LA ENCêCLICA DE BENEDICTO XVI, ÒDIOS ES AMORÓ, MANIPULADA POR EL OPUS DEI (II)
BRIAN, 27 de febrero de 2006

 

 

Se me recuerda que en mi correo sobre la manipulaci—n de laenc’clica de Benedicto XVI por parte del Opus y de su web, se cita que la fuentes es el Servicio de Prensa del Vaticano. O sea, que no la redact— el Opus, sino el Vaticano. Es un dato del que no me di cuenta y agradezco el recordatorio del olvido, puesto que el hecho pasa a ser mucho m‡s grave todav’a. Y Áclaro!, con ese dato he atado muchos cabos que andaban sueltos por ah’, cabos que ten’a enfrente de m’ durante muchos a–os pero de tan cerca que estaban, no los atŽ hasta ahora. Seguro que para muchos de vosotros estaban bien atados desde hace tiempo, pero yo reconozco que es ahora cuando se me ha encendido la luz. Me explico.

 

ÀQuiŽn es el Director de la Oficina de Prensa de la Santa Sede? La respuesta es f‡cil y a vez, tremenda: desde 1984, el NUMERARIO espa–ol de la Prelatura de la Santa Cruz y Opus Dei, Joaqu’n Navarro-Valls. Y Àcu‡l es la funci—n del Director de la Oficina de Prensa? En efecto: la Oficina de Prensa canaliza toda la informaci—n sobre la actividad del Pont’fice y de los dicasterios de la Curia Romana. Todos sab’amos que en ese puesto estaba un numerario, yo tambiŽn, pero hasta ahora no he sido consciente del poder inmenso del Opus Dei en el Vaticano a travŽs de ese puesto clave. (A partir de ahora, mi comentario se centrar‡ en la figura de un numerario en ese puesto clave y dejo a un lado a la persona con nombre y apellidos, puesto que lo importante no es que se llame tal o cual, sino que es NUMERARIO.) El Opus Dei despersonaliza tanto al individuo por la programaci—n recibida y en virtud de la obediencia, que convierte a los numerarios en clones; sin autonom’a y sin criterio propio. Da igual que se llame Joaqu’n, Pedro o Pablo: es un NUMERARIO. Cualquier numerario, yo mismo en mis tiempos dentro, era otro clon y creer’a estar cumpliendoÓ la voluntad de DiosÓ siguiendo las indicaciones de mis directores de la Obra, ÒcanalizandoÓ la informaci—n sobre el Papa y de los dicasterios de la Curia con las directrices recibidas en el Opus Dei.

 

La fuente m‡s fidedigna a la que se puede acudir en una noticia relacionada con el Papa o cualquier otra cuesti—n de la curia, es la oficina de prensa del Vaticano. De la oficina de prensa del Vaticano salen para todo el mundo: agencias, peri—dicos, cadenas de TV, programas de radio, -ahora tambiŽn internet-, de todo el mundo, repito, las noticias con marchamo de veracidad: Òque vienen de la propia fuenteÓ.

 

Pero ÀquŽ sucede cuando ese puesto clave est‡ dirigido por las coordenadas mentales y espirituales de un numerario del Opus Dei?. He ah’ el problema y la gravedad del asunto. ÀSe transmite lo que el Papa quiere o lo que quiere el Opus Dei? Àse habla de lo que es bueno para la Iglesia o de lo que es bueno para el Opus Dei? Àse oculta la verdad en algo negativo para el Opus Dei puesto que se considera que Òatacar al Opus Dei es Òatacar a la IglesiaÓ? ÀSe hace uso de la restricci—n mental para no decir toda la verdad? Ante cualquier duda Àse consulta a los directores internos o con Òuno de fuera que no nos entender‡ porque no tiene nuestro esp’rituÓ? ÁSurgen tantas preguntas de tan f‡cil respuesta! Ser’a muy dif’cil no dudar de que todo lo que ha salido de esa Oficina de Prensa en los 22 œltimos a–os, ha sido lo que ha querido y le ha convenido al Opus Dei.

 

TambiŽn es f‡cil de explicar por quŽ La Congregaci—n para la Interpretaci—n de los Textos Legislativos, a la que se le ha preguntado en varias ocasiones: si los laicos de la Prelatura pertenecen o no a la misma, -se le ha pedido que interprete el canon 296 del C—digo de Derecho Can—nico que habla de los laicos-, no se haya pronunciado al respecto. ÀQuiŽn la preside? En efecto: el Cardenal NUMERARIO del Opus Dei Juli‡n Herranz. Aunque oficialmente sea un cardenal de la Iglesia Cat—lica, en la realidad es un NUMERARIO del Opus Dei, que bebe de las fuentes de la doctrina del fundador para sus adeptos. Un NUMERARIO del Opus sabe que su œnica obediencia es a la Obra.

 

ÀY cu‡l es el miedo actual del Opus Dei (ese que preocupa tanto al Prelado y a la cœpula directiva de la obra, la Òintenci—nÓ por la que pide rezos)? Yo apostar’a a que se trata por los pr—ximos cambios que Benedicto XVI est‡ preparando en la Curia. Cambios previstos para el mes de abril, inclu’do Ðesperemos que en beneficio de la rectitud de intenci—n del mensaje de la Iglesia-, el director de la Oficina de Prensa, el puesto m‡s importante despuŽs del Papa, en el organigrama del gobierno vaticano.

 

Vuelvo a lo que escrib’ el otro d’a sobre la manipulaci—n de la Enc’clica ÒDios es amorÓ por parte del Opus. Y no quito ni una palabra. La web del Opus pone ese resumen de la Enc’clica lav‡ndose las manos, es decir, si se descubre la manipulaci—n, Òno hemos sido nosotros, ha sido la Oficina de Prensa del VaticanoÓ... Ya pero Ðpodr’a dec’rsele-, es que la dirige un numerario del Opus Dei. Y contestar‡n, como siempre hacen cuando se les pilla en un renuncio: Òcada uno de los socios del Opus Dei trabaja con plena libertad y con responsabilidad personal, sin comprometer ni a la Iglesia, ni a la Obra porque ni en la Iglesia ni en la Obra se apoyan para realizar sus personales actividadesÓ (Escriv‡ de Balaguer, en Conversaciones, punto 38). Lo que quiere decir que si el Director de la Oficina de Prensa del Vaticano, como responsable del resumen que ha divulgado sobre la enc’clica, fuera denunciado pœblicamente por ello, el Opus enseguida le dejar’a en la estacada manifestando que Òno interviene en la tarea profesional de sus miembrosÓ. Y de ello tenemos muchos tristes ejemplos en la historia de los desmanes Ðsobre todo financieros- del Opus Dei.

 

Otra cuesti—n que extra–a es que teniendo el Opus Dei sus propias facultades de Teolog’a, no haya sido un te—logo de la obra quien haya resumido la enc’clica del Papa. ÀSer‡ que hay p‡rrafos de la misma que no conviene airear? Me temo que s’.

 

Me parece m‡s honesta y profesional (de periodistas, no de sœbditos al servicio de fines ajenos a la Iglesia) la postura de la Agencia Cat—lica de Noticias Zenit, que hizo un resumen respetando las palabras del Papa. Porque hasta un ni–o de colegio sabe que hay que entrecomillar las frases que no pertenecen al autor del escrito, y que un resumen no es decir lo que me gustar’a que el Papa hubiera escrito, sino ser fiel a lo que realmente ha escrito.

 

Y para que mi denuncia sobre la manipulaci—n de la enc’clica no sea un brindis al sol, me he tomado la molestia (no ha sido molestia, ha sido un trabajo muy placentero), de poner los p‡rrafos del Papa junto al p‡rrafo correspondiente al resumen (en color azul) de la Oficina de Prensa del Vaticano. El resumen de la Oficina de Prensa est‡ ’ntegro de forma que leyendo de principio a fin el texto escrito en color azul, ese es el poco afortunado y manipulado resumen que se ha publicado, bajo la responsabilidad del numerario director de dicha Oficina.

 

 

 

PRIMERA PARTE

 

Texto del Papa:

 

Recordemos el vasto campo sem‡ntico de la palabra Ç amor È:se habla de amor a la patria, de amor por la profesi—n o el trabajo, de amor entre amigos, entre padres e hijos, entre hermanos y familiares, del amor al pr—jimo y del amor a Dios. Sin embargo, en toda esta multiplicidad de significados destaca, como arquetipo por excelencia, el amor entre el hombre y la mujer, en el cual intervienen inseparablemente el cuerpo y el alma, y en el que se le abre al ser humano una promesa de felicidad que parece irresistible, en comparaci—n del cual palidecen, a primera vista, todos los dem‡s tipos de amor. Se plantea, entonces, la pregunta: todas estas formas de amor Àse unifican al final, de algœn modo, a pesar de la diversidad de sus manifestaciones, siendo en œltimo tŽrmino uno solo, o se trata m‡s bien de una misma palabra que utilizamos para indicar realidades totalmente diferentes?

 

En el resumen de la Oficina de Prensa de la Santa Sede:

 

El tŽrmino "amor", una de las palabras m‡s usadas y de las que m‡s se abusa en el mundo de hoy, posee un vasto campo sem‡ntico. En esta multiplicidad de significados, surge, sin embargo, come arquetipo del amor por excelencia aquel entre hombre y mujer

 

Texto del Papa:

 

Los antiguos griegos dieron el nombre de eros al amor entre hombre y mujer, que no nace del pensamiento o la voluntad, sino que en cierto sentido se impone al ser humano.

 

En el resumen de la Oficina de Prensa de la Santa Sede:

 

que en la antigua Grecia era definido con el nombre de "eros".

 

 

Texto del Papa:

 

Digamos de antemano que el Antiguo Testamento griego usa s—lo dos veces la palabra eros, mientras que el Nuevo Testamento nunca la emplea: de los tres tŽrminos griegos relativos al amor Ñeros, philia (amor de amistad) y agapŽÑ, los escritos neotestamentarios prefieren este œltimo, que en el lenguaje griego estaba dejado de lado. El amor de amistad (philia), a su vez, es aceptado y profundizado en el Evangelio de Juan para expresar la relaci—n entre Jesœs y sus disc’pulos. Este relegar la palabra eros, junto con la nueva concepci—n del amor que se expresa con la palabra agapŽ, denota sin duda algo esencial en la novedad del cristianismo, precisamente en su modo de entender el amor.

 

En el resumen de la Oficina de Prensa de la Santa Sede:

 

En la Biblia y sobre todo en el Nuevo Testamento, se profundiza en el concepto de "amor", un desarrollo que se expresa en el arrinconamiento de la palabra "eros" en favor del tŽrmino "‡gape", para expresar un amor oblativo.

 

 

Texto del Papa:

En la cr’tica al cristianismo que se ha desarrollado con creciente radicalismo a partir de la Ilustraci—n, esta novedad ha sido valorada de modo absolutamente negativo. El cristianismo, segœn Friedrich Nietzsche, habr’a dado de beber al eros un veneno, el cual, aunque no le llev— a la muerte, le hizo degenerar en vicio.[1] El fil—sofo alem‡n expres— de este modo una apreciaci—n muy difundida: la Iglesia, con sus preceptos y prohibiciones, Àno convierte acaso en amargo lo m‡s hermoso de la vida? ÀNo pone quiz‡s carteles de prohibici—n precisamente all’ donde la alegr’a, predispuesta en nosotros por el Creador, nos ofrece una felicidad que nos hace pregustar algo de lo divino? Pero, Àes realmente as’? El cristianismo,Àha destruido verdaderamente el eros?

 

En el resumen de la Oficina de Prensa de la Santa Sede:

 

Esta nueva visi—n del amor, una novedad esencial del cristianismo, ha sido juzgada no pocas veces, de forma absolutamente negativa, como un rechazo del "eros" y de la corporeidad.

 

 

Texto del Papa:

En estas r‡pidas consideraciones sobre el concepto de eros en la historia y en la actualidad sobresalen claramente dos aspectos. Ante todo, que entre el amor y lo divino existe una cierta relaci—n: el amor promete infinidad, eternidad, una realidad m‡s grande y completamente distinta de nuestra existencia cotidiana. Pero, al mismo tiempo, se constata que el camino para lograr esta meta no consiste simplemente en dejarse dominar por el instinto. Hace falta una purificaci—n y maduraci—n, que incluyen tambiŽn la renuncia. Esto no es rechazar el eros ni Ç envenenarlo È, sino sanearlo para que alcance su verdadera grandeza.

Esto depende ante todo de la constituci—n del ser humano, que est‡ compuesto de cuerpo y alma. El hombre es realmente Žl mismo cuando cuerpo y alma forman una unidad ’ntima; el desaf’o del eros puede considerarse superado cuando se logra esta unificaci—n. Si el hombre pretendiera ser s—lo esp’ritu y quisiera rechazar la carne como si fuera una herencia meramente animal, esp’ritu y cuerpo perder’an su dignidad. Si, por el contrario, repudia el esp’ritu y por tanto considera la materia, el cuerpo, como una realidad exclusiva, malogra igualmente su grandeza. El epicœreo Gassendi, bromeando, se dirigi— a Descartes con el saludo: Ç ÁOh Alma! È. Y Descartes replic—: Ç ÁOh Carne! È.[3] Pero ni la carne ni el esp’ritu aman: es el hombre, la persona, la que ama como criatura unitaria, de la cual forman parte el cuerpo y el alma. S—lo cuando ambos se funden verdaderamente en una unidad, el hombre es plenamente Žl mismo. ònicamente de este modo el amor Ñel erosÑ puede madurar hasta su verdadera grandeza.

Hoy se reprocha a veces al cristianismo del pasado haber sido adversario de la corporeidad y, de hecho, siempre se han dado tendencias de este tipo. Pero el modo de exaltar el cuerpo que hoy constatamos resulta enga–oso. El eros, degradado a puro Ç sexo È, se convierte en mercanc’a, en simple Ç objeto È que se puede comprar y vender; m‡s aœn, el hombre mismo se transforma en mercanc’a.

 

En el resumen de la Oficina de Prensa de la Santa Sede:

 

Si bien haya habido tendencias de ese tipo, el sentido de esta profundizaci—n es otro. El "eros", puesto en la naturaleza del ser humano por su mismo Creador, tiene necesidad de disciplina, de purificaci—n y de madurez para no perder su dignidad original y no degradarse a puro "sexo", convirtiŽndose en mercanc’a.

 

 

Texto del Papa:

 

El desarrollo del amor hacia sus m‡s altas cotas y su m‡s ’ntima pureza conlleva el que ahora aspire a lo definitivo, y esto en un doble sentido: en cuanto implica exclusividad Ñs—lo esta personaÑ, y en el sentido delÇ para siempre È. El amor engloba la existencia entera y en todas sus dimensiones, incluido tambiŽn el tiempo. No podr’a ser de otra manera, puesto que su promesa apunta a lo definitivo: el amor tiende a la eternidad. Ciertamente, el amor es Ç Žxtasis È, pero no en el sentido de arrebato moment‡neo, sino como camino permanente, como un salir del yo cerrado en s’ mismo hacia su liberaci—n en la entrega de s’ y, precisamente de este modo, hacia el reencuentro consigo mismo, m‡s aœn, hacia el descubrimiento de Dios: ÇEl que pretenda guardarse su vida, la perder‡; y el que la pierda, la recobrar‡È (Lc 17, 33), dice Jesœs en una sentencia suya que, con algunas variantes, se repite en los Evangelios (cf. Mt 10, 39; 16, 25; Mc 8, 35; Lc9, 24; Jn 12, 25). Con estas palabras, Jesœs describe su propio itinerario, que a travŽs de la cruz lo lleva a la resurrecci—n: el camino del grano de trigo que cae en tierra y muere, dando as’ fruto abundante. Describe tambiŽn, partiendo de su sacrificio personal y del amor que en Žste llega a su plenitud, la esencia del amor y de la existencia humana en general.

 

En el resumen de la Oficina de Prensa de la Santa Sede:

 

La fe cristiana ha considerado siempre al hombre como un ser en el que esp’ritu y materia se compenetran uno con otra, alcanzando as’ una nobleza nueva. Se puede decir que el reto del "eros" ha sido superado cuando en el ser humano el cuerpo y el alma se encuentran en perfecta armon’a. Entonces s’ que el amor es "Žxtasis", pero Žxtasis no en el sentido de un momento de embriaguez pasajera, sino como Žxodo permanente del yo encerrado en s’ mismo hacia su liberaci—n en el don de s’, y de esa forma hacia el reencuentro consigo mismo, mas aœn, hacia el descubrimiento de Dios: de este modo el "eros" puede elevar al ser humano en "Žxtasis" hacia lo Divino.

 

 

Texto del Papa:

 

A menudo, en el debate filos—fico y teol—gico, estas distinciones se han radicalizado hasta el punto de contraponerse entre s’: lo t’picamente cristiano ser’a el amor descendente, oblativo, el agapŽ precisamente; la cultura no cristiana, por el contrario, sobre todo la griega, se caracterizar’a por el amor ascendente, vehemente y posesivo, es decir, el eros. Si se llevara al extremo este antagonismo, la esencia del cristianismo quedar’a desvinculada de las relaciones vitales fundamentales de la existencia humana y constituir’a un mundo del todo singular, que tal vez podr’a considerarse admirable, pero netamente apartado del conjunto de la vida humana. En realidad, eros y agapŽ Ñamor ascendente y amor descendenteÑnunca llegan a separarse completamente. Cuanto m‡s encuentran ambos, aunque en diversa medida, la justa unidad en la œnica realidad del amor, tanto mejor se realiza la verdadera esencia del amor en general. Si bien el eros inicialmente es sobre todo vehemente, ascendenteÑfascinaci—n por la gran promesa de felicidadÑ, al aproximarse la persona al otro se plantear‡ cada vez menos cuestiones sobre s’ misma, para buscar cada vez m‡s la felicidad del otro, se preocupar‡ de Žl, se entregar‡ y desear‡ Çser para È el otro. As’, el momento del agapŽ se inserta en el eros inicial; de otro modo, se desvirtœa y pierde tambiŽn su propia naturaleza. Por otro lado, el hombre tampoco puede vivir exclusivamente del amor oblativo, descendente. No puede dar œnicamente y siempre, tambiŽn debe recibir. Quien quiere dar amor, debe a su vez recibirlo como don.

 

En el resumen de la Oficina de Prensa de la Santa Sede:

 

En definitiva, "eros" y "‡gape" exigen no estar nunca separados completamente uno de otra, al contrario, cuanto m‡s -si bien en dimensiones diversas-, encuentran su justo equilibrio, m‡s se cumple la verdadera naturaleza del amor. Si bien el "eros" inicialmente es sobre todo deseo, a medida que se acerque a la otra persona se interrogar‡ siempre menos sobre s’ mismo, buscar‡ cada vez m‡s la felicidad del otro, se entregar‡ y desear‡ "ser" para el otro: as’ se adentra en Žl y se afirma el momento del "‡gape".

 

 

Texto del Papa:

La verdadera originalidad del Nuevo Testamento no consiste en nuevas ideas, sino en la figura misma de Cristo, que da carne y sangre a los conceptos: un realismo inaudito. Tampoco en el Antiguo Testamento la novedad b’blica consiste simplemente en nociones abstractas, sino en la actuaci—n imprevisible y, en cierto sentido inaudita, de Dios. Este actuar de Dios adquiere ahora su forma dram‡tica, puesto que, en Jesucristo, el propio Dios va tras la Ç oveja perdidaÈ, la humanidad doliente y extraviada. Cuando Jesœs habla en sus par‡bolas del pastor que va tras la oveja descarriada, de la mujer que busca el dracma, del padre que sale al encuentro del hijo pr—digo y lo abraza, no se trata s—lo de meras palabras, sino que es la explicaci—n de su propio ser y actuar. En su muerte en la cruz se realiza ese ponerse Dios contra s’ mismo, al entregarse para dar nueva vida al hombre y salvarlo: esto es amor en su forma m‡s radical. Poner la mirada en el costado traspasado de Cristo, del que habla Juan (cf. 19,37), ayuda a comprender lo que ha sido el punto de partida de esta Carta enc’clica: Ç Dios es amor È (1 Jn 4, 8).Es all’, en la cruz, donde puede contemplarse esta verdad. Y a partir de all’ se debe definir ahora quŽ es el amor. Y, desde esa mirada, el cristiano encuentra la orientaci—n de su vivir y de su amar.

Jesœs ha perpetuado este acto de entrega mediante la instituci—n de la Eucarist’a durante la òltima Cena. Ya en aquella hora, ƒl anticipa su muerte y resurrecci—n, d‡ndose a s’ mismo a sus disc’pulos en el pan y en el vino, su cuerpo y su sangre como nuevo man‡ (cf. Jn6, 31-33) Si el mundo antiguo hab’a so–ado que, en el fondo, el verdadero alimento del hombre Ñaquello por lo que el hombre viveÑ era el Logos, la sabidur’a eterna, ahora este Logos se ha hecho para nosotros verdadera comida, como amor. La Eucarist’a nos adentra en el acto oblativo de Jesœs. No recibimos solamente de modo pasivo el Logos encarnado, sino que nos implicamos en la din‡mica de su entrega. La imagen de las nupcias entre Dios e Israel se hace realidad de un modo antes inconcebible: lo que antes era estar frente a Dios, se transforma ahora en uni—n por la participaci—n en la entrega de Jesœs, en su cuerpo y su sangre. La Ç m’stica Èdel Sacramento, que se basa en el abajamiento de Dios hacia nosotros, tiene otra dimensi—n de gran alcance y que lleva mucho m‡s alto de lo que cualquier elevaci—n m’stica del hombre podr’a alcanzar.

Pero ahora se ha de prestar atenci—n a otro aspecto: la Ç m’stica È del Sacramento tiene un car‡cter social, porque en la comuni—n sacramental yo quedo unido al Se–or como todos los dem‡s que comulgan: Ç El pan es uno, y as’ nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo, porque comemos todos del mismo pan È, dice san Pablo (1 Co10, 17). La uni—n con Cristo es al mismo tiempo uni—n con todos los dem‡s a los que Žl se entrega. No puedo tener a Cristo s—lo para m’; œnicamente puedo pertenecerle en uni—n con todos los que son suyos o lo ser‡n. La comuni—n me hace salir de m’ mismo para ir hacia ƒl, y por tanto, tambiŽn hacia la unidad con todos los cristianos. Nos hacemos Ç un cuerpo È, aunados en una œnica existencia. Ahora, el amor a Dios y al pr—jimo est‡n realmente unidos: el Dios encarnado nos atrae a todos hacia s’. Se entiende, pues, que el agapŽ se haya convertido tambiŽn en un nombre de la Eucarist’a: en ella el agapŽ de Dios nos llega corporalmente para seguir actuando en nosotros y por nosotros. S—lo a partir de este fundamento cristol—gico-sacramental se puede entender correctamente la ense–anza de Jesœs sobre el amor.

 

En el resumen de la Oficina de Prensa de la Santa Sede:

 

En Jesucristo, que es el amor de Dios encarnado, el "eros"-"‡gape" alcanza su forma m‡s radical. Al morir en la cruz, Jesœs, entreg‡ndose para elevar y salvar al ser humano, expresa el amor en su forma m‡s sublime. Jesœs asegur— a este acto de ofrenda su presencia duradera a travŽs de la instituci—n de la Eucarist’a, en la que, bajo las especies del pan y del vino se nos entrega como un nuevo man‡ que nos une a El. Participando en la Eucarist’a, nosotros tambiŽn nos implicamos en la din‡mica de su entrega. Nos unimos a El y al mismo tiempo nos unimos a todos los dem‡s a los que El se entrega; todos nos convertimos as’ en "un s—lo cuerpo".De ese modo, el amor a Dios y el amor a nuestro pr—jimo se funden realmente. El doble mandamiento, gracias a este encuentro con el "‡gape" de Dios, ya no es solamente una exigencia: el amor se puede "mandar" porque antes se ha entregado.

 

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EN ESTE PUNTO, INEXPLICABLEMENTE, EL RESUMEN DE LA OFICINA DE PRENSA DE LA SANTA SEDE (OPUSDEI), ELUDE HABLAR DE UNO DE LOS PçRRAFOS MçS BELLOS DE LA ENCêCLICA, QUE SE TITULA, NO LO OLVIDEMOS: ÒDIOS ES AMORÓ. Es el siguiente:

 

 

La par‡bola del buen Samaritano (cf. Lc 10, 25-37) nos lleva sobre todo a dos aclaraciones importantes. Mientras el concepto de Ç pr—jimo È hasta entonces se refer’a esencialmente a los conciudadanos y a los extranjeros que se establec’an en la tierra de Israel, y por tanto a la comunidad compacta de un pa’s o de un pueblo, ahora este l’mite desaparece. Mi pr—jimo es cualquiera que tenga necesidad de m’ y que yo pueda ayudar. Se universaliza el concepto de pr—jimo, pero permaneciendo concreto. Aunque se extienda a todos los hombres, el amor al pr—jimo no se reduce a una actitud genŽrica y abstracta, poco exigente en s’ misma, sino que requiere mi compromiso pr‡ctico aqu’ y ahora. La Iglesia tiene siempre el deber de interpretar cada vez esta relaci—n entre lejan’a y proximidad, con vistas ala vida pr‡ctica de sus miembros. En fin, se ha de recordar de modo particular la gran par‡bola del Juicio final (cf. Mt 25, 31-46), en el cual el amor se convierte en el criterio para la decisi—n definitiva sobre la valoraci—n positiva o negativa de una vida humana. Jesœs se identifica con los pobres: los hambrientos y sedientos, los forasteros, los desnudos, enfermos o encarcelados. Ç Cada vez que lo hicisteis con uno de estos mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis È (Mt 25, 40). Amor a Dios y amor al pr—jimo se funden entre s’: en el m‡s humilde encontramos a Jesœs mismo y en Jesœs encontramos a Dios.

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Y SE OLVIDA TAMBIƒN POR COMPLETO DEL APARTADO QUE VIENE A CONTINUACIîN: ÒAmor a Dios y amor al pr—jimoÓ. Son los puntos 16, 17, y 18 de la Enc’clica. Trascribo completo el punto 18 porque forma parte de la esencia de lo que dice el Papa y que ha sido ignorado por el Opus:

 

18. De este modo se ve que es posible el amor al pr—jimo en el sentido enunciado por la Biblia, por Jesœs. Consiste justamente en que, en Dios y con Dios, amo tambiŽn a la persona que no me agrada o ni siquiera conozco. Esto s—lo puede llevarse a cabo a partir del encuentro ’ntimo con Dios, un encuentro que se ha convertido en comuni—n de voluntad, llegando a implicar el sentimiento. Entonces aprendo a mirar a esta otra persona no ya s—lo con mis ojos y sentimientos, sino desde la perspectiva de Jesucristo. Su amigo es mi amigo. M‡s all‡ de la apariencia exterior del otro descubro su anhelo interior de un gesto de amor, de atenci—n, que no le hago llegar solamente a travŽs de las organizaciones encargadas de ello, y acept‡ndolo talvez por exigencias pol’ticas. Al verlo con los ojos de Cristo, puedo dar al otro mucho m‡s que cosas externas necesarias: puedo ofrecerle la mirada de amor que Žl necesita. En esto se manifiesta la imprescindible interacci—n entre amor a Dios y amor al pr—jimo, de la que habla con tanta insistencia la Primera carta de Juan. Si en mi vida falta completamente el contacto con Dios, podrŽ ver siempre en el pr—jimo solamente al otro, sin conseguir reconocer en Žl la imagen divina. Por el contrario, sien mi vida omito del todo la atenci—n al otro, queriendo ser s—lo Ç piadoso È y cumplir con mis Ç deberes religiosos È, se marchita tambiŽn la relaci—n con Dios. Ser‡ œnicamente una relaci—n Ç correcta È, pero sin amor. S—lo mi disponibilidad para ayudar al pr—jimo, para manifestarle amor, me hace sensible tambiŽn ante Dios. S—lo el servicio al pr—jimo abre mis ojos a lo que Dios hace por m’ y a lo mucho que me ama. Los Santos Ñpensemos por ejemplo en la beata Teresa de CalcutaÑ han adquirido su capacidad de amar al pr—jimo de manera siempre renovada gracias a su encuentro con el Se–or eucar’stico y, viceversa, este encuentro ha adquirido realismo y profundidad precisamente en su servicio a los dem‡s. Amor a Dios y amor al pr—jimo son inseparables, son un œnico mandamiento. Pero ambos viven del amor que viene de Dios, que nos ha amado primero. As’, pues, no se trata ya de un Ç mandamiento È externo que nos impone lo imposible, sino de una experiencia de amor nacida desde dentro, un amor que por su propia naturaleza ha de ser ulteriormente comunicado a otros. El amor crece a travŽs del amor. El amor es Ç divino È porque proviene de Dios y a Dios nos une y, mediante este proceso unificador, nos transforma en un Nosotros, que supera nuestras divisiones y nos convierte en una sola cosa, hasta que al final Dios sea Ç todo para todos È (cf. 1 Co 15, 28).

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SEGUNDA PARTE

 

Texto del Papa:

 

El amor al pr—jimo enraizado en el amor a Dios es ante todo una tarea para cada fiel, pero lo es tambiŽn para toda la comunidad eclesial, y esto en todas sus dimensiones: desde la comunidad local a la Iglesia particular, hasta abarcar a la Iglesia universal en su totalidad. TambiŽn la Iglesia en cuanto comunidad ha de poner en pr‡ctica el amor. En consecuencia, el amor necesita tambiŽn una organizaci—n, como presupuesto para un servicio comunitario ordenado. La Iglesia ha sido consciente de que esta tarea ha tenido una importancia constitutiva para ella desde sus comienzos: Ç Los creyentes viv’an todos unidos y lo ten’an todo en comœn; vend’an sus posesiones y bienes y lo repart’an entre todos, segœn la necesidad de cada uno È (Hch 2, 44-45). Lucas nos relata esto relacion‡ndolo con una especie de definici—n de la Iglesia, entre cuyos elementos constitutivos enumera la adhesi—n a la Ç ense–anza de los Ap—stoles È, a la Ç comuni—n È (koinonia), a la Ç fracci—n del pan È y a la Ç oraci—n È (cf.Hch 2, 42). La Ç comuni—n È (koinonia), mencionada inicialmente sin especificar, se concreta despuŽs en los vers’culos antes citados: consiste precisamente en que los creyentes tienen todo en comœn y en que, entre ellos, ya no hay diferencia entre ricos y pobres (cf. tambiŽn Hch 4, 32-37). A decir verdad, a medida que la Iglesia se extend’a, resultaba imposible mantener esta forma radical de comuni—n material. Pero el nœcleo central ha permanecido: en la comunidad de los creyentes no debe haber una forma de pobreza en la que se niegue a alguien los bienes necesarios para una vida decorosa.

 

En el resumen de la Oficina de Prensa de la Santa Sede:

 

El amor por el pr—jimo, enraizado en el amor de Dios, adem‡s de ser una obligaci—n para cada fiel, lo es tambiŽn para toda la comunidad eclesial, que en su actividad caritativa debe reflejar el amor trinitario. La conciencia de esa obligaci—n ha tenido un relieve constitutivo en la Iglesia ya desde sus inicios y muy pronto se evidenci— tambiŽn la necesidad de una determinada organizaci—n como presupuesto para cumplirla con m‡s eficacia.

 

 

Texto del Papa:

 

Un paso decisivo en la dif’cil bœsqueda de soluciones para realizar este principio eclesial fundamental se puede ver en la elecci—n de los siete varones, que fue el principio del ministerio diaconal (cf. Hch 6, 5-6). En efecto, en la Iglesia de los primeros momentos, se hab’a producido una disparidad en el suministro cotidiano a las viudas entre la parte de lengua hebrea y la de lengua griega. Los Ap—stoles, a los que estaba encomendado sobre todo Ç la oraci—n È (Eucarist’a y Liturgia) y el Ç servicio de la Palabra È, se sintieron excesivamente cargados con el Çservicio de la mesa È; decidieron, pues, reservar para s’ su oficio principal y crear para el otro, tambiŽn necesario en la Iglesia, un grupo de siete personas. Pero este grupo tampoco deb’a limitarse a un servicio meramente tŽcnico de distribuci—n: deb’an ser hombres Ç llenos de Esp’ritu y de sabidur’aÈ (cf. Hch 6, 1-6). Lo cual significa que el servicio social que desempe–aban era absolutamente concreto, pero sin duda tambiŽn espiritual al mismo tiempo; por tanto, era un verdadero oficio espiritual el suyo, que realizaba un cometido esencial de la Iglesia, precisamente el del amor bien ordenado al pr—jimo. Con la formaci—n de este grupo de los Siete, la Ç diacon’a È Ñel servicio del amor al pr—jimo ejercido comunitariamente y de modo org‡nicoÑ quedaba ya instaurada en la estructura fundamental de la Iglesia misma.

 

En el resumen de la Oficina de Prensa de la Santa Sede:

 

As’, en la estructura fundamental de la Iglesia surgi— la "diacon’a" como un servicio del amor hacia el pr—jimo, llevado a cabo comunitariamente y de forma ordenada -un servicio concreto pero, a la vez, espiritual-. Con la difusi—n progresiva de la Iglesia, este ejercicio de caridad se confirm— como uno de sus ‡mbitos esenciales

 

 

Texto del Papa:

 

Llegados a este punto, tomamos de nuestras reflexiones dos datos esenciales:

a) La naturaleza ’ntima de la Iglesia se expresa en una triple tarea: anuncio de la Palabra de Dios (kerygma-martyria), celebraci—n de los Sacramentos (leiturgia) y servicio de la caridad (diakonia). Son tareas que se implican mutuamente y no pueden separarse una de otra. Para la Iglesia, la caridad no es una especie de actividad de asistencia social que tambiŽn se podr’a dejar a otros, sino que pertenece a su naturaleza y es manifestaci—n irrenunciable de su propia esencia.

 

En el resumen de la Oficina de Prensa de la Santa Sede:

 

La naturaleza ’ntima de la Iglesia se expresa, de esa forma, en una triple tarea: anuncio de la Palabra de Dios (kerygma-martyria), celebraci—n de los sacramentos (leiturgia), servicio de la caridad (diakonia). Son tareas en las que una presupone las otras y no pueden separarse entre s’".

 

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PERO SE OLVIDA DEL PçRRAFO QUE VIENE INMEDIATAMENTE DESPUƒS:

 

 

b) La Iglesia es la familia de Dios en el mundo. En esta familia no debe haber nadie que sufra por falta de lo necesario. Pero, al mismo tiempo, la caritas-agapŽ supera los confines de la Iglesia; la par‡bola del buen Samaritano sigue siendo el criterio de comportamiento y muestra la universalidad del amor que se dirige hacia el necesitado encontrado Çcasualmente È (cf. Lc 10, 31),quienquiera que sea. No obstante, quedando a salvo la universalidad del amor, tambiŽn se da la exigencia espec’ficamente eclesial de que, precisamente en la Iglesia misma como familia, ninguno de sus miembros sufra por encontrarse en necesidad. En este sentido, siguen teniendo valor las palabras de la Carta a los G‡latas: Ç Mientras tengamos oportunidad, hagamos el bien a todos, pero especialmente a nuestros hermanos en la fe È (6, 10).

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Texto del Papa:

 

Desde el siglo XIX se ha planteado una objeci—n contra la actividad caritativa de la Iglesia, desarrollada despuŽs con insistencia sobretodo por el pensamiento marxista. Los pobres, se dice, no necesitan obras de caridad, sino de justicia. Las obras de caridad Ñla limosnaÑ ser’an en realidad un modo para que los ricos eludan la instauraci—n de la justicia y acallen su conciencia, conservando su propia posici—n social y despojando a los pobres de sus derechos. En vez de contribuir con obras aisladas de caridad a mantener las condiciones existentes, har’a falta crear un orden justo, en el que todos reciban su parte de los bienes del mundo y, por lo tanto, no necesiten ya las obras de caridad. Se debe reconocer que en esta argumentaci—n hay algo de verdad, pero tambiŽn bastantes errores. Es cierto que una norma fundamental del Estado debe ser perseguir la justicia y que el objetivo de un orden social justo es garantizar a cada uno, respetando el principio de subsidiaridad, su parte de los bienes comunes. Eso es lo que ha subrayado tambiŽn la doctrina cristiana sobre el Estado y la doctrina social de la Iglesia. La cuesti—n del orden justo de la colectividad, desde un punto de vista hist—rico, ha entrado en una nueva fase con la formaci—n de la sociedad industrial en el siglo XIX. El surgir de la industria moderna ha desbaratado las viejas estructuras sociales y, con la masa de los asalariados, ha provocado un cambio radical en la configuraci—n de la sociedad, en la cual la relaci—n entre el capital y el trabajo se ha convertido en la cuesti—n decisiva, una cuesti—n que, en estos tŽrminos, era desconocida hasta entonces. Desde ese momento, los medios de producci—n y el capital eran el nuevo poder que, estando en manos de pocos, comportaba para las masas obreras una privaci—n de derechos contra la cual hab’a que rebelarse.

 

En el resumen de la Oficina de Prensa de la Santa Sede:

 

A partir del siglo XIX, contra la actividad caritativa de la Iglesia se plante— una objeci—n fundamental: la de que estar’a en contraposici—n -se dijo- con la justicia y acabar’a por actuar como sistema de conservaci—n del status quo. Al llevar a cabo obras de caridad individuales, la Iglesia favorecer’a el mantenimiento del injusto sistema vigente, haciŽndolo de alguna forma soportable y frenando de esa manera la rebeli—n y el potencial cambio hacia un mundo mejor.

 

 

Texto del Papa:

 

Se debe admitir que los representantes de la Iglesia percibieron s—lo lentamente que el problema de la estructura justa de la sociedad se planteaba de un modo nuevo. No faltaron pioneros: uno de ellos, por ejemplo, fue el Obispo Ketteler de Maguncia (  1877). Para hacer frente a las necesidades concretas surgieron tambiŽn c’rculos, asociaciones, uniones, federaciones y, sobre todo, nuevas Congregaciones religiosas, que en el siglo XIX se dedicaron a combatir la pobreza, las enfermedades y las situaciones de carencia en el campo educativo. En 1891, se interes— tambiŽn el magisterio pontificio con la Enc’clica Rerum novarum de Le—n XIII. Sigui— con laEnc’clica de P’o XI Quadragesimo anno, en 1931. En 1961, el beato Papa Juan XXIII public— la Enc’clica Materet Magistra, mientras que Pablo VI, en la Enc’clica Populorum progressio (1967) y en la Carta apost—lica Octogesima adveniens (1971), afront— con insistencia la problem‡tica social que, entre tanto, se hab’a agudizado sobretodo en LatinoamŽrica. Mi gran predecesor Juan Pablo II nos ha dejado una trilog’a de Enc’clicas sociales: Laborem exercens (1981), Sollicitudo rei socialis (1987) y Centesimus annus (1991). As’ pues, cotejando situaciones y problemas nuevos cada vez, se ha ido desarrollando una doctrina social cat—lica, que en2004 ha sido presentada de modo org‡nico en el Compendio de la doctrina social de la Iglesia, redactado por el Consejo Pontificio Iustitia et Pax. El marxismo hab’a presentado la revoluci—n mundial y su preparaci—n como la panacea para los problemas sociales: mediante la revoluci—n y la consiguiente colectivizaci—n de los medios de producci—n Ñse afirmaba en dicha doctrinaÑ todo ir’a repentinamente de modo diferente y mejor. Este sue–o se ha desvanecido. En la dif’cil situaci—n en la que nos encontramos hoy, a causa tambiŽn de la globalizaci—n de la econom’a, la doctrina social de la Iglesia se ha convertido en una indicaci—n fundamental, que propone orientaciones v‡lidas mucho m‡s all‡ de sus confines: estas orientaciones Ñante el avance del progresoÑ se han de afrontar en di‡logo con todos los que se preocupan seriamente por el hombre y su mundo.

 

En el resumen de la Oficina de Prensa de la Santa Sede:

 

En este sentido, el marxismo hab’a indicado en la revoluci—n mundial y en su preparaci—n la panacea para la problem‡tica social-un sue–o que con el tiempo se ha desvanecido-. El magisterio pontificio, empezando por la enc’clica "Rerum novarum" de Le—n XIII (1891) hasta la trilog’a de las enc’clicas sociales de Juan Pablo II: "Laborem exercens" (1981), "Sollicitudo rei socialis" (1987),"Centesimus annus" (1991), ha afrontado con insistencia creciente la cuesti—n social y, confront‡ndose con situaciones problem‡ticas siempre nuevas, ha desarrollado una doctrina social muy articulada, que propone orientaciones v‡lidas que van mucho m‡s all‡ de los confines de la Iglesia.

 

 

Texto del Papa:

 

a) El orden justo de la sociedad y del Estado es una tarea principal de la pol’tica. Un Estado que no se rigiera segœn la justicia se reducir’a a una gran banda de ladrones, dijo una vez Agust’n: Ç Remota itaque iustitia quid sunt regna nisi magna latrocinia?È.[18]Es propio de la estructura fundamental del cristianismo la distinci—n entre lo que es del CŽsar y lo que es de Dios (cf. Mt 22, 21), esto es, entre Estado e Iglesia o, como dice el Concilio Vaticano II, el reconocimiento de la autonom’a de las realidades temporales.[19]El Estado no puede imponer la religi—n, pero tiene que garantizar su libertad y la paz entre los seguidores de las diversas religiones; la Iglesia, como expresi—n social de la fe cristiana, por su parte, tiene su independencia y vive su forma comunitaria basada en la fe, que el Estado debe respetar. Son dos esferas distintas, pero siempre en relaci—n rec’proca.

 

En el resumen de la Oficina de Prensa de la Santa Sede:

 

Sin embargo, la creaci—n de un orden justo de la sociedad y del Estado es un deber principal de la pol’tica,

 

 

Texto del Papa:

 

La doctrina social de la Iglesia argumenta desde la raz—n y el derecho natural, es decir, a partir de lo que es conforme a la naturaleza de todo ser humano. Y sabe que no es tarea de la Iglesia el que ella misma haga valer pol’ticamente esta doctrina: quiere servir a la formaci—n de las conciencias en la pol’tica y contribuir a que crezca la percepci—n de las verdaderas exigencias de la justicia y, al mismo tiempo, la disponibilidad para actuar conforme a ella, aun cuando esto estuviera en contraste con situaciones de intereses personales. Esto significa que la construcci—n de un orden social y estatal justo, mediante el cual se da a cada uno lo que le corresponde, es una tarea fundamental que debe afrontar de nuevo cada generaci—n. Trat‡ndose de un quehacer pol’tico, esto no puede ser un cometido inmediato de la Iglesia. Pero, como al mismo tiempo es una tarea humana primaria, la Iglesia tiene el deber de ofrecer, mediante la purificaci—n de la raz—n y la formaci—n Žtica, su contribuci—n espec’fica, para que las exigencias de la justicia sean comprensibles y pol’ticamente realizables.

 

En el resumen de la Oficina de Prensa de la Santa Sede:

 

y por tanto, no puede ser una tarea inmediata de la Iglesia

 

 

Texto del Papa:

 

La Iglesia no puede ni debe emprender por cuenta propia la empresa pol’tica de realizar la sociedad m‡s justa posible. No puede ni debe sustituir al Estado. Pero tampoco puede ni debe quedarse al margen en la lucha por la justicia. Debe insertarse en ella a travŽs de la argumentaci—n racional y debe despertar las fuerzas espirituales, sin las cuales la justicia, que siempre exige tambiŽn renuncias, no puede afirmarse ni prosperar. La sociedad justa no puede ser obra de la Iglesia, sino de la pol’tica. No obstante, le interesa sobremanera trabajar por la justicia esforz‡ndose por abrir la inteligencia y la voluntad a las exigencias del bien.

 

En el resumen de la Oficina de Prensa de la Santa Sede:

 

La doctrina social cat—lica no quiere conferir a la Iglesia un poder sobre el Estado, sino simplemente purificar e iluminar la raz—n, ofreciendo la propia contribuci—n a la formaci—n de las conciencias, para que las verdaderas exigencias de la justicia sean percibidas, reconocidas y realizadas.

 

 

Texto del Papa:

 

b) El amor ÑcaritasÑ siempre ser‡ necesario, incluso en la sociedad m‡s justa. No hay orden estatal, por justo que sea, que haga superfluo el servicio del amor. Quien intenta desentenderse del amor se dispone a desentenderse del hombre en cuanto hombre. Siempre habr‡ sufrimiento que necesite consuelo y ayuda. Siempre habr‡ soledad. Siempre se dar‡n tambiŽn situaciones de necesidad material en las que es indispensable una ayuda que muestre un amor concreto al pr—jimo.[20]El Estado que quiere proveer a todo, que absorbe todo en s’ mismo, se convierte en definitiva en una instancia burocr‡tica que no puede asegurar lo m‡s esencial que el hombre afligido Ñcualquier ser humanoÑ necesita: una entra–able atenci—n personal. Lo que hace falta no es un Estado que regule y domine todo, sino que generosamente reconozca y apoye, de acuerdo con el principio de subsidiaridad, las iniciativas que surgen de las diversas fuerzas sociales y que unen la espontaneidad con la cercan’a a los hombres necesitados de auxilio. La Iglesia es una de estas fuerzas vivas: en ella late el dinamismo del amor suscitado por el Esp’ritu de Cristo. Este amor no brinda a los hombres s—lo ayuda material, sino tambiŽn sosiego y cuidado del alma, un ayuda con frecuencia m‡s necesaria que el sustento material. La afirmaci—n segœn la cual las estructuras justas har’an superfluas las obras de caridad, esconde una concepci—n materialista del hombre: el prejuicio de que el hombre vive Ç s—lo de pan È (Mt 4, 4; cf.Dt 8, 3), una concepci—n que humilla al hombre e ignora precisamente lo que es m‡s espec’ficamente humano.

 

En el resumen de la Oficina de Prensa de la Santa Sede:

 

Sin embargo, no existe ninguna normativa estatal que, por justa que sea, pueda hacer superfluo el servicio del amor. El Estado que quiere proveer a todo se convierte en definitiva en una instancia burocr‡tica que no puede asegurar lo m‡s esencial que el ser humano afligido-cualquier ser humano- necesita: una entra–able atenci—n personal. Quien quiere desentenderse del amor, se dispone a desentenderse del hombre en cuanto hombre.

 

 

Texto del Papa:

 

Por otra parte Ñy Žste es un aspecto provocativo y a la vez estimulante del proceso de globalizaci—nÑ, ahora se puede contar con innumerables medios para prestar ayuda humanitaria a los hermanos y hermanas necesitados, como son los modernos sistemas para la distribuci—n de comida y ropa, as’ como tambiŽn para ofrecer alojamiento y acogida. La solicitud por el pr—jimo, pues, superando los confines de las comunidades nacionales, tiende a extender su horizonte al mundo entero. El Concilio Vaticano II ha hecho notar oportunamente que Ç entre los signos de nuestro tiempo es digno de menci—n especial el creciente e inexcusable sentido de solidaridad entre todos los pueblos È.[25]Los organismos del Estado y las asociaciones humanitarias favorecen iniciativas orientadas a este fin, generalmente mediante subsidios o desgravaciones fiscales en un caso, o poniendo a disposici—n considerables recursos, en otro. De este modo, la solidaridad expresada por la sociedad civil supera de manera notable a la realizada por las personas individualmente.

b) En esta situaci—n han surgido numerosas formas nuevas de colaboraci—n entre entidades estatales y eclesiales, que se han demostrado fruct’feras. Las entidades eclesiales, con la transparencia en su gesti—n y la fidelidad al deber de testimoniar el amor, podr‡n animar cristianamente tambiŽn a las instituciones civiles, favoreciendo una coordinaci—n mutua que seguramente ayudar‡ a la eficacia del servicio caritativo.[26]TambiŽn se han formado en este contexto mœltiples organizaciones con objetivos caritativos o filantr—picos, que se esfuerzan por lograr soluciones satisfactorias desde el punto de vista humanitario a los problemas sociales y pol’ticos existentes. Un fen—meno importante de nuestro tiempo es el nacimiento y difusi—n de muchas formas de voluntariado que se hacen cargo de mœltiples servicios.[27]A este prop—sito, quisiera dirigir una palabra especial de aprecio y gratitud a todos los que participan de diversos modos en estas actividades. Esta labor tan difundida es una escuela de vida para los j—venes, que educa a la solidaridad ya estar disponibles para dar no s—lo algo, sino a s’ mismos. De este modo, frente a la anticultura de la muerte, que se manifiesta por ejemplo en la droga, se contrapone el amor, que no se busca a s’ mismo, sino que, precisamente en la disponibilidad a Ç perderse a s’ mismo È (cf. Lc 17, 33 y par.) en favor del otro, se manifiesta como cultura de la vida.

 

En el resumen de la Oficina de Prensa de la Santa Sede:

 

En nuestro tiempo, un positivo efecto colateral de la globalizaci—n se manifiesta en el hecho de que la solicitud por el pr—jimo, superando los confines de las comunidades nacionales, tiende a prolongar sus horizontes al mundo entero. Las estructuras del Estado y las asociaciones humanitarias desarrollan de distintos modos la solidaridad expresada por la sociedad civil: de esta manera, se han formado mœltiples organizaciones con objetivos caritativos y filantr—picos.

 

 

Texto del Papa:

 

TambiŽn en la Iglesia cat—lica y en otras Iglesias y Comunidades eclesiales han aparecido nuevas formas de actividad caritativa y otras antiguas han resurgido con renovado impulso. Son formas en las que frecuentemente se logra establecer un acertado nexo entre evangelizaci—n y obras de caridad. Deseo corroborar aqu’ expresamente lo que mi gran predecesor Juan Pablo II dijo en su Enc’clica Sollicitudo rei socialis,[28]cuando declar— la disponibilidad de la Iglesia cat—lica a colaborar con las organizaciones caritativas de estas Iglesias y Comunidades, puesto que todos nos movemos por la misma motivaci—n fundamental y tenemos los ojos puestos en el mismo objetivo: un verdadero humanismo, que reconoce en el hombre la imagen de Dios y quiere ayudarlo a realizar una vida conforme a esta dignidad. La Enc’clica Utunum sint destac— despuŽs, una vez m‡s, que para un mejor desarrollo del mundo es necesaria la voz comœn de los cristianos, su compromiso Ç para que triunfe el respeto de los derechos y de las necesidades de todos, especialmente de los pobres, los marginados y los indefensos È.[29]Quisiera expresar mi alegr’a por el hecho de que este deseo haya encontrado amplio eco en numerosas iniciativas en todo el mundo.

 

En el resumen de la Oficina de Prensa de la Santa Sede:

 

Adem‡s, en la Iglesia cat—lica y en otras comunidades eclesiales han surgido nuevas formas de actividad caritativa. Es deseable que se establezca entre todas estas instancias una colaboraci—n fruct’fera. Naturalmente, es importante que la actividad caritativa de la Iglesia no pierda la propia identidad, disolviŽndose en la organizaci—n comœn asistencial, convirtiŽndose en una simple variante, sino que mantenga todo el esplendor de la existencia de la caridad cristiana y eclesial.

 

 

Texto del Papa:

 

a) Segœn el modelo expuesto en la par‡bola del buen Samaritano, la caridad cristiana es ante todo y simplemente la respuesta a una necesidad inmediata en una determinada situaci—n: los hambrientos han de ser saciados, los desnudos vestidos, los enfermos atendidos para que se recuperen, los prisioneros visitados, etc. Las organizaciones caritativas de la Iglesia, comenzando por C‡ritas (diocesana, nacional, internacional), han de hacer lo posible para poner a disposici—n los medios necesarios y, sobre todo, los hombres y mujeres que desempe–an estos cometidos. Por lo que se refiere al servicio que se ofrece a los que sufren, es preciso que sean competentes profesionalmente: quienes prestan ayuda han de ser formados de manera que sepan hacer lo m‡s apropiado y de la manera m‡s adecuada, asumiendo el compromiso de que se continœe despuŽs las atenciones necesarias. Un primer requisito fundamental es la competencia profesional, pero por s’ sola no basta. En efecto, se trata de seres humanos, y los seres humanos necesitan siempre algo m‡s que una atenci—n s—lo tŽcnicamente correcta. Necesitan humanidad. Necesitan atenci—n cordial. Cuantos trabajan en las instituciones caritativas de la Iglesia deben distinguirse por no limitarse a realizar con destreza lo m‡s conveniente en cada momento, sino por su dedicaci—n al otro con una atenci—n que sale del coraz—n, para que el otro experimente su riqueza de humanidad. Por eso, dichos agentes, adem‡s de la preparaci—n profesional, necesitan tambiŽn y sobre todo una Ç formaci—n del coraz—n È: se les ha de guiar hacia ese encuentro con Dios en Cristo, que suscite en ellos el amor y abra su esp’ritu al otro, de modo que, para ellos, el amor al pr—jimo ya no sea un mandamiento por as’ decir impuesto desde fuera, sino una consecuencia que se desprende de su fe, la cual actœa por la caridad (cf. Ga 5, 6).

 

En el resumen de la Oficina de Prensa de la Santa Sede:

 

La actividad caritativa cristiana, adem‡s de fundarse en la competencia profesional, lo debe hacer sobre la experiencia de un encuentro personal con Cristo, cuyo amor ha tocado el coraz—n del creyente, suscitando en Žl el amor por el pr—jimo.

 

 

Texto del Papa:

 

b) La actividad caritativa cristiana ha de ser independiente de partidos e ideolog’as. No es un medio para transformar el mundo de manera ideol—gica y no est‡ al servicio de estrategias mundanas, sino que es la actualizaci—n aqu’ y ahora del amor que el hombre siempre necesita. Los tiempos modernos, sobre todo desde el siglo XIX, est‡n dominados por una filosof’a del progreso con diversas variantes, cuya forma m‡s radical es el marxismo. Una parte de la estrategia marxista es la teor’a del empobrecimiento: quien en una situaci—n de poder injusto ayuda al hombre con iniciativas de caridad ÑafirmaÑ se pone de hecho al servicio de ese sistema injusto, haciŽndolo aparecer soportable, al menos hasta cierto punto. Se frena as’ el potencial revolucionario y, por tanto, se paraliza la insurrecci—n hacia un mundo mejor. De aqu’ el rechazo y el ataque a la caridad como un sistema conservador del statu quo. En realidad, Žsta es una filosof’a inhumana. El hombre que vive en el presente es sacrificado al Moloc del futuro, un futuro cuya efectiva realizaci—n resulta por lo menos dudosa. La verdad es que no se puede promover la humanizaci—n del mundo renunciando, por el momento, a comportarse de manera humana. A un mundo mejor se contribuye solamente haciendo el bien ahora y en primera persona, con pasi—n y donde sea posible, independientemente de estrategias y programas de partido. El programa del cristiano Ñel programa del buen Samaritano, el programa de JesœsÑ es un Çcoraz—n que ve È. Este coraz—n ve d—nde se necesita amor y actœa en consecuencia. Obviamente, cuando la actividad caritativa es asumida por la Iglesia como iniciativa comunitaria, a la espontaneidad del individuo debe a–adirse tambiŽn la programaci—n, la previsi—n, la colaboraci—n con otras instituciones similares.

 

En el resumen de la Oficina de Prensa de la Santa Sede:

 

La actividad caritativa cristiana debe ser independiente de los partidos e ideolog’as. El programa del cristiano Ðel programa del Buen Samaritano, el programa de Jesœs- es "un coraz—n que ve". Este coraz—n ve donde hay necesidad de amor y actœa en modo consecuente:

 

 

Texto del Papa:

 

c) Adem‡s, la caridad no ha de ser un medio en funci—n de lo que hoy se considera proselitismo. El amor es gratuito; no se practica para obtener otros objetivos.[30]Pero esto no significa que la acci—n caritativa deba, por decirlo as’, dejar de lado a Dios y a Cristo. Siempre est‡ en juego todo el hombre. Con frecuencia, la ra’z m‡s profunda del sufrimiento es precisamente la ausencia de Dios. Quien ejerce la caridad en nombre de la Iglesia nunca tratar‡ de imponer a los dem‡s la fe de la Iglesia. Es consciente de que el amor, en su pureza y gratuidad, es el mejor testimonio del Dios en el que creemos y que nos impulsa a amar. El cristiano sabe cuando es tiempo de hablar de Dios y cuando es oportuno callar sobre ƒl, dejando que hable s—lo el amor. Sabe que Dios es amor (1 Jn4, 8) y que se hace presente justo en los momentos en que no se hace m‡s que amar. Y, sabe Ñvolviendo a las preguntas de antesÑ que el desprecio del amor es vilipendio de Dios y del hombre, es el intento de prescindir de Dios. En consecuencia, la mejor defensa de Dios y del hombre consiste precisamente en el amor. Las organizaciones caritativas de la Iglesia tienen el cometido de reforzar esta conciencia en sus propios miembros, de modo que a travŽs de su actuaci—n Ñas’ como por su hablar, su silencio, su ejemploÑ sean testigos cre’bles de Cristo.

 

En el resumen de la Oficina de Prensa de la Santa Sede:

 

Adem‡s, la actividad caritativa cristiana no debe ser un medio en funci—n de lo que hoy se califica como proselitismo. El amor es gratuito; no se ejercita para alcanzar otros fines. Pero esto no significa que la acci—n caritativa deba, por decir as’, dejar de lado a Dios y a Cristo. El cristiano sabe cu‡ndo debe hablar de Dios y cu‡ndo es justo no hacerlo y dejar hablar solamente al amor.

 

 

Texto del Papa:

 

En su himno a la caridad (cf. 1 Co 13), san Pablo nos ense–a que Žsta es siempre algo m‡s que una simple actividad: Ç Podr’a repartir en limosnas todo lo que tengo y aun dejarme quemar vivo; si no tengo amor, de nada me sirve È (v. 3). Este himno debe ser la Carta Magna de todo el servicio eclesial; en Žl se resumen todas las reflexiones que he expuesto sobre el amor a lo largo de esta Carta enc’clica. La actuaci—n pr‡ctica resulta insuficiente si en ella no se puede percibir el amor por el hombre, un amor que se alimenta en el encuentro con Cristo. La ’ntima participaci—n personal en las necesidades y sufrimientos del otro se convierte as’ en un darme a m’ mismo: para que el don no humille al otro, no solamente debo darle algo m’o, sino a m’ mismo; he de ser parte del don como persona.

 

En el resumen de la Oficina de Prensa de la Santa Sede:

 

El himno a la caridad de San Pablo (1 Cor 13) debe ser la Carta Magna de todo el servicio eclesial, para protegerlo del riesgo decaer en el puro activismo.

 

 

Texto del Papa:

 

La experiencia de la inmensa necesidad puede, por un lado, inclinarnos hacia la ideolog’a que pretende realizar ahora lo que, segœn parece, no consigue el gobierno de Dios sobre el mundo: la soluci—n universal de todos los problemas. Por otro, puede convertirse en una tentaci—n a la inercia ante la impresi—n de que, en cualquier caso, no se puede hacer nada. En esta situaci—n, el contacto vivo con Cristo es la ayuda decisiva para continuaren el camino recto: ni caer en una soberbia que desprecia al hombre y en realidad nada construye, sino que m‡s bien destruye, ni ceder a la resignaci—n, la cual impedir’a dejarse guiar por el amor y as’ servir al hombre. La oraci—n se convierte en estos momentos en una exigencia muy concreta, como medio para recibir constantemente fuerzas de Cristo. Quien reza no desperdicia su tiempo, aunque todo haga pensar en una situaci—n de emergencia y parezca impulsar s—lo a la acci—n. La piedad no escatima la lucha contra la pobreza o la miseria del pr—jimo. La beata Teresa de Calcuta es un ejemplo evidente de que el tiempo dedicado a Dios en la oraci—n no s—lo deja de ser un obst‡culo para la eficacia y la dedicaci—n al amor al pr—jimo, sino que es en realidad una fuente inagotable para ello. En su carta para la Cuaresma de 1996 la beata escrib’a a sus colaboradores laicos: Ç Nosotros necesitamos esta uni—n ’ntima con Dios en nuestra vida cotidiana. Y Àc—mo podemos conseguirla? A travŽs de la oraci—n È.

 

En el resumen de la Oficina de Prensa de la Santa Sede:

 

En este contexto, frente al peligro del secularismo que puede condicionar a muchos cristianos comprometidos en la labor caritativa, es necesario reafirmar la importancia de la oraci—n. El contacto vivo con Cristo evita que la experiencia de las enormes necesidades y de los propios l’mites arrastren a una ideolog’a que pretende hacer ahora aquello que, aparentemente, Dios no consigue hacer, o caer en la tentaci—n de ceder a la inercia y a la resignaci—n. Quien reza no desaprovecha el tiempo, a pesar deque las circunstancias le empujen œnicamente a la acci—n, ni pretende cambiar o corregir los planes de Dios,

 

 

Texto del Papa:

 

Contemplemos finalmente a los Santos, a quienes han ejercido de modo ejemplar la caridad. Pienso particularmente en Mart’n de Tours (  397), que primero fue soldado y despuŽs monje y obispo: casi como un icono, muestra el valor insustituible del testimonio individual de la caridad. A las puertas de Amiens comparti— su manto con un pobre; durante la noche, Jesœs mismo se le apareci— en sue–os revestido de aquel manto, confirmando la perenne validez de las palabras del Evangelio: Ç Estuve desnudo y me vestisteis... Cada vez que lo hicisteis con uno de estos mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis È (Mt 25, 36. 40).[36]Pero Ácu‡ntos testimonios m‡s de caridad pueden citarse en la historia de la Iglesia! Particularmente todo el movimiento mon‡stico, desde sus comienzos con san Antonio Abad (  356), muestra un servicio ingente de caridad hacia el pr—jimo. Al confrontarse Ç cara a cara È con ese Dios que es Amor, el monje percibe la exigencia apremiante de transformar toda su vida en un servicio al pr—jimo, adem‡s de servir a Dios. As’ se explican las grandes estructuras de acogida, hospitalidad y asistencia surgidas junto a los monasterios. Se explican tambiŽn las innumerables iniciativas de promoci—n humana y de formaci—n cristiana destinadas especialmente a los m‡s pobres de las que se han hecho cargo las îrdenes mon‡sticas y Mendicantes primero, y despuŽs los diversos Institutos religiosos masculinos y femeninos a lo largo de toda la historia de la Iglesia. Figuras de Santos como Francisco de As’s, Ignacio de Loyola, Juan de Dios, Camilo de Lelis, Vicente de Paœl, Luisa de Marillac, JosŽ B. Cottolengo, JuanBosco, Luis Orione, Teresa de Calcuta Ñpor citar s—lo algunos nombresÑ siguen siendo modelos insignes de caridad social para todos los hombres de buena voluntad. Los Santos son los verdaderos portadores de luz en la historia, porque son hombres y mujeres de fe, esperanza y amor.

Entre los Santos, sobresale Mar’a, Madre del Se–or y espejo de toda santidad. El Evangelio de Lucas la muestra atareada en un servicio de caridad a su prima Isabel, con la cual permaneci— Ç unos tres meses È (1, 56) para atenderla durante el embarazo.Ç Magnificat anima mea Dominum È, dice con ocasi—n de esta visita ÑÇ proclama mi alma la grandeza del Se–or ÈÑ (Lc 1, 46), y con ello expresa todo el programa de su vida: no ponerse a s’ misma en el centro, sino dejar espacio a Dios, a quien encuentra tanto en la oraci—n como en el servicio al pr—jimo; s—lo entonces el mundo se hace bueno. Mar’a es grande precisamente porque quiere enaltecer a Dios en lugar de a s’ misma.

 

En el resumen de la Oficina de Prensa de la Santa Sede:

 

sino que busca -siguiendo el ejemplo de Mar’a y de los santos- obtener de Dios la luz y la fuerza del amor que vence toda oscuridad y ego’smo presentes en el mundo.

 

 

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