Los Directores Mayores del Opus Dei

 

Autor: GERVASIO, 12 de enero de 2008

 

 Azúcar y caramelos

 

         Leí con deleite el escrito de  Bruno Gabuzo Lo que pasó a ser el Opus Dei. Lo leí con deleite en el sentido de que está muy bien escrito,  meditado y documentado, pero con mucho desagrado en razón de lo que describe: como en el Opus Dei esos conceptos cristianos tan tradicionales y valiosos, como dirección espiritual, obediencia, apostolado, entrega, renuncia, etc. han ido degenerando hasta resultar irreconocibles e incluso repugnantes.  El escrito se caracteriza por su rigor en las citas.  Una de ellas,  la nota 98,  me llamó particularmente la atención. Corresponde al apartado 10 de la Instrucción para los Directores, fechada en 31 de mayo de 1936. Dice así: No hemos de olvidar que el lugar, en el que somos más eficaces, es aquél en el que nos han puesto los Directores Mayores: ésa es la voluntad de Dios.

 

         La expresión Directores Mayores es una de esas sutilezas lingüísticas tan típicas de la jerga del Opus Dei, con las que  se pretende que un cambio puramente nominal —de designación— transforme, como por arte de magia, la realidad designada en algo distinto.  El Código de Derecho los define así: “Son Superiores mayores aquellos que gobiernan todo el Instituto, una provincia de éste u otra parte equiparada de la misma o una casa autónoma, así como sus vicariatos”. Esos superiores se contraponen a los superiores locales. Superiores locales son los que gobiernan una casa. Superiores Mayores son los que gobiernan a los superiores locales; es decir, son superiores de los superiores locales. Al fundador le parecía que cambiando Superior por Director ya no se nos podría equiparar a los religiosos. O así al menos lo pretendía.

 

         En la jerarquía ordinaria de la Iglesia —Papa y obispos— no ha lugar a la distinción entre Superiores Mayores como contrapuestos a  unos Superiores Locales o menores. El Papa, los obispos, los párrocos y el clero diocesano no viven vida fraterna en común, tal como hacen los religiosos y los numerarios del Opus Dei. Los numerarios del OD y los religiosos, salvo dispensa,  han de habitar en casas legítimamente erigidas “bajo la autoridad del Superior designado conforme a la norma del Derecho; cada casa —continúa el canon 608— ha de tener al menos un oratorio, en el que se celebre y esté reservada la Eucaristía, para que sea verdaderamente el centro de la comunidad”. La norma consuetudinaria de efectuar una genuflexión en el oratorio cada vez que se entra o se sale de  la casa no es propia de todas las familias religiosas. Algunos institutos consideran, no sin razones de peso, improcedente esa norma consuetudinaria del rodillazo, vigente por ejemplo en las casas de la Obra.

 

         La cita me llamó la atención porque, en mayo de 1936 —antes por tanto de la guerra civil española— el fundador del Opus Dei habla ya de Directores Mayores. Entonces no había más que una casa en Madrid. Y sólo existía la intención de ir en un futuro próximo a Valencia y a París. Leemos al comienzo de la instrucción: “Hoy —con ocasión de las próximas fundaciones en Valencia y en París—, esta Instrucción va dirigida a aquellos hijos que participan de las preocupaciones de gobierno en las casas o Centros de la Obra”. Pues bien, en ese contexto histórico el fundador habla de Directores mayores como contrapuestos a  Directores locales con toda soltura, como si estuviese dotado de gran experiencia al respecto. No es que hable sólo una vez y de pasada de los Directores Mayores, sino que los trae a colación, además de en el 10, en los apartados 8, 19, 21, 24, 29, 32, 35, 36, 38, 41, 45, 58 y 93 de esa instrucción.   ¡Todo un tratadito sobre directores mayores y locales! En razón de su fecha la instrucción pretende estar escrito por alguien cuya fundación cuenta, cuando escribe el tratadito, sólo con una casa. ¡Qué clarividencia la suya! Con una única casa ya es capaz de disertar sobre lo que debe hacer un director mayor y un director local y cuáles deben ser sus relaciones.

 

         En los apartados 44 y 70 de esa misma instrucción habla de la Comisión regional: “Cuando la comisión pida informes sobre una labor, la respuesta ha de ser concreta, con cifras muy precisas…” “Los Directores no se olvidarán de dar a conocer lo que deba ser conocido por la Comisión”. La cara de perplejidad que habrán puesto los destinatarios de esa instrucción —una docena y pico de personas—cuando quien la redacta les ordena dar a conocer a  una Comisión entonces inexistente aquello que debiese ser conocido por ella. No es de extrañar que en cierta ocasión le hayan dicho que se adelantaba a los tiempos.

 

         Esta instrucción no está condicionada por la necesidad de tener que “ceder sin conceder para recuperar”, como posteriormente tuvo que hacer —o al menos así nos lo decía— para conseguir aprobaciones eclesiásticas. Sus destinatarios son sólo un puñado de hijos  espirituales suyos que aún no tienen ni esa mínima norma de 1941 de don Leopoldo Eijo y Garay de aprobación del Opus Dei como pía unión. En esta instrucción de 1936 el fundador puede expresarse a sus anchas, pues su destinatario no es ninguna autoridad eclesiástica. Es entonces cuando dota al Opus Dei de una estructura jerárquica propia de los religiosos: a saber, directores mayores y locales. Posteriormente, en las constituciones de 1950, se lee Superiores mayores y no Directores mayores. Ello revela que esa instrucción fechada en 31 de mayo de 1936 es en realidad muy posterior a esa fecha, al menos en cuanto a la terminología, porque es en los años  sesenta cuando se lleva a cabo en los documentos internos de la Obra la purga de sustituir superior mayor por director mayor.

 

         Pues bien —llámense directores o superiores—  tienen un deber, que consigna en el apartado 98: Los Directores —es una manifestación de mortificación y de pobreza— no deben tener ninguna clase de comida —ni un terrón de azúcar, ni un caramelo—, en sus habitaciones; ninguna clase de bebida. Y han de prohibir que los demás tengan alimentos en sus cuartos. Si los envían o los regalan a alguno, deben mandarse a la despensa: cuando el Señor haga que tengamos la Administración llevada por la Sección femenina será mucho más fácil vivir estos detalles de buen espíritu.

 

          Recuerdo que en cierta ocasión alguien relataba algo al fundador para lo cual tuvo que mencionar a Pío XII. Nada más oír ese nombre Sanjosemaría exclamó:

 

   ¡Que Dios le haya perdonado!

 

         Y a continuación se tapó la boca como si esa exclamación se le hubiese escapado. Posteriormente tuve ocasión de comprobar a través de una persona familiarizada con los ambientes de sacristía que esa  exclamación — ¡Que Dios le haya o la haya perdonado!— es frecuente en el mundillo clerical para descalificar a un difunto. Y suele hacerse de esa manera: como si se les hubiese escapado.

 

         ¿Por qué merecería Pío XII esa descalificación? El fundador no lo explicó. En otra ocasión le oí descalificar a Pío XII relatando el siguiente chisme. Pío XII —nos reveló— era un tuberculoso crónico. A Pío XII le molestaba por poco higiénico que las gentes le besasen las manos. Antes de los besamanos se cubría las manos con unas pomadas especiales que originaban como una especie de guante. Y lo risible, según el fundador, era que fuese precisamente un tuberculoso el que tuviese asco de quienes le besaban las manos y no al revés.

 

          Esa conducta no me parece un pecado tan grave como para tener que invocar el perdón de Dios nada más oír el nombre de Pío XII. ¿Sería porque en las habitaciones de Pío XII se encontró algún terrón de azúcar o algún caramelo?

 

         Me resulta muy difícil creer que el fundador tuviese en la mente, cuando fundaba el Opus Dei, la idea de promover una diócesis personal o una prelatura personal. Lo que tenía en la mente era la organización jerárquica propia de la vida religiosa, con sus superiores mayores y locales, cuyas atribuciones giran en torno a la vida en común en  casas legítimamente erigidas. En esas casas no debe haber terrones de azúcar ni caramelos escondidos por las habitaciones. Comportaría una relajación de la regla. En esas casas ha de guardarse el silencio mayor y el silencio menor.  Con llamarlos tiempo de silencio de la tarde y tiempo de silencio de la noche el fundador pretendía que esas casas para numerarios no eran como las de los religiosos. Nosotros no tenemos silencio mayor —cosa propia de los religiosos—, sino tiempo de silencio de la noche.

 

         En los apartados 63 y 64 de la Instrucción para los directores leemos: Cuando corran los años, pocos años, la única labor profesional del Director de una casa o de un Centro, tendrá que ser aquélla: la que se haga en la casa o en el Centro. Si se obrara de otra manera, nuestras casas resultarían casas sin amo. Ciertamente el amo, el dueño es Dios Señor Nuestro, pero son los Directores los que, en nombre de Dios, se han de ocupar desde lo más espiritual hasta lo más material.

         No se podrá dar entonces el falso prejuicio de que los Directores locales se han de dedicar —como antes de ser Directores— a labores de tipo profesional, ajenas al gobierno de la casa, porque de este modo obtienen medios económicos para sostenerla, o porque así logran más autoridad social que creen conveniente para los apostolados.

          Con ese prejuicio, solamente se consigue un desgobierno: se abandona el cuidado espiritual de los súbditos; se desorganiza materialmente el hogar nuestro; se entorpecen las labores apostólicas que allí, o desde allí, han de hacerse; se dificulta el proselitismo; y finalmente, se desatiende la primera formación de las nuevas vocaciones adscritas a aquella casa. Si los miembros del Consejo local cuidan casi exclusivamente del Centro o de la casa, de los hermanos suyos que han de ser gobernados, de los apostolados y del proselitismo, no a la larga —a la corta— el orden espiritual y material, y la eficacia  del trabajo de todos, traen como consecuencia una multiplicación de las vocaciones; y también una mayor abundancia de medios económicos, para extender la acción apostólica.

 

         Al respecto recuerdo que quienes llevaban la residencia universitaria Netherhall House, en Londres, decidieron procurarse al menos durante el verano, cuando no había residentes, un trabajo. Pero el fundador no se lo dejó hacer, por entender, que era mejor sacarle rendimiento apostólico  y proselitista a Netherhall House por el verano, con cursos de inglés para extranjeros.

 

         Esa decisión relativa a Netherhall House es de los años cincuenta, y tengo la impresión de que es la que ha motivado los apartados 63 y 64 de la Instrucción para los directores, aunque esté fechada en 1936. La retrotracción de fechas es habitual en los escritos de Sanjosemaría.  Inicialmente no estaba prevista la existencia de numerarios, cuya profesión consiste en ejercer de numerarios en las casa de la Obra, como miembros de los consejos locales. Es más, ni siquiera estaba prevista la existencia de sacerdotes profesionales, sino que el fundador preveía inicialmente sacerdotes que compatibilizaban el ejercicio del sacerdocio con una profesión. Posteriormente cambó de criterio. Pero el numerario profesional es mucho más tardío. Yo lo situaría en las postrimerías de los años cincuenta. Es posterior desde luego a las Constituciones de 1950.

 

         En cualquier caso, estas ideas sobre lo que debe ser el gobierno dentro de la Obra, con unos directores que no tienen caramelos ni terrones de azúcar en las habitaciones, muestra claramente que la estructura del Opus Dei difiere tremendamente de la estructuración  de la Iglesia en diócesis y parroquias. Nada impide que los obispos, párrocos  y sacerdotes de una diócesis —territorial o personal—  tengan caramelos y terrones de azúcar en sus habitaciones. Y desde luego no pueden esperar que el Señor de cielos y tierra les envíe una Sección Femenina que les  solucione el problema de dónde guardar el azúcar y los caramelos sin detrimento del buen espíritu. Tampoco tienen que guardar ni el silencio mayor ni el silencio menor.  En definitiva, no son regulares. No están sometidos a unas normas y  criterios de convivencia ideadas por San Benito, o por otro fundador.

 

          A lo largo de la Historia hubo intentos fallidos de que la organización diocesana —obispo y clero— imitase la vida monástica. En el caso de Escrivá, en  el número 74 de las constituciones de 1950 se señala entre los fines del Opus Dei el de  “fomentar entre los sacerdotes del clero diocesano la vida comunitaria”.  Pero no me parece que ese fin —fomentar entre los sacerdotes diocesanos la vida comunitaria— haya sido un objetivo importante para el Opus Dei, que a lo más contribuyó a alumbrar algún convictorio sacerdotal. Me parece —no estoy seguro, pues no lo he comprobado— que el vigente ius peculiare de 1982, que deroga y sustituye las constituciones de 1950, no se hace eco de esa inquietud por lograr una vida comunitaria entre el clero diocesano, que, es de suponer, discurriría sin  caramelos ni terrones de azúcar en las habitaciones.

 

         Para el  Opus Dei el ideal de santidad parece consistir en un modo de vida consistente en habitar en una casa —si se es numerario—, o estar adscrito a una casa —si se es supernumerario o agregado o cooperador—, atendida por la Sección Femenina, en la que unos numerarios viven en común, con su oratorio, su silencio mayor y su silencio menor, sus fiestas A, B, y C y en donde en las habitaciones no hay caramelos ni terrones de azúcar, ni nada que pueda darse en una vida monacal relajada.  El fundador con frecuencia nos comparaba a los religiosos y en la comparación siempre salíamos ganando.

 

         —Hay algunos religiosos —nos decía— que admiten la existencia de peculio.  ¡Entre nosotros nuuuuunca habrá peculio! ¡Nunca! ¡Por pequeño que sea!

 

         Lo nuestro no era ser religiosos, pero sí  emularlos. Siempre teníamos que compararnos con ellos.

 

         A mi modo de ver lo que el Opus Dei ha conseguido no es abrir un camino para  alcanzar la santidad desempeñando tareas y profesiones propias de laicos. Lo que el Opus Dei  ha logrado es que, con aprobación y bendiciones eclesiásticas, esas tareas seculares  puedan ser desempeñadas por personas que viven en fraterna vida común la pobreza, la castidad y la obediencia en casas legítimamente erigidas.

 

         No es la primera vez que esto sucede. Ahí están las órdenes militares. Mitad monje, mitad soldado. Históricamente la vida religiosa se compatibilizó con el desempeño de una tarea tan típicamente secular como es la milicia. San Juan Bosco, las madres ursulinas  y otras instituciones religiosas demostraron que también los religiosos y las religiosas pueden realizar airosamente tareas  seculares de enseñanza. También han llevado  y llevan a cabo tareas  hospitalarias y de asistencia humanitaria. Las numerarias auxiliares, los oblatos y conversi han demostrado que el servicio doméstico no es incompatible con los compromisos de pobreza, castidad y obediencia o vida fraterna común, con su silencio mayor y menor y sin caramelos ni terrones de azúcar en las habitaciones. Los religiosos han destacado y se siguen destacando en la elaboración de cervezas. El licor benedictino ha encontrado un puesto de honor en la gastronomía internacional, así como el Chartreuse. El Cardenal Cisneros, de actuaciones discutibles, pero gran estadista, fue franciscano. El Padre Soler, de la orden de los jerónimos, es el más ilustre de los compositores españoles del XVIII. Y religiosos fueron literatos tan insignes como fray Luis de León y sor Juana Inés de la Cruz. Los jesuítas cuentan con intelectuales y literatos de mucho prestigio.

 

         En fin, los religiosos pueden ser hasta obispos. Al respecto dice el canon 705: “El religioso elevado al episcopado sigue siendo miembro de su instituto, pero, por el voto de obediencia, está sometido exclusivamente al Romano Pontífice, y no le obligan aquellos deberes que él mismo juzgue prudentemente como incompatibles con su condición”. El religioso o el numerario del Opus Dei al que hacen obispo pasa a desempeñar tareas muy distintas —de distinta naturaleza— de las de Superior Mayor o de Director mayor. Por ejemplo, no tiene que velar por que su clero no guarde terrones de azúcar o caramelos en sus habitaciones. Adquiere nuevos derechos y obligaciones en relación con las casas de religiosos y religiosas —incluso en relación con las casas del Opus Dei— que antes no tenía como Superior o Director mayor. Etc.

 

         ¿Pueden los religiosos desempeñar tareas seculares? La respuesta, como vemos, es afirmativa.  Pero en el caso de los religiosos el desempeño de tareas seculares es más bien excepcional. No son actividades típicamente suyas. Con frecuencia necesitan dispensa para poder realizarlas. El Opus Dei reivindicó que el hecho de llevar una vida  fraterna común nada relajada — sin terrones de azúcar ni caramelos en las habitaciones y con silencio mayor y  menor, rezos, etc.— no es incompatible con el desempeño de tareas seculares. Y en tal sentido se subrayaba, gritaba, remarcaba y voceaba: nosotros no somos religiosos; no somos religiosos; no somos religiosos. Lo normal en el Opus Dei es  desempeñar actividades seculares. Lo excepcional, no hacerlo.

 

         Pero este planeamiento inicial se fue difuminando. Primero se creó el sacerdote numerario  —pues los sacerdotes diocesanos eran “corona de espinas”—, respecto a los cuales decían las constituciones de 1950: “no se les prohíbe ejercer funciones profesionales que, según norma del Derecho y de las prescripciones e instrucciones de la Santa Sede, no sean opuestas al carácter sacerdotal”. Luego vino el sacerdote numerario con dedicación exclusiva; luego el numerario de profesión numerario.  En el Derecho peculiar actualmente vigente de 1982, a diferencia de lo que se decía en las constituciones de 1950, el desempeño de las tareas seculares se hace recaer preferentemente sobre los supernumerarios. A los numerarios lo que se les pide es disponibilidad para dedicarse a tareas internas. Como puede comprenderse para ese viaje no se necesitaban alforjas. Siempre estuvo bien visto y jamás hubo dificultad para que los casados desempeñasen tareas seculares.

 

         Por otra parte hacía tiempo que los religiosos se dedicaban a una serie de actividades tales como enseñanza —superior y media—, clubs y asociaciones para jóvenes, a organizar  para seglares ejercicios espirituales, círculos, meditaciones,  cursos y cursillos, etc. Esas son las actividades que desarrollan los numerarios en la actualidad. Se los enganchaba con el señuelo de ser santos en medio del mundo en el ejercicio de una profesión, para luego exigirles renunciar a eso, en aras de actividades  que dan mayores frutos proselitistas. Antes no era así. No había colegios del Opus Dei, sino profesores del Opus Dei que desempeñaban su  profesión  en colegios que no eran del Opus Dei.

 

         La tarea de los Directores mayores consiste en dar directrices a numerarios que han abandonado su profesión para convertirse en Directores locales, porque,  como ha dejado escrito el fundador, la única labor profesional del Director de una casa o de un Centro, tendrá que ser aquélla: la que se haga en la casa o en el Centro.  El Director, local se ha de ocupar desde lo más espiritual hasta lo más material. No es de extrañar en consecuencia, la minuciosidad de los criterios que los Directores tanto mayores como locales han de observar. Constan en vademécums, experiencias, praxis, informes, estadísticas, casilleros, elencos, reglamentos, costumbres, etc. La tarea de los Directores mayores y menores del Opus Dei está centrada en la dirección de internados. El director mayor responsable máximo de esa actividad actualmente es don Javier Echevarria. Tiene que ser un lince en esa  tarea. Estuvo desde muy jovencito —y hasta hoy— en Villa Tevere. Villa Tevere es el internado de los internados. Hasta llegar a Villa Tevere nunca había conocido un ambiente tan hermético. Cuando llegué todavía existía la Alemania del Este con su muro de Berlín y sus disputas sobre competencias nimias entre las potencias ocupantes acerca del gobierno de la ciudad. Llegar a Villa Tevere y venirme a la mente Berlín fue todo uno. Allí se concentran enclaustrados en un espacio vital reducido un elevadísimo número de jefes, jefecillos, jezafos y jefetes. Y era una risa verlos competir sobre a quién corresponde  esto o lo otro.

 

         De la jerarquía del Opus Dei diseñada en la instrucción para los Directores, cabe resaltar que no se presta a ser configurada como una diócesis personal o a ser asimilada a una diócesis personal.

 

         No cabe la asimilación de la jerarquía del Opus Dei a una diócesis personal o a un conjunto de diócesis personales, porque  las diócesis —personales o territoriales—no basculan, como la jerarquía de los religiosos y la del Opus Dei, en torno a un conjunto de casas legítimamente erigidas en las que se vive fraternalmente en común, conforme a una regla o más bien complejo de reglas, y a cuyo frente está un numerario o un abad o una madre superiora. Las diferencias entre el estilo de vida de las casas del Opus Dei —más cercano al de una familia o eso al menos se pretende— y las de los religiosos no hacen variar la naturaleza de esta estructura jerárquica. No es propio de los obispos diocesanos —ni pretenden hacerlo— gobernar la convivencia en las casas —de religiosos o del Opus Dei— que ha sido legítimamente erigidas en su diócesis. No lo hacen aunque se trate incluso de religiosos no exentos. A veces la sección de mujeres depende de la de varones, como acontece en el Opus Dei. Lo más frecuente es que dependan de un superior general con sede en Roma, que es superior general sobre mujeres y hombres. En las diócesis —personales o territoriales— no se da una jerarquía para hombres y otra para mujeres.

 

          El ordinariado —diócesis— castrense  puede ser configurado como una diócesis personal, porque sus competencias, cometidos y tareas son las mismas que las de una ordinariado —diócesis— territorial. Los derechos y deberes de los ordinarios y de sus fieles son los mismos en ambos casos. Adquirir un ordinario personal no significa que entre el ordinario y sus fieles surja un tejido de nuevos derechos y obligaciones, que no existían cuando el fiel en cuestión sólo estaba sometido a un ordinario territorial. Un ejemplo. En los apartados 75 y 76 se habla de las atribuciones de los directores del Opus Dei en materia de correspondencia. Entre esas atribuciones se cuenta la de abrir la correspondencia de  los novicios. El fundador, evitando la palabra novicios, los llama los hijos míos que llevan poco tiempo en el Opus Dei. Respecto a los que han superado el noviciado dispone que tienen el deber de no ocultar a sus directores el contenido de su correspondencia “cualquiera que sea el asunto de que traten. Quienes no obren así, han de pensar que no pueden engañar a Dios, y deben tener conciencia de su descamino”.  Los ordinarios diocesanos territoriales carecen como es lógico de estas atribuciones. Como consecuencia los ordinarios personales tampoco las tienen. El obispo castrense no está autorizado a abrir la correspondencia de los soldados y militares recientes. Tampoco  los fieles de una diócesis —ya sea territorial ya personal— tienen la obligación de escribir una carta a su prelado cada quince días. Ser del Opus Dei y pertenecer a una diócesis personal o territorial son cosas distintas.

 

         La tarea del arzobispo castrense no consiste en ir erigiendo para los militares unas casas en las que se viva una vida fraterna en común, sujetándose a un Derecho peculiar con su silencio mayor, un silencio menor, sus prácticas piadosas y sus prohibiciones de conservar en las habitaciones caramelos y terrones de azúcar o cosas parecidas. Una diócesis personal castrense en modo alguno es asimilable a lo que fueron las órdenes militares. No da lugar a un ejército organizado y gobernado por religiosos al que se le añaden criterios de vida monástica.

 

         Sería igualmente impropio de un arzobispo o vicario castrense que repartiese retratos de su mamá entre los militares, para que los coloquen por los cuarteles  y cuartelillos a título de abuela. Tampoco retratos de su hermana, para que la llamen tía Enriqueta o de su hermano, para que lo llamen tío Jaime. Ese toque  lleno de encanto familiar, tan  propio del Opus Dei —los padres del padre son nuestros abuelos—  no es propio de las diócesis, aunque sean personales. No sería exigible a un  militar del Opus Dei  que acoja con veneración los retratos de la madre de su obispo castrense, de Doña Gertrudis Pérez, si es que este fuera su nombre.

 

          El fundador del Opus Dei diz que vio el Opus Dei el 2 de octubre de 1928. A esa fecha retrotrae lo que vino después. Redactó constituciones, cartas fundacionales y un sinfín de documentos. De ellos parece que es de donde hay que deducir lo que es el Opus Dei. De lo que vio en 1928 no cabe deducir nada, porque no sabemos lo que vio. Si el fundador se hubiese muerto a los pocos días de su visión, no sabríamos que se había fundado el Opus Dei.  Es posible que existan muchas fundaciones ignotas.  Personas que fundan y fallecen a continuación.

 

         Si  ya en 1928 Dios hizo ver  a Escrivá que el Opus Dei habría de ser una diócesis personal  ¿por qué no se lo hizo ver  igualmente al futuro Benedicto XVI, que se opuso con eficacia a configurar el Opus Dei como una prelatura personal? En cualquier caso, ¿por qué  el fundador configura la organización y jerarquía del Opus Dei del modo y manera que hemos visto?

 

         Las diócesis lo mismo que las parroquias no tienen estatutos. No se rigen por un ius peculiare. Lo que es una diócesis —personal o territorial—, por ejemplo un ordinariado castrense, viene configurado por la común legislación canónica. Los ordinariados castrenses surgieron ante la necesidad de atender a determinadas categorías de personas, como emigrantes, militares, católicos orientales, etc. con la ordinaria cura del almas. Su configuración organizativa poco tiene con lo que alumbró Sanjosemaría como consecuencia de  sus visiones fundacionales. Esas visiones lo llevaron a crear una organización jerárquica dotada de unos directores locales y mayores que regentan internados y que no deben permitir en las habitaciones de los internos caramelos ni terrones de azúcar, ni tampoco los tienen  ellos mismos en sus propias habitaciones. Tal organización jerárquica no es propia de una diócesis personal.

 

          El Opus Dei se precia de tener una espiritualidad propia. Esa espiritualidad se manifiesta entre otras cosas en que para vivir el buen espíritu se ha de evitar que haya caramelos o terrones de azúcar en los cuartos. Si los envían o los regalan a alguno, deben mandarse a la despensa: cuando el Señor haga que tengamos la Administración llevada por la Sección femenina será mucho más fácil vivir estos detalles de buen espíritu. Pero las  diócesis —ya personales ya territoriales—carecen de espiritualidad propia y de sección femenina. El obispo de X puede tener a título personal una espiritualidad específica, dominicana, pongamos por caso, porque es dominico o jesuítica, porque se dirige espiritualmente con un jesuita o carecer de una espiritualidad específica. En cualquier caso un ordinario diocesano —personal o no— no puede imponer una espiritualidad determinada en su diócesis. Sería abusivo que obligase a sus fieles o a su clero a seguir una concreta espiritualidad. El Opus Dei, en cambio, impone  a quienes forman parte de él su propia espiritualidad. Un señorito o una señorita o un presbítero  del Opus Dei no tienen derecho a adoptar una espiritualidad distinta de la del fundador. Han de observar las llamadas normas y costumbres y encontrar su dirección espiritual en la institución. Por ejemplo, alguien no puede rechazar la costumbre de recitar el salmo dos los martes y sustituirlo por la recitación del salmo 22 los miércoles. Tampoco  el numerario puede sustituir en la casa en la que habita un retrato de la madre del fundador por el de su propia madre biológica o el de Eva Duarte de Perón o el de la madre Teresa de Calcuta.

 

         El Opus Dei aspira a dirigir espiritualmente a todos los sacerdotes de otras diócesis que se dejen. Esa posibilidad incluso está formalizada, a través de la figura de los sacerdotes agregados y supernumerarios. Con la erección del Opus Dei en diócesis personal se produciría el peculiar fenómeno de una diócesis con derecho a propagar su espiritualidad en las restantes diócesis, mientras los obispos de esas restantes diócesis no podrían dirigir espiritualmente al clero de la diócesis Opus Dei, porque se trataría de una diócesis —la única existente— con espiritualidad propia. El Opus Dei sería una diócesis distinta a las demás. A saber, con espiritualidad propia que el prelado impone a su clero y fieles.

 

          Tengo la impresión de que esa aspiración de constituir el Opus Dei  en diócesis responde más que a un deseo explícito de construir una Iglesia paralela a  desconocimiento acerca de lo que es una diócesis. La biografía del fundador nos muestra que de sacerdote diocesano tuvo muy poco. No llegó a aguantar ni dos meses en Perdiguera, a donde lo había destinado su obispo. Esa fue la única tarea diocesana que realizó. Se escaqueó, yéndose a Madrid, fuera de su diócesis, donde desempeñó cargos —capellanías— muy alejados de las tareas diocesanas. Si no recuerdo mal esos cargos consistieron  en ser capellán de monjas, en el  Patronato de Santa Isabel, para el que fue nombrado por el presidente de la república  —no lo destinó allí ningún obispo— y otro cargo de capellán en una institución benéfica —un hospital o algo así— que le llevaba a decir misa en el oratorio privado de la marquesa de Onteiro. Nunca se integró en ninguna diócesis. Nunca  se vio en el trance —supo evitarlo— de tener que obedecer con obediencia canónica a un obispo. Nunca desempeñó tareas diocesanas, salvo la de Perdiguera, de donde huye. Desarrolló, en cambio, una intensa piedad. Las monjas que atendía cuentan anécdotas de su piedad y unción y él mismo relata las locuciones interiores que su piedad le provocaba en su atención a las monjas. De su piedad y espíritu de mortificación cuentan y no acaban. Fue en ese ambiente extradiocesano donde  fundó el Opus Dei.  

 

          Lo que el fundador del Opus Dei  practicó y nos enseñó a hacer es a vivir en unas casas, con Administración llevada por la sección femenina a ser posible, en las que se viven unos horarios, diversas costumbres piadosas, silencios mayor y menor, misas, rosarios, bendiciones con el Santísimo Sacramento y en donde hay charlas, tertulias y las demás cosas que conocéis; casas en donde se desayuna, almuerza, merienda —excepto los sábados— y se cena. Todo ello muy minuciosamente regulado. A dirigir esas casas son destinados los socios del Opus Dei más probados y mejor valorados, los que podríamos llamar numerarios profesionales, los que tienen la numerariez como profesión.

 

          El fundador del Opus Dei desde sus primeras actuaciones en Madrid se decantó no por tareas diocesanas sino por organizar  internados. Me parece que el primero fue la Residencia Ferraz.  Allí —o en otro internado parecido; no recuerdo bien— logró que conviviesen su madre y hermanos en el piso de arriba y estudiantes pensionistas en el piso de abajo. 

 

         Sanjosemaría estaba preparado para regentar internados. Con estilo de familia —decía—, sin ser casas religiosas. No hizo otra cosa en toda su vida. Al respecto recuerdo que de las asignaturas de Derecho le oí decir repetidamente que no le gustaba el Derecho administrativo. Le gustaba el Derecho penal y concretamente el Derecho penitenciario. Lo suyo eran los internados. Y pienso que hubiese sido un buen director general de prisiones. Hubiese destacado por exigir una rígida disciplina y también por alimentar bien a los presos y que tuviesen sus horas de sueño. Eso al menos hacía con nosotros.

 

         No se me reproche que lo trato mal. Lo imagino de director general de prisiones; no de simple director de una concreta prisión.

 

 

 

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