LATOURELLE, René

Théologie de la Révélation

Desclée de Brouwer, 2ème Edition, Bruges 1966, 567 pp.

 

CONTENIDO DE LA OBRA

En este libro, el autor —profesor de Teología Fundamental en la Universidad Gregoriana de Roma— ha recogido los artículos que ha venido publicando en diversas revistas desde 1957.

La obra, aun siendo muy extensa, no pretende ser un estudio exhaustivo, sino una aproximación a un tratado dogmático de la Revelación, por tanto no restringido al ámbito de la Apologética.

Consta de cinco partes: cuatro dedicadas a la función positiva, y la última a la reflexión racional sobre esos datos. Cada capítulo está dividido en un número proporcionado de epígrafes no muy extensos, cuya estructura interna sigue un orden lógico, que hace fácil la lectura.

El contenido de cada una de las partes del libro es el siguiente:

1. Noción bíblica de Revelación

Estudia en primer lugar la idea de Revelación contenida en el Antiguo Testamento. Utiliza para ello un buen número de trabajos de autores católicos y no católicos, de autoridad científica y doctrinal variable. No se señala expresamente qué exégetas son católicos y cuáles no lo son.

La expresión privilegiada para traducir el hecho de la Revelación es Palabra de Yahvé, y los demás elementos están al servicio de esta palabra. Esta Revelación tiene una historia en la que se suceden diversas formas de inspiración y distintos géneros (literatura histórica, sapiencial y profética). La palabra de Dios tiene un valor noético, en cuanto manifestación de Yahvé mismo y de su designio salvífico; y un valor dinámico, en cuanto realiza ya esa salvación con eficacia infalible.

Esta Revelación histórica es una iniciativa gratuita de Dios; es comunicación interpersonal con los hombres, y es distinta de aquella otra cósmica, por la que Dios se manifiesta en las obras del universo. La Revelación histórica tiene como formas principales de expresión la Ley y la Profecía. El profetismo se apoya todo él en el hecho fundamental de la Alianza y, bajo su luz, la palabra de Dios es creadora e intérprete a la vez de la historia.

El origen divino de esta palabra está garantizado porque el profeta tiene la experiencia inmediata de que Dios le ha hablado, y con frecuencia esa palabra va contra sus propios sentimientos.

Esta palabra reclama la obediencia del hombre y su confianza, pues está dirigida hacia una salvación futura.

Se pasa luego a estudiar la Revelación en el Nuevo Testamento. Los sinópticos nos presentan a Cristo que predica como profeta y que enseña como doctor; destacando la superioridad de Jesús como revelador, ya que es Hijo del Padre y, por tanto, el único que conoce los secretos de Dios. Los Hechos de los Apóstoles insisten en que éstos continúan la acción de Cristo, siendo testimonios de su vida y, sobre todo, de su Resurrección.

En sus cartas, San Pablo trata de la progresiva profundización en el misterio de Cristo, que ha sido desvelado por etapas. Aparece de modo característico una tensión entre la revelación y la revelación final o escatológica. La Epístola a los Hebreos ofrece la novedad de una comparación explícita entre la Nueva y la Antigua Alianza.

San Juan nos muestra luminosamente que la misión reveladora de Cristo tiene sus raíces en la misma vida trinitaria, puesto que el Hijo es la Palabra eterna e interior de Dios.

2. El tema de la Revelación en los Padres de la Iglesia

En este apartado, Latourelle se centra en el estudio del tema en veinte Padres, comprendidos entre la época apostólica y San Agustín.

Los Padres apostólicos se expresan en los términos de la predicación primitiva y señalan a Cristo como el único Maestro. Los apologistas, ya en contacto con la filosofía griega, tratan de la posibilidad de llegar al conocimiento de Dios con la sola razón natural. Cristo es estudiado sobre todo como Logos. El autor se detiene especialmente en San Ireneo, por su amplitud y profundidad en este tema, quien subraya la unidad entre los dos Testamentos: se trata de una Revelación única y progresiva que hace el Verbo. La Iglesia la conserva y la ofrece, asistida por el Espíritu Santo.

Especialmente interesante es el estudio de la patrística griega. Clemente de Alejandría considera la Filosofía como un don de Dios que prepara a los griegos para oir a Cristo. Orígenes señala por una parte la necesidad de una iluminación para ver, a través de la carne de Cristo, la imagen del Padre; y por otra, que la diferencia entre el viejo y el nuevo testamento es el paso de las figuras a las realidades. San Atanasio, además de la Revelación, habla de un doble conocimiento de Dios: por la creación y por vía interior (el alma purificada ve en ella misma al Verbo). Los Capadocios, después de resaltar la incomprehensibilidad de Dios, exponen cómo Dios al revelar entra en confidencia con el hombre.

En el campo de la patrística latina, se estudian tres autores: Tertuliano y San Cipriano consideran el tema bajo la categoría de transmisión o tradición, insistiendo en el hecho de que esa transmisión es, en la Iglesia, ininterrumpida desde Cristo. San Agustín no trata expresamente el tema, pero se encuentran en su obra casi todos los elementos explicitados en la patrística anterior, en términos sobre todo de San Juan.

3. La noción de Revelación en la tradición teológica

Trata el autor de hacer un estudio de las aportaciones de mayor relieve, que dibujen las líneas de fuerza de la Teología de la Revelación.

Estudia sucesivamente:

a) la tradición del siglo XIII, representada por San Buenaventura, Santo Tomás y Duns Scoto. En este periodo el interés se centra principalmente en la Revelación profética. Se estudia con detalle la aportación de Santo Tomás al tema de la Revelación;

b) la teología postridentina: los dominicos Cano y Báñez, los jesuitas Suárez y Lugo, y los carmelitas de Salamanca. En esta época, el estudio se centra en mostrar los signos indudables que garantizan el origen divino de la palabra exterior que se transmite;

c) la renovación teológica del siglo XIX: Möhler, Denzinger, Franzelin, Newman y Scheeben. El estudio se centra, en estos autores, en afirmar la existencia y posibilidad de una revelación sobrenatural, insistiendo en su carácter objetivo y doctrinal;

d) periodo contemporáneo. El estudio del siglo XX es sin duda el más delicado. Latourelle comienza por analizar la Teología de la Revelación tal como se encuentra en los manuales, haciendo ver las lagunas y deficiencias que suelen presentar. Ante esas lagunas y deficiencias surge la reacción de numerosos teólogos (Lebreton, Charlier, Chenu, De Lubac, Daniélou y otros).

Al actual estadio contribuyeron también diversas tendencias: la teología protestante, la renovación bíblica y patrística, el debate intelectual alrededor de 1940 sobre la naturaleza de la teología, el intento de hacer una Teología Kerygmatica (o Teología de la predicación) separada de la teología científica, el subsiguiente estudio —superado el intento de separación— del problema teológico de la predicación, y la especulación en torno al desarrollo del dogma.

Latourelle analiza con bastante equilibrio cada uno de estos factores, que tienen en común la insistencia en el carácter histórico e interpersonal de la Revelación. Señala también algunas deficiencias de los autores que analiza, entre las que merece destacar el descuido del tema de la analogía natural y revelada, y el peligro de acentuar mucho unos aspectos olvidando otros.

4. Noción de Revelación y Magisterio

Por estar los gérmenes de las desviaciones racionalistas de los siglos XVIII y XIX en el protestantismo primitivo, Latourelle comienza estudiando la doctrina del Concilio de Trento. Como fuente de los errores siguientes se señala la filosofía cartesiana. Y ante esos errores el Concilio Vaticano I expondrá la doctrina en la Const. Dei Filius, que el autor comenta con cierto detalle.

Después se estudia la crisis modernista, mostrando primero su ascendencia liberal (el influjo de Schleiermacher y Sabatier). Se exponen a continuación las doctrinas de Loisy y de Tyrrell, y por último se analizan los documentos modernistas.

Dentro del periodo contemporáneo, se detiene el autor en los documentos de Pío XI: Mortalium animos y Mit brennender Sorge; de Pío XII: Humani generis, Munificentissimus Deus y Ad Sinarum gentes; y de Pablo VI: Ecclesiam suam. Entresaca de ellos todo lo referente a la Revelación.

El último capítulo de esta parte ha sido añadido en la segunda edición, y es un comentario minucioso —frase por frase— a los dos primeros capítulos de la Const. Dei Verbum del Concilio Vaticano II, señalando las adiciones y novedades terminológicas respecto al Vaticano I.

5. Reflexión teológica

En esta parte, comparable a la parte sistemática de un manual, Latourelle trata de la Revelación como palabra, como testimonio y como encuentro personal, para pasar luego a relacionar la Revelación con otros aspectos y verdades de la fe.

a) Revelación y creación: muestra cómo el pueblo hebreo conoció al Dios creador a partir de la historia de la salvación; de qué modo las criaturas son manifestación de Dios, y las relaciones entre las dos clases de Revelación.

b) Revelación e historia: señala sobre todo la historia como lugar de salvación, y cómo Dios se revela con la misma historia. Este carácter histórico no implica en modo alguno un relativismo.

c) Encarnación y Revelación: trata de las relaciones entre los dos misterios, y del carácter revelador (revelante y revelado) de Cristo.

d) Revelación y luz de la fe: estudia aquí el autor las bases escriturísticas de la naturaleza v función de la revelación interior que mueve a aceptar la palabra exterior.

e) Milagro y Revelación: partiendo de los milagros como signos del origen divino de la Revelación, se estudian las múltiples significaciones de todo milagro, que pueden reducirse a tres esenciales: dispone a escuchar, tiene una función confirmativa o de testimonio, y una función figurativa o simbólica.

f) Iglesia y Revelación: la Iglesia, convocada y engendrada por la Palabra de Dios, a su vez hace presente esa Palabra a todos los hombres; sirve, custodia e interpreta la Palabra. La Iglesia es, además, signo confirmativo de esa Revelación, al constituir con sus notas un milagro moral permanente en el mundo.

g) Revelación y visión: la fe es comienzo de la visión definitiva. Estudia aquí el autor las relaciones entre Revelación natural, gracia y visión beatífica.

h) Finalidad de la Revelación: la salvación del hombre y la gloria de Dios.

VALORACIÓN CIENTÍFICA

Esta obra tiene las características y cualidades de un buen manual. Es muy ordenado, sistemático y de fácil lectura. Los diversos capítulos pueden ser leídos con independencia de los demás.

La característica del libro no es la originalidad, sino la de un trabajo cuidado y equilibrado de sistematización. Por su extensión y amplitud puede ser de utilidad al profesor de temas relacionados con la Revelación. Al final contiene un buen índice bibliográfico.

Algunos temas clásicos acerca de la posibilidad y necesidad moral de una revelación sobrenatural podrían haberse tratado con más amplitud en la parte especulativa; por ejemplo, la apertura del hombre a Dios y la analogía, a los que alude muchas veces en el libro, pero sin tratarlos a fondo.

VALORACIÓN DOCTRINAL

Este libro no presenta inconvenientes doctrinales. A lo largo de todas sus páginas puede notarse un aprecio efectivo del Magisterio; en ningún momento hay asomos de aplicación de la sola Scriptura; la postura del autor ante el modernismo y otros errores es clara y precisa.

Pueden señalarse, sin embargo, algunos puntos marginales que pueden exigir algunas reservas:

a) El hecho de citar o remitir —indiscriminadamente— a autores protestantes o católicos, suponiendo quizá que cualquier lector los conocerá a todos.

b) En el estudio bíblico, a veces el autor emplea un tono excesivamente humano. Por ejemplo, en la página 26 (refiriéndose a la literatura sapiencial) dice: “Israel asume la experiencia humana, pero la interpreta y profundiza a la luz de la fe en Yahvé, maestro de los hombres y de la vida”. Aunque, por el contexto, no queda duda de que el autor de los libros bíblicos es Dios, el repetirse de afirmaciones de ese tono algo impreciso, podría contribuir a una cierta confusión.

c) El capítulo más delicado es, sin duda, el que trata de las orientaciones actuales y de los factores de la actual renovación teológica. El análisis del autor es en general bastante equilibrado. Sin embargo, recoge algunas opiniones poco exactas y en ocasiones muy confusas, sin hacer una oportuna valoración, lo cual exige que el lector tenga la necesaria formación. Se nota una tendencia a usar el término tradicional en sentido netamente peyorativo. En ocasiones (cfr. p. 232) se acusa —sin demasiada justicia— a los planteamientos “tradicionales” de ser causa —por reacción— de los errores contrarios.

d) En algunas ocasiones, es poco preciso en afirmaciones marginales. Por ejemplo, en la página 435 dice: “por la Encarnación... es el hombre en cuanto hombre que pasa a ser expresión del misterio de Dios”. La expresión reduplicativa (el hombre en cuanto hombre) es confusa, aunque seguramente lo que quiere decirse es que todo el ser de Jesús es Revelación, y no sólo las palabras, como en el caso de los profetas.

En la página 457 se recoge la interpretación que hace P. Benoit de Matt. XVI, 17: piensa que en esa ocasión Pedro sólo dijo “Tú eres el Cristo” y que las palabras siguientes, “el Hijo de Dios vivo”, son fruto de la fe más desarrollada que los Apóstoles tenían después. Allí habría pues una confesión de la mesianidad, pero no de la divinidad de Jesús. Esta interpretación, basada en las teorías exegéticas modernas sobre la historia de la redacción de los evangelios sinópticos —teorías muy controvertidas, al menos en cuanto a su aplicabilidad concreta—, debería haber sido tratada con más cautela y confrontada con otras opiniones autorizadas.

e) por último es de señalar que en la página 504 se da una visión de la santidad sólo desde el punto de vista del estado religioso como si este fuese —de por sí— la expresión más auténtica de la santidad cristiana.

L.C.

 

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