Gracias a Dios, ¡nos fuimos!
Opus Dei: ¿un CAMINO a ninguna parte?

Historia oral del Opus Dei
Historia oral del Opus Dei
Autor: Alberto Moncada
ÍNDICE DEL LIBRO
Introducción
1. El Opus Dei y el mundo eclesiástico
2. El Opus Dei y los negocios
3. El Opus Dei y la política
4. El Opus Dei y la educación
5. Ideología y estrategia (I)
Ideología y estrategia (y II)
6. Organización y costumbres
FIN DE LIBRO
 
NUESTRA WEB
Inicio
Quiénes somos
Correspondencia
Libros silenciados

Documentos internos del Opus Dei

Tus escritos
Recursos para seguir adelante
La trampa de la vocación
Recortes de prensa
Sobre esta web (FAQs)
Contacta con nosotros si...
Homenaje
Links

HISTORIA ORAL DEL OPUS DEI

Autor: Alberto Moncada

Capítulo V. IDEOLOGÍA Y ESTRATEGIA (y II)


Junto a ella surge otra llamada, que en cierto sentido contradice el impulso militante de aquellos célibes de la primera hora. Se trata de dedicar muchas energías, muchos esfuerzos, al mantenimiento de la familia, también amenazada por las nuevas tendencias. A través de colegios, publicaciones y sobre todo en la labor individual de sermones y confidencias, los socios de la Obra consideran primordial en su apostolado el mantener intacta esa célula social primaria y el fortalecer el entramado de lealtades que el modelo tradicional de familia lleva consigo. Todo un cambio de actitud de aquellos jóvenes de los años treinta y cuarenta que consideraban a la familia como un obstáculo para sus rotundas aventuras a lo divino en el mundo.

Muchos socios, muchas asociadas dedican sus vidas, a recordar a maridos y esposas, hijos y padres, sus mutuos deberes y gran parte del apostolado femenino pasa por el adoctrinamiento de la mujer en la dedicación al hogar. El estilo "Telva", con un modo determinado de orientar el comportamiento de la mujer burguesa española, difunde entre ellas una mezcla de simplicidad intelectual, énfasis en los sentimientos y espíritu de servicio al marido y a los hijos que, convenientemente elaborado con recetas de cocina, artes domésticas y consejos sociales, se constituye en eje de un feminismo cotidiano, mezcla de tradición y modernidad, que merece los reproches de otros feminismos.

Pero el reproche principal que se va extendiendo, en España y fuera de ella, a la acción apostólica del Opus Dei sobre los casados, es su elitismo el incorporar las actitudes, las aspiraciones de las clases más burguesas. Y, en cierto sentido, una aplicación al apostolado con casados de aquel propósito selectivo original para. con los solteros, futuros numerarios. El resultado es que hay muchos más supernumerarios y supernumerarias conocidos en las clases media y alta. De ahí que mucha gente se extrañe, o se mofe, de la pretendida preocupación opusdeísta por la perfección cristiana, incluida la pobreza, difundida entre familias con un alto nivel de vida, que exhiben aparatosos símbolos de distinción y cuya actividad laboral tiene lugar en los puestos más altos del capitalismo o en las profesiones más funcionales al mismo. Así se entiende el comentario cínico de aquel observador madrileño: "El Opus Dei es un ten contén entre el cilicio y el Remy Martin."

La estrategia y la ideología de la última, más reciente, etapa del Opus Dei se acercan, en esas diversas líneas, a las de las sectas fundamentalistas que tratan de crear espacios de seguridad psicológica, de solidaridad, de complicidad, para los miles de habitantes de la modernidad industrial que se encuentran incómodos en ella y buscan perpetuar costumbres, alianzas y propósitos que mantengan su identidad. En unos casos, se trata de fenómenos de burguesía tradicional, que no quiere perder sus señas distintivas. En otro caso, las clientelas son los sectores más ignorantes, menos sofisticados, de las clases medias emergentes, para quienes la pertenencia a la Obra es un símbolo de ascenso social dentro del entramado conservador.

Junto a ese tejido ideológico costumbrista, persisten las aventuras civiles, mercantiles, políticas de quienes la conexión religiosa sirve para más cosas. En ese sentido, a partir de la etapa de la confusión político mercantil ya es muy difícil disipar la imagen de un Opus telaraña, plataforma de asociación de intereses, por mucho que se empeñen los superiores en obstaculizar ese modo de utilización de. la conexión opusdeística.

La persistente alegación de independencia civil de los so~cios que hacen los medios de comunicación de la Obra se inscribe en ese esfuerzo, generalmente baldío, de clarificación que, las más de las veces, es motivado por razones de consumo interno.

Educación de menores, servicio a la familia, disciplina de la mujer, reafirmación del catolicismo doctrinal, son las nuevas metas del Opus Dei.

Seguridad psicológica, apoyo en el fundamentalismo religioso, político y social propios, un cierto morbo de formar parte de algo distinto y una plataforma para eventualmente hacer más cosas que el simple pertenecer a la Obra, serían los beneficios individuales de la nueva estrategia corporativa, que hoy subraya mucho más los aspectos intimistas de la vocación que la anterior militancia en una cruzada pública de recristianización.

Para algunos socios, todo esto ya estaría en germen en el primer Opus, y la etapa posterior, la de las aventuras político-comerciales, que fue más consecuencia de una necesidad de supervivencia que un diseño explícito, debe ser rápidamente olvidada, de ahí la insistencia de sus voceros oficiales. El mensaje de Escrivá resultaría más fácil así de interpretar y de asumir por grandes masas de católicos acríticos que por una reducida élite de intelectuales... Pero al precio de una gran desbandada.

"Yo pedí la admisión en el Opus Dei en 1953 -cuenta Saralegui- con mi carrera de Derecho ya terminada. Lo hice porque me pareció que, en aquellos años, la Obra representaba una renovación del catolicismo tradicional, abierta, progresiva y libre; menos clerical y más esperanzada.

"Dejé la Obra veinticinco años después, fatigado y triste, tras una época larga y dolorosa, suavizada por el trabajo profesional y por la fraternal amistad de algunos compañeros de ilusiones, que conservo aun.

"No deseo en modo alguno criticar una institución que tiene las bendiciones de la Iglesia Católica y a la que he dedicado buena parte de mi vida. Sí puedo y debo decir lo que en ella no me ha gustado; lo que ha sido para mí causa de decepción, aunque no de amargura. Desgraciadamente, creo que para nada servirá; y esta convicción de la imposibilidad de ninguna reforma -muerto el fundador-, decidió en buena parte mi apartamiento de la empresa, en la que conservo amigos maravillosos; a la que veo, desde mis cincuenta y cinco años, con ojos lejanos y no admirativos. Pero desde luego, con todo respeto.

"La santificación del trabajo, idea básica de la espiritualidad del Opus Dei, resultaba muy atractiva para las generaciones de la posguerra española, educadas en la fe católica, la moral rigurosa, el orden y la sobriedad. Tenía un matiz progresista y abierto, unas gotas de calvinismo y una cierta apertura social.

"Pero por lo que yo entiendo, dicha idea se fue envolviendo poco a poco en un estilo autoritario, al borde del totalitarismo, y en un ambiente inmovilista y conservador. Las palabras del fundador penetraban y organizaban las vidas, las opiniones, las conciencias. Y tenían habitualmente, a mi juicio, esos dos caracteres dominantes: autoritarismo casi totalitario y clara inclinación por las posturas conservadoras. Desde Trento y el latín hasta la sotana y la mantilla, desde san Agustín y santo Tomás hasta la decoración de los centros, la balanza se inclinaba siempre por el platillo conservador. La desconfianza era sistemática ante los teólogos modernos, ante las innovaciones litúrgicas, ante cualquier adhesión que no fuera incondicional.

"Se hablaba de libertad política y profesional. De la segunda tengo experiencia personal, pero creo que hay mucha menos libertad en cuanto a opciones políticas. Si los esquemas en que uno vive son autoritarios, inmovilistas y conservadores, sólo con un esfuerzo mental casi esquizofrénico se puede ser, de veras, socialista o liberal.

"Por otra parte, todo lo importante pasa por los directores, y los directores son nombrados, sin excepción, desde arriba. Y enseña la experiencia que, en cualquier organización autoritaria, no es difícil que los nombramientos tengan en cuenta más la adhesión incondicional que la categoría personal o la calidad humana. En los así nombrados, es natural que su capacidad de criticar e innovar sea escasa; y sus ganas, nulas.

"Es por ese sentido de la autoridad por el que se aparta a los socios jóvenes de sus familias, se les prohíbe que cuenten a sus padres la verdadera situación de sus relaciones con la Institución, se les controlan férreamente sus lecturas, su tiempo, sus relaciones sociales; se les niega la asistencia a espectáculos, se suma un trabajo interno al profesional a fin de que les sea muy difícil una reflexión crítica, profunda y serena. El espectáculo de la presión psicológica sobre corazones y cabezas inmaduros nunca lo he podido aprobar. Hay otros rasgos de la Obra que, como todo lo humano, tienen su cara y su cruz; éste, para mi, ha sido sólo cruz durante muchos años.

"El conservadurismo ambiental de la Obra, creo, está muy unido al del fundador. Yo soy de familia católica desde hace mil años y amo la historia. Y sé que los evangelios han abierto un camino ancho y hermoso, en el que caben todos los humanos que crean en Dios y en la caridad. Unos van por ese camino deprisa, otros despacio; unos por la izquierda, otros por el centro o la derecha; unos son optimistas, otros pesimistas; unos contemplativos, otros trabajadores; unos más rígidos, otros más laxos.

"Yo creí que en el Opus Dei ("sois libérrimos", "sois cristianos corrientes") cabría esa variedad. Pero no fue así. Había que copiar al fundador con absoluta fidelidad; y ya que era imposible imitarle en su sacerdocio o en su trabajo, era obligado ser fiel a su espíritu; mejor diría a su talante dogmático, autoritario y conservador. Y desde luego, individualista y familiarista mucho más que social. El modelo de catolicismo de José María Escrivá de Balaguer, a mi juicio, fue el del ambiente que vivió en su juventud: el de la clase media española de los años 20 y 30. Con algunas añadiduras -externas pero importantes- aportadas por algunas señoras distinguidas de Madrid y de la burguesía bilbaína, cuyas carencias básicas eran la escasa talla intelectual y cultural y una insensibilidad generalizada para los problemas sociales, combinada con un gran apego a la familia y la propiedad. De los tres círculos concéntricos de la moral -el individual, el familiar, el social-, los dos primeros se llevaban la parte del león. Y dejaban un escaso margen a la enorme amplitud, creciente, de la moral social; que va desde el pago de los impuestos y el cumplimiento de las reglas de circulación, hasta el fraude industrial, comercial o financiero y la preocupación por el Tercer Mundo; y considera que las circunstancias económicas, sociales y culturales algo tienen que ver con la orientación de las vidas humanas.

"En la moral personal y familiar, es lógico que el sexo se llevara la mejor parte. La ya conocida obsesión de muchos clérigos católicos por este tema, se multiplicaba en la Obra. Es un hecho que el Opus Dei ha fomentado un notable contingente de familias numerosas, digno de todo respeto. También, que -si las posibilidades económicas no acompañan- ese espíritu de generosidad incontrolada ha producido no pocos dramas y angustias; y que su aplicación ha de concentrarse preferentemente a matrimonios de buena posición económica y con mucha salud.

"Pero hay un efecto secundario de la "obsesión" que -buscado o no- de hecho sobreviene. Y es que una atención desmesurada a la moral sexual disminuye la atención debida a la moral social, de importancia creciente en un mundo donde las relaciones y las interdependencias se multiplican. El hombre es limitado, no puede llegar a todo con la misma intensidad, necesita establecer prioridades para sobrevivir. Enseña la experiencia que quien concentra la mayor parte de su atención en el sexo, no es muy sensible a la moral social. También a la inversa: quienes sobrevaloran la ética social, con facilidad infravaloran la moral sexual y familiar. Y así se forman dos grupos, bien visibles, condenados a no entenderse.

"Hablaba antes de ese dato, nobilísimo, de la experiencia española: hay en los ambientes del Opus Dei muchas y excelentes familias numerosas. Sin embargo, no parece que los socios de la Obra se hayan distinguido por el cumplimiento fiel de la legislación fiscal, de las normas económicas, comerciales o financieras, por tratar de suavizar las diferencias económicas o culturales, por su caballerosidad y su limpieza en cuanto autoridades públicas, por su ayuda a instituciones de carácter social o de beneficencia, por su disponibilidad para combatir el subdesarrollo, la enfermedad o la ignorancia; por su atención al Tercer Mundo, a esos miles de millones de personas que se acuestan con hambre todos los días, cuya angustia caerá sobre nosotros y sobre nuestros hijos. En la historia de España, "Matesa" y "Rumasa" serán dos anécdotas insignificantes y confusas. Pero es lo cierto que ambos asuntos estuvieron atravesados de cien nombres relacionados con el Opus Dei.

"Es obvio que el sexo, el dinero y el poder tienen relación con casi todas las decisiones importantes de los hombres, individuales y colectivas. Y lo es también que quien sólo concede importancia a una de ellas (el sexo, en este caso) infravalora la tremenda capacidad corruptura del dinero y del poder. Falta de realismo muy habitual en organizaciones católicas dirigidas por clérigos, espero que no dure mucho tiempo en el Opus Dei, cuya base laica y profesional nunca la admitirá de buena gana.

"Lo mismo me atrevo a decir del sentido de la autoridad enérgica e incontestada y del espíritu ("esculpido en mármol", decía el fundador) que se pretende mantener rígido y congelado en las vidas de laicos corrientes que se desarrollan en un mundo en constante mutación. Esto sólo es posible en el ghetto, en el aislamiento y la soledad. Lo cual, creo, se está intentando en el Opus Dei. Y creo también que se puede conseguir; bien es verdad que a un alto precio. Al precio de muchas angustias, cansancios y abandonos; al precio de -a la larga- no cumplir el deseo inicial de Escrivá ("seréis inyección intravenosa en el torrente circulatorio de la sociedad") ni siquiera la vieja hermosa metáfora evangélica de diluirse como la sal.

"Sobre la personalidad de José María Escrivá de Balaguer, creo recordar, a la letra, una nota suya muy antigua, fechada en Roma, de fines de los 40: "Nosotros no vamos al cine; aunque vaya el cardenal Spellman." Otra en que se calificaba a los disidentes de desertores y de soberbios. Una tercera según la cual "el estado habitual de una supernumeraria casada es el embarazo.

"Estas frases -y cien similares- tienen una enorme importancia en la vida real de los socios, que en su inmensa mayoría jamás ha visto las antiguas Constituciones del Opus Dei, sino un catecismo resumen de las mismas, obligatorio y oficial.

"Debo decir, según mi propia experiencia, que nunca pude elegir mi propio camino y mi propio estilo. "Somos cristianos corrientes", "sois libérrimos", eran frases vacías ante un aluvión de notas, avisos y cartas (mas informes amplios sobre temas concretos de tipo ya político-social, como la teología de la liberación, el socialismo, la educación, el latín), que conformaban hasta el último rincón de tu personalidad. A partir de los años sesenta, no vi más evangelio que Camino, ni más profeta que José María Eserivá.

"Creo que no es realista tratar de la Obra sin mencionar su compleja personalidad. La veneración que sentían por él los más antiguos se trasladaba a los jóvenes; y se creaba e incrementaba un mito que, al ser contrastado con la realidad, produjo decepciones importantes y, en mi caso, una inicial confusión, seguida de un alejamiento de la persona y quizá -más adelante- de su doctrina.

"Todos los socios mayores de la Obra pasamos muy malos ratos tratando de entender -y de explicar más tarde- por qué se había hecho reconocer como Marqués de Peralta, con las consiguientes apariciones en el "Boletín Oficial". Pero no nos sorprendió en absoluto; porque a nivel interno, le habíamos visto, al mencionar su niñez, subrayar ciertos rasgos de bienestar familiar, dejando en penumbra siempre las conocidas dificultades económicas de sus padres, normales y -a mi juicio- honrosas. En Barbastro, permitió que se derribase su auténtica casa natal, sustituyéndola por otra, que copia las mansiones nobles del Alto Aragón. Nunca se ha tratado de conservar la entrañable y modesta casa de Martínez Campos, 4, aún intacta, donde vivió con su familia años decisivos. En cambio, puso todo su afecto en el antiguo palacete de Rafal, en Diego de León, 14, en el que instaló un repostero nobiliario en la escalera central. Y en la basílica de Torreciudad, en el retablo del altar mayor, figuran siete escudos con sus siete apellidos nobles. En una de las "Crónicas", revista interna, del año 76 creo, decía textualmente: "Yo, que desciendo de una princesa de Aragón...

"Mínima debilidad ésta, no sé si alguna relación tiene con lo que todos creían -él, quizás, el primero- singulares y directas intervenciones de Dios en su vida. Y por tanto en la de la Obra. Se hablaba de situaciones difíciles (desde el paso de los Pirineos en la guerra civil hasta incidentes jurídicos en el Vaticano y complicaciones económicas importantes) saldadas favorablemente por directa intervención divina. Se decía incluso que, por revelación singular, él conocía la fecha de su muerte; que iba a ser en 1984. No fue así. Sus primeros seguidores crearon un mito prodigioso en el ambiente único e irrepetible de la posguerra española y la Segunda Guerra Mundial. Quizá la época les pudo.

"Pero creo que todas las cosas divinas han sido hechas a través de los hombres; y que nada humano nos es extraño. En los primeros socios del Opus Dei que YO he conocido, de los años 30 y 40, encontré una fe maravillosa y una gran generosidad. La encuentro aún. También en muchos otros de mi generación y en algunos que he tratado hasta 1979. Los he querido y los quiero.

"Si escribo estas líneas -para mí dolorosas- es precisamente para hacerles reflexionar en tantos dramas de conciencia que cuestiones secundarias del espíritu del Opus Dei han producido. Y para que se animen a vencer una pretendida "fidelidad al espíritu fundacional" que, a medio y largo plazo, puede conducir a la Obra a refugiarse en una ciudadela artillada, en un ghetto peculiar, en una isla católica al margen de la historia y de la vida.

"La santificación del trabajo y de las obligaciones de cada día es un mensaje hermoso, sencillo y esperanzador, interclasista y universal. Siempre que incluya las obligaciones sociales; que empiezan -pero no terminan- en el círculo familiar. Y siempre que dé más importancia a una tradición milenaria de la Iglesia católica, a los Concilios y, en último término, a los evangelios.., que a las palabras, quizás ocasionales, de un hombre apasionado en el contexto dramático de la guerra civil española y de la Segunda Guerra Mundial. Al cual respeto, sin compartir en absoluto su autoritarismo, su intolerancia con los discrepantes, ni su unidimensionalidad. Talantes así ha habido siempre en la Iglesia; pero han sido, irremediablemente, transitorios y minoritarios. La más ancha y profunda tradición católica, la que es base y fundamento de toda responsabilidad moral, considera legítimo y normal que no todos los hombres, en todos los tiempos, den las mismas respuestas a las grandes preguntas que plantea la vida."

El testimonio de Raimundo Panikkar, ya desde fuera de la Obra, sobre la trayectoria y la teología del Opus Dei, se expresa en esta carta que me dirige.

Querido Alberto:
Me has pedido que colabore contigo en un libro sobre el Opus Dei. Durante muchos años no he sentido interés ninguno por hacerlo. En la introducción a mi libro "Cometa" (Madrid, 1972), escribí que no estaba "arrepentido de aquella etapa de mi vida, ni tampoco de haberla superado". Y sigo sin esta inquietud auto justificante, aunque comprendo que muchos la tengan. Comprendo incluso el deber de aclarar una historia más o menos pública. Pero no tengo ningún interés en escribir mi historia; estoy todavía demasiado empeñado en vivirla.

Me has contado tu proyecto. Me parece muy interesante. Pero me encuentro como el pez fuera del agua. Incluso cuando estaba en la Obra todas estas cosas me resbalaban porque, en el fondo, no me interesaban demasiado. Mucho de lo que me cuentas sobre los negocios de la Obra y otras actividades políticas es nuevo para mí, aunque reconozco su verosimilitud.

No digo que no se deba entrar en lo anecdótico, es también importante, y tú lo manejas bien, sabiéndole extraer la categoría latente.

Si yo no estoy en esta longitud de onda, ¿por qué transigir una vez mas que se me inserte en ella? Me parece una postura muy similar a la de mis años dentro de la Institución, en los que por una malentendida "santa indiferencia" me despreocupaba de lo meramente contingente, aunque no pueda arrepentirme de esta actitud que, por peligrosa que sea, no veo completamente equivocada.

Esto no quiere decir que desoiga al amigo que me pide colaboración. Algunos interpretaron como cobardía u oportunismo mi silencio hasta ahora. Diría que fue más bien indiferencia, quizás en el fondo porque considerase a la Obra como un fenómeno interesante para unos cuantos, pero relativamente poco importante con respecto a lo que en lenguaje cristiano pudiera amarse el Reino de Dios y su Justicia, en lenguaje indio, la verdadera realidad "satyasya satyam, paramarthi ka", y en lenguaje secular los vectores incisivos en la marcha de la realidad (que aunque sea temporal no es exclusivamente histórica).

Y después de este párrafo, que creo manifiesta ya mi talante, he aquí algunas reflexiones que si te parecen oportunas puedes muy bien publicar.

Lo biográfico primero, en segundo lugar lo teológico y lo atmosférico en tercero.

Respecto a lo primero ya sabes que me interesa poco. Leyéndote, me doy cada vez más cuenta que yo nunca entré en la institución que describes. Y no porque me diese todo por una friolera o no tomase en serio lo que la Obra decía de ella misma, sino precisamente por esto mismo. Yo la entendí en su núcleo sacramental más profundo, como entiendo la Iglesia. Yo no entré en ningún club, ni siquiera considero que la Iglesia a la que me haces pertenecer sea la tal organización burocrática. Por eso cuando tú, por ejemplo, me haces "católico practicante" la frase en ti, y me imagino que en muchos lectores, tiene un sentido que es sólo una parte ínfima y secundaría del que yo le doy.

Pero de nuevo se me entendería mal si se me interpretase como diciendo que no me importa lo concreto. En manera alguna. Hay que entrar en la vida por alguna puerta y, como la etimología misma sugiere (la raíz "per", de puerta, significa transitar), uno no se queda en el lindero de la puerta sino que transita hacia las profundidades de la experiencia humana. Todo hombre tiene que renacer y pasar una iniciación para llegar a la madurez, pero, ¡ay de aquel que tiene miedo a caminar hacia delante, hacia lo desconocido! Digo que tomé a la Obra muy en serio en el sentido indicado. Por pertenecer la Obra a la estructura sacramental de la Iglesia consideré mi entrada en la Obra como una iniciación. Y toda iniciación es un punto de partida, una puerta y no una meta. Lo que la Obra decía que sí era una concreción de lo que la Iglesia afirma de ella misma: un espacio en donde se puede vivir la plenitud humana, un ambiente en donde las potencialidades de la persona no se pierden, se encauzan y se dirigen a la edificación del mencionado Cuerpo Cósmico de la Realidad (Reino de Dios y su Justicia).

Puedo empezar con algunos recuerdos personales. Los podría destilar, y describir lo que podría llamarse la atmósfera de la Institución. Empezó por ser un pequeño grupo más o menos carismático con un ideal evangélico muy puro y elemental que lentamente, a raíz de las circunstancias por una parte, y de lo que estaba latente en el espíritu del fundador, se fue convirtiendo en lo que sociológicamente se llama una secta, sin que ello signifique un juicio negativo. Incluso san Pablo afirma que es conveniente que haya sectas. Poco a poco, lo jurídico, la prudencia del espíritu o de la carne, la necesidad de pensar en uno mismo para sobrevivir como grupo diferenciado, y la ideología que casi inconscientemente se iba formando, hizo que la Obra se convirtiera en el patrón absoluto para juzgar sobre la moralidad de toda actividad personal o colectiva. Se hace lo que conviene al Opus Dei, puesto que tiene los mismos intereses que la Iglesia y que Dios mismo.

Yo veía todo esto y sufría por ello. Le escribí varias cartas al Padre en este sentido. Por desgracia no recuerdo tener copia de nada. Se me contestaba -verbalmente- diciéndome que "el espíritu" era el mismo. El conocido teólogo suizo, antiguo miembro de la Compañía de Jesús, Hans Urs von Balthasar, escribió un artículo con preguntas teológicas sobre la naturaleza de la Obra. Se me dijo que le contestara. Me esforcé en responderle teológicamente, pero mi larga carta no gusto y se me dictó prácticamente una respuesta beligerante que no entraba en materia. Mucho más adelante alguien en "Nuestro tiempo" (1964) volvió a discutir a Balthasar, aunque sin contestar sus argumentos.

Antes de la "Provida Mather Ecclesia", de Pío XII, que establecía los Institutos seculares, escribí unas cuantas páginas que luego me enteré sirvieron de pauta a lo que constituyó la base teológica del documento pontificio.

II. Alberto, amigo:
Me has pedido que te escriba sobre la "teología del Opus Dei". Aparte del uso y abuso que se hace de la palabra: teología del juego, del trabajo, de la política.., como si el theos dictase o inspirase a algunos especialistas cuál es "su" opinión sobre tales temas; aparte digo de lo abusivo de la expresión, veo además otras dos grandes dificultades para complacerte. En primer lugar, hace veinte años que estoy alejado de la Institución, y me auguro que en tal lapso de tiempo haya habido una reflexión teológica mayor que la que yo conozco. No se puede hacer todo a la vez. El Opus Dei empezó "haciendo". Espero que a estas alturas haya también un "pensando", esto es, que tenga también un pensamiento. Se ha escrito bastante sobre el Opus Dei en plan polémico y en plan apologético pero yo no he encontrado aún una "teología" elaborada. La actual bibliografía sobre la Obra ofrece pocos puntos de reflexión teológica. Acertadas me parecen las páginas de Lluís Duch, monje benedictino de Montserrat, en su libro "Esperança cristiana i esforç humá" (págs. 132-139), que subraya el carácter de teología política de la Obra basada en la dicotomía entre amigos y enemigos. Añado en seguida que el pensamiento teológico no lo es todo, ni en la vida ni en la realidad. Queda pues doblemente relativizado todo lo que yo pueda decir.

Mi segunda dificultad la he apuntado ya: el carácter eminentemente pragmático más que teológico de los inicios de la Obra. Yo puedo hablarte algo, e imperfectamente, del período formativo que va desde el 1940 al 1966.

Recuerdo que hace unos años, cuando ya hacía tiempo que había salido del Opus Dei, cenando a tres con una alta autoridad académica y política del mundo europeo, al preguntarme si pertenecía a la Obra, le contesté dando un juicio demasiado tajante sobre el Opus. Me arrepiento de haber dado un juicio tan simplista; sin tener entonces ocasión de matizarlo, la conversación pasó a otra cosa. Las cosas de la realidad son complejas. No existe el mal absoluto ni siquiera subjetivamente. La vida puede tener sentido incluso en un campo de concentración. Lo irritante de Soljenitsin para los soviets no fue su cristianismo o su anticomunismo, sino su elegancia y grandeza espiritual, que, al no jugar el juego de sus perseguidores, les demostraba que no le podían doblegar. No sé si me explico. Se puede sacar bien aun de algo que diste mucho de ser perfecto. No todo lo nazi era malo, por decirlo brevemente. Muchos jóvenes se han liberado de las drogas y de la obsesión sexual, siguiendo a maestros y escuelas que dejan por otra parte mucho que desear. No todo es malo en Dinamarca. Cuando vemos sólo el mal ajeno nos traicionamos a nosotros mismos: descubrimos nuestros pecados ocultos.

Pero aduzco estos ejemplos por una razón más profunda que la de decir que a cada uno le va según lo que espera y aporta. Juicios absolutos, además de no ser casi nunca verdaderos, tienen el gran inconveniente de impedir la redención, el perdón, el cambio. Si sólo nos empeñamos en mantener vivo el recuerdo del holocausto de las judíos, sólo conseguiremos facilitar su repetición. Uno acaba por volverse como lo que se odia. El anticomunismo es otro ejemplo. Quemar nuestros pasaportes de españoles, europeos, cristianos, creyentes, humanos, por las barbaridades que se han cometido por los respectivos grupos sólo puede terminar en la autoinmolación. El puritanismo, de la clase que sea, es contraproducente. Se autodestruye. Hacer sólo crítica negativa de la Obra es tirar piedras sobre el propio tejado.

Aun suponiendo que el Opus Dei contuviese rasgos anticristianos (según criterios cristianos) e incluso antihumanos (según normas humanísticas) la simple denuncia y condena sólo exacerbaría las posiciones y a la postre quizá las invertiría. Pensamos en la evolución del marxismo, por ejemplo, que de posiciones dogmáticas pasa a posturas críticas, o de la Iglesia católica, que pasa de condenar la libertad y defender la tortura del hereje a convertirse en defensora de la libertad y de los derechos humanos. Las realidades humanas son muy complejas.

En resumen, hablar sólo bien de la Obra, o sólo mal de ella, o enjuiciarla como un conglomerado de cosas, algunas buenas y otras malas, me parece metodológicamente inapropiado (¿qué criterios se aplican?) y filosóficamente sin fundamento (¿bajo qué presupuestos se juzga?). Es igualmente inadmisible el silogismo pueril: "La Iglesia es buena, la Obra está aprobada por la Iglesia, ergo la Obra es de Dios." Inválido sería, también, el argumento contrario de criticar al Opus Dei por ser una obra religiosa y considerar la religión como mera superstición o institución maléfica.

En una palabra, uno puede dar su opinión sobre lo que sea, pero esta opinión es doblemente subjetiva, esto es, refleja al su jeto con su autobiografía y está influenciada, ya desde su punto de partida, por el interlocutor que se tiene en la mente, el cual a su vez tiene también su contexto, que condiciona el diálogo. Y la dificultad aumenta, como cuando en este caso, las emociones son altas. Me he pasado cuarenta años con mi profesión de comprender al otro (cultura, religión, filosofía). Me hace cierta gracia aplicar mis ideas al caso concreto del Opus. La victoria nunca lleva a la paz.

Me dirás que tu problema es sociológico. Y tienes razón. Tú intentas comprender un fenómeno que consideras sociológicamente importante e interesante. Yo tengo que añadir que este planteamiento no es el mío. Acaso nos complementemos. Todos convenimos en que la sociología no lo explica todo; pero yo temo que mi enfoque sea no sólo atípico sino incluso atópico. Sin embargo, como no me he negado a colaborar en tu afán, he aquí esta carta y mi diálogo contigo. Si alguna vez me aconteciese querer escribir mis memorias sería más explícito, pero de momento no quiero hacer ni una "apología pro vita mea", ni lanzar una catilinaría para evitar que Pompeyo sea eliminado.

Toda organización que se llame cristiana se referirá, evidentemente, al Nuevo Testamento como a un punto de referencia normativo. Pero lo "teológico" se manifiesta:
a) Por la selección de los textos.
b) Por la interpretación de los mismos.
c) Por su traducción en la praxis.

No basta por ejemplo citar muchos textos sobre el amor si luego se interpretan como amor a la verdad y aun al bien por encima de las personas y aun las colectividades. No es suficiente hablar de "ágape" si luego se traduce en espíritu de cruzada. Este estudio teológico sobre el Opus Dei creo que está aún por hacer, a pesar de algunos ensayos sobre Camino.

Finalmente, no hay teología fuera de contexto. Y el contexto hispánico de los años 30 así como de los años 40 colorean fuertemente la interpretación que el Opus Dei hace de sí mismo y del hecho cristiano.

Simplificando, resumiendo y dando un amplio margen de indeterminación se podrían hacer resaltar los siguientes puntos, ¿los puedo llamar "theologumena"?:

1. El catolicismo romano es la única religión verdadera fuera de la cual no hay salvación, porque sólo él contiene toda la verdad.

2. Dentro del mismo catolicismo sólo unos pocos tienen la valentía de seguir todas sus exigencias heroicas y a ellos cabe la tarea de ser los continuadores de la obra mesiánica de Jesús.

3. Sacerdotes y religiosos que tradicionalmente cumplían esta misión deben ser, por lo menos, complementados por seglares que la ejerzan:
a) en el mundo, y
b) con los mismos medios del mundo (prensa, política, mundo del trabajo, economía, industria, riqueza...).

Para ello se impone la disciplina más severa y la flexibilidad más sutil: la voluntad de vencer (para Cristo se entiende) e inteligencia de las estructuras anímicas y sociales, esto es, conocimiento del hombre y de la sociedad (la Ciencia al servicio de Cristo).

4. Si hay injusticia y desorden en el mundo es porque "nosotros" (los buenos, los católicos, los practicantes, los que seguimos los consejos evangélicos) no tenemos el poder. Por consiguiente, todos los problemas sociales, del trabajo, de guerra y de paz, etc., están supeditados a que esa élite se haga con las riendas que gobiernan el mundo: la teología de las causas segundas. Debemos aprender de los Césares, Napoleones, Mussolinis. Lo que ocurre es que ellos eran malos. Por eso fracasaron.

5. El arma para la instauración del Reino de Dios es el trabajo ordinario. Todo va ordenado a este fin. La oración, la penitencia y demás virtudes como la perseverancia, la prudencia, la fortaleza..., se ejercitan en la palestra del trabajo ordinario dirigido a la conquista de los primeros puestos de la sociedad, en todos los órdenes (político, económico, científico, cultural), para desde allí implantar el reino de la justicia, del amor y de la paz. Cualquier sacrificio, en aras de tan noble causa, sabe a poco. No vencerás, Gedeón, tienes demasiada gente. Selecciona sólo a los más aguerridos.

6. El mundo no nos entenderá. Los tibios tampoco. Incluso dentro de la Iglesia gente bonachona como Juan XXIII que quieren pactar con el mundo tampoco pueden comprender aquel espíritu de combate que se solía mantener vivo por la plegaria a san Miguel que de rodillas decían los sacerdotes después de la misa. Pero, en general, los buenos han sido hasta ahora poco inteligentes. "Nosotros" tenemos el deber, y la vocación, de ser buenos e inteligentes: ¡el minúsculo resto de Israel!. De ahí la discreción y aun el secreto, la "disciplina arcani", si es necesario, para no caer en las asechanzas del "espíritu del mal". ¡Ingenuos, no!

7. Esta utilización de todos los resortes del mundo (ingenio, estrategia, política, dinero, ciencia...) por conquistar el poder para la instauración, modernizada, del ideal de la cristiandad, en una palabra, esta confianza en los medios naturales, exige una utilización simultánea de los medios sobrenaturales, puesto que de lo contrario se rompería el equilibrio y la empresa dejaría de ser opusdei. Sin oración, sacrificio, obediencia, santidad... no se consigue nada. Todo va unido. Todo es congruente. Lo que no se pone en tela de juicio es la subyacente idea de Dios y de su Reino.

III. Alberto:
Podría seguir indefinidamente, y, como ves, continuar presentando las cosas desde una ambivalencia acaso inquietante para algunos. Pero son muchos los cristianos que suscriben las anteriores tesis. Y son legión también los que no las formularían así, las interpretarían diferentemente o las complementarían con otras. La espiritualidad de Francisco de Asís, reflejada recientemente en la obra sobre el santo por Leonardo Boff, por ejemplo, representaría otra lectura cristiana. Las nuevas olas de la "moral majority" de los Estados Unidos de Norteamérica nos darían nuevamente otra interpretación de la Biblia. El pluralismo teológico es una realidad.

El motivo por el cual me resistía a entrar en todo este negocio, como te reiteraba al principio, estriba en la distracción que para mí supone preocuparme por la menta, el comino y el anís, cuando la importante de la Vida, la "Torah" como dice el texto, es la justicia, la misericordia y la fe (el discernimiento, la compasión, la lealtad), para citar de nuevo al Evangelio. Cuando el mundo arde, cuando la humanidad en sus tres cuartas partes sufre de injusticia humana, cuando el planeta cruje por la "hybris" del hombre, cuando el cristianismo sufre dolores de parto para engendrar una "cristianía" liberadora de sistemas de vida y de pensar del pasado, cuando lo que el Evangelio conmina es a una "metanoia" radical, cuando lo que está en tela de juicio son los últimos seis mil años de experiencia histórica (la vivencia humana del "homo historicus"), preocuparse por los detalles de un grupo mesiánico, me parece interesante en la medida que ello no nos enajena del "unum necessarium" de la Vida, para seguir con frase de Cristo, aunque no interpretada, evidentemente, como un "unicum" exclusivo y partidista. Dicho de otra manera, los problemas actuales del hombre -y no sólo los de la humanidad- exigen un "pathos", un "eros" y un "agape" en prof undidad y extensión difícilmente compatibles con la rutina de una existencia al servicio de un Sistema -de praxis y teoría- que a todas luces conduce al homicido y terricidio.

Me auguro que tu libro nos haga pensar a todos, y actuar en consecuencia, para sacudirnos esa peligrosa banalidad que nos amenaza.

Dándote las gracias nuevamente por haberme hecho volver a pensar sobre mi pasado en función del presente, te abraza y te es amigo,

RAIMUNDO

Tavertet, 8 de setiembre del 1986.- Fiesta de todas las Vírgenes negras.

Arriba

Anterior - Siguiente

Ir a la página principal

Gracias a Dios, ¡nos fuimos!
Opus Dei: ¿un CAMINO a ninguna parte?