OPARIN, A. I.

EL ORIGEN DE LA VIDA

(Original ruso: Proissojdenie Jien, Editorial Nauka, Moscú, 1938). Versión castellana de Domingo Orozco, M., a partir de la primera edición rusa de 1938. Editorial Grijalbo, México, 1968.

 

CONTENIDO DE LA OBRA

El Índice es el siguiente:

                                   Pp.

1.    La lucha del materialismo contra el idealismo y

       la religión en torno al origen de la vida                          7

2.    Teorías de la continuidad de la vida                            27

3.    Origen primitivo de las sustancias orgánicas más

       simples: los hidrocarburos y sus derivados                  45

4.    Origen de las proteínas primitivas                               67

5.    Origen de las primitivas formaciones coloidales           85

6.    Organización del protoplasma vivo                              99

7.    Origen de los organismos primitivos                          117

       Conclusión                                                               145

1.         La lucha del materialismo contra el idealismo y la religión en torno al origen de la vida.

«¿Qué es la vida, cuál es su origen? ¿Cómo han surgido los seres vivos que nos rodean?» (p. 9). Así inicia Oparin el relato de su investigación. Su planteamiento no sólo abarca el campo de la Ciencia, de la investigación positiva, sino que trasciende a un planteamiento filosófico: «En las distintas épocas y en los diferentes grados del desarrollo cultural, al problema del origen de la vida se le daban soluciones diversas, pero siempre se ha entablado en torno a él una encarnizada lucha ideológica entre los dos campos filosóficos irreconciliables: el materialismo y el idealismo» (p. 9).

            En este artículo, Oparin revela la posición filosófica con la que orienta su trabajo. Su obra no tiene una finalidad propiamente científica, sino fundamentalmente apologética: defender el materialismo dialéctico como «la única filosofía acertada y científica» (p. 22), y éste será el modo de abordar todo el problema del origen de la vida.

            Por ello, la misma definición de la vida como «una forma especial del movimiento de la materia» (p. 23), le lleva a oponerse, por principio, a cualquier otra consideración acerca de la naturaleza de la vida, que no sea materialista. Se excluye así el diálogo científico, por una postura radicalmente fija desde el inicio, al juzgar a las demás equivocadas a priori.

            Su misma concepción de la vida le lleva a señalar el método de investigación: si la materia se mueve constantemente, nunca está en reposo, «se desarrolla», sube nuevos peldaños adquiriendo formas de movimiento más complejas, y más perfectas, «nuevas cualidades», el camino que Oparin ha de seguir entonces para solucionar el problema del origen de la vida no puede ser otro que «el estudio del desarrollo histórico de la materia» (p. 23), y por ello hay que recurrir al estudio de esas transformaciones, «a la historia de la formación y del desarrollo de nuestro planeta» (p. 23).

            Oparin se opone al mendelismo-morganismo por principio (p. 22). Al mismo tiempo vemos que es esta postura la que define su camino científico.

            En este artículo Oparin enumera algunas posiciones filosóficas opuestas al materialismo: «el curso de la historia hizo que en los siglos siguientes se desarrollase y llegase a predominar una concepción enemiga del materialismo, la concepción idealista de Platón» (p. 14), en torno al origen de la vida. Con ese mismo fin reproduce la teoría de Aristóteles acerca de los principios del ser (materia y forma), criticándola sin realmente entenderla, y haciendo más bien un planteamiento equívoco al referido a la materia que carece de vida (cfr. ibid.).

            Su posición materialista y atea, y cómo lo enuncia el título de este artículo, lleva a Oparin a atacar la doctrina católica, sin comprender la esencia y naturaleza de aquello que no respeta.

            Las falsas ideas que expone en este punto son fruto de su profundo desconocimiento de este tema espiritual. Sin embargo, expondremos esto al final de esta recensión, cuando se haga la valoración crítica de fondo.

            Para fundamentar su postura cita a Engels (pp. 20 y 24), Lenin (p. 24) y Stalin (p. 24) como postuladores del camino evolucionista, así como a sus compatriotas Timiriazev y Komarov (p. 25), quienes también señalan como una convicción este paso de lo inanimado a lo animado por el simple condicionamiento del desarrollo histórico.

            Se queja de que, ante el problema del origen de la vida, muchos naturalistas siguen manteniendo «el viejo método metafísico de abordar este problema» (p. 20), a pesar del ejemplo materialista dado por Darwin.

2.         Teorías de la continuidad de la vida.

            Oparin inicia este artículo reconociendo el valor de las experiencias de Pasteur para demostrar la imposibilidad, en las condiciones actuales, de la autogeneración de la vida (p. 32). Lord Kelvin lo interpretó de modo absoluto, comparando la fijeza de este razonamiento al de la inmutabilidad de la ley de gravitación universal (ibid.).

            Oparin, en cambio, piensa que nada se opone a la posibilidad de la generación de la vida en otra época o en otras circunstancias.

            Para algunos autores, si la vida no se puede generar a partir de la materia inanimada, la vida debería ser eterna. Por ello, en la p. 33 se dispone a recoger dos teorías fundamentales basadas en la concepción de la continuidad de la vida: la teoría de Preyer de la eternidad de la vida, y la teoría del cosmozoa o de la panspermia.

            Preyer rechaza que la vida pueda provenir de lo que no vive. Oparin, en cambio, piensa en la masa líquida e ígnea de la tierra en su estado original como un único y vigoroso organismo; el proceso de solidificación, de enfriamiento, determinó la diferenciación entre lo inanimado —lo sólido—, y lo animado —los gases y líquidos— que adquirieron gradualmente el aspecto de protoplasma, constituyendo lo que hoy se considera vivo (pp. 34-35).

            Los partidarios de la teoría del cosmozoa «afirman que la vida ha existido eternamente, que jamás se ha creado, ni ha surgido de la materia muerta. Pero de ser así, ¿cuándo se originó la vida sobre la tierra?» (p. 36). Se emitió la idea de que los gérmenes de la vida llegaron a la Tierra desde los espacios interestelares e interplanetarios.

            Oparin se detiene a considerar las teorías de Richter, H. von Helmholtz y Arrhenius, que coinciden en el fondo, con diferentes matices. Richter supone que a causa de «los enérgicos movimientos de los cuerpos cósmicos se desprenderían pequeños fragmentos de partículas sólidas, los cuales serían capaces de trasladar a otros lugares desde dichos cuerpos cósmicos, esporos vivos de microorganismos» (p. 36). Estas partículas accidentalmente podrían llegar a otros cuerpos cósmicos con condiciones favorables de vida y se desarrollarían. Igualmente, Hehnholtz, aunque no está plenamente convencido de su razonamiento, piensa que el vehículo para que los gérmenes vivos llegaran a la Tierra han sido los meteoritos (p. 38).

            Arrhenius resucitó esta teoría a principios del s. XX, pero basándose en que las corrientes de aire ascendentes «pueden transportar diminutas partículas a alturas superiores a cien kilómetros alrededor de la superficie de la tierra. En las capas superiores de la atmósfera, y debido a numerosas causas, se producen siempre descargas eléctricas capaces de lanzar las partículas fuera de la atmósfera terrestre, hacia los espacios interplanetarios, donde son impulsados cada vez más lejos por una fuerza unilateral de los rayos solares» (p. 40). El movimiento de estas partículas puede producirse alejándose o acercándose al Sol. En este caso «los gérmenes vivos llevados al espacio interestelar pueden coincidir con partículas de polvo cósmico de volumen relativamente grande. Cuando un esporo se adhiere a una partícula de diámetro superior a 0,0015 mm., su movimiento se invierte y entonces se dirige hacia el Sol, debido a que el impulso de la luz ya no es capaz de vencer la gravitación de las partículas pesadas hacia el Sol» (p. 40). Así es como Arrhenius piensa que la Tierra se cubrió con esporos de microorganismos que llegaron a nuestro sistema solar desde otros mundos estelares.

            Oparin no acepta esta teoría, basado en que los resultados de la investigación actual la contradicen; y por sistema, para él la vida tiene principio, no es eterna (cfr. p. 41).

            Oparin recoge las conclusiones del astrónomo inglés Jeans: por una parte la probabilidad de que una estrella se transforme en un sol rodeado de planetas se halla en la proporción de uno a cien mil; según esto, dicho autor concluye que la existencia de la vida debe estar circunscrita a una insignificante parte del universo (cfr. p. 42).

            Efectivamente, la enorme duración de los viajes de estos organismos vivos hace difícil pensar que puedan darse esos traslados. Si esos organismos no mueren por las reacciones fotoquímicas provocadas por los rayos ultravioletas, podrían morir por la acción de las radiaciones cósmicas que no sólo producen alteraciones químicas, sino que dan lugar también a cambios intratómicos.

            Por eso, Oparin aduce como conclusión final: «Debemos, pues, abandonar la idea de que los gérmenes vivos sean transportados hacia la Tierra desde los espacios cósmicos, y buscar las fuentes de la vida en los límites de nuestro planeta» (p. 44).

3.         Origen primitivo de las sustancias orgánicas más simples: los hidrocarburos y sus derivados.

            En este artículo Oparin examina «la primera etapa, la más prolongada tal vez, de la evolución de la materia. Esta etapa marca el paso de los átomos dispersos de las ardientes atmósferas estelares a las sustancias orgánicas más simples, disueltas en la primitiva capa acuosa de la Tierra» (p. 66).

            Sin las sustancias orgánicas la vida es inconcebible. «Por eso, la etapa inicial del origen de la vida debió ser la formación de esas sustancias, la producción del material básico que más tarde habría de servir para la formación de todos los seres vivos» (p. 47).

            Treinta años antes —es decir, en 1908—, Oparin abordaba por primera vez el problema del origen de la vida. Entonces el origen primitivo de las sustancias orgánicas le pareció «un problema sumamente enigmático y hasta inaccesible al entendimiento y al estudio» (p. 48).

            La dificultad máxima que hallaba era la idea general en la ciencia de ese tiempo de «que las sustancias orgánicas no pueden originarse en la Tierra, en condiciones naturales, más que a través de un proceso biogenético; es decir, solamente con el concurso de los organismos» (p. 49).

            Oparin investiga si es posible la formación de sustancias orgánicas por una vía abiogenética, fuera de nuestro planeta. Se sirve para ello, de la exacta descripción del espectroscopio acerca de la composición química de las atmósferas estelares. Podríamos resumir así los datos que aporta:

a)        En las estrellas más calientes (tipo O y B, temperaturas en la superficie entre 20.000-28.800° y 15.000-20.000°, respectivamente) se ha hallado carbono, pero en forma atómica (pp. 49-50).

b)        Conforme la temperatura de las estrellas es más baja, el espectroscopio señala unas franjas que denotan la presencia de hidrocarburos en esa atmósfera. En las estrellas blancas tipo A (temperatura en la superficie, 12.000°) estas franjas son tenues. La máxima nitidez se adquiere en las estrellas rojas (temperatura en la superficie, 4.000º).

c)         El Sol pertenece a las estrellas amarillas tipo G (temperatura en la superficie, 5.800-6.300°). Los análisis espectroscópicos han demostrado que parte del carbono se encuentra combinado con el hidrógeno (CH = metino) y con el nitrógeno (CN = cianógeno).

De ahí Oparin concluyó: «En la atmósfera de las estrellas más calientes, el carbono se encuentra en la forma de átomos libres y dispersos. En el Sol, ya lo vemos, en parte, formando combinaciones químicas, constituyendo moléculas de hidrocarburos, de cianógeno y de dicarbono» (p. 54).

Oparin se fija también en la atmósfera de Júpiter, que está constituida en gran parte por amoníaco y metano, y aunque supone que hay también hidrocarburos, éstos se encuentran -por las bajas temperaturas- en estado líquido o sólido.

Para Oparin tiene importancia excepcional el estudio de los meteoritos que caen en la tierra, ya que su composición química es parecida al núcleo de la Tierra. En ellos se ha descubierto la presencia de carburos (cogenita) e hidrocarburos (cfr. p. 55). Concluye Oparin que en estos cuerpos se han formado estas sustancias por vía abiogenética; es decir, sin ninguna relación a la vida.

De aquí se remonta en el tiempo para pensar que lo que actualmente sucede en dichos cuerpos es lo que sucedió en los orígenes de la Tierra. La Geología señala parecida composición química del núcleo de la tierra y de los meteoritos de hierro, y que aparecen carburos en ambos. También en la superficie de la tierra abundan rocas de hierro natural con abundancia de cogenita, «como el hierro de Ovifaq», que en un tiempo pasado se confundieron con meteoritos.

La explicación actual, añade Oparin, es que proceden de alguna erupción en la tierra, y que en contacto con el agua o el vapor de agua de la atmósfera primitiva los carburos de hierro y de otros metales dieron lugar a los hidrocarburos (cfr. p. 59).

Este sería el camino que Oparin determina para la aparición de las sustancias orgánicas en la época primitiva. Después, estos hidrocarburos se oxidarían en contacto con el agua y darían lugar a diversos alcoholes, aldehídos, cetonas y ácidos (cfr. p. 61). Serían sustancias compuestas de carbono, hidrógeno y oxígeno. A ellas se uniría el nitrógeno y se formaron las sales amónicas, las amidas, las aminas, etc. (cfr. p. 64).

Resume Oparin estas ideas: «Por consiguiente, en el mismo momento en que se formó en la superficie terrestre la hidrosfera, en las aguas del océano primitivo debieron constituirse las diferentes sustancias que se originaron del carbono y a las que con todo fundamento podemos dar el nombre de sustancias orgánicas primitivas, a pesar de que su aparición es muy anterior a la de los primeros seres vivientes» (p. 64).

4.                  Origen de las proteínas primitivas.

En este artículo, Oparin señala el avance de la química de siglo XIX y XX, al permitir obtener por vía química, a partir de los hidrocarburos y sus derivados más simples como material básico, innumerable variedad de sustancias que son típicas de los organismos (p. 69).

Las experiencias de laboratorio siguen caminos diferentes que el ser vivo, pero «las transformaciones químicas experimentadas por las sustancias orgánicas en la célula viva tienen por base tres tipos de reacciones de carácter fundamental» (condensación, polimerización y oxidación, y sus reacciones inversas) (p. 71). Así todos los procesos químicos que se efectúan en el organismo vivo pueden «en última instancia reducirse a estas reacciones sencillas o a una suma de ellas» (p. 71).

«Todo consiste, únicamente, en el orden en que se suceden las reacciones de distinto tipo» (p. 72).

Y concluye este razonamiento señalando el origen de la diversidad de las sustancias: «Vemos, pues, que la complejidad y la diversidad de las sustancias que se forman en los organismos vivos dependen únicamente de la complejidad y la diversidad con que se combinan las reacciones simples de los tipos que hemos expuesto más arriba» (p. 72).

Una característica común de todas estas reacciones es «que se producen con la participación inmediata de los elementos del agua. Estos se combinan con los átomos de carbono de la molécula de la sustancia orgánica, o bien se desprenden, se separan de ella. Esta reacción entre los elementos del agua y los cuerpos orgánicos forma la base de todo el proceso vital. Gracias a ella tienen lugar las numerosas transformaciones de las sustancias orgánicas que se producen hoy día en condiciones naturales, dentro de los organismos» (p. 72).

Enumera después dos ejemplos, aunque -añade- se podrían citar centenares de ejemplos semejantes, «para dar una idea de esa capacidad tan manifiesta de las sustancias orgánicas más sencillas de transformarse en cuerpos más complejos y de elevado peso molecular, cuando se guardan simplemente sus soluciones acuosas» (p. 73).

a)   A. Butlerov, en 1861, demostró que si se disuelve formalina en agua de cal y se guarda esta solución en un lugar templado, al cabo de cierto tiempo se observa que la solución adquiere sabor dulce (se comprobó posteriormente que seis moléculas de formalina, en esas condiciones, se combinan entre ellas para formar una molécula de azúcar).

b)   O. Baj conservó durante mucho tiempo una mezcla de soluciones acuosas de formalina y de cianuro potásico y observó que de esta mezcla se podía separar una sustancia nitrogenada de gran peso molecular y que daba algunas reacciones distintas de las proteínas.

Después de estas experiencias, Oparin realiza un salto brusco a la consideración de las condiciones en las aguas del océano primitivo, pensando que no eran muy distintas a las que se pueden reproducir en los laboratorios: «Por eso podemos suponer que en cualquier lugar de aquel océano, en cualquier laguna o charco en proceso de desecación, debieron formarse las mismas sustancias orgánicas complejas que se produjeron en el matraz de Butlerov y en la vasija de Baj...». Y añade a continuación: «Claro está que en esa solución de sustancias orgánicas muy simples, como eran las aguas del océano primitivo, las reacciones no se producían en determinada sucesión, no seguían ningún orden. Más bien tenían un carácter desordenado y caótico. Las sustancias químicas podían sufrir a la vez diversas transformaciones químicas, seguir diversos caminos químicos, dando origen a múltiples y diversos productos. Pero desde el primer momento se pone de manifiesto determinada tendencia general a la síntesis de sustancias cada vez más complejas y de peso molecular más y más elevado. De aquí que en las aguas tibias del océano primitivo de la Tierra surgieran sustancias orgánicas de elevado peso molecular, semejantes a las que ahora hallamos en los animales y en los vegetales» (p. 74).

A continuación, Oparin presta especial atención a la formación de las sustancias proteicas en esas condiciones, porque se ha demostrado que participan directa y activamente en el recambio de sustancias y en otros fenómenos de la vida: «Por consiguiente, el origen de las proteínas constituye un importante eslabón del proceso evolutivo seguido por la materia, de este proceso que ha dado origen a los seres vivos» (p. 75).

En las páginas siguientes, hace un breve resumen de los adelantos logrados últimamente por la química de las proteínas, destacando el conocimiento profundo que se tiene de los aminoácidos como «ladrillos», dice, que integran la molécula de cualquier proteína.

Podríamos resumir las ideas que expone en los siguientes apartados:

a)   En la molécula proteínica los aminoácidos se unen entre sí por enlaces químicos especiales formando una larga cadena.

b)   Puede variar su número de algunos centenares a varios miles según las distintas proteínas.

c)   Las propiedades químicas y físicas de cualquiera de las proteínas conocidas dependen cardinalmente de los aminoácidos de que están compuestas.

d)   Estas propiedades no sólo dependen del número y de la diversidad de los aminoácidos que componen su molécula, sino también del orden en que estos aminoácidos están ensartados uno tras otro en la cadena proteínica.

e)   Se conocen en la actualidad cerca de treinta aminoácidos distintos que entran en la composición de las proteínas naturales.

f)    Existe una variedad infinita de proteína. En cada ser vivo, en cada uno de sus órganos hay centenares, miles de proteínas diferentes, y cada especie animal o vegetal posee sus proteínas propias, exclusivas de su especie.

g)   Esta extraordinaria variedad de proteínas dificulta obtenerlas por vía artificial.

h)   Se pueden obtener artificialmente estos aminoácidos, se pueden formar largas cadenas de aminoácidos, pero no basta para reproducir las proteínas naturales.

i)     Se ha logrado determinar el orden de colocación de los aminoácidos en algunas sustancias proteínicas simples.

j)    Nadie duda ya de la posibilidad de obtener proteínas por vía artificial: es cuestión de tiempo.

Podríamos enumerar más conclusiones de la ciencia de su tiempo. Sin embargo, el interés de Oparin no es poder sintetizar las proteínas ahora, sino si anteriormente fue posible que se sintetizaran las sustancias proteínicas por vía natural. La dificultad para unir varios de estos aminoácidos, para formar sustancias proteinoides estriba en una gran barrera energética. Sin embargo, dice, se ha logrado (Breslev, en Leningrado) reducir el consumo con una presión exterior de varios miles de atmósferas. A partir de aminoácidos pudo sintetizar polipéptidos, con el concurso de grandes presiones.

Y concluye Oparin toda esta exposición de datos de la experiencia actual, con la extensión de esta síntesis de sustancias proteinoides a una época remota de la Tierra en que en su capa acuosa pudieron formarse.

«Naturalmente, estas proteínas primitivas no podían ser exactamente iguales a ninguna de las proteínas que existen en la actualidad, pero se asemejaban a las proteínas que conocemos. En sus moléculas, los aminoácidos estaban unidos por los mismos enlaces que en las proteínas actuales. La única diferencia consistía en que la disposición de los aminoácidos en las cadenas proteínicas era distinta, menos ordenada» (p. 82). Estas proteínas tenían unas posibilidades químicas enormes; al igual que «el átomo de carbono de la atmósfera estelar no era aún una sustancia orgánica, pero su extraordinaria aptitud para combinarse con el hidrógeno, el oxígeno y el nitrógeno llevaba implícita la posibilidad, en determinadas condiciones de existencia, de dar origen a la formación de sustancias orgánicas» (p. 83), las proteínas primitivas habrían de conducir forzosamente, en determinadas condiciones del desarrollo de la materia, a la formación de los seres vivos.

Aunque estas sustancias proteinoides se hubieran formado en el océano primitivo de la Tierra, aún eran piezas sueltas: faltaba aún la estructura, la organización que distingue a todos los seres vivos.

Por eso es necesario terminar este artículo recalcando una idea que anteriormente fijara Oparin: «Sin embargo, debemos tener presente que las moléculas de aminoácidos que forman la cadena proteínica no están unidas entre sí de cualquier modo, al azar, sino en un orden riguroso, propio y exclusivo de la proteína» (p. 78).

5.         Origen de las primitivas formaciones coloidales.

En este artículo seguiremos el pensamiento de Oparin, en gran parte, con sus mismas palabras.

El estudio de las diversas soluciones de las sustancias orgánicas «muestran que en ellas las distintas partículas están distribuidas de un modo más o menos regular por todo el volumen del disolvente, hallándose en constante y desordenado movimiento» (p. 88).

«Ahora bien, nosotros no podemos concebir un organismo que no tenga una estructura precisa y esté íntegramente disuelto en el medio ambiente (...). Por eso, en el camino que va de las sustancias orgánicas a los seres vivos debieron aparecer unas formas individuales, unos sistemas espacialmente delimitados con respecto al medio ambiente y con una determinada disposición de las partículas de la materia» (p. 88).

«Las partículas de los cuerpos de elevado peso molecular dan soluciones coloidales, que se distinguen por su relativa inestabilidad. Bajo la influencia de diversos factores, estas partículas tienen la tendencia a combinarse entre sí y a formar verdaderos enjambres, a los que se da el nombre de agregados o complejos» (p. 89).

«Si mezclamos distintas proteínas resulta que en estos casos se produce, como si dijéramos, un amontonamiento de moléculas en determinados lugares de la mezcla. Por eso, a las gotas así formadas se les dio el nombre de coacervados (del latín acervus, montón)» (p. 90).

«Al someter a un análisis químico a los coacervados y el líquido que les rodea se puede observar que toda la sustancia coloidal (...), se ha concentrado en los coacervados y que en el medio ambiente circundante casi no quedan moléculas de esta sustancia (...). A ellos se debe la propiedad tan característica de los coacervados de que sus gotas, a pesar de ser líquidas y estar empapadas en agua, nunca se mezclan con la solución acuosa que les rodea» (p. 90).

«Según han demostrado trabajos realizados en estos últimos años, el protoplasma se encuentra, efectivamente, en estado coacervático» (p. 93).

«Una particularidad interesante de los coacervados es que, a pesar de su consistencia líquida, tienen cierta estructura» ( ibid.).

Sin embargo, Oparin es consciente de que esta estructura es muy débil, pues a veces pequeñas variaciones en las fuerzas hidrófilas o electrostáticas pueden modificar la disposición de sus partículas o que se desintegre el coacervado. A veces también la estructura se complica y se hace más estable (cfr. ibid.).

Algunas de las propiedades de los coacervados proceden de esa forma rudimentaria de organización de la materia ciertamente aún muy primitiva y sumamente inestable; una de esas propiedades es la de absorber distintas sustancias que se encuentran en la solución, que en algunos casos pueden dar lugar a reacciones químicas con las sustancias del propio coacervado, y que por ello pueda aumentar de volumen o incluso cambiar sensiblemente su composición química (p. 94).

Oparin lleva estas ideas a los cuerpos proteinoides de elevado peso molecular que se formaron en la primitiva capa acuosa de la Tierra, que por su proximidad y abundancia inexorablemente debieron dar lugar a coacervados. De este modo «esa separación de los coacervados pudo crear la unidad dialéctica entre el organismo y el medio, factor decisivo en el progreso del origen y desarrollo de la vida en la Tierra» (p. 96).

Estos coacervados aún no son seres vivos, pues en ellos «no había esa ‘armonía’ estructural, esa adaptación de la organización interna al desempeño de determinadas funciones vitales en condiciones concretas de existencia tan características del protoplasma de todos los seres vivos sin excepción» (p. 97).

Reconoce finalmente Oparin que, en la organización del ser vivo, no bastan las leyes físico-químicas: «esta adaptación a las condiciones del medio ambiente no podía ser el resultado de simples leyes físicas o químicas. Tampoco bastan para explicarla las leyes de la química coloidal. Por eso, al originarse los seres vivos primitivos, debieron aparecer, en el proceso evolutivo de la materia, nuevas leyes, que tenían ya un carácter biológico» (p. 97).

6.         Organización del protoplasma vivo.

En ese artículo, Oparin se opone a la concepción mecanicista de la organización del protoplasma, y propone que el protoplasma sea considerado «un coacervado complejo, integrado por gran número de sustancias orgánicas de elevado peso molecular, entre las que figuran, en primer término las proteínas y los lipoides» (pp. 101-102). Describe la estructura del protoplasma del modo ya conocido. Sin embargo, la importancia de esta descripción es su naturaleza coacervática; llama la atención que el protoplasma se pueda formar como por agregación de sustancias, sin unidad previa anterior.

La principal manifestación del proceso vital «es el recambio de sustancias; es decir, la interacción química de las distintas partes que integran el protoplasma. Por eso, el elemento más esencial de la organización del protoplasma no es la disposición de sus partes en el espacio (como ocurre en la máquina), sino un determinado orden de los procesos químicos en el tiempo, su combinación armónica tendiente a conservar el sistema vital en su conjunto» (p. 103).

Por ello, «para la organización del protoplasma tiene una importancia esencial la existencia de una determinada y sutil estructura interna. Pero, a pesar de todo, lo decisivo en este caso es la organización en el tiempo, cierta armonía de los procesos que se operan en el protoplasma» (p. 104).

Según esto, «todo ser vivo es también un sistema dinámico» (p. 105), y «estas reacciones no se producen al azar, caóticamente, sino en sucesión rigurosa, en determinado orden armónico» (p. 106). A continuación Oparin señala la diferencia entre los procesos de la fermentación alcohólica y la fermentación láctica del azúcar, para concluir: «este orden forma la base de todos los fenómenos vitales conocidos» (p. 106).

La misma conclusión se obtiene en el estudio de la síntesis de las diversas sustancias en el protoplasma: «para que se forme un cuerpo químico complejo, característico de un determinado ser vivo, se requiere que muchas decenas, centenares e incluso miles de reacciones se sucedan en un orden «regular», rigurosamente establecido, base de la existencia del protoplasma» (pp. 107-108). Del mismo modo en la síntesis de las proteínas a partir de los aminoácidos «intervienen muchas reacciones, que se producen en ordenada sucesión. Únicamente gracias a la rigurosa armonía, a la ordenada sucesión de estas reacciones, en el protoplasma vivo se da ese ritmo estructural, esa regularidad en la sucesión de los aminoácidos, que observamos en las proteínas actuales» (p. 109).

Por tanto, hay un orden en la organización del protoplasma. Oparin piensa que este orden «no es algo externo, independiente de la materia viva» (p. 109). Y en cambio piensa que «la velocidad, la dirección y la concatenación de las distintas reacciones -todo eso que constituye el orden que estamos examinando-, dependen por entero de las relaciones físicas y químicas que se establecen en el protoplasma vivo» (p. 109).

Esta enorme velocidad en los procesos realizados en el protoplasma es debido a la presencia de unos catalizadores biológicos, los fermentos, que además «son también un mecanismo químico interno, gracias al cual esos procesos son llevados por un cauce bien concreto» (p. 112), debido precisamente a su extraordinaria especificidad que les permite formar uniones complejas sólo con determinadas sustancias y que catalicen sólo determinadas reacciones; «cada una de las proteínas-fermentos puede catalizar con carácter específico una sola reacción y únicamente el conjunto de las acciones de todas ellas, combinadas de un modo bien preciso, permite ese orden regular de los fenómenos que constituyen la base del metabolismo» (p. 112). Esta regulación es también rigurosamente cuantitativa en la acción catalítica de las proteínas.

Todo esto lleva a Oparin a afirmar que «ese orden, tan característico de la organización del protoplasma, tiene por base las propiedades químicas de las sustancias que integran la materia viva. La gran diversidad de sustancias existentes y su excepcional capacidad de dar origen a reacciones químicas, encierran la posibilidad de infinitas modificaciones y transformaciones químicas» (p. 115).

Las conclusiones últimas de este artículo son sumamente expresivas. El orden específico de los seres vivos, y de las diversas reacciones químicas propias del metabolismo obliga a Oparin a hablar de un fin en todas ellas, que sería el elemento diferencial entre los seres vivos y lo inorgánico: «El orden citado sigue una determinada dirección, tiende a un determinado fin, y esta circunstancia, propia de la vida, tiene gran importancia, pues establece una diferencia de principio entre los organismos vivos y todos los sistemas del mundo inorgánico» (p. 115).

«Todos los eslabones de esta organización pueden ser estudiados y comprendidos por nosotros con el concurso de las leyes físicas y químicas. De este modo podemos saber por qué se origina en el protoplasma tal o cual sustancia o estructura y cómo esta sustancia o esta estructura influye sobre la velocidad y la sucesión de las reacciones químicas, sobre la correlación entre la síntesis y la desintegración... » (p. 116).

La penúltima conclusión de este artículo es -a pesar de sus pretensiones- una renuncia a dar explicación científica a todo el planteamiento del problema de la vida, una solución postulatoria desde el punto de vista filosófico desde el cual ha enfocado en realidad todo el trabajo: «Pero el conocimiento de las leyes citadas y el estudio del protoplasma en su aspecto actual no nos permitirán jamás, por sí solos, responder a la pregunta de por qué todo este orden vital es como es, por qué es tan «armónico», por qué está tan en consonancia con las condiciones del medio ambiente. Para responder a estas preguntas es preciso estudiar la materia en su desarrollo histórico» (p. 116).

Por tanto es necesario postular, como Oparin lo hace, una solución al origen de la vida: «la unidad dialéctica organismo-medio, que sólo pudo surgir sobre la base de la formación de sistemas individuales de orden plurimolecular, fue lo que determinó la aparición de la vida y todo su desarrollo ulterior en nuestro planeta» (p. 116).

Hemos recogido con prolijidad las citas de Oparin en este artículo, pues nos parece que es un paso fundamental en el proceso de explicación del origen de la vida lo que queda sin respuesta.

7.         Origen de los organismos primitivos.

            En este artículo expone Oparin todas las propiedades de los coacervados primitivos, que no siendo seres vivos llevaban «latente la posibilidad de dar origen, en determinadas condiciones del desarrollo, a la formación de los sistemas vivos primarios» (p. 119).

Indica que «tal situación es propia también de todas las etapas anteriores de la evolución de la materia» (p. 119). Por eso, «en las asombrosas propiedades de los átomos de carbono de los cuerpos cósmicos se hallaba latente la posibilidad de formar hidrocarburos y sus derivados más simples» (p. 119). Y del mismo modo «las propiedades de las proteínas encerraba ya la posibilidad de originar coacervados complejos» (p. 119). Y también en esta individualización de las gotas respecto del medio exterior hallábase implícita la garantía de su ulterior desarrollo (cfr. p. 119). Todas estas afirmaciones son coherentes con su pensamiento; sin embargo, no expresa su fundamento.

«Dos coacervados surgidos en la misma solución acuosa (y al mismo tiempo) se diferencian en cierto grado por su composición y su estructura interna, lo que ya señala una velocidad y dirección de las distintas reacciones químicas» (p. 120).

Hay, pues, una relación entre la estructura individual u organización de esa gota y las transformaciones que se operan en ella. Estas reacciones químicas, al principio realizadas de modo más o menos desordenado, dieron lugar a que en algunos coacervados creciera la estabilidad («reacción útil») y en otros se aumentara la inestabilidad («reacción perjudicial»), con su consiguiente desaparición. De esta manera los coacervados adquieren individualidad, pues su destino lo determinan ahora las relaciones entre las condiciones del medio ambiente y la propia estructura específica de la gota, del coacervado.

Oparin inmediatamente analiza «cuál pudo haber sido el destino de cualquiera de ellos» (p. 121). Los coacervados toman del medio algunas sustancias con lo cual crecen, y se producen en ellos procesos de síntesis y desintegración de sustancias, con diferente velocidad según las condiciones del medio exterior y la organización físico-química interna del coacervado. Solamente subsistieron los coacervados que tenían cierta estabilidad dinámica. Así hubo gotas «desafortunadas» que desaparecieron; y gotas más «afortunadas», más organizadas. Estas gotas «no sólo debieron conservarse, sino también aumentar de volumen y de peso; es decir, debieron crecer (...); cada una de esas gotas, al aumentar de tamaño, por la influencia de causas puramente mecánicas hubieron de dividirse en distintas partes, en varios trozos» (p. 123). Aparecen así gotas «hijas». De este modo crece la sustancia organizada, a la vez que crecían las gotas coacerváticas en la superficie de la tierra, se modificaba constantemente la calidad de su propia organización, «y estas modificaciones realizábanse en determinado sentido, precisamente en el sentido que daba origen a un orden de los procesos químicos que había de asegurar la autoconservación y la autorrenovación constante de todo el sistema en su conjunto» (p. 124).

Del mismo modo que aumentaba su estabilidad había de incrementarse el dinamismo de estos sistemas hacia un aumento de velocidad de las reacciones: «sólo podían seguir creciendo y desarrollándose las formas en cuya organización se habían producido cambios esenciales que aceleraban muy considerablemente la velocidad de las reacciones químicas y establecían a la vez en ellas cierta coordinación, cierto orden» (p. 124).

Al considerar la actividad catalítica de los fermentos toma como ejemplo la diferente actividad del hierro inorgánico y el hierro incorporado en la catalasa, que es tan enorme que Oparin llega a exclamar: «¡Pese a todo el perfeccionamiento de nuestra técnica industrial, todavía no hemos conseguido el grado de ‘racionalización’ alcanzado por la naturaleza!» (p. 125).

La extraordinaria potencia del fermento que sólo se consigue cuando estas partes se combinan entre sí de un modo preciso, y que es debida a una relación específica entre su estructura química y la función fisiológica, sólo pudo originarse, afirma Oparin, por el perfeccionamiento de esos sistemas y «la adaptación de su estructura a la función que desempeñan en las condiciones de existencia dadas» (p. 126). El aceleramiento de las distintas reacciones únicamente pudo lograrse merced a la acción de catalizadores inorgánicos (sales de calcio, de hierro, de cobre, etc.); y sólo quedaban aquellas combinaciones que «cumplían sus funciones con la máxima rapidez y del modo más racional» (p. 126). Los catalizadores inorgánicos fueron sustituidos gradualmente por los fermentos más complejos al complicarse las formas coloidales, dotados de una gigantesca actividad y de un efecto sumamente específico por el cual sólo ejercían su acción sobre determinadas reacciones. Y los sistemas coloidales que permanecieron lograron su estabilidad cuando en los procesos de síntesis «se estableció cierta repetición regular, cierto ritmo» (p. 126).

No interesaban esas combinaciones que se producían accidentalmente, sino la repetición constante de una determinada combinación, la aparición de cierta concordancia en las reacciones, que aseguraba la síntesis regular de esa combinación en el curso de la proliferación de la sustancia organizada: «Así fue como surgió ese fenómeno al que hoy denominamos capacidad de regeneración del protoplasma» (p. 128).

Así la estructura inestable y fugaz de los coacervados primitivos debió reemplazarse «por una organización especial dinámicamente estable que les asegurase el predominio de las reacciones fermentativas de síntesis sobre las de desintegración» (p. 128).

Culmina Oparin este desarrollo, antes de explicar la evolución de los seres primitivos, con una afirmación nada evidente: «en fin de cuentas, ese proceso condujo a la aparición de una forma cualitativamente nueva de la existencia de la materia. Así fue como se produjo ese «salto» dialéctico que significó la aparición de los seres vivos más simples en la superficie de la Tierra» (p. 129).

La relación que hace de la evolución de los seres primitivos en las distintas edades de la tierra, no tiene un valor especial, pues no demuestra sino que describe, expone las mismas ideas que se encuentran en tantos manuales, pero sin ningún nexo causal: el paso evolutivo se considera algo dado, sin explicar tampoco cómo se ha dado.

Conclusión

El mismo autor realiza en esta conclusión de su trabajo un resumen abreviado de las ideas que expone como fases sucesivas del proceso evolutivo.

Ya en sus líneas generales, y en algún momento con más detenimiento, han sido expuestas en la exposición, de cada uno de los artículos. Aquí recogeremos algunas de esas ideas más importantes de modo esquemático.

1.   La tierra se forma de la masa gaseosa que se separa del Sol. Nada se dice acerca del origen del Sol: implícitamente se postula la existencia eterna y no-creada de la materia. Presencia del carbono y de otros elementos en la atmósfera solar, que pasan a la tierra.

2.   Enfriamiento de la tierra que permite la formación de carburos.

3.   Primitiva atmósfera reductora (sin oxígeno y sin nitrógeno), llena de vapor de agua supercalentado, que en contacto con los carburos, por oxidación con el oxígeno del agua, da lugar a la formación de los hidrocarburos y sus derivados (alcoholes, aldehídos, cetonas, ácidos orgánicos, etc.) y sucesiva reacción con el amoníaco de la superficie de la tierra, y se producen las aminas, amidas, etc.

4.   Enfriamiento aún mayor que permite la condensación del vapor acuosa y aparición de una envoltura de agua caliente alrededor de la tierra, ya con sustancias orgánicas, que por su «aptitud» para reaccionar químicamente producirían sustancias complejas como las proteínas y las que constituyen actualmente a los animales y vegetales.

5.   Estas sustancias están dispersas en lagos y mares en estado coloidal.

6.   Al mezclarse soluciones coloidales de diversas sustancias se originan los coacervados: se separan del medio por alguna membrana más o menos marcada.

7.   Aparición de alguna estructura elemental en los coacervados por la «disposición de sus partes».

8.   Los coacervados adquieren, pues, individualidad y su destino depende de su estructura y de las condiciones del medio.

9.   Se produce el crecimiento de los coacervados por la absorción de sustancias del medio.

10.                       En este crecimiento hay un proceso de selección natural: unos coacervados progresan en estabilidad y estructura; otros desaparecen. Se dividen los coacervados y se multiplica así la materia organizada y cada vez más compleja.

11.                       La rapidez para absorber sustancias del medio determina el progreso del sistema coloidal.

Es, en rasgos generales, el resumen de los pasos que señala Oparin en esta evolución, que realmente él mismo concluye de una forma muy brusca: «Se produciría así un proceso particular de selección en virtud del cual se originarían sistemas coloidales con una organización fisicoquímica muy desarrollada, o sea, los organismos primarios más sencillos» (p. 152).

Extraña que el autor, después del breve resumen que hace, escriba: «Este breve resumen pretende demostrar la evolución gradual de las sustancias orgánicas y la manera por la que, partiendo de las propiedades primarias y más simples de la materia, se van adquiriendo paso a paso nuevas propiedades sujetas a leyes de orden superior» (p. 152); lo que no parece demostrativo, sino simplemente una aserción categórica.

 

VALORACIÓN TÉCNICA Y METODOLÓGICA

Es bien sabido cómo la concepción global del mundo en los científicos rusos viene determinada por la filosofía del materialismo dialéctico que profesan. Esta filosofía es la que impulsa todo el trabajo de Oparin. De ello se siguen numerosas consecuencias en cuanto al valor metodológico de su investigación. Vamos a enumerar tan sólo algunas, pues serían, de otro modo, las mismas objeciones que se le pueden dirigir al marxismo, como teoría del conocimiento y sistema para explicar el mundo.

1.   Oparin renuncia a explicar el origen de la vida, de los seres vivos, desde un punto de vista científico positivo, adoptando el materialismo dialéctico, como el enfoque filosófico y el método para realizar su investigación. Precisamente una cita que recoge de Engels nos da a entender que el problema no lo resuelve por vía de la ciencia, sino de la filosofía, y ni aún así lo resuelve: «Engels afirma que una filosofía materialista firme puede avanzar muy poco en la tentativa de resolver el problema del origen de la vida. La vida nunca ha surgido espontáneamente, ni ha existido eternamente. Por tanto, debe ser el resultado de una larga evolución de la materia, siendo su origen un simple paso en el curso de su desenvolvimiento histórico» (p. 33).

2.   Pero también renuncia a explicar el origen de la vida, de los seres vivos, desde un punto de vista filosófico. El método usado por Oparin en este libro es simplemente descriptivo de unas hipótesis, expositivo en muchos de los pasos fundamentales; no es una explicación, una determinación de la causalidad de ese proceso.

     Característico del método de las ciencias experimentales es proceder a la demostración de una hipótesis por la experiencia, la observación de ese fenómeno particular. Si la hipótesis no tiene su comprobación en y por la experiencia, la teoría aún es provisional y no demuestra nada.

     Concretamente en esta obra hemos visto ya cómo la constante presencia del enfoque materialista le lleva a emplear soluciones, ya dadas en ese sistema filosófico a priori, que serían hipótesis de trabajo en la investigación científica, y no demostraciones, cuando con el método científico no es posible dar la solución adecuada. Más adelante nos referiremos al salto dialéctico entre lo inorgánico y el ser vivo.

3.   Carencia de rigor en el uso del método de las ciencias comparadas, tan necesario en este tipo de investigaciones: «el caso es que la vida no puede haber existido siempre. La combinación compleja de manifestaciones y propiedades características de la vida debe haber surgido en el proceso de la evolución de la materia. En estas páginas hemos realizado un modesto ensayo para descubrir la evolución, sin perder contacto con los hechos científicamente establecidos» (p. 149).

El método científico comparativo que emplea para apoyar sus hipótesis no ofrece reparo cuando describe las investigaciones actuales y los éxitos alcanzados por las mismas. En cambio, cuando esos mismos resultados actuales reciben el paso comparativo, la inferencia: «igual debió suceder en el origen» no es ya una experiencia válida, ni una demostración, sino una suposición, una hipótesis de trabajo. Hemos visto en el artículo 6, en la cita de la p. 116 subrayada por nosotros, cómo Oparin mismo piensa que este método, por sí sólo, no da solución al problema del origen de la vida. Sin embargo es el método que utiliza para demostrar su hipótesis.

Precisamente al no poder demostrar por vía científica cómo se origina la vida, se ha de valer de su mismo planteamiento filosófico para darle solución. Lo que es más sorprendente aún en un sistema que, como el marxismo, se pretende «científico» y no «filosófico».

4.   Al partir de nociones de la realidad, ya con este enfoque marxista, la solución científica no le importa tanto o no se da, como veremos en algunos ejemplos:

a)                 Noción de materia: parte de la teoría de O. Shmidt sobre la formación de nuestro planeta como de un postulado. Con ello deja sin explicación el origen de la materia, por ejemplo del Sol. Además se opone a cualquier noción de creación: postula la materia increada; además confundiendo la idea de creación con la de inicio en el tiempo.

b)                 Noción de vida: propone una noción filosófica y no biológica. Parte de la definición del materialismo dialéctico acerca de la vida: que es de naturaleza material y una forma especial del movimiento de la materia, que surge de esa misma materia, en el proceso del desarrollo del mundo, como una nueva cualidad. Con ello se postula también que sea la vida, desde un punto de vista filosófico, cuando desde un punto de vista biológico los científicos prefieren hablar de seres vivos y procesos vitales, declarando así la dificultad para esa ciencia de establecer una noción clara de la vida según los conocimientos actuales, lo que no obstan para que se conozcan muy a fondo las propiedades de los seres vivos.

c)                 Noción de la naturaleza: el materialismo dialéctico considera la naturaleza como un todo unitario, en continuo devenir, evolución, y en ella se dan procesos aislados: se plantea así la unidad del mundo de lo inorgánico y de lo viviente. Sin embargo, ante la diferencia de comportamiento, Oparin ve necesario introducir unas leyes biológicas superiores a las fisicoquímicas que regulen a los seres vivos, cualitativamente superiores a lo inorgánico. Oparin no da explicación de dónde surgen estas leyes superiores, sencillamente postula su necesidad.

d)                 Noción de salto dialéctico: en varias ocasiones Oparin expresa la necesidad de dar este salto dialéctico para pasar de lo inorgánico a lo orgánico y al ser vivo. Este salto es algo brusco, paso súbito (a veces puede ser de larga duración) a otra cualidad que se da en el tiempo precisamente precedido de una acumulación de modificaciones cuantitativas. Es en la p. 129 del libro, como hemos señalado en el artículo 7, donde resulta más evidente que para pasar de lo inorgánico a lo orgánico y al ser vivo se postula, sin más, el salto dialéctico como una necesidad del desarrollo histórico de la materia.

Con ello el problema que origina todo su estudio se resuelve en el mismo momento de plantearlo, al dar esta solución a priori. El salto dialéctico de la materia orgánica al ser vivo queda sin explicación ninguna en esta obra, y así resuelve Oparin el problema del origen de la vida.

5.   Finalidad en los procesos de la evolución: expresamente hemos señalado esta direccionalidad de los procesos químicos al exponer el contenido de la obra.

Contrariamente a los presupuestos del materialismo dialéctico que niega toda finalidad en la naturaleza, las investigaciones positivas actuales manifiestan con más insistencia y cada vez con más claridad que los procesos de organización de la materia desde lo inorgánico hasta el ser vivo parecen tener una finalidad en todo momento. Es algo que Oparin se ve obligado a admitir, que le sorprende y le lleva a afirmar la existencia de una «racionalidad» de los procesos de la materia.

Esta finalidad no se explica solamente con la existencia de las leyes fisicoquímicas o biológicas, es necesario explicar la necesidad de la causalidad que estas leyes determinan. Si no, caeríamos en una falsa explicación atribuyendo a la materia una inmanencia de la finalidad de su actividad, que no explica nada. Se ve necesario recurrir a un principio de causalidad exterior a la materia. Sin embargo, Oparin prefiere admitir la existencia de una ley natural de la materia en evolución, o lo que es igual, una inmanencia racional de la materia.

De varios modos hemos recogido las expresiones de Oparin en las que atribuye a la materia la virtualidad de toda la evolución: son evoluciones necesarias. Sorprende que la materia sea tan sabia, que el hombre sea la forma más perfecta de autodesarrollo de la materia, y que, en cambio, el científico que intenta formular cómo es el proceso de la evolución de la materia hasta el ser vivo, termine su obra declarando que aún la ciencia «está muy lejos de tener un conocimiento comprensivo de los organismos vivos...» (p. 154).

6.   Panteísmo: es muy fácil comprender que todas esas cualidades que se atribuyen a la materia la conviertan en algo que tienen las características de las afirmaciones panteístas. La materia es increada, es el ser primero, se mueve a sí misma, se dirige en la evolución perfectiva, se da nuevas leyes cada vez más perfectas... Como se ve, no es fácil escapar a un panteísmo si se pretende construir una cosmología atea, que tenga en cuenta la realidad.

7.   Estructura y funcionalidad, selección natural y azar. Llama la atención que Oparin atribuya tan claramente una intención general a los fenómenos, excluyendo radicalmente una inteligencia creadora, ordenadora, que se llegue a una determinada estructura por la vía de la selección natural, que no viene determinada por nada: nadie organiza la materia. Aunque Oparin rechaza el azar como principio ordenador, cae en él al no admitir más que la virtualidad de la materia para producir esa ordenación.

8.   Los coacervados: nos detendremos brevemente en este punto fundamental de su investigación. Hemos visto cómo el autor afirma que los coacervados no son seres vivos, y también cómo postula la necesidad del salto dialéctico para que a partir de ellos se originen los seres vivos.

Cabe señalar, en primer lugar, que su teoría no fue aceptada entre muchos científicos rusos (cfr. Gustav A. Wetter, El materialismo dialéctico, Ed. Taurus, Madrid, 1963, p. 512).

En segundo lugar, se ha de tener en cuenta que es una hipótesis de trabajo y que, por tanto, la investigación la ha de comprobar.

En tercer lugar, el modelo de los coacervados es aún hoy muy discutido, pues los coacervados sencillos tienen una vida muy corta debido a su inestabilidad en relación al medio, y los coacervados complejos se forman de sólo dos clases de moléculas iguales.

Podríamos concluir: «es aconsejable, por lo tanto, no sobrestimar la coacervación. Difícilmente ha podido producir los organismos primitivos; por el contrario, es del todo posible que dentro de la célula ya existente se forme por coacervación una especie de subdivisión, ‘una compartimentación’» (cfr. Hans Joachim Bogen, El libro de la Biología moderna, Ediciones Omega, S.A. Barcelona, 1969, p. 301).

 

VALORACIÓN CONCLUSIVA

1.         Actitud científica predeterminada.

«Los adelantos de las Ciencias Naturales modernas, que han logrado descubrir (¿?) las leyes que presidieron el origen y el desarrollo de la vida, asestan golpes cada vez más contundentes al idealismo y a la metafísica, a toda la ideología reaccionaria del imperialismo» (p. 148). Esta es la euforia de Oparin, sin base en la realidad. Es conocido cómo la ciencia actual contradice constantemente la concesión materialista de la realidad.

2.         Juicios sobre el idealismo.

Los juicios que Oparin hace sobre el idealismo, y por ende sobre la religión, carecen de valor por excesivamente generales: no demuestra nada, ya que engloba cualquier postura filosófica que no sea materialista, y que por ese hecho, se convierte en falsa para ellos.

3.         Oposición a las enseñanzas de la Biblia.

Las afirmaciones negativas, falsas, acerca de la Biblia revelan el desconocimiento que tiene el autor de las Sagradas Escrituras, y de la fe de la Iglesia. Nos detendremos un momento en ellas:

a)   La Biblia, palabra divina: Oparin afirma con ligereza: «Para explicar el origen de la vida, el cristianismo primitivo se basaba en la Biblia, la cual a su vez había copiado de las leyendas místicas de Egipto y Babilonia» (p. 15). Por el contrario, el Pentateuco tiene como autor a Moisés inspirado por Dios (cfr. Denzinger, nn. 1.997-2.000) y de ningún modo procede de fábulas tomadas de mitologías y cosmogonías de los pueblos antiguos (cfr. Denzinger, n. 2.122).

b)   La narración de la creación es realmente historia, aunque no narración de carácter científico: las Sagradas Escrituras y el Magisterio de la Iglesia proclaman, efectivamente, el sentido literal histórico de los hechos narrados en los tres primeros capítulos del Génesis. El mismo Magisterio de la Iglesia enseña que no fue la intención del autor sagrado, al escribir el primer capítulo del Génesis enseñar de modo científico la íntima constitución de las cosas visibles y el orden completo de la creación, sino dar más bien a su nación una noticia popular, verdadera, pero acomodada a los sentidos, a la capacidad y el uso del lenguaje común de los tiempos (cfr. Denzinger, n. 2.127).

También claramente enseña la Iglesia que no se puede poner en duda el sentido literal histórico, donde se trata de hechos narrados en esos mismos capítulos, que tocan los fundamentos de la religión cristiana, como son, entre otros, la creación de todas las cosas hechas por Dios al principio del tiempo; la peculiar creación del hombre; la formación de la primera mujer del primer hombre; la unidad del linaje humano... (cfr. Denzinger, n. 2.123).

En ningún momento encontramos en el Magisterio de la Iglesia una afirmación como la siguiente: «El acto creador del divino habría hecho aparecer en la Tierra de golpe y en forma acabada, los primeros antepasados de todos los animales y de todas las plantas que pueblan actualmente nuestro planeta» (p. 12). Esto lo afirma Oparin.

c)   La Biblia y la duración de la creación: es bien sabido que el Magisterio de la Iglesia admite interpretar el sentido de la voz día (Yom) empleada en la narración de la creación en seis días, de dos modos: como un día natural y como un espacio indeterminado de tiempo. En el primer caso tiene un sentido religioso; en el segundo se hace perfectamente compatible la narración del Génesis con los descubrimientos actuales acerca de las distintas edades sobre la tierra (cfr. Denzinger, n. 2.128). A pesar de esta claridad de la vida, doctrina católica y de conocer la narración del Génesis (la recoge en la p. 12 de su libro), Oparin se empeña en hablar de «cuentos inocentes» y de «ignorancia e interpretación simplista».

4.         El Magisterio de la Iglesia y el evolucionismo.

   El Magisterio de la Iglesia enseña la creación ex nihilo por Dios, y una particular intervención de Dios en el origen del hombre.

No es su misión explicar más cosas de las fundamentales para dar a conocer la intervención de Dios en el origen de los seres, a fin de fundamentar la fe. Por ello no es cierto, como Oparin afirma, que «la vida es una manifestación del ser divino, y por eso el hombre no puede conocer la esencia de la vida, ni mucho menos aprender a regularla. Tal es la conclusión fundamental de todas las religiones sobre la naturaleza de la vida, y no se concibe ninguna doctrina religiosa que no llegue a esa conclusión» (pp. 10-11). Puede bastar para desmentirlo la dedicación de muchos católicos a la investigación precisamente en este tema, y la doctrina del Magisterio que, desde luego, dice todo lo contrario a lo que Oparin acaba de afirmar: «Por eso el Magisterio de la Iglesia no prohibe que, según el estado actual de las ciencias humanas y de la sagrada teología, se trate en las investigaciones y disputas de los entendidos en uno y otro campo, de la doctrina del ‘evolucionismo’, en cuanto busca el origen del cuerpo humano en una materia viva y preexistente (pues las almas nos manda la fe católica sostener que son creadas inmediatamente por Dios); pero de manera que con la debida gravedad, moderación y templanza se sopesen y examinen las razones de una y otra opinión; es decir, de los que admiten y niegan la evolución, y con tal de que todos estén dispuestos a obedecer al juicio de la Iglesia, a quien Cristo encomendó el cargo de interpretar auténticamente las Sagradas Escrituras y defender los dogmas de la fe» (Denzinger, n. 2.327).

Por otra parte, aunque algunos estadios de la historia de la evolución que Oparin presenta son admitidos por algunos científicos actuales, vemos que otros no son ciertos, ni científicamente demostrados. Especialmente carecen de valor demostrativo tanto su argumentación en el paso trascendental -la aparición del ser vivo-, cuanto la aparición del hombre. Fundamentalmente falta un conocimiento causal del origen de la vida y del hombre.

J.F.T.S.

 

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