MARX, Karl

La guerra civil en Francia

Ediciones Pueblos Unidos. Montevideo (Uruguay), 1954, 121 pp.

(t.o.: BŸrgerkrieg in Frankreich)

 

CONTENIDO DE LA OBRA

Segœn se explica en nota a pie del texto, el presente volumen contiene las traducciones del folleto inglŽs de 1871 ―cotejadas con la edici—n alemana de 1891― del Manifiesto del Consejo General de la Asociaci—n Internacional de los Trabajadores sobre la Guerra Civil de 1871 en Francia, redactado por Marx, y complementado con un par de cortas rese–as period’sticas y una carta publicada en la prensa. Incluye asimismo otros dos manifiestos del Consejo General de la Asociaci—n Internacional de los Trabajadores, redactados tambiŽn por Marx, y una Introducci—n General de Engels escrita en 1891, vigŽsimo aniversario de la Comuna de Par’s, para la edici—n de ÇLa Guerra Civil en FranciaÈ, publicada en Berl’n en ese mismo a–o.

 

INDICE DEL VOLUMEN

― Introducci—n de Engels, p. 7.

― Primer Manifiesto del Consejo General de la Asociaci—n Internacional de los Trabajadores sobre la guerra francoprusiana, p. 27.

― Segundo Manifiesto del Consejo General de la Asociaci—n Internacional de los Trabajadores sobre la guerra francoprusiana, p. 35.

― Manifiesto del Consejo General de la Asociaci—n Internacional de los Trabajadores sobre la Guerra Civil en Francia en 1871, p. 47; I, p. 47; II, p. 62; III, p. 73; IV, p. 96; ApŽndice, p. 115.

 

INTRODUCCIîN DE ENGELS

En primer lugar explica por quŽ en la edici—n alemana de 1891 (ocurre lo mismo en la presente edici—n) se incluyen los dos manifiestos, m‡s cortos, del Consejo General de, la Asociaci—n Internacional de los Trabajadores sobre la guerra franco‑prusiana, precediendo al referente a La Guerra Civil en Francia. Dice que en La Guerra Civil se hace referencia al segundo de estos manifiestos, que, a su vez, no puede ser completamente comprendido sin conocer el primero (p. 7).

Tras dos breves alusiones a la pol’tica internacional de Francia y Alemania, afirma: ÇDe aqu’ que estemos aœn m‡s obligados a poner al alcance de los obreros alemanes estos brillantes documentos, hoy medio olvidados, de la profunda visi—n de la pol’tica internacional de la clase obrera en 1870È (p. 9). (Recordamos que estos documentos fueron redactados, todos ellos, por Marx.)

El 28 de mayo de 1871 sucumb’an los œltimos luchadores de la Comuna; Çdos d’as despuŽs, el 30, Marx le’a ya al Consejo General el texto del trabajo en que se esboza la significaci—n hist—rica de la Comuna de Par’sÈ (p. 9).

En opini—n de Engels, gracias al desarrollo econ—mico y pol’tico de Francia desde 1789, la situaci—n en Par’s desde hace cincuenta a–os Çha sido tal que no pod’a estallar en esta ciudad ninguna revoluci—n que no asumiese en seguida un car‡cter proletarioÈ (p. 9). ÇAs’ sucedi— por primera vez en 1848È (p. 10). Las discordias internas de la burgues’a permitieron a Luis Bonaparte apoderarse de todos los puestos de mando, haciendo saltar la Asamblea Nacional el 2 de diciembre de 1851, comenzando as’ el Segundo Imperio, Çla explotaci—n de Francia por una cuadrilla de aventureros pol’ticos y financieros, pero tambiŽn, al mismo tiempo, un desarrollo industrial como jam‡s hubiera podido concebirse bajo el sistema mezquino y asustadizo de Luis FelipeÈ (p. 11).

Pero el Segundo Imperio era tambiŽn la reivindicaci—n de las fronteras del Primer Imperio, perdidas en 1814, o al menos las de la Primera Repœblica, y nada deslumbraba m‡s a estos franceses que las tierras alemanas de la orilla izquierda del Rin. Proclamado el Segundo Imperio, la reivindicaci—n de este territorio Çera simplemente una cuesti—n de tiempo. Y el tiempo lleg— con la guerra austro‑prusiana de 1866È. Defraudado en sus esperanzas de Çcompensaciones territorialesÈ (p. 12), Ça Napole—n no le quedaba ahora m‡s salida que la guerra, que estall— en 1870 y le empuj— primero a Sed‡n y despuŽs a WilhelmshšeÈ (p. 12). El 2 de septiembre de 1870, en Sed‡n, el ejŽrcito francŽs fue derrotado y hecho prisionero, junto con el emperador. Napole—n III fue internado en Wilhelmshše, cerca de Cassel.

Sigue una afirmaci—n de Engels en la que se muestra decididamente su determinismo hist—rico: ÇLa consecuencia inevitable fue la revoluci—n de Par’s del 4 de septiembre de 1870.È El Imperio se derrumb— y nuevamente fue proclamada la Repœblica. Pero el enemigo ―en este caso los alemanes― estaba a las puertas. Los ejŽrcitos del Imperio se encontraban sitiados en Metz, sin esperanza de salvaci—n, o prisioneros en Alemania. Los diputados parisinos del antiguo Cuerpo Legislativo se constituyeron en un Gobierno de Defensa Nacional. ÇTodos los parisinos capaces de empu–ar las armas se hab’an enrolado en la Guardia Nacional y estaban armados, con lo cual los obreros representaban dentro de ella una gran mayor’a. Pero el antagonismo entre el gobierno, formado casi exclusivamente por burgueses, y el proletariado en armas no tard— en estallarÈ (p. 13), hasta tal punto que Çel 31 de octubre de 1870 los batallones obreros tomaron por asalto el H™tel de Ville y capturaron a algunos miembros del gobiernoÈ (p. 13). Sin embargo, el 28 de enero de 1871 la ciudad de Par’s capitul— frente a los alemanes. Pero la Guardia Nacional conserv— sus armas y sus ca–ones y se limit— ―afirma Engels a sellar un armisticio con los vencedores, que s—lo ocuparon una peque–a zona de la ciudad (p. 14).

Thiers, nuevo jefe de gobierno, intent— desarmar a la Guardia Nacional. El intento no prosper—. ÇPar’s se moviliz— para la resistencia (...) y se declar— la guerra entre Par’s y el gobierno‑francŽs, instalado en VersallesÈ (p. 14). El 26 de marzo fue elegida, y el 28 proclamada, la Comuna de Par’s. El ComitŽ Central de la Guardia Nacional, que hasta entonces hab’a tenido el poder en sus manos, dimiti— en favor de la Comuna.

Engels describe a continuaci—n los primeros d’as de actuaci—n de la Comuna: ÇEl 30, la Comuna aboli— el servicio militar obligatorio y el ejŽrcito permanente y declar— œnica fuerza armada a la Guardia Nacional, en la que deb’an enrolarse todos los ciudadanos capaces de empu–ar las armasÈ (p. 15). Condon— los pagos de alquiler de viviendas. El mismo 30 fueron confirmados en sus cargos los extranjeros elegidos para la Comuna, pues Çla bandera de la Comuna es la bandera de la Repœblica mundialÈ (p. 15). El d’a 1 se acordaron los sueldos m‡ximos de los funcionarios de la Comuna. ÇAl d’a siguiente se decret— la separaci—n de la Iglesia y el Estado y la supresi—n de todas las partidas consignadas en el presupuesto del Estado para fines religiosos, declarando propiedad nacional todos los bienes de la Iglesia; como consecuencia de esto, el 8 de abril se orden— que se eliminasen de las escuelas todos los s’mbolos religiosos, im‡genes, dogmas, oraciones; en una palabra, todo lo que cae dentro de la —rbita de la conciencia individualÈ (p. 15). El d’a 5 Çse dict— un decreto ordenando la detenci—n de rehenes, pero esta disposici—n nunca se llev— a la pr‡cticaÈ (p. 15). Hay aqu’ una curiosa contradicci—n con lo expresado dos p‡ginas m‡s adelante: ÇThiers rompi— las negociaciones, abiertas a propuesta de la Comuna, para canjear al arzobispo de Par’s y a toda una serie de clŽrigos, presos en la capital como rehenes ... È, y con lo que dice Marx en el cap’tulo IV de ÇLa Guerra Civil en FranciaÈ: ÇPero Ày la ejecuci—n por la Comuna de los sesenta y cuatro rehenes, con el arzobispo de Par’s a la cabeza?È (p. 109). ...ÇLa Comuna, para proteger sus vidas, viose obligada a recurrir a la pr‡ctica prusiana de tomar rehenesÈ (p. 109).

El 16 de abril se orden— la apertura de un registro de las f‡bricas clausuradas por los patronos y la preparaci—n de planes para ser explotadas directamente por los obreros en forma cooperativa, formando con todas ellas una gran Uni—n. El 30 de abril se orden— la clausura de las casas de empe–o. El 16 de mayo fue demolida la columna de la Vend™me, Çs’mbolo de chovinismoÈ (p. 16), como hab’a sido decidido el 12 de abril.

Sin embargo, afirma Engels, en una ciudad sitiada lo m‡s que se pod’a alcanzar era un comienzo de desarrollo de todas estas medidas. ÇDesde los primeros d’as de mayo, la lucha contra los ejŽrcitos levantados por el Gobierno de Versalles, cada vez m‡s nutridos, absorbi— todas las energ’asÈ (p. 17). ÇEl 21, gracias a una traici—n y por culpa del descuido de los guardias nacionales destacados en este sector, consiguieron (los ejŽrcitos versalleses) abrirse paso hacia el interior de la ciudadÈ (p. 18).

A partir de este p‡rrafo, Engels expone algunas ideas que considera deben sacarse como experiencia de aquellos acontecimientos. ÇSi hoy, al cabo de veinte a–os, volvemos los ojos a las actividades y a la significaci—n hist—rica de la Comuna de Par’s de 1871, advertimos la necesidad de completar un poco la exposici—n que se hace en ÇLa Guerra Civil en FranciaÈ... Los miembros de la Comuna estaban divididos en una mayor’a integrada por los blanquistasÈ (p. 19) y Çuna minor’a compuesta por afiliados a la Asociaci—n Internacional de los Trabajadores, entre los que prevalec’an los adeptos de la escuela socialista de ProudhonÈ (p. 19).

A continuaci—n, Engels critica severamente a los compa–eros de los marxistas en la Comuna, proudhonianos y blanquistas. ÇCabe a los proudhonianos la principal responsabilidad por los decretos econ—micos de la ComunaÈ (p. 20); Ça los blanquistas les incumbe la responsabilidad principal por los actos y las omisiones pol’ticasÈ (p. 20). ÇY, en ambos casos, la iron’a de la historia quiso ―como acontece generalmente cuando el Poder cae en manos de doctrinarios― que tanto unos como otros hiciesen lo contrario de lo que la doctrina de su escuela respectiva prescrib’aÈ (p. 20).

ÇProudhon, el socialista de los peque–os campesinos y maestros artesanos, odiaba positivamente la asociaci—nÈ (p. 20). Sin embargo, el decreto m‡s importante de cuantos dict— la Comuna Çdispuso una organizaci—n que no se basaba s—lo en la asociaci—n del obrero dentro de cada f‡brica, sino que tambiŽn deb’a unificar a todas estas asociaciones en una gran Uni—n; en resumen, en una organizaci—n que, como Marx dice muy bien en ÇLa Guerra CivilÈ, forzosamente habr’a conducido en œltima instancia al comunismoÈ (p. 21). La idea expuesta por Engels ―los sindicatos llevan necesariamente al comunismo― es hoy totalmente indefendible. Lo que s’ se puede aceptar ―y los hechos as’ lo atestiguan― es que los sindicatos dirigidos por comunistas tienen como principal preocupaci—n servirse de ellos como fuerza pol’tica con vistas a acabar en el Poder e imponer el comunismo.

A–ade Engels poco despuŽs: ÇPor eso la Comuna fue la tumba de la escuela proudhoniana del socialismoÈ (p. 21). ÇNo fue mejor la suerte que corrieron los blanquistasÈ (p. 21). ÇEducados en la escuela de la conspiraci—n y mantenidos en cohesi—n por la r’gida disciplina que esta escuela suponeÈ (p. 21), los blanquistas part’an de la idea de que un peque–o grupo pod’a dominarlos a todos. ÇEsto llevaba consigo la m‡s r’gida y dictatorial centralizaci—n de todos los poderes en manos del nuevo Gobierno revolucionarioÈ (p. 22). Sin embargo, Çla Comuna tuvo que reconocer desde el primer momento que la clase obrera, al llegar al Poder (...), tiene, de una parte, que barrer toda la vieja m‡quina represiva utilizada hasta entonces contra ella, y, de otra parte, precaverse contra sus propios diputados y funcionarios, declar‡ndolos a todos, sin excepci—n, revocables en cualquier momentoÈ (p. 22). Cubri— todos los cargos administrativos, judiciales y de ense–anza por elecci—n, mediante sufragio universal, concediendo a los electores el derecho a revocar en todo momento a sus elegidos (p. 24).

Se trasluce aqu’ la desconfianza caracter’stica de los marxistas para todos, tambiŽn para los propios compa–eros. Comprendemos que esta mentalidad, llevada hasta sus œltimas consecuencias, significa el Estado policiaco, en el que todos vigilan a todos.

Finalmente, Engels se refiere a la eliminaci—n del Estado en la sociedad socialista. Es Žste un punto al que concede mucha relevancia. ÇSegœn la concepci—n filos—fica, el Estado es la 'realizaci—n de la idea', o sea, traducido al lenguaje filos—fico, el reino de Dios sobre la tierra, el campo en que se hacen o deben hacerse realidad la eterna verdad y la eterna justicia. De aqu’ nace una veneraci—n supersticiosa del Estado y de todo lo que con Žl se relaciona (...), y se cree haber dado un paso enormemente audaz con librarse de la fe en la monarqu’a hereditaria y entusiasmarse por la repœblica democr‡tica. En realidad, el Estado no es m‡s que una m‡quina para la opresi—n de una clase por otraÈ (pp. 24‑25).

ÇEl proletariado victorioso, lo mismo que hizo la Comuna, no podr‡ por menos que amputar inmediatamente los lados peores de este mal (dictadura del proletariado) entre tanto que una generaci—n futura, educada en condiciones sociales nuevas y libres, pueda deshacerse de todo ese trasto viejo del EstadoÈ (p. 25). En pocas frases queda expuesta la teor’a marxista: dictadura del proletariado (con todo lo violenta, sangrienta y liberticida que esta dictadura ha sido y es en los pa’ses donde se ha entronizado el marxismo) a la espera del estadio comunista en que el Estado habr‡ desaparecido. Hoy, muchos a–os despuŽs de la revoluci—n de octubre en Moscœ, comprobamos que esas generaciones futuras marxistas, lejos de abandonar ese Çtrasto viejo del EstadoÈ, lo fortalecen, lo ampl’an en sus atribuciones (siempre en perjuicio de la persona y de la libertad) y, en palabras de Engels, Çlo veneran supersticiosamenteÈ cada vez m‡s.

PRIMER MANIFIESTO del Consejo General de la Asociaci—n Internacional de los Trabajadores sobre la guerra francoprusiana.

Los obreros deben estar unidos y colaborar entre s’, por encima de las discordias y guerras nacionales (p. 27).

Esa es la idea b‡sica que Marx, m‡s que desarrollar, intenta grabar. Para ello utiliza principalmente varios textos de resoluciones obreras.

El 19 de julio de 1870 comenz— la guerra franco‑prusiana. Con anterioridad, Çlos miembros parisinos de la Internacional hab’an puesto de nuevo manos a la obraÈ (p. 29). En ÇRŽveilÈ de 12 de julio dec’a, entre otras cosas: ÇUna vez m‡s, bajo el pretexto del equilibrio europeo y del honor nacional, la paz del mundo se ve amenazada por las ambiciones pol’ticas. ÁObreros de Francia, de Alemania, de Espa–a! ÁUnamos nuestras voces en un grito un‡nime de reprobaci—n contra la guerra! ... È (pp. 29‑30).

ÇSi la clase obrera alemana permite que la guerra actual pierda su car‡cter estrictamente defensivo y degenere en una guerra contra el pueblo francŽs, el triunfo o la derrota ser‡n igualmente desastrososÈ (p. 32). ÇPero los principios de la Internacional se hallan demasiado difundidos y demasiado firmemente arraigados entre la clase obrera alemana para tener atan lamentable desenlaceÈ (p 32). (El subrayado es nuestro.)

Y a–ade Marx, para fundamentar la anterior afirmaci—n, que una asamblea celebrada en Brunswick el 16 de julio tele 1870 expres— su absoluta solidaridad con el Manifiesto de Par’s y manifest— asimismo: ÇSomos enemigos de todas las guerras, pero sobre todo de las guerras din‡sticas ...È (p. 32).

Hubo declaraciones similares en Chemnitz y Berl’n, segœn se expresa en este Manifiesto, del que se saca la conclusi—n que la clase obrera alemana evitar‡ la guerra ofensiva: tal es el poder’o de la clase obrera alemana, como parece desprenderse de este Manifiesto.

Marx hace una llamada de atenci—n con respecto a Rusia: ÇAl fondo de esta lucha suicida se alza la figura siniestra de RusiaÈ (p. 33).

ÇLa clase obrera inglesa tiende su mano fraternal a los obreros de Francia y Alemania (...), la alianza de los obreros de todos los pa’ses acabar‡ por liquidar las guerras (...), est‡ surgiendo una sociedad nueva, cuyo principio de pol’tica internacional ser‡ la paz, porque el gobernante nacional ser‡ el mismo en todos los pa’ses: el trabajo. La precursora de esta sociedad nueva es la Asociaci—n Internacional de los Trabajadores. Londres (23 de julio de 1870)È (p. 34).

No resulta f‡cil encuadrar estas afirmaciones con la lucha de clases.

SEGUNDO MANIFIESTO del Consejo General de la Asociaci—n Internacional de los Trabajadores sobre la guerra franco‑prusiana.

Comienza Marx afirmando que si no se equivocaba (en el primer Manifiesto) al predecir el fin del Segundo Imperio, Çtampoco le faltaba raz—n al temer que la guerra alemana perdiese su car‡cter estrictamente defensivo y degenerase en una guerra contra el pueblo francŽsÈ (p. 34).

A demostrar el car‡cter ofensivo de esta guerra est‡ pr‡cticamente dedicado este Manifiesto. Marx, sin embargo, no reconoce la derrota de la Asociaci—n Internacional en su intento de evitar que la guerra se convirtiese en una guerra ofensiva contra el pueblo francŽs. En el primer Manifiesto ―como hemos visto― se daba casi como un hecho el poder’o de la Çclase obrera alemanaÈ, enalteciendo el supuesto esp’ritu internacionalista de los obreros de los pa’ses en conflicto, que impedir’a una guerra contra el pueblo francŽs (cfr. p. 32). Sin embargo, nada de esto se cumple y los obreros de cada pa’s forman junto a sus connacionales en la empresa guerrera.

Veremos a continuaci—n c—mo intenta Marx justificar lo anterior, trasladando toda la acci—n a un campo tan lejano de los obreros alemanes, que resulta dif’cil compaginarlo con el papel tan relevante que les daba en el primer Manifiesto.

ÇEn su discurso de la Corona ante la Dieta de la Alemania del Norte, el rey hab’a declarado solemnemente que la guerra iba contra el emperador de Francia y no contra el pueblo francŽsÈ (p. 36). ÇÀC—mo eximirle de este compromiso solemne? Los directores de escena ten’an que presentarle como accediendo de mala gana a los mandatos irresistibles del pueblo alem‡nÈ (p. 37). ÇPero los patriotas m‡s astutos reclaman Alsacia y la parte de la Lorena que habla alem‡n, como una garant’a material contra las agresiones francesasÇ (p. 38).

Expresa Marx a continuaci—n que el sistema de Çgarant’as materialesÈ nunca sirvi— para evitar ataques de las naciones, lo que significa que, bajo esa capa, Alemania estaba aplicando una Çpol’tica de conquistasÈ (p. 40).

La clase obrera alemana ha apoyado enŽrgicamente la guerra, que no estaba en su mano impedir (clara contradicci—n con el primer Manifiesto), como una guerra por la independencia de Alemania y por librar a Francia y a Europa del foco pestilente del Segundo Imperio (p. 43).

Marx a–ade que ahora son los obreros alemanes los que piden Çgarant’asÈ, y como primera, Çel reconocimiento de la Repœblica FrancesaÈ (p. 43), pues se teme que el Gobierno alem‡n vuelva a colocar a Luis Bonaparte en las Tuller’as (p. 44).

Como ellos, Marx celebra el advenimiento de la Repœblica en Francia, pero teme al ver que los orleanistas se hacen con el ejŽrcito y la polic’a, Çdejando a los que se proclaman republicanos departamentos puramente ret—ricosÈ (p. 44).

ÇLa clase obrera de Francia tiene que hacer frente a condiciones dificil’simasÈ, dice Marx, y a–ade: ÇCualquier intento de derribar al nuevo gobierno en el trance actual, con el enemigo casi a las puertas de Par’s, ser’a una locura desesperadaÈ (p. 45).

Y, sin embargo, la locura se intent—, e incluso ―como relata Engels (Introducci—n, p. 13)― Çel 31 de octubre los batallones obreros tomaron por asalto el H—tel de Ville y capturaron a algunos miembros del gobiernoÈ. Adem‡s, con el nacimiento de la Comuna se favorecieron notablemente las exigencias de Alemania.

ÇAprobado el 9 de septiembre de 1870 por el Consejo General de la Asociaci—n Internacional de los Trabajadores.È

MANIFIESTO del Consejo General de la Asociaci—n Internacional de los Trabajadores sobre la Guerra Civil en Francia en 1871.

I. La mayor parte de este cap’tulo est‡ dedicada a relatar antecedentes de los gobernantes de la Repœblica proclamada en septiembre de 1870. El intento de Marx es demostrar que el advenimiento republicano se debe al esfuerzo de los obreros (Çel 4 de septiembre de 1870, cuando los obreros de Par’s proclamaron la RepœblicaÈ), siendo otros los que quisieron atribu’rselo (Çuna cuadrilla de abogados arribistas, con Thiers como estadista y Trochu como general, se posesionaron del H™tel de VilleÈ) (p. 47).

Son varias las p‡ginas que dedica Marx a describir, en la forma m‡s dura y violenta posible, la vida y movimientos de personas como Julio Faure, Ernesto Picard, Arturo Picard, Julio Ferry y, desde luego, los citados Thiers y Trochu, para quienes reserva los peores calificativos. En ocasiones desciende a tan bajos y anecd—ticos niveles que hace casi inœtil la lectura del cap’tulo.

II. Detalla Marx aqu’ los inicios del enfrentamiento entre el Gobierno republicano y los que posteriormente formar’an la Comuna.

El Gobierno republicano quer’a que la Guardia Nacional entregara las armas de artiller’a de que dispon’a y que hab’a utilizado contra los alemanes. La Guardia Nacional hab’a confiado su direcci—n a un ComitŽ Central, que se neg— a entregarlas bas‡ndose en que Çestos ca–ones hab’an sido adquiridos por suscripci—n abierta entre la Guardia NacionalÈ (p. 63).

ÇLa confiscaci—n de sus ca–ones estaba destinada, evidentemente, a ser el preludio del desarme general de Par’s y, por tanto, del desarme de la revoluci—n del 4 de septiembreÈ (p. 63). Con respecto a estas palabras de Marx repetimos lo dicho m‡s arriba al comentar el cap’tulo I: Marx intenta siempre demostrar que el Gobierno legal (el que proclam— la Repœblica) fue el de los obreros de Par’s, y que la Asamblea Nacional reunida en Burdeos s—lo era una representaci—n de los contrarrevolucionarios. Esto, sin embargo, no parece quedar muy claro, incluso en el mismo escrito de Marx, con textos como Žste: ÇLa Asamblea Nacional, con sus plenos poderes para fijar las condiciones de la paz con Prusia ... È (p. 64). M‡s adelante, Marx acusa a Thiers de haber iniciado la guerra civil (p. 65).

Posteriormente se dedica a demostrar que la revoluci—n proletaria estuvo exenta de los actos de violencia en que tanto abundan las revoluciones (p. 65). No obstante, de la lectura se deduce. que hubo bastante violencia, que Marx trata de explicar debidamente.

DespuŽs da cuenta de las muertes de los generales Lecomte y ClŽment Thomas, como justificadas por sus actuaciones frente a la clase obrera, y por fin intenta desautorizar, con su descripci—n de los hechos, Çla supuesta matanza de ciudadanos inermes en la plaza Vend—meÈ (p. 68).

Dedica a continuaci—n dos p‡ginas a lo que, con referencia a lo œltimamente tratado, denomina Çel reverso de la medallaÈ (p. 68). Thiers y Gallifet son los m‡s duramente atacados.

III. Este tercer cap’tulo est‡ dedicado a la actuaci—n de la Comuna de Par’s, nacida el 18 de marzo de 1871 (p. 73).

Marx hace su an‡lisis despuŽs de describir con algunas pinceladas los reg’menes franceses de gobierno de los œltimos siglos (pp. 74‑76). RefiriŽndose al Segundo Imperio, dice: ÇEl Imperio, con el golpe de Estado por fe de bautismo, el sufragio universal por sanci—n y la espada por cetro, declaraba apoyarse entre los campesinosÈ (...) ÇBajo su Žgida, la sociedad burguesa, libre de preocupaciones pol’ticas, alcanz— un desarrollo que ni ella misma esperaba. Su industria y su comercio cobraron proporciones gigantescas (...) la miseria de las masas se destacaba sobre la ostentaci—n ... È (pp. 76‑77).

A–ade Marx que la ant’tesis directa del Imperio era la Comuna, ya que no pretend’an acabar solamente con Çla forma mon‡rquica de la dominaci—n de clase, sino con la propia dominaci—n de claseÈ (p. 77).

La Comuna estaba formada por consejeros municipales elegidos por sufragio universal, responsables y revocables en todo momento. Igual condici—n de funcionarios electivos, responsables y revocables, ten’an los magistrados y los jueces y todos los restantes funcionarios pœblicos (p. 79).

Una vez suprimido el ejŽrcito permanente (que se sustituy— por las Çmilicias popularesÈ) y la polic’a, Çque eran los elementos de la fuerza f’sica del antiguo gobierno, la Comuna estaba impaciente por destruir la fuerza espiritual de represi—n, el 'poder de los curas', decretando la separaci—n de la Iglesia del Estado y la expropiaci—n de todas las iglesias como corporaciones poseedoras. Los curas fueron devueltos al retiro de la vida privada ... È (p. 79).

Igual que en Par’s deb’a hacerse en las provincias, siguiendo a la Comuna modelo (p. 79). Las comunas rurales de cada distrito administrar’an sus asuntos colectivos por medio de una asamblea de delegados y estas asambleas enviar’an diputados a la Asamblea Nacional, siendo todos revocables (pp. 79‑80).

Marx afirma seguidamente que la Comuna hab’a sido confundida con reg’menes anteriores ―como las comunas medievales―, o hab’a sido juzgada superficialmente, al decirse que era un gobierno barato por suprimir el ejŽrcito permanente y, la burocracia del Estado (p. 82). Anotemos de paso esta gran paradoja e iron’a de la historia: que alguien pudiera pensar en aquellos momentos que el comunismo no tendr’a ejŽrcito permanente ni burocracia. Precisamente, la negaci—n de esto son dos de las caracter’sticas m‡s llamativas de los pa’ses comunistas, y Žsa es justamente la causa de lo onerosos (entre otros males peores) que resultan al pueblo esos gobiernos: el numeros’simo ejŽrcito permanente y la omnipresente burocracia estatal.

Y para evitar equ’vocos, Marx a–ade: ÇHe aqu’ su verdadero secreto: la Comuna era, esencialmente, un gobierno de la clase obrera, fruto de la lucha de la clase productora contra la clase apropiadoraÈ (p. 83). Como sabemos, esta imposici—n de la Çclase obreraÈ se realiza mediante la Çdictadura del proletariadoÈ, es decir, un rŽgimen de fŽrreo militarismo penetrado de la ideolog’a que ÇadministraÈ el partido comunista, utilizando como elemento de control social una burocracia que a todo llega y todo lo domina.

En opini—n de Marx, esa era la forma pol’tica para llevar a cabo la Çemancipaci—n econ—mica del trabajoÈ, pues Žsta es la base sobre la Çque descansa la existencia de clases y, por consiguiente, la dominaci—n de clasesÈ (p. 83). Eliminando la propiedad todos ser‡n trabajadores (pp. 83‑84). Teniendo conciencia Marx de que toca un punto b‡sico, a–ade: Ç ÁPero eso es el comunismo! È (p. 84).

A continuaci—n hace un ataque contra las cooperativas, que, de no conducir al comunismo, s—lo ser‡n Çuna impostura y un enga–oÈ (p. 84). Por ser Žste un tratado descriptivo de lo que se hizo o quiso hacer en Par’s durante el periodo de la Comuna, y no un tratado te—rico sobre el comunismo, Marx no se explaya sobre este concepto ―b‡sico en su teor’a― de la abolici—n de la propiedad privada de los medios de producci—n, si bien ―como hemos visto: Ç ÁPero eso es el comunismo! È― lo valora en toda la importancia fundamental que tiene para su sistema.

Incluye ahora Marx algunas pocas frases resaltando el determinismo de su sistema: ÇEsa forma superior de vida hacia la que tiende irresistiblemente la sociedad actual por su propio desarrollo econ—micoÈ (...), Çplenamente consciente de su misi—n hist—rica (la clase obrera)È (p. 85).

Las p‡ginas siguientes son utilizadas por Marx para demostrar, primero a la clase media y a los campesinos despuŽs, que los gobiernos cl‡sicos siempre se han servido de ellos, mientras que la Comuna de Par’s les habr’a servido. Dice, refiriŽndose al campesino: ÇLe habr’a librado de la tiran’a del guarda jurado, del gendarme y del prefecto; la. ilustraci—n por el maestro de escuela hubiera ocupado el lugar del embrutecimiento por el cura ... È (p. 87). Alude despuŽs Marx al esp’ritu internacional de la Comuna y toca tambiŽn el tema de los falsos revolucionarios. ÇSupervivientes de revoluciones pasadasÈ, Çsimples charlatanesÈ' etc., Çconstituyen un mal inevitable; con el tiempo se les quita de en medio; pero a la Comuna no le fue dado disponer de tiempoÈ (pp. 92‑93).

A continuaci—n Marx hace un relato contraponiendo el nuevo Par’s, el Par’s sin asaltos, trabajador, pensador, etc., al Çmundo viejo de VersallesÈ (y al Par’s no revolucionario), donde se da todo lo malo: ÇPar’s, toda verdad, y Versalles, todo mentiraÈ (p. 94). Lo rotundo de la frase da idea de lo irreal de la pretensi—n.

IV. Se detalla en este cap’tulo el fin de la Comuna de Par’s.

Marx narra con una cierta riqueza de detalles los distintos movimientos pol’ticos de Thiers, como jefe del gobierno de Versalles, y de los ÇruralesÈ (por terratenientes), con las provincias, con los alemanes (Bismarck) y con Par’s. Trata Marx de demostrar que Thiers tuvo expresiones referidas a Par’s que hablaban de pacificaci—n y reconciliaci—n, hasta que vio el momento de asestar el golpe decisivo a la Comuna. TambiŽn afirma que la ayuda de Bismarck fue muy importante, sobre todo con la devoluci—n de los prisioneros bonapartistas, que en seguida eran enviados contra Par’s (p. 102).

El 10 de mayo de 1871 fue firmado el Tratado de Paz entre los gobiernos de Bismarck y Thiers, y el 18 del mismo mes fue ratificado por la Asamblea de Versalles. El 21 de mayo Çla traici—n abri— las puertas de la ciudadÈ (p. 103).

Marx relata la actuaci—n de las tropas vencedoras de la forma m‡s despiadada. En su opini—n, s—lo se podr’a establecer un paralelismo con las violencias de los tiempos de Sila y los triunviratos romanos (p. 104).

Y una vez m‡s, no obstante describir las cosas teniendo m‡s en cuenta sus intenciones que la realidad de los hechos, lleva este esp’ritu a sus œltimas consecuencias, con la bœsqueda morbosa de los sentimientos de los lectores, al citar dos cr—nicas period’sticas en las que se hace un marcado contrapunto entre la guerra, con sus vidas segadas por ametralladoras, etc., con la vida de placer y superficialidad, de sensualidad, que se da en algunos bulevares no implicados en la batalla. Naturalmente, Marx aclara que esta poblaci—n Çes, exclusivamente, la poblaci—n del Par’s del se–or ThiersÈ (p. 105).

Siguen algunas p‡ginas dedicadas a aclarar las ÇcalumniasÈ contra la Comuna, Çque encuentran eco en todo el orbeÈ (p. 106). Empieza con la acusaci—n de ÇincendiariosÈ con que les acus— el gobierno de Versalles. Marx reconoce que Çen el momento del heroico holocausto de s’ mismo, el Par’s obrero envolvi— en llamas edificios y monumentosÈ (p. 106), pero lo justifica porque los obreros ya no abrigaban esperanza de Çretornar en triunfos a los muros intactos de sus casasÈ (p. 106), porque Çla Comuna se sirvi— del fuego pura y exclusivamente como de un medio de defensaÈ (p. 107) y porque Çsi los actos de los obreros de Par’s fueron de vandalismo, era el vandalismo de la defensa desesperadaÈ, y a–ade Marx un nuevo agravio totalmente gratuito a los cristianos, al proseguir: ÇNo un vandalismo de triunfo, como aquel de que los cristianos dieron prueba al destruir los tesoros art’sticos, realmente inestimables, de la antigŸedad paganaÈ (p. 108).

Trata despuŽs el tema de la ejecuci—n de los sesenta y cuatro rehenes, con el arzobispo de Par’s a la cabeza, al que ya nos hemos referido al exponer el contenido de la Introducci—n de Engels.

Ante lo que considera calumnias contra la Comuna, Marx concluye con un p‡rrafo que nos ambienta en el estilo con que Marx escribi— toda esta obra, y especialmente este cap’tulo: ÇTodo este coro de calumnias, que el partido del orden, en sus org’as de sangre, no deja nunca de alzar contra sus v’ctimas, s—lo demuestra que el burguŽs de nuestros d’as se considera el leg’timo heredero del antiguo se–or feudal...È (p. 110).

Se refiere despuŽs al Çhecho sin precedentesÈ de que los gobiernos de Prusia y Francia confraternicen en su lucha contra el proletariado, lo que Çno representa, como cree Bismarck, el aplastamiento definitivo de la nueva sociedad que avanza, sino el desmoronamiento completo de la sociedad burguesaÈ (p. 112).

Todos los gobiernos prescinden de la guerra nacional tan pronto como estalla la guerra civil. ÇLa dominaci—n de clase ya no se puede disfrazar bajo el uniforme nacional; todos los gobiernos nacionales ya son uno solo contra el proletariadoÈ (p. 112). Sin duda era Žste un momento psicol—gico apropiado para fomentar la unidad internacional del proletariado; sin embargo, la historia demostr— la mayor unidad que existe entre personas de distintos estamentos en una misma naci—n, en relaci—n con los de la misma clase de pa’ses diversos.

A continuaci—n Marx ataca a los gobiernos de Europa porque presentan a la Asociaci—n Internacional de los Trabajadores Çcomo la fuente principal de todos estos desastresÈ (p. 112). Para contrarrestarlo, trae a colaci—n el testimonio de Çun escritor francŽs honradoÈ (al que no cita) y que dice: ÇLos miembros del ComitŽ Central de la Guardia Nacional, as’ como la mayor parte de los miembros de la comuna, son las cabezas m‡s activas, inteligentes y enŽrgicas de la Asociaci—n Internacional de los Trabajadores. ..È (p. 113).

Como puede observarse, de esta forma Marx atribuye todo lo que hizo y fue la Comuna de Par’s a la obra de la Internacional a travŽs de sus miembros parisinos.

Les dice a los miembros de la Asociaci—n que es imposible el exterminio de la misma, a pesar de los esfuerzos que puedan realizarse: ÇPara hacerlo, los gobiernos tendr’an que exterminar el despotismo del capital sobre el trabajoÈ (p. 113).

Finalmente, una imprecaci—n para los que lucharon contra la Comuna: ÇLa historia los ha clavado ya en una picota eterna, de la que no lograr‡n redimirlos todas las preces de su clerigallaÈ (p. 114). Una vez m‡s aprovecha para atacar a la religi—n. Es Žsta una constante en Marx.

Est‡ fechado en Londres el 30 de mayo de 1871.

 

APƒNDICE

Son seis p‡ginas divididas en dos cap’tulos. En el primero (se citan dos notas period’sticas de los corresponsales en Par’s de sendos diarios ingleses (Daily News del 8 de junio de 1871 y Evening Standard de la misma fecha). En la primera se describe un fusilamiento y en la segunda una escena d de personas presuntamente enterradas todav’a con vida.

En el segundo cap’tulo se transcribe, primeramente, una carta escrita el 12 de junio de 1871, aparecida en el Times de Londres el d’a siguiente, de John Hales, Secretario General de la Asociaci—n Internacional de los Trabajadores. En esta carta se hace alusi—n a la circular de Julio Faure Ça todos los gobiernos de Europa pidiendo la persecuci—n a muerte de la Asociaci—n Internacional de los TrabajadoresÈ (p. 117), y a–ade lo que ser‡ la pretensi—n principal de su carta: ÇUnas pocas observaciones bastar‡n para dar a conocer el car‡cter de este documentoÈ (p. 117).

Dice que la Internacional fue fundada el 28 de septiembre de 1864 en Saint Mart’n's Hall, Long Acre, en Londres, y no, como dec’a Faure, en 1862. El resto de la carta es pr‡cticamente un ataque a la persona de Julio Faure, pretendiendo as’ desautorizarlo en sus afirmaciones.

El ApŽndice termina con unas l’neas en las que Marx se refiere al art’culo publicado en el Spectator londinense el 24 de junio, que, en su opini—n, recae en el mismo error que Faure de citar un documento de la ÇAlianzaÈ (se refiere a L'Alliance de la DŽmocratie Socialiste, de Ginebra) como si fuera de la Internacional. Y finaliza con una frase que demuestra su obsesi—n contra todo lo religioso: ÇYa dec’a Federico el Grande que de todos los jesuitas, los peores son los protestantesÈ (p. 120).

Aprobado (el Manifiesto y su ApŽndice) por el Consejo General de la Asociaci—n Internacional de los Trabajadores el 30 de mayo de 1871.

 

VALORACION TECNICA Y METODOLOGICA

Se trata de una obra fundamentalmente descriptiva, lo que hace que Marx le imprima un estilo poco propicio a la especulaci—n te—rica. Son Manifiestos que Marx escrib’a para la Internacional, con el fin de explicar a los asociados y simpatizantes el desarrollo de la Comuna de Par’s, darles elementos para la discusi—n y habituarles a la polŽmica escrita y hablada. Sin duda, no faltan afirmaciones doctrinales, pero rara vez llevan consigo una argumentaci—n cient’fica que permita el apoyo de unas ideas en otras. Por otra parte, el hecho de que la Comuna cayera el 28 de mayo y que Marx tuviera escrita la obra el 30 del mismo mes, es decir, dos d’as despuŽs, es indicativo tambiŽn de que no es un trabajo especialmente elaborado y de que la pasi—n del momento jug— un papel importante en su estilo.

Se observa, adem‡s, que el estilo del Manifiesto ―exposici—n de hechos, pretendiendo aleccionar al respecto― le lleva a Marx, durante muchos pasajes, a escribir de una forma cuasi‑period’stica, con detalles, anŽcdotas aparentemente sin importancia, pero dirigidas a crear en los lectores un ÇclimaÈ que les haga ponerse incondicionalmente de su parte. En este sentido, no tiene reparos en brindar cuadros de ’nfima calidad desde cualquier punto de vista que se mire.

Quiz‡ el cap’tulo III del Manifiesto sobre la Guerra Civil en Francia sea el m‡s doctrinal, si bien Engels, en su Introducci—n, expone pr‡cticamente los mismos temas con mayor precisi—n y claridad.

Parece como si Engels hubiera querido con su Introducci—n dar categor’a literaria y doctrinal a lo que s—lo era una colecci—n de manifiestos de estilo panfletario.

 

VALORACION DE FONDO

Aspectos hist—ricos. ―En este sentido se comprueba el interŽs por demostrar que la teor’a marxista se basa en los hechos y quŽ de ah’ fluye. As’, a menudo se observa que los hechos se exponen de una forma dirigida a sostener, en ese campo concreto, la validez del materialismo hist—rico. En alguna ocasi—n se rebaten afirmaciones contrarias, pero lo comœn ―en el conjunto de la obra― es resaltar la faceta de los hechos que favorece la propia teor’a, dejando de lado todo lo que pudiera contradecirla. En todo momento se tiene la sensaci—n de estar ante una visi—n apasionada, partidista, no objetiva. Sin duda, al escribir La Guerra Civil en Francia, Marx hac’a t‡ctica pol’tica, no historia, y Žsa era, con seguridad, su pretensi—n.

Aspectos doctrinales.― Puede decirse que, en cierto modo, esta obra es de contenido doctrinal, en el sentido de que tiene como hilo conductor una doctrina de la que no se aparta, estando alentado todo el trabajo por un interŽs esencial de adoctrinar. En la mayor’a de las p‡ginas se nota el interŽs por conseguir adhesi—n antes que comprensi—n. Son otras las obras de Marx y Engels (y con posterioridad de Lenin, Mao, etcŽtera), en las que se exponen los elementos doctrinales del marxismo: lucha de clases, el fin del Estado, la eliminaci—n de la propiedad privada, la alienaci—n religiosa, etc.

Por otra parte, en la Introducci—n General a estas recensiones (especialmente pp. 10 a 28) se encuentran los elementos cr’ticos a las afirmaciones doctrinales hechas por Marx y Engels en La Guerra Civil en Francia.

La carga particular, en cierto modo caracter’stica de esta obra, es que en lugar de exponer teor’a marxista, se intenta mostrarla como posible en la realidad (ÇÀQuŽ ser‡ entonces, caballeros, m‡s que comunismo, comunismo realizable?È, p. 84). Marx y Engels pretend’an que el pœblico se convenciera de la viabilidad del comunismo, de la dictadura del proletariado. Hoy, tantos a–os despuŽs, con varios pa’ses socialistas, nadie puede dudar de su viabilidad, pero s’ de su validez. Los actuales pa’ses comunistas, con su clara lecci—n de marxismo, con su liberticida y sin fin (pr‡cticamente, aunque no en la teor’a) dictadura del proletariado, se presentan de un modo m‡s luminoso a los ojos del lector imparcial. Ya no hay necesidad de estudiar, de observar lo que ocurri— en la Comuna para conocer la faz de la dictadura del proletariado: el estudio, con una conclusi—n tremendamente desfavorable para el comunismo, puede hacerse en cualquiera de los pa’ses dominados por este rŽgimen. (Puede verse un mayor desarrollo de este tema y de la doctrina de la Iglesia en ese sentido en la recensi—n de ÇEl Estado y la Revoluci—n de LeninÈ (pp. 50‑59).

Queremos por fin hacer una alusi—n a la continua repulsa que se muestra en toda la obra hacia la religi—n. Se busca con sa–a la oportunidad de criticarla, siempre en forma gratuita, y se hace una relaci—n ―Engels la repite en su Introducci—n― de las medidas antirreligiosas que fueron tomadas por la Comuna, que dan idea de la importancia esencial que el marxismo da a la lucha contra la religi—n. No queremos insistir m‡s en algo que queda ya suficientemente claro, por ejemplo, en la exposici—n de la Introducci—n General a estas recensiones (pp. 11 s.) y en la recensi—n de la Contribuci—n a la cr’tica de la filosof’a del derecho de Hegel, de Karl Marx (pp. 14s.), pero no podemos dejar de llamar la atenci—n sobre el hecho de que cuando se presenta la oportunidad (caso de la Comuna), las primeras medidas pr‡cticas son contra la religi—n, contra Dios y la Iglesia.

J.P.B.