SCHMITZ, Josef

 La revelación

Ed. Herder, Barcelona 1990, 292 pp.

(t.o.:  Offenbarung)

El autor de esta obra, que es profesor de teología fundamental en la Facultad de Teología católica de la Universidad de Maguncia, ya había publicado en esta misma colección el volumen dedicado a la filosofía de la religión (Filosofía de la religión, "Biblioteca de Teología" 19)

El objeto de esta obra es exclusivamente la cuestión teológica de la revelación. No pretende, en consecuencia, ser una manual de teología fundamental en el que, junto a la revelación, deben sin duda aparecer otros asuntos como la fe, la naturaleza de la credibilidad, Cristo como revelador del Padre, la transmisión de la revelación en la Iglesia, etc. Aquí interesa solamente la revelación estudiada además de un modo determinado como se verá mas adelante.

Tras la introducción (La revelación, tema de la teología fundamental) vienen los cuatro capítulos en los que se distribuye el contenido del libro. Digamos sus títulos para después detenernos en su contenido: 1. Experiencia de la revelación (pp. 19-56); 2. Comprensión de la revelación (pp. 57-104); 3. La doctrina de la revelación (pp. 105-186); 4. Justificación racional de la fe en la revelación (pp. 187-290)

Al tratar de la experiencia de la revelación (capítulo 1), Schmitz reconoce que el término "experiencia" señala una realidad compleja que "no es, ni mucho menos, unívoca" (p.20) Aparece, en todo caso, como una realidad dinámica, multiforme y dialéctica que ha sido la preferida por la filosofía y la ciencia moderna para llegar al conocimiento de la realidad. Esa forma de conocer a través de la experiencia acompaña a la nueva concepción que el hombre se hace de sí mismo como sujeto autónomo, dueño de sí mismo y dominador del mundo. Frente a esa concepción —dice— la revelación cristiana se entendía como lo que, por definición, se daba fuera del ámbito experimental. El origen y esencia de la revelación se situaba fuera de la naturaleza y de la historia: en lo "sobrenatural". Se daba así un antagonismo entre la experiencia y la revelación, antagonismo debido, según el autor, tanto a una noción estrecha de experiencia, en cuanto algo meramente empírico, como a un aislamiento de la revelación fuera del ámbito de las realidades ordinarias. En consecuencia, Schmitz propone una nueva relación entre experiencia y revelación a partir del sentido profano de revelación en la vida corriente, en la que hay que situar también el sentido religioso y cristiano de revelación. Lo que sigue a continuación, lógicamente, es un análisis fundamentalmente fenomenológico del sentido de la revelación en el ámbito profano, en el religioso, en las religiones reveladas y en el cristianismo. «Las revelaciones religiosas —dice Schmitz— son aquellos procesos de iluminación por los que se crea la referencia a la realidad: una referencia que orienta y soporta la conducta religiosa del hombre" (p. 32) Por eso, la experiencia de revelación religiosa establece una referencia a aquella instancia superior al hombre que sustenta su vida y su mundo.

Ya en en el ámbito del cristianismo, el autor se refiere a la experiencia de la revelación en la Biblia, distinguiendo entre el Antiguo y el Nuevo Testamento, y la experiencia de los primeros discípulos. Debido al método fenomenológico no se encuentra en este primer capítulo la afirmación teológica clara de la especificidad de la revelación bíblica y de su origen divino esencialmente distinto a cualquier otra experiencia religiosa. El autor no niega en ningún momento el carácter revelado del judeo-cristianismo, y en los capítulos siguientes lo afirmará explícitamente en el sentido católico; pero el primer capítulo es desde el punto de vista teológico profundamente insatisfactorio porque dado el método que sigue el autor queda la impresión de que toda religión, incluida la cristiana, se halla situada en una misma línea de experiencia de revelación. Esta experiencia no sería sino la relación con el Absoluto por parte de las religiones que apelan en su origen a una revelación. De rebote, el problema real de la relación entre experiencia y revelación queda, en realidad, intocado, porque el problema es tal problema —¿existe realmente una experiencia de la revelación?— en el nivel teológico y no en el de la fenomenología religiosa en la que puede encontrar más fácilmente una solución.

En el capítulo segundo (Comprensión de la la revelación) nos hallamos ya en el terreno propiamente teológico. Schmitz quiere estudiar "el pensamiento en torno a la revelación en la historia del cristianismo" (p. 57), para lo cual repasa brevemente el modo de entender la revelación en la Biblia, en la Iglesia antigua, en la teología medieval y en la teología moderna y contemporánea. Reconoce que en la Biblia y en la Iglesia antigua existen ya unos primeros indicios de comprensión de la revelación, pero la reflexión teológica propiamente dicha se da en tres momentos: en la edad media, en la edad moderna, y en la segunda mitad del siglo XX. La evolución que el concepto va experimentando se refleja en la enseñanza del Magisterio. A este respecto, el autor expone la doctrina de los concilios de Trento, Vaticano I y Vaticano II. Acaba el capítulo con la consideración de tres "modelos fundamentales de pensamiento acerca de la revelación". Son estos: la revelación como experiencia de epifanía, como instrucción y como autocomunicación, y los tres entran a formar parte de la revelación entendida de un modo complexivo. En conjunto, el capítulo resulta de interés porque ofrece una visión sintética y original sobre la historia de la cuestión. De todos modos, la preocupación fundamental por la reflexión y conceptualización de las cuestiones, que será especialmente intensa en los dos capítulos siguientes, le lleva a prestar una atención insuficiente a los datos positivos, sobre todo a los de la Escritura —menos de tres páginas— y de los Padres, a pesar de contar con elaboraciones conocidas sobre este particular, como la obra de R. Latourelle que, sin embargo, no es citada en ninguna ocasión.

En el tercer capítulo se abordan ya in directo las cuestiones propiamente teológicas implicadas en la revelación. El orden es relativamente clásico: comienza por la revelación en la creación y en la historia. A propósito de la revelación histórica desarrolla las relaciones entre acción, o hecho, y palabra y entre acontecimiento y gracia, muy en la línea descriptiva de la Constitución Dogmática Dei Verbum del Vaticano II. A continuación, siguiendo a Fries, se estudian las fases de la historia de la revelación que son la revelación en el origen, la revelación en la historia de Israel, la revelación en Cristo, y la revelación al final del tiempo. Interesa, sobre todo, lo que se dice sobre la revelación en Cristo y la relación entre revelación e Iglesia. El autor omite toda referencia a la problemática del método histórico-crítico y en general a las cuestiones que se suelen tratar en la llamada cristología fundamental. Hace una exposición correcta, desde el punto de vista doctrinal, del papel de Cristo como revelador y revelación de Dios —sin referirse sin embargo al problema despertado en este sentido por Bultmann— para pasar a ocuparse de la absolutividad de la revelación de Cristo.

Schmitz reconoce la significación absoluta, insuperable y definitiva de Jesús, pero distingue entre "verdad existencialmente absoluta y verdad que objetivamente es de validez universal" (p.169). En consecuencia, el valor absoluto de la revelación cristiana,— que "es una verdad de fe", apostilla el autor— afecta a la persona del creyente. En cambio, ante los que no tienen fe la revelación cristiana sólo tiene una significación y validez relativas, como una de tantas convicciones humanas. Aunque en este punto parece sujeto a algunas oscilaciones, Schmitz parece dar a esa afirmación un valor que va más allá del mero reconocimiento de una situación de hecho. Así, junto a la afirmación clara del carácter único de la salvación cristiana, no afirma de un modo convincente la necesidad del anuncio del mensaje cristiano. En todo caso, los cristianos pueden —dice— "invitar a los demás a que se pregunten si el contenido de la revelación cristiana no podría ser también para su vida una orientación que les diera sentido"(p.177). En lugar de cumplir el mandato de Cristo de predicar y enseñar a toda criatura y de seguir el ejemplo de los Apóstoles, aquí se dice que "lo único que (los cristianos) pueden hacer es esperar, llenos de confianza, que Dios tenga a bien que aparezca como verdadero y cierto en los corazones de los hombres el mensaje del que ellos dan testimonio con su vida y proclamación" (ibidem). A esta visión conformista de ver las cosas habría que responder que se trata, naturalmente, de no obligar a nadie a creer por la fuerza pero sin que ello sea obstáculo para empeñarse en hacer llegar a todos el anuncio de Cristo. En cuanto a la relación entre revelación e Iglesia, se insiste mucho en su carácter de sujeto receptor de la autocomunicación de Dios y de "lugar" de la revelación, pero no se supera del todo un cierto extrinsecismo. La Iglesia parece parece no entrar en el proceso mismo de la revelación y, consecuentemente, no aparece en el libro el aspecto esencial de la tradición ni el papel del magisterio.

El capítulo 4 (Justificación racional de la fe en la revelación) es el más largo de todos aunque, desde el punto de vista teológico, es el menos complicado. En él aparecen exposiciones detenidas y a veces interesantes de diversas críticas a la idea de revelación, sobre todo en el campo de la Ilustración (H. de Cherbury, J. Toland, M. Tindal, A. Collins, H.S. Reimarus). Para el autor, la cuestión principal, si no única, que está aquí implicada es la de la relación de la fe y la ciencia. Tras la exposición histórica de las opiniones de diversos pensadores, Schmitz hace una crítica de la noción moderna de razón reconociendo al mismo tiempo la necesidad de que la fe atienda también a la crítica de la razón. En otros términos, aboga por una superación de la confrontación entre fe y razón a través de una relación crítica mutua. Se da un paso adelante cuando se plantea la cuestión de la verificación de la fe en la revelación. Respecto a esta cuestión, el autor afirma que hay que distanciarse del modo tradicional de fundamentar la fe. Ahora, la razón decisiva para la fe "es la fuerza convincente —sin coacciones— del contenido de la revelación que provoca el libre asentimiento". (p.227). Los modos concretos como se verifica la fe son subjetivos. Los principales son: la necesidad que el hombre tiene de salvación; su tendencia a la absoluta autodeterminación y autorrealización (dominio suyo y de la naturaleza); el problema de la relación entre sociedad y libertad; el sentido último de la historia, de la culpa y de la muerte. A través de una conceptualización excesiva que llega a hacerse fatigosa, el autor viene a decir que la respuesta a esos problemas es la autocomunicación de Dios. No se examinan otras razones o "formas de verificación" de la fe.

VALORACION

La obra de Schmitz no es propiamente un tratado sobre la revelación. Se trata más bien de un ensayo teológico dotado de un cierto carácter sistemático, pero sin llegar en ningún caso a ofrecer un tratamiento completo de la cuestión. Para que pudiera ser considerado como un tratado debería haber incluido o desarrollado más ampliamente cuestiones como la relación entre la revelación y la Iglesia, la misma significación reveladora de Cristo —y no sólo su carácter formal de revelación definitiva y absoluta—, la transmisión de la revelación, su carácter sobrenatural, y todo el amplio campo de lo que se suele llamar hoy de nuevo la credibilidad de la revelación, tanto en su dimensión objetiva (los signos de la revelación) como subjetiva (esta última tratada pero considerando reductivamente el problema humano).

El carácter de ensayo se nota también por el método seguido. El autor ha primado el aspecto reflexivo y crítico frente a la exposición clara de las cuestiones implicadas en la revelación. Así sucede que el examen escriturístico es, como ya se ha dicho, muy somero, lo mismo que el del testimonio de la tradición entendida en su sentido más amplio. En cambio se presta una atención detenida a la crítica y a la conceptualización. Todo ello obliga a una valoración diferente según los diversos capítulos. El más teológico de los cuatro es el capítulo tercero que, en líneas generales, resulta interesante y bastante equilibrado, excepto en el punto, al que ya se ha aludido, del carácter absoluto de la revelación cristiana. Sobre este particular, las afirmaciones de Schmitz no dejan de ofrecer oscilaciones porque no logra armonizar plenamente la afirmación doctrinal —que acepta sin paliativos— de que Cristo es la revelación plena y definitiva de Dios, y una comprensión de la libertad que no lleve al indiferentismo ni caiga en la intolerancia. En cuanto al resto de los capítulos, el primero es el que ofrece más dificultades desde el punto de vista doctrinal por el método fenomenológico que sigue. En este sentido se echa en falta un reconocimiento explícito de que en él se trata de un discurso distinto al propiamente teológico.Si el autor pretendiera el mismo valor teológico que al resto de los capítulos, ese hecho representaría una notable dificultad doctrinal ya que supondría la disolución de la noción católica de revelación. En cuanto a los capítulos segundo y cuarto hay que afirmar que se trata de reflexiones de segundo grado: el pensamiento sobre la revelación, la justificación de la revelación. Se debería reconocer con más claridad la naturaleza de enseñanza que tiene la doctrina de los concilios, que son mas que el reflejo de una teología Por otro lado, Schmitz ofrece de forma sintética y útil tanto la enseñanza de los concilios como las posturas de diversos autores cristianos y críticos de la revelación.

En la bibliografía se recogen obras de autores casi exclusivamente alemanes, algunos de ellos totalmente desconocidos. Precisamente porque sólo se cuenta con obras y autores alemanes no deja de sorprender la ausencia casi total de alusiones a la concepción transcendental de la revelación (Rahner, Darlap, Fries) que se había generalizado entre los teólogos de aquella área cultural. Igualmente se halla ausente la referencia a la revelación como comunicación simbólica, también muy extendida en los ámbitos sajones. En este sentido, la obra de Schmitz es el exponente de un cierto cambio en la teología que, a pesar de las limitaciones indicadas, va construyéndose de una forma más equilibrada. En el caso que nos ocupa puede afirmarse que la obra de Schmitz, con las matizaciones apuntadas, se mueve en una forma fundamentalmente realista de tratar de la revelación, en la línea de Dei Verbum.

 

                                                                                                                   C.I. (1991)

 

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