Extracto del libro OPUS DEI, LA TRASTIENDA

Texto en el idioma original (portugués)

 

Autores: Dario F. Ferreira / Jean Lauand / Marcio Fernando

Versus Editora

 

Capítulo I: OpusDei – Un fenómeno religioso. Páginas 46 a 55

 

Cómo se fabrica un numerario [miembro de dedicación plena, que vive el celibato, la pobreza y obediencia y habita en un centro del Opus Dei]

 

Todo comienza un buen día en el que el gobierno nacional de la Obra, presionado por Roma (el prelado actual, don Javier Echevarría, ha insistido recientemente que quiere en cada país 500 vocaciones), decide, por su parte, presionar a los directores de los centros en busca de números (todo en el Opus Dei es cuantificado: número de personas que van a los medios de formación, cantidades de cuotas de venta de libros y de cuotas en dinero, jaculatorias que una persona se propone decir durante un día... y también “vocaciones”.)

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El director repasa la lista de los “chicos de San Rafael” de su centro [los que frecuentan el centro, pero no son de la Obra todavía] para la Comisión Regional, que es el órgano de gobierno de la Obra y que generalmente coincide con los límites de un país. La “vocación” va a ser definida de manera fría y pragmática: “Muy bien... ¿a quién podríamos hablar para “pitar” [entrar en la obra] en este semestre?” El criterio es pura y simplemente operacional. “Bien, ¡vamos a hablar con los que ya tenemos!” Ese es el motivo, digámoslo de paso, por la que varios muchachos de san Rafael que acuden regularmente al centro durante años, y siempre fueron despreciados, de repente, debido a la escasez de “materia prima”, se convierten en candidatos para la vocación.

 

La presión contínua. El director del centro va a conversar con el numerario Miguel –que “trata” al “vocacionado” Rafael-, proponiéndole que consiga que Rafael “pite”. Por orden del director, también el sacerdote Pedro (nombre ficticio para el sacerdote numerario que atiende la media hora de dirección espiritual semanal de Rafael), entra en juego. Miguel y el sacerdote Pedro comienzan simultaneamente a enviar indirectas al “vocacionado” (“Dios tiene sus planes!; “Dios está necesitando apóstoles”; “Todo el mundo tiene una vocación, una llamada para servir a Dios, ¿ya has pensado en eso?”... etc). Miguel comienza a dedicar 10 o 15 minutos a hacer oración mental con Rafael, leyendo en voz alta para que él medite en silencio, textos extremadamente “sutiles”, como los del capítulo “Llamamiento”, del libro “Camino”.

 

902. ¿¡Por qué no te entregas a Dios de una vez, de verdad, ahora!?

903. Si ves claramente tu camino, síguelo. ¿Cómo no desechas la cobardía que te detiene?

904. “Id, predicad el Evangelio... Yo estaré con vosotros...” Eso ha dijo Jesús... y te lo ha dicho a ti.

905. El fervor patriótico –laudable- lleva a muchos hombres a hacer de su vida un “servicio”, “una milicia”. No me olvides que Cristo tiene también “milicias” y gente escogida a su “servicio”.

906. Et regni ejus non erit finis, -¡Su Reino no tendrá fin! ¿No te da alegría trabajar por un reinado así?

 

Para que Rafael llegara a ese punto, fueron necesarios algunos meses de “trato”. La historia típica de Rafael es la de un chico de 15 años que fue “a conocer el centro”, llevado por un amigo o un compañero, para hacer un curso o una actividad cualquiera que sirve como “cebo” inicial: por ejemplo, los famosos Programa de Iniciación Científica (PICs), o Programas de Orientación Científica (POCs), Cursos de Técnicas de Estudio, etc., en los que numerarios graduados o pos-graduados, “orientan” a jóvenes de enseñanza media o de los últimos cursos de la enseñanza obligatoria y los introducen en el mundo de la investigación científica...

 

Hasta ahí, nada de Opus Dei.

 

En el centro, Rafael encuentra un ambiente formal. El posible nuevo frecuentador encuentra un ambiente de gente simpática (simpatía un tanto afectada), que le sonrie y se interesa inmensamente por saber  quién es Rafael (“Rafael, ¿dónde estudias? ¿Dónde vives? ¿Cuáles son tus hobbies?, etc.)

 

Si el hobby de Rafael fuera la astronomía, dentro de pocos días encontrará varios numerarios (él todavía no tiene ni idea de qué es ser numerario) interesadísimos en ese tema, tal vez hasta creen un “club de astrononomía” en el centro, u organicen una visita al planetario, o una excursión para observar estrellas y cometas... En fin, es una “inmersión de amor”, tal como practica la secta Moon. Más tarde, cuando Rafael sea numerario, o usará la misma astronomía para atraer a otros “rafaeles”, o le dirán que la abandone, porque es un hobby que sólo contribuye a que un numerario pierda el tiempo...

 

Pero, en la fases en que comienza a frecuentar el centro, la astronomía de Rafael ¡es la cosa más importante de este planeta y de los otros!

 

¡Rafael está felicísimo! Por fin encontró gente que le comprende. Esas “caras tan legales” le dan una importancia que él jamás tuvo en su casa o en el colegio (hasta le invitarán a hablar en una tertulia especial sobre “Los últimos descubrimientos de astronomía”, y lo mejor es que todos le escucharán muy atentos, incluso gente que está terminando su licenciatura o su doctorado en la prestigiosa Universidad USP!!!)

 

Como en la Obra todo se calcula en base de costo-beneficio, el numerario Miguel, que fue elegido por el director para “tratar” a Rafael, le va a pedir que el joven “corresponda”, y le invita a asistir a una charla. Sólo que no es una charla sobre astronomía. Es un charla del sacerdote Pedro. (“Sabes, Rafael, en este centro, además de toda esa actividad científica y cultural, también hay una parte de atención espiritual, de doctrina cristiana: está ahí, para que crezcas como persona... Y el sacerdote Pedro –te lo voy a presentar, es una persona estupenda!, ah, y también es palmeirense [del club de fútbol Palmeiras]-, él da una charla semanal, media hora, para toda la gente de aquí, es muy legal, ¡te va a gustar!”)

 

Ya estamos comenzando por el famoso “plano inclinado”... Rafael irá subiendo (o “siendo subido”...) por él: meditación, conversación con el sacerdote, visita a los pobres de una chabola (para que se sienta un egoísta), retiro de fin de semana, recogimiento mensual, convivencia en un puente prolongado, romería en el mes de mayo, etc. En algún momento de esa “subida”, Rafael se confesó con el sacerdote Pedro, y su alma se ensanchó de alegría con el perdón de Dios. En el retiro, vio la coherencia del catolicismo del Opus Dei (aunque, pensándolo bien, el catolicismo de verdad es el del Opus Dei, ese es el mensaje subliminal que le han transmitido en el centro).

 

Rafael está de luna de miel con el Opus Dei cuando el director del numerario Miguel le manda que le diga a Rafael que llegó la llamada “de parte de Dios” para entrar en la Obra. El sacerdote, lo mismo que le rescató del lodo, le dice de parte de Dios que él, Rafael, sólo será realmente felíz en la tierra y en el cielo si “corresponde” a la llamada de Dios para ser numerario, viviendo el celibato apostólico, en una entrega total a Cristo. El numerario que lo “trata” continua bombardeando: “Estoy rezando por ti”; “Cristo te va a dar el ciento por uno y la via eterna”; “El Padre ofreció su vida por Cristo y por la Iglesia, y tú te quedas ahí dudando...”

 

Rafael, queriendo corresponder con generosidad (todavía no sabe el contenido concreto de esa entrega total que le piden), ve una lógica interna en todo eso y para él la vocación es vivida por gente “normal”, como los numerarios que él ve en el centro. Al final, ¿por qué no? –de la astronomía al cielo, todo tiene sentido. El próximo paso será hablar con el director del centro, que tal vez le haga cierto “juego duro”, con el fin de que Rafael va a tener que llamar a la puerta muchas veces hasta que la Obra le acepte. El resto de la historia se encuentra en varios testimonios, algunos de los cuales están recogidos en este libro.

 

 

¿Y los supernumerarios?

 

En nuestras investigaciones, por motivo de haber sido numerarios, nos encontramos con frecuencia este tipo de miembro de la Obra. Como ya dijimos, los numerarios son los laicos célibes que dan impulso a la expansión, que se dedican a las tareas internas, en suma, que mantienen “la máquina” en funcionamiento. Y, aunque en el discurso oficial se diga que todos los miembros de la Obra, célibes o casados, son iguales... en la práctica los supernumerarios se sienten un miembro de segunda clase dentro de la institución, según el punto 28 de “Camino”: “El matrimonio es para la clase de tropa y no para el estado mayor de Cristo”.

 

Para trazar un breve perfil de los supernumerarios, es importante dejar bien recalcado, que el principal objetido del Opus Dei es crecer (“hacer la Obra, hacer el Opus Dei, siendo tú mismo Opus Dei”...) y que los miembros de la Obra piensan –sinceramente- que ese es el mayor deseo de Dios.

 

Para aumentar el número (para crecer), uno de nosotros puede presentar a las personas una doctrina maravillosa. Pero una vez dentro, para el nuevo miembro se inicia el plano inclinado que, recorrido a lo largo de algunos años, llevará a ese miembro, sin que él lo perciba, a verse instalado en un mundo en el que la interpretación ha producido lo contrario de aquella doctrina incialmente presentada: en lugar de amar a Dios, una rutina de normas de piedad; en lugar de amar el mundo, un paralelismo con la mentalidad de convento; en lugar de libertad y espontaneidad, restricciones y más restricciones.

 

Con los supernumerarios, la formación es más lenta y menos profunda, incluso menos perjudicial. El numerario está inmerso en el medio, pues vive en los centros de la Obra y está destinado a reproducir la ‘idiosfera” en la que respira (lo que supone respirarla día y noche), el supernumerario (por sus circunstancias personales, por ser, en general, casado y estar viviendo, obviamente, en su propia casa) recibe los medios de formación/deformación apenas una vez por semana cuando acude al Círculo de Estudios –reunión semanal, con una duración de unos 40 minutos, que consiste en: lectura y comentario del evangelio del día, charla sobre un tema de interés de la prelatura, reunión para dar cuenta de sus metas apostólicas, es decir, saber cuantos cooperadores han ido a los círculos o, si es temporada, el cobro de las metas de venta de libros de ‘Quadrante” (metas de obtención de dinero para la Obra, leáse: Obras Sociales Universitarias y Culturales. Osuc, Ação Cultural Educativa e Social-Aces; Associação Feminina de Estudos Sociais e Universitários-Afesu; etc.).

 

Osuc y las siglas citadas son asociaciones creadas por los miembros del Opus Dei para  conseguir recursos supuestamente dedicados a la promoción de acciones culturales, educativas y sociales, entre las que (recurriendo a una “ampliación semática” típica de la conducta ambigua del Opus Dei) se encuentra el sustento de la propia Obra y de su actividad proselitista.

 

Los círculos tienen lugar un día a la semana, por ejemplo, todos los martes, a las 19 horas (en el “Apéndice A”, al final de este libro, ofrecemos, para quien tenga curiosidad de voyeur, también un círculo completo, fidedignamente reproducido por Augusto T.P.) El supernumerario aprovecha ese día para confesarse con el sacerdote de la Obra, y quincenalmente, para tener la dirección espiritual con el numerario encargado de atender su confidencia fraterna.

 

Aquí tocamos un punto explisovo de la relación entre los supernumerarios y el Opus Dei. Se trata de una charla de “dirección espiritual”, en la que el supernumerario debe abrir su alma de manera más total que, digamos, un católico normal al hacer la confesión con su párroco, y contar todas sus tentaciones y dificultades relativas a la fe, a la pureza y a la vocación, si cumplió o no la pesada agenda de actividades espirituales del Opus Dei, qué penitencias (mortificaciones) hizo, qué amigos está intentando atraer para las actividades de la Obra (los retiros mensuales, sobre todo), cómo va su vida matrimonial y la educación de sus hijos.

 

El numerario que le atiende, el que le da esa supuesta dirección espiritual (para hacerlo debería ser un maestro en vida interior y no es el caso, pues ha sido formado para ser un burócrata de espiritualidad), es célibre (la inmensa mayoría “pitó” virgen) y, además de eso, no tiene la menor preparación específica para opinar sobre realidades tan delicadas como la moral conyugal, o tan serias y complejas como la educación de los hijos...

 

No obstante, el supernumerario –por ser supernumerario- asumió el compromiso ante Dios de obedecer al numerario. Del supernumerario se exige sinceridad total y obediencia estricta a los consejos ¡que el numerario le dé! Si tiene la suerte de ser atendido por un numerario con buen sentido y humildad (y, si tiene ese buen sentido, muchas veces dirá al supernumerario: “Amigo mío, “tu verás”, en ese caso sabes mejor que yo lo que tienes que hacer”), menos mal. Pero, si el numerario no tiene ese buen sentido, si es arrogante y presuntuoso (el cargo de director invita a la mayoría a adoptar esa postura), entonces el material explosivo explotará.

 

Como el numerario no sabe lo que debe decir a ciertos problemas bien concretos y, por otro lado, no quiere equivocarse ni puede mostrar sus dudas (porque... él tiene la gracia de estado para orientar... es un ciego que debe guiar a alguien que ve...), optará por el camino más seguro: nunca podrá aconsejar la limitación del número de hijos por ejemplo, deberá repetir la doctrina del fundador: cada matrimonio debe recibir con alegría todos los hijos que Dios le envíe; puede aceptar en silencio (pero nunca aconsejar) disminuir los embarazos (y siempre con métodos naturales, de preferencia ascética, como la abstención del coito); y juzgará por encima del supernumerario toda moral conyugal vista por el rígido punto de vista del Opus Dei.

 

Los numerarios que dirigen a supernumerarios, no tienen preparación teórico-práctica específica para lidiar con ese tema y sólo dispondrán de algunas respuestas un poco más apropiadas en casos extremos, cuando se ven obligados a consultar a un sacerdote mayor (y, si además de mayor, es una persona con los pies en el suelo) cuya experiencia como verdadero director espiritual dará al inexperto numerario las pistas que él ni se imagina que existen...

 

Por lo demás, queda todo realmente por cuenta de la inexperiencia del numerario director: al oir los problemas a veces “cabeludos” que el pobre supernumerario trae en su agenda (con ansia de encontrar en la Obra una orientación cristiana segura), el numerario acostumbra a dar, con rapidez y soberbia, consejos genéricos, de perogrullo: “Tú, como padre, tienes que conseguir que tus hijos adolescentes, vuelvan de las fiestas a un horario razonable”, “Tú, como padre, tienes que conseguir que tus hijos tengan diversiones sanas...”; “Televisión, sólo el mínimo necesario, ¿eh?”; y así en adelante.

 

El supernumerario, en un esfuerzo de humildad y de entrega, engrullendo en seco muchas veces, con el máximo de buena voluntad, anota esos consejos (son consejos provenientes nada menos que de Dios, del cuál el numerario es una especie de oráculo), pero en el fondo sabe que son consejos inaplicables.

 

Mientras estemos en generalidades, el mal es menor. Un supernumerario con juego de cintura todavía tendrá espacio mental para interpretar esas frases genéricas y aplicar, contando con la ayuda de Dios y con la virtud de la prudencia, el remedio acertado para los problemas concretos, problemas reales que el numerario no toca nunca ni con el dedo meñique. Lo realmente problemático es cuando el director se entusiasma y comienza a impartir todos los criterios de la obra, y el supernumerario dócilmente se ve en la obligación de aceptarlos sin discusión. Si el supernumerario se toma en serio la lista de restricciones y exigencias que la Obra tiene a mano para santificar a una persona... todo el sistema de la vida familiar se altera o incluso, se desmorona:

 

- “Vacaciones en la playa, nunca más, sólo en playas “decentes” [que, según los criterios del Opus, son prácticamente inexistentes para quien no es muy rico].

- “Si uno de los hijos ya casados se divorcia o está viviendo en pareja, no debes ir a casa de ese “pseudomatrimonio”

- “Debes, en nombre de Dios, matricular a tus hijos en el colegio Catamara (de la Obra) y conseguir matrículas de hijos de matrimonios amigos”.

- “Televisión en casa, ¡siempre bajo llave!”. [O de una forma matizada: sólo se enciende si se sabe con antelación qué programa vamos a ver. Ese consejo, por ejemplo, se basa en la práctica vivida en los centros de numerarios. En los poquísumos programas vistos en centros de la Obra, ante la menor insinuación de una escena “inconveniente”, el director presente (el mando a distancia está monopolizado en sus manos), cambia de canal sin preguntar nada a nadie... o, como suele suceder en determinado centro de Sao Paulo, el director se levanta y se pone delante de la televisión hasta que termina la escena de una mujer “malvestida” o la de un inocente coito en un documental que muestra la vida de los rinocerontes de Africa. ¡No son bromas!]

 

- “Cine y teatro, sólo consultando al director: para no asistir a espectáculos con escenas (o tesis) inconvenientes...” [Como el director, siendo numerario, no puede ir al cine ni al teatro, la respuesta a la consulta se puede demorar indefinidamente...].

 

- “Lectura de libros, otro problema... ¿El colegio de tu hijo quiere que él lea a José Saramago? No lo permitas. Protesta en la escuela. Aquí tienes un motivo más para matricularlo en el Colegio Catamara (de la Obra)...” El periódico debe ser previamente censurado y recortado por el padre/madre supernumerario/a. O pegar encima de la foto “inconveniente” otro trozo de periódico”. “¿Internet? Sólo con un We Blocker (filtro desarrollado por un supernumerario)”. [Ese programa teóricamente filtra toda la pornografía de internet. Con todo, por ser un programa, no posee discernimiento y, en realidad, es técnicamente imposible filtrar imágenes pornográficas. Una pena que el Opus Dei no confie en el único filtro realmente eficaz: la libertad responsable...]

 

Además de tener que obedecer a todos esos (y muchos otros) criterios sobre vida familiar y educación de los hijos, el supernumerario deberá ausentarse diez días al año para el retiro y la convivencia, y contribuir económicamente con la Obra. Sin hablar de la necesidad de, con mayor o menor sutileza, encaminar a sus hijos a los clubes y centros de la prelatura (en los que la separación de los sexos es norma incuestionable), cuya finalidad es únicamente preparar el camino (levemente inclinado) para que esos niños y adolescentes, moldeados desde pequeños, se conviertan en nuevos numerarios, si es posible desde los 15 años de edad. Esos numerarios que ya nacen dentro del clima enrarecido de la Obra, sin contacto real con la vida, diseminarán en el futuro entre otras familias cristianas, ideas y comportamientos que transformarán esos hogares en lugares tristes y sombríos.

 

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