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 Tus escritos: Sobre la Reforma del Opus Dei. Para Chispita.- Armando

125. Iglesia y Opus Dei
Armando :

Estimado Chispita

 

Muchísimas gracias por tu escrito tan ponderado y trabajado, he de confesar que me encanta leer artículos bien documentados y elaborados, sin desdeñar obviamente los testimonios, comentarios, etc., porque son dos formas de conocer a cabalidad el lugar donde pasé tantos años de mi vida.

 

Te felicito por tanto porque se ve que ha sido un texto pensado y sobre todo, rico en citas de los escritos de Ratzinger, hoy Benedicto XVI, y celebro su publicación porque has despertado el deseo de leer las encíclicas del actual Papa.

 

No obstante discrepo del núcleo central de tu planteamiento, por lo cual con todo respeto, me permitiré dar mi opinión al respecto, sin ánimo de ofender y sin acritud alguna. A la vez que no es mi deseo dar la última palabra en la materia y menos aún lucir como poseedor de la verdad...



El primer punto que me sorprende es la insistencia en afirmar que quienes han dejado la Iglesia y abandonado la fe no tienen derecho a opinar, o pretender señalar los puntos para el cambio en la obra y menos aún –aunque me parece que no lo dices pero se intuye- puedan denunciar lo que se hizo con ellos. Esto por dos razones, la primera es porque al leer los evangelios, no veo que Nuestro Señor Jesucristo rechazara a aquel o aquella que se acercara a Él y para llegar a Él hay muchas formas aunque la o el interesado no esté conciente de ello. Asimismo aún los que se han alejado por la experiencia vivida, no son dejados de la mano de Dios, es decir, no creo en un Dios que piense con lógica humana, porque si fuera así, dejaría de ser Dios.

 

He tenido la oportunidad de conocer personas alejadas totalmente de Dios, pero que su bondad es tal que ya la quisieran muchos de los que se dicen entregados a Él. Sin ánimo de mencionar nombres, te pondré el ejemplo de una persona pública, que fue presidente de su país, que al terminar su gestión tenía el 70% de la aceptación del electorado, esto es sorprendente y si le añades el dato que este político se reconoce agnóstico, las cosas cambian si seguimos la premisa en cuanto a que los que han dejado a Dios son todos pecadores, personas malas y que llevan una vida licenciosa.

 

Igual me he ido a los extremos y lo reconozco, esto es por temperamento personal, no obstante pueden ser válidos para una reflexión serena sobre el señalar tan tajantemente a unos y a otros.

 

La segunda razón es porque en afirmaciones como la que reseño, se observa solo la o las consecuencias pero no la causa. En este sentido tomo muy en cuenta que se trata de personas que en un momento dado de la vida, se entregaron a un ideal, dieron su vida a Dios y al hacerlo, pensaron que sería para siempre, pero en el transcurso de ese camino se dieron cuenta que todo era mentira. ¿Quiénes somos para juzgar por la decisión que luego tomaron?, yo por lo menos ni me atrevo a censurar remotamente la opción que adoptaron libremente.

 

Vuelvo a reiterar la convicción que tengo en cuanto a que si así fuera la forma que Dios juzga las cosas, dejaría de ser Dios para no ser más que uno de nosotros, tal como lo planteó en su momento la teogonía greco-latina. Por lo cual, mis reservas a esa clase de afirmaciones obedecen precisamente a la analogía que encuentro entre la construcción teogónica antes apuntada y esta clase de conclusiones tan categóricas al abordar el pensamiento Divino.

 

Obviamente utilizo acá categorías en forma análoga porque en el caso de Dios no son aplicables porque reducen al pensar humano la inmensa realidad que Dios Es en Si Mismo.

 

El segundo punto se refiere a la reforma del opus dei tal como lo planteas, a la luz de los textos de Ratzinger. A lo largo de los siglos ha existido esa necesidad de reforma de la Iglesia para que vuelva a ser lo que fue en sus orígenes y tal como Jesucristo la dejó, una comunidad de fieles que van al Padre a través de Él, asistidos por el Espíritu Santo que infunde en el alma las virtudes teologales.

 

Pero es una comunidad de seres humanos con todo lo que comporta el serlo, de tal cuenta la Iglesia se dotó de una estructura que desde mi punto de vista, ha sido muchas veces extraña al mensaje evangélico de Salvación. Ha sido como encorsetar el alma hacia parámetros que nuestro Salvador denunció en la religión judía. No obstante estar claro en Su Palabra contenida en los evangelios, se recurrió a eso. Suficientes hechos históricos existen para demostrar que si la Iglesia ha perdurado hasta nuestros días, es por la asistencia diaria del Espíritu Santo y no precisamente por los hombres de iglesia que han tenido bajo su responsabilidad el cuidado de los fieles, según una estructura que puede poner en peligro la perseverancia.

 

Deleita y es motivo de esperanza leer lo que escribió Benedicto XVI cuando era un teólogo encargado de un dicasterio romano, pero al confrontarlo con la realidad de la estructura jerárquica de la Iglesia, se observa que esa tarea es titánica por una sencilla razón: son siglos de un sistema que impide todo cambio real, léase la curia vaticana. Aparte las jerarquías de las iglesias locales que en algunas ocasiones y hechos muy puntuales han demostrado poca caridad cristiana. Obviamente hay hombres y mujeres santos, pero los considero como excepciones que confirman la regla.

 

Si luego pasamos a meditar sobre la reforma del opus dei según los planteamientos de Ratzinger, la situación es muchísimo más compleja porque desde sus inicios, la institución nació jerarquizada y en cuya cúspide ha estado siempre y estará el fundador de la misma, con la visión que le caracterizó y ser el intermediario entre Dios y los fieles de la hoy prelatura.

 

Eso por un lado, por otra parte no sé hasta qué punto muchos de los que se fueron desean regresar a una institución reformada. De mi parte te aseguro que no, porque la historia demuestra que se vuelve otra vez a lo mismo. Salvo honradas excepciones, las órdenes religiosas han reproducido los mismos defectos que se denunciaron y se reformaron, como ejemplo está Cluny para posteriormente surgir la reforma del Cister. No hay que dejar de lado a San Francisco de Asís, cuyo ideal se vio truncado por las demandas de organización de su tiempo.

 

Ante esto me pregunto ¿qué tanta es la necesidad de agruparse en una institución eclesiástica para vivir el mensaje cristiano?, para mi la respuesta es que esto es el reflejo del deseo de sentirse parte de una comunidad, si a eso añades que en la misma se te dice que eres superior a los demás porque fuiste pensado desde la eternidad para llevar a cabo esa tarea, el orgullo santo se sube a la cabeza y de ahí no lo baja a uno nadie, al menos que aún quede un resquicio de libertad de pensamiento para reaccionar a tiempo.

 

¿Por qué no dejar que cada quien siga su camino dentro de la iglesia o fuera de ella?. La Iglesia como tal no nos obliga a atarnos a una institución para considerarnos católicos, me gusta más el planteamiento de ser fiel de parroquia, tal como los describe Sirdan, asimismo poder contar con un párroco como los que deben enfrentar a ese tipo de fieles.

 

Pero hay un punto que me gustaría explicaras porque me ha dejado un mal sabor de boca y es el siguiente: “Parte de esa sinceridad es reconocer nuestras raíces, que están cerca de los ardores piadosos y apostólicos de Monseñor Escrivá de Balaguer”, temo decepcionarte pero no me considero ni remotamente cerca de esas raíces, porque como he dicho y muchos sostienen, nuestra fe en Cristo la conocimos en casa de nuestros padres, la piedad auténtica, el deseo de hacer el bien a los demás según las enseñanzas del cristianismo, lo hemos aprendido en nuestra auténtica familia, no de Escrivá de Balaguer como para considerar que mis raíces cristianas se hunden en el mismo terreno del fundador de la obra.

 

Por otra parte, me parece que es un intento más de volver a lo mismo, de considerar la vocación como divina lo cual pongo en cuarenta, es más, me considero muy próximo a los planteamientos de Ana Azanza y otros autores al cuestionar seriamente el asunto, porque parto del hecho que Dios no infunde en el alma una vocación para que por el cumplimiento de la misma se vaya contra la naturaleza humana que Él creo.

 

Asimismo objeto que esa vocación al no haberse cumplido a plenitud en el sitio en el cual supuestamente debía desarrollarse, perdure posteriormente bajo el argumento que el mensaje fundacional fue tergiversado. Esto nos conduce nuevamente al planteamiento que hemos sido creados desde la eternidad para ello y que el cielo está empeñado en que se realice. ¿El Cielo?, vamos, esto da para mucho, ¿será que los astros en una de sus múltiples conjunciones estipularon eso como destino del cosmos mismo?

 

A todo esto deseo añadir dos aspectos más de los muchos que se pueden analizar de tu escrito. Me referiré en concreto al miedo al requerimiento de los tiempos como lo denominas en tu texto y asociado a ello, al temor al pecado, pero no en un acto de contrición que es por amor, sino de atrición que es por miedo a las penas del infierno.

 

Vayamos al primer aspecto. No comprendo el por qué la Iglesia siempre ha temido al siglo, a los tiempos en que vive. La Iglesia primitiva no presenta este temor, porque cristianizó esa sociedad y de las cenizas surgió una cultura con un fundamento dual: judeocristiano y greco-latino, el cual perdura hasta nuestros días, con el pertinente desarrollo obviamente. Me asistiré de dos ejemplos para explicar esto, el primero podemos colocarlo en el período anterior al Renacimiento, época que no se entiende sin la edad media, pero para llegar a ella hubo intentos e intentos de Reforma, el resultado fue otro y la respuesta fue otra también, no obstante, con el surgimiento de los Burgos, la misma sociedad ideó e impulsó los cambios necesarios para los tiempos y que se reflejaron en la Iglesia misma también.

 

¿Qué originó esto?, el surgimiento de las ordenes mendicantes como una necesidad de la sociedad del momento, aún con la oposición de la jerarquía católica y las ordenes contemplativas, pero a la larga era lo que la sociedad de aquel entonces reclamaba, una nueva forma de entender la religiosidad propia de su tiempo.

 

El otro ejemplo es el siglo XIX en la lucha por la separación entre Iglesia – Estado. Hasta bien entrado el siglo XX, se consideraba pecado pensar que la democracia era una vía de organización social y política, no obstante, ahora parece que las cosas por fin han cambiado y es la Iglesia misma la que defiende la democracia porque aduce que está fundamentada en principios cristianos. No sé yo si esto es cierto, es más lo cuestiono al analizarlo cara al desarrollo histórico.

 

Entonces, este temor a las demandas de los tiempos me parece es como desear colocar a la Iglesia en un espacio a histórico, fuera del contexto de los tiempos en que vive y por ello siempre requiere puestas al día para no quedar desfasada.

 

Concluyo esta parte con una pregunta ¿quién o qué determina que se pueda catalogar a un movimiento, hecho o intento como falso aggionamiento?.

 

No quiero pasarme los cuatro folios que se recomienda enviar por la wen nueva, así que remato con el tema del temor al pecado mismo, al mundo y redundar en los tres enemigos del alma: mundo, demonio y carne. Desde mi humilde opinión, pienso que los tiempos actuales buscan una respuesta a la necesidad espiritual que tiene todo ser humano en algo más constructivo, menos pesimista de la vida, porque no basta solo con huir del pecado, del mal, debido a que tarde o temprano se cae nuevamente y el complejo de culpa se acrecienta de tal forma que impide una auténtica libertad del alma.

 

Más que pedir que el pecador se arrepienta, que vuelva a la vida “correcta”, que se desdiga del cuerpo de pecado, porque las consecuencias son nefastas, lo que debería es transmitir un mensaje de salvación que esté por encima de estos parámetros que llevan al alma al sofocamiento. No es con repetirle a alguien mil veces o cuantas sean necesarias que puede pecar, porque el ser humano por su misma naturaleza caerá ante tanta predicación en ese sentido, sino dar una esperanza a la vida aunque hayan sido muchas las caídas. Por eso me encanta la predicación de muchos párrocos, porque los veo más inmersos en el mundo cotidiano de los simples mortales.

 

Acá he querido compartir contigo Chispita unas cuantas impresiones que me ha dejado tu escrito. No obstante, aún con los posibles desencuentros que he manifestado, sé que si esto es de Dios, no habrá nadie quien lo detenga y deseo vivamente que la idea cristalice en beneficio para muchas almas, aún conciente que tal empresa no me seduce en absoluto. Considero que puede llegar a ser de un gran bien para las almas que busquen un cauce a sus deseos de entrega y santidad lo que será para el bienestar de los implicados y gloria de Dios.

 

Un cordial saludo!

 

Ángel V. Nick: Armando




Publicado el Wednesday, 05 December 2007



 
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