Recuerdos sobre Raimon Pánikkar

Por Ramón Rosal

 

 

En la tarde del pasado jueves día 26 de agosto, como ya sabéis, murió Raimon Pánikkar a los 91 años. En La Vanguardia le dedicaron el viernes siguiente dos páginas, aparte de una breve nota necrológica, en catalán, que decía:

 

Raimon Pánikkar, sacerdote y filósofo

Su vida se ha extinguió hoy en su casa de Tavertet, a la edad de 91 años. Deja un gran vacío en el corazón de todos aquellos que han compartido parte de su camino por la tierra, camino vivido enteramente en la búsqueda de la Fuente en la cual su espíritu ahora descansa. Tavertet, 26 de agosto de 2010.

 

Próximamente se celebrará una misa en Montserrat.

 

Yo acudí a los funerales con Misa, que se celebraron en Tavertet, y acudiré también a la celebración eucarística más solemne, en el Santuario de Montserrat.

 

Omito más de la mitad de lo que tenía escrito, ya que el día 30 se os ha enviado –por mediación de Carmen Charo- el interesante artículo del teólogo Xavier Pikaza: Raimon Pánikkar, del Opus Dei al diálogo intra-religioso (1918-2010), junto con otro de interés menor publicado en El País.

 

Hay que tener también presente la información sobre él que Alberto Moncada logró obtener de sus conversaciones con Pánikkar (como también de lo que le informó Antonio Pérez Tenessa) publicado en el interesante libro Historia oral del Opus Dei. Barcelona: Plaza y Janés, 1987.

 

Comenzaré recogiendo aquí algunos datos principalmente del libro de Moncada, y luego comunicaré algunos recuerdos personales de mis contactos con Raimundo (como le llamaré en adelante).

 

Al comienzo de la guerra civil, una familia que en Barcelona constase como religiosa, y perteneciese a la alta burguesía, corría el peligro de la persecución y a veces de la muerte, por parte del gobierno del Frente Popular. Antes de la guerra Raimundo había estado vinculado a los “Jóvenes cristianos de Cataluña”. De ahí que se vio prudente que pasase los tres años de la guerra en Alemania, donde vivió con profundidad su vocación intelectual, estudiando Física, Filosofía y Teología. La experiencia dolorosa de enterarse de que algunos amigos suyos habían padecido heridas durante la guerra, o incluso habían sido fusilados, pudo constituir la atmósfera en la que germinaron sus primeras inquietudes vocacionales hacia el sacerdocio.

 

Vuelto a Barcelona, en 1939, fue informado por Alfonso Balcells (el que pasados los años fue catedrático de Patología en Salamanca y luego en Barcelona, aparte de rector en la primera) sobre la persona y el proyecto del padre Escrivá, al que luego le presentó el 31 de diciembre de ese mismo año.

Posteriormente fueron a visitarle, trasladándose desde Madrid, Calvo Serer y Amadeo de Fuenmayor para explicarle el proyecto de la Obra y la importancia en ella del apostolado en el mundo de los intelectuales.

 

Pánikkar por aquel entonces no escribió ninguna carta pidiendo la admisión, ni se trataba de vivir juntos. No se formaba asociación alguna. Más bien, y por mucho tiempo en Barcelona, la idea era que cada cual estuviera en su casa, en su ambiente. Cuando se alquiló aquel pisito en Balmes, que lo fue a su nombre, la razón fue la de poder reunirse. Nadie dormía habitualmente allí. Alguna vez lo hacía Rafael Termes, que vivía en Sitges. En todo caso durante aquellos primeros años, cada uno estaba en lo suyo: Pánikkar rehízo sus títulos universitarios y empezó a trabajar en la fábrica familiar.

 

El establecimiento del centro de estudios en Diego de León significó un cambio cualitativo. Tuvo que trasladarse a Madrid para compartir una época de más solidaridad, de más formación. Y con la excusa de terminar Filosofía en la Facultad madrileña solicitó el apoyo familiar para su traslado. En Diego de León se dio cuenta de que aquello era distinto, aunque lo asumió todo, sin darle demasiada importancia. La vida puede vivirse en todos los ambientes, según su peculiar filosofía, y aquél era uno de ellos (Moncada. 1987, p. 102).

 

En 1945, el padre Escrivá le propone acceder al sacerdocio, previo cursar la formación establecida para estos casos.  Quedó profundamente defraudado al comprobar la poca calidad de estos estudios, lo cual manifestó sin éxito a Pedro Casciaro, el director de su centro.

 

Estuvo implicado en el grupo de los que pretendieron una importante renovación de la vida universitaria, cuando Laín Entralgo era rector de la Universidad de Madrid, y Ruíz Jiménez era ministro de Educación.  Raimundo impartió un curso sobre “El sentido histórico de nuestro tiempo” en el que participaron cientos de estudiantes de diferentes Facultades. Fue elegido primer secretario de la Sociedad Española de Filosofía, y, como miembro del recién creado Consejo Superior de Investigaciones Científicas, fundó la importante revista Arbor, como órgano del Instituto de Filosofía Luis Vives.

 

El catedrático de Filosofía García Morente –que había sido decano de la Facultad en los años de la República, y que había experimentado un proceso de conversión desde el ateísmo a la fe cristiana- solicitó a Pánikkar que colaborase con él o incluso trató de persuadir sin éxito a Escrivá para que le facilitase plena libertad para vivir su vocación intelectual.  Xavier Zubiri –figura máxima de la filosofía española- se llevó un gran disgusto en ocasión de la ordenación sacerdotal de Raimon Pánikkar, al notar que su abundante dedicación pastoral no iba a ser compatible con sus posibilidades en la actividad intelectual.

 

Tras las constantes peticiones para que dirigiera conferencias y ejercicios espirituales, el excesivo prestigio que adquiere su persona produce malestar en la dirección de la Obra, en vista de lo cual el padre Escrivá ordena su traslado a Salamanca. En el fondo pienso que se le hizo probablemente un favor, ya que allí dispuso de más tranquilidad para su actividad intelectual. Funda la colección Patmos de espiritualidad que supuso, en aquellos años, una corriente de aire fresco, dada la variedad de nacionalidades y estilos de los autores de los primeros libros, en una España que, a excepción de las obras de autores clásicos, los libros de espiritualidad transmitían un pietismo trasnochado y ajeno a la sensibilidad del momento.

 

En mi libro publicado el pasado abril: Naufragio y rescate de un proyecto vital, evoco recuerdos sobre él en varias ocasiones. Copiaré aquí lo que digo en un apartado del capítulo 5. Factores que contribuyeron a la prolongación de mi permanencia en el Opus Dei, a pesar de mi estado habitual de decepción. Uno de los siete factores que describo fue la calidad humana de la mayoría de los socios que conocí, en especial algunos, entre ellos Raimon Pánikkar. En las páginas 207s digo lo siguiente:

 

Otro personaje destacable por su independencia era Raimundo Pániker que, posteriormente, ya desvinculado de la Obra, quiso recuperar su apellido original indio: Pánikkar. Doctor en Filosofía, Ciencia y Teología, en los años cincuenta dio un ciclo de conferencias en Madrid con centenares de oyentes entre los que abundaban filósofos, científicos y teólogos, aparte de estudiantes universitarios, ciclo que tituló: El fracaso del cristianismo. Cuando yo coincidí con él en Roma en los cursos 1953-1954 y 1954-1955, pude comprobar un día que en una serie de carpetas de su habitación se incluían trece libros concluidos de materias teológicas, pero la censura interna había prohibido su publicación. Alguna vez me he preguntado: ¿Habrá algún caso más, en la historia de la Iglesia, en el que un filósofo o teólogo haya escrito hasta trece libros, habiendo sido sucesivamente prohibida su publicación? Lo dudo mucho. A pesar de estas limitaciones, le llegaban a Roma diariamente docenas de cartas y escritos de filósofos y teólogos que le conocían principalmente por sus conferencias o intervenciones en congresos o jornadas, aparte de las pocas publicaciones que habían sido admitidas por la censura interna.

 

Raimundo, en ocasión de haber participado durante una semana –o quizá más- en jornadas de teólogos y filósofos, convocados por Romano Guardini en un castillo que éste utilizaba anualmente para este fin, predicó un día la homilía en la Misa diaria que se celebraba ahí. Estaba previsto que cada día la predicase uno entre varios seleccionados. Tras el día de su intervención un grupo presentó la propuesta de que él predicase todas las restantes.

 

José María Martínez Doral, sacerdote numerario al que recuerdo con especial afecto, y que considero un intelectual desperdiciado por los dirigentes de la Obra, me contó en una ocasión que había participado en el Congreso Mundial de Filosofía, con la asistencia de más de mil filósofos. Aparte de mesas redondas, comunicaciones y ponencias, había cada día una conferencia a cargo de una figura relevante. Los que iban a exponerlas, en aquella ocasión eran: Bertrand Russell, premio Nobel; Jean Paul Sartre, filósofo existencialista ateo; Gabriel Marcel, filósofo existencialista cristiano; y Raimundo Pánikkar, que ya estaba desvinculado de la Obra. José María me comentó que, a pesar de la relevancia de estos personajes, el que suscitó mayor interés fue Raimundo.

 

Como resumen de este apartado diré lo siguiente: Una de las siete causas de mi retraso en desvincularme fue la calidad humana de los socios que conocí, sobre todo en los primeros años de mi presencia en la Obra. Más en concreto:

 

a)    La calidad humana de la mayoría de los socios con los que me relacioné, aunque reconociendo cierto déficit en virtudes sociales, en la mayoría de ellos.

b)    La presencia de iniciativas de claro interés social en una minoría.

c)    El testimonio de algunas personas de excepcional valía intelectual y acentuada independencia personal, cuya presencia en la Obra venía a ser una prueba de la capacidad integradora de la misma.

 

Ahora bien, muy pronto pude comprobar la retirada de Antonio Pérez y Raimundo Pánikkar y otros tipos humanos destacables por su personalidad independiente en su modo de pensar y de actuar. Y muy pronto pude comprender que –como ya he expuesto en el capítulo 5- era notablemente escasa la sensibilidad respecto a los problemas sobre la justicia social y los derechos humanos (Rosal. 2010, p.207s).

 

En el año 1950, meses después de haber yo escrito la carta de petición de admisión, me viene un recuerdo de mi primer contacto con él, mientras yo estaba estudiando en el Colegio Mayor Monterols. Recuerdo que en ocasión de estar celebrándose en Barcelona el Congreso Eucarístico Internacional, una tarde, mientras yo me encontraba estudiando –junto con otros universitarios- en la sala de estudio entró Raimundo Pánikkar acompañado del arzobispo de Viena, cardenal König, al que estaba enseñando las dependencias del colegio universitario. Yo ya había oído hablar algo sobre Pánikkar y empezaba a sentir mi admiración hacia él como filósofo y teólogo. Me resultaba muy interesante saber que era hijo de una catalana y un hindú. Sus negros ojos brillantes, sus cabellos más negros todavía y su piel morena dejaban patente su sangre india. En esos días del Congreso se celebraba también en Barcelona un Congreso Internacional de Filosofía del que Pánikkar era presidente. Por otra parte, respecto al cardenal König, en aquel tiempo yo no estaba informado sobre él, pero pasados los años llegó a ser uno de los representantes de la jerarquía que me suscitaron mayor interés y respeto. Me gustó que, entre otras cosas, hubiese escrito una obra de cuatro tomos sobre la historia de las religiones. Sentí que no llegase a ser elegido papa en uno de los cónclaves en que constaba como uno de los posibles.

 

El segundo curso de encontrarme yo en el Colegio Romano (1952-1953) ya no éramos sólo cuarenta –como el año anterior residiendo apretujados en lo que había sido la casa de los guardas de la Villa de Via Sachetti- sino que éramos alrededor de ciento veinte si mal no recuerdo. Un día llegó para residir allí Raimundo, lo cual recibí con gran entusiasmo. Aunque poco meses después me frustré mucho cuando me comunicaron que Raimundo estaba considerado como alguien que no vivía el “buen espíritu”, y que el padre Escrivá había establecido que debía pasar inadvertido entre los ciento veinte residentes; que sería el único de los cinco o seis sacerdotes que no se encargaría nunca de predicar la meditación de la mañana, y que nadie podría practicar con él la confesión sacramental. Me desconcertaba que le hiciesen residir entre nosotros, pasando inadvertido, cuando lo que habíamos conocido algo de él sentíamos un gran interés y atractivo hacia su persona. Yo conseguí, al menos, ser a veces ayudante de él en sus Misas privadas. Y el día en el que supe que partía a la India (sobre lo cual no se informó a nadie), fui el único en acompañarle a la puerta de salida. Me sentía profundamente triste, por este clima de frialdad y desinterés hacia su persona y por el hecho de que ya no le pudiese ver en adelante. También viví con desagrado que le obligasen a cursar el doctorado en Teología en las más conservadora de las Universidades de la Iglesia, y tengo entendido que se le indicó que en las clases también debía pasar inadvertido. Mientras tanto yo observaba como día tras día le llegaban docenas de cartas. Mayoría de ellas de teólogos, filósofos o científicos, a pesar de sus limitaciones para poder publicar.

 

Pasados los años se le hizo volver a Roma porque diversas personas habían reclamado su presencia para ocupar el puesto de director espiritual de una importante Residencia Universitaria Internacional, aparte de que le ofrecieron un puesto docente universitario.

 

Tengo entendido que llegó un momento en que se le quiso expulsar de la Obra, pero él se resistió durante unos años, alegando que la praxis de la Obra poco tenía que ver con lo que le habían comunicado al principio; y que él consideraba estar siendo fiel al proyecto original. Por otra parte, no pudieron probar la presencia de los delitos que el Derecho Canónico exige para que alguien pueda ser expulsado. Pasado un tiempo él consideró que había llegado la hora de despedirse. Mientras tanto, entre otros hechos curiosos ocurrió que el papa Pablo VI le llamó para hacerle unas consultas sobre cómo se podría adaptar la liturgia eucarística en la India. Tengo entendido que, entre otras cosas, él indicó la conveniencia de sustituir el vino por el té y el pan por arroz. También fue invitado a participar en un consejo asesor de la Comisión sobre el Ecumenismo. El famoso Charles Möeller se llevó un gran disgusto por el hecho de que Escrivá le prohibiese acudir, y fue incluso a visitar a éste para expresarle su enfado.

 

Años después Raimundo fue elegido presidente de la Asociación de Teólogos de la India. Cuando se desvinculó de la Obra pasó a incardinarse en la diócesis de un obispo de la India, aunque con el permiso de trasladarse a los Estados Unidos donde durante muchos años –como explica el teólogo Pikaza- fue sucesivamente catedrático de Culturas y Religiones Comparadas en las Universidades de Harward y la de Santa Bárbara (California). Esto ocurrió entre 1971 y 1983, antes de volver a Cataluña e instalarse en el aislado pueblo de Tavertet, como un monje apartado del mundo, aunque inevitablemente invitado a participar en sucesivos congresos en países diferentes, y dirigiendo mensualmente unos encuentros a los que acudían unas cien personas a pesar de la distancia.

 

Durante esos años –cuando estaba en California- acostumbraba a irse a la India durante los veranos. Pasaba unos días por España, principalmente en Barcelona, y a la vuelta, si no me equivoco, se detenía otros tantos días en un lugar de Alemania. En ambos sitios había personas que trataban de reunirse con él. En tres ocasiones yo estuve en estos encuentros.

 

Es sorprendente que un hombre con unas ideas teológicas tan extremadamente innovadoras –por no decir revolucionarias- haya podido permanecer en la Iglesia-Institución, sin problemas importantes, salvo unos años en los que se le aplicó la suspensio a divinis. Teólogos como el suizo Hans Küng y el holandés Edward Schillebeeckx (dos de mis preferidos) fueron llamados a Roma varias veces tras denuncias sobre el carácter peligroso de heterodoxia de algunos escritos; y al primero se le prohibió ejercer como profesor en Universidades de la Iglesia.  En cambio Raimon Pánikkar, con sus ideas incomparablemente más innovadoras, nunca se le llamó para dar explicaciones, lo de la suspensio a divinis durante unos años no fue por sus ideas. Claro que él nunca pretendió ejercer la docencia en una Universidad de la Iglesia, aunque fuese llamado muchas veces como conferenciante.

 

Comprobar el pasado viernes, en Tavertet, que vino a celebrar la Eucaristía del funeral el obispo de Vic -cuyo vicario episcopal parece ser que pertenece a la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz-, no dejaba de ser sorprendente y reconfortante. Que un obispo calificado como muy conservador –aunque estas etiquetas casi siempre las considero simplificaciones injustas- elogiase en la homilía aspectos de la persona y mensaje de Raimundo me resultaba emocionante, como una muestra de apertura de la institución eclesial.

 

Raimundo se definía, graciosamente, “sacerdote católico, apostólico y romano”, a la vez que plenamente hindú y budista. Del Opus Dei quisieron expulsarlo pero no se dejó echar. Se fue cuando lo decidió. De la Iglesia realizó la filigrana de que nunca le intentasen excomulgarle. Este logro lo considero superior al de sus aproximadamente cincuenta libros e innumerables artículos, sobre los cuales ahora no puedo detenerme.

 

Si alguno desea conocer el pensamiento de Raimon Pánikkar le aconsejo que antes de sus obras (ahora están editando sus “Obras completas” primero en catalán, y está en preparación la edición en italiano y en inglés, y espero que pronto en castellano, etc.) lea las dos del teólogo Victorino Pérez: Más allá de la fragmentación de la teología, el saber y la vida: Raimon Pánikkar. (Valencia 2007), y Dios, Hombre y Mundo: la trinidad de Raimon Pánikkar (prólogo de Xavier Pikaza) (Barcelona 2008).

 

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Continúo este escrito el sábado día 4 de septiembre, después de haber participado ayer en la solemne ceremonia religiosa –concelebración eucarística- en homenaje a Raimundo. Trasladarse al Santuario de Montserrat supone una hora y media o más de tiempo desde Barcelona. Llegué al templo cuarenta minutos antes de las 17hs. (la prevista para el comienzo). Ya no quedaba ni un solo asiento en los bancos. Comprobando que había unas veintitrés filas en dos grupos de bancos para diez personas, calculé que estaban sentadas 460. Durante los restantes cuarenta minutos fuimos situándonos sentados en escalones laterales o permaneciendo de pie más de cien personas, por lo que en total fuimos unos 600. Por lo que dijo el abad de Montserrat, al expresar el agradecimiento en nombre de la familia, se deduce que participaban, aparte de familiares, discípulos y amigos de Raimundo, autoridades académicas, culturales y políticas. Estaban presentes parlamentarios, cargos del Gobierno autonómico y del Ayuntamiento, entre otros el vicepresidente de la Generalitat, el conseller de Cultura y la Directora de Asuntos Religiosos.  A la salida comprobé la presencia de Artur Mas, líder del partido nacionalista Convergencia i Unió; de Carod Rovira, líder de Esquerra Republicana y me dijeron que había algún líder del Partido Popular.

 

Un cuarto de hora antes del inicio de la ceremonia, una cantante que me sorprendió por la belleza de su voz (que he sabido que era Montse Figueras) interpretó un canto asiático, y con el monumental órgano del Santuario se interpretaron tres piezas –una de ellas espontánea, tal como prefería Raimundo- previo el comentario introductorio sobre el mensaje de cada una.

 

A continuación, siguiendo el estilo cuidadoso y solemne de las liturgias del Santuario, aparecieron en procesión unos veinticinco sacerdotes y religiosos benedictinos, y finalmente el abad de Montserrat. Éste pronunció una breve introducción de la ceremonia, manifestando sus sentimientos de respeto, admiración y afecto fraternal a la persona y obra de Raimundo. La misa siguió el sobrio, y a mi juicio, demasiado frío y escueto, estilo romano de la misa gregoriana De angelis. El predicador de la homilía siguió en la misma línea de valoración y respeto hacia Raimundo con que se había expresado el abad.  Partió del texto del evangelio en el que Jesucristo responde a la pregunta del fariseo sobre cuál es el principal mandamiento de la ley.

 

Acabada la misa, la valiosa cantante ya citada interpretó otra pieza, y a continuación un músico me conmovió ejecutando la más bella pieza en violoncelo que he escuchado en mi vida. Luego he sabido que el intérprete era el conocido Jordi Savall, ilustre director de orquesta catalán.

 

Olvidaba decir que antes de la cantante, el catedrático de Filosofía de la Universidad de Girona, Josep-Maria Terricabras (que había sido el padrino de Raimundo cuando se le concedió a éste el doctorado honoris causa), expuso en un breve y emocionado discurso la trascendencia que concedía a la obra filosófica de Raimundo, sobre todo en lo referente al diálogo intercultural e intra-religioso, profundamente vivido por él durante toda su vida. Entre la masa de asistentes, pude comprobar al salir, la presencia de dos sacerdotes numerarios del Opus Dei.

 

Yo he leído alrededor de diez libros suyos. No voy a detenerme en comentarlos aquí. Creo que me gustaban más sus obras de los años setenta y ochenta que las de su etapa posterior, salvo alguna excepción. Personalmente, como teólogos cristianos, mis preferidos son, entre otros, -como ya he indicado- Edward Schillebeechx, Hans Küng, el laico Claude Tresmontant y otros, más que Raimundo. Pero como filósofo y especialista en teología de las religiones, y del diálogo inter e intra-religioso, prefiero –indudablemente- a Pánikkar, y poco después al jesuita Dupuis.  Hay algunas ideas teológicas de Raimundo que yo no considero válidas. Respecto a su estilo de personalidad, considero que su actitud y lenguaje eran excesivamente provocadores, cuando omitía aclarar qué es lo que quería decir cuando declaraba frases que –en apariencia- eran incompatibles con la ortodoxia cristiana. Pero lo eran sólo aparentemente, en la gran mayoría de los casos, o quizá en todos.

 

Sin tanto entusiasmo como viví mis sentimientos de veneración hacia él desde los años cincuenta a los ochenta del siglo pasado, sin embargo seguirá siendo uno de los que yo llamaba “mis tres sabios (magos) de Oriente”, junto con Nicolai Berdiaev y Claude Tresmontant, que mucho han influido en mi vida. Y seguirá siendo alguien de quien continuaré escuchando su sabiduría a través de sus libros y conservaré su recuerdo con profunda admiración y amor.

 

Ramón Rosal

 

 

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