jesús histórico, prescindiendo de la fe, de la autoridad de la Iglesia, y aun de la inerrancia y autenticidad de la Sagrada Escritura, adolecen siempre del mismo error de origen: tomar por histórico lo que cada autor prefiere, aislando arbitrariamente para ello los datos que pueden interesarles, y remodelándolos según sus propias convicciones y puntos de vista; o proyectándose en una deformada y personal visión de Cristo.

Con ese esquema, los liberales vieron en la figura de Jesús un defensor de la libertad de conciencia. Los socialistas, un liberador de los oprimidos. Los románticos iluministas, un soñador idealista y humanitario. Los anticlericales, un enemigo de las estructuras eclesiásticas. El reciente movimiento del “Jesus People”, un sentimental pacifista y apóstol del amor sin compromiso... Holl también ofrece en su obra una visión personal y deforme de Jesús, que coincide con la imagen tipo del revolucionario, marginado, rebelde y anticonformista con la sociedad actual. Imagen que se nutre de las teorías neomarxistas, oscilantes entre E. Bloch v H. Marcuse, y que los medios de comunicación han puesto de moda en los dos últimos decenios. Al igual que algunos liberales, socialistas, iluministas o comunistas, se esfuerza por encontrar en el Evangelio las pruebas de su tesis previa. Intento que le lleva a cometer ligerezas científicas imperdonables: fuerza la interpretación de los textos, acomodándolos previamente a sus argumentaciones; omite cuanto puede contradecir sus puntos de vista, etc. Muchas de esas omisiones más graves saltan a la vista en la misma descripción del contenido de su obra.

Cabe concederle una cierta habilidad periodística para presentar las cosas. Ha contado además con una considerable propaganda editorial, que explica la difusión de esta obra. Pero la falta de fundamentación seria, la ambigüedad de sus expresiones, el tono polémico, panfletístico y, a menudo, abiertamente demagógico le sustraen cualquier valor.

VALORACIÓN DOCTRINAL

Aunque Holl asegure repetidamente que quiere ceñirse exclusivamente a los datos que la sociología le proporciona —y que interpreta completamente fuera de su marco histórico desde un punto de vista actual—, su exposición desborda de hecho frecuentemente los límites de esa disciplina, y abunda en afirmaciones de carácter teológico, casi siempre negativas e infundadas.

El libro está plagado de errores doctrinales graves. Niega, por ejemplo, el carácter expiatorio de la muerte de Cristo (p. 135), pues dice que el pecado original no existe (p. 135). Niega también credibilidad a la Sagrada Escritura, a los dogmas de la Iglesia y a la ciencia bíblica (pp. 16, 22 y 23). Habla de la fe en el más allá como de una “mentira clásica de los clérigos para consuelo de los pobres” (p. 111), etc.

Su misma tesis central es completamente errónea: la visión temporalizadora y secularizadora de la figura y de la misión de Jesucristo es falsa. Acerca de su divinidad no hace ninguna declaración expresa, aunque la insistencia con que habla de la “divinización de su persona, llevada a cabo por San Juan y San Pablo, y después por la Iglesia institucionalizada”; y su silencio acerca de la Resurrección de Cristo —de la que no se dice una sola palabra— hacen surgir serias dudas de que crea en Cristo Dios. Interrogado a este propósito por el Cardenal de Viena, de manera oficial, Holl declaró que creía en la divinidad de Jesucristo. Pero que en esta obra deseaba tomar en serio al Concilio de Calcedonia, que definió dogmáticamente que Jesús era verdadero hombre.

El Concilio definió en realidad que Jesucristo era verdadero Dios y verdadero hombre, sin mezcla de las dos naturalezas (Dz. 148). Holl trata muy brevemente de la doctrina de Calcedonia, no muy positivamente, y concluye lamentando que, desde entonces, esa doctrina se relegó al olvido, y “la persona de Cristo fue cada vez más acentuadamente persona divina” (p. 57).

Hay otros muchos errores diseminados por el libro, sin ningún apoyo demostrativo. Dice, por ejemplo, que el pasaje de la enseñanza de Jesús niño en el Templo es “una leyenda” (p. 86); que la virginidad de María es “puramente simbólica” (p. 95); que es “improbable e históricamente dudoso que Jesús haya instituido un rito sacramental en la última cena” (p. 143), etc. En resumen, no hay en esta obra casi nada aceptable y concorde con la doctrina católica: ni en lo que se refiere a Dios, y a la Santísima Trinidad, ni a la Cristología, Soteriología, Eclesiología, ni a la exégesis, a la historia, y ni siquiera a la antropología. Es un libro de lectura desagradable, de tono agresivo, y  perfectamente inútil, pues bajo muchos aspectos no hace sino repetir, con palabras modernas y planteamientos de moda, la mayor parte de las herejías del racionalismo positivista.

L.G. y J.B.T.

 

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