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 Correos: Magisterio paralelo en el Opus Dei: sobre la Misa.- Doserra

125. Iglesia y Opus Dei
Doserra :

Copio a continuación el guión n. 22 de la serie de Guiones doctrinales de actualidad, en el que se recuerdan las enseñanzas principales de la Iglesia sobre la Santa Misa, insistiendo especialmente en aquellos puntos que en 1974 eran más controvertidos.

 

Llama la atención que, habiéndose producido abundantes intervenciones del magisterio eclesiástico en los años posteriores, no se haya actualizado el guión, refiriéndose a ellas, en vez de limitarse a citar los concilios de Trento y del Vaticano II, así como las enseñanzas de Pío XII y Pablo VI. El guión es válido, pero queda un tanto rancio.

 

Saludos cordiales,

 

Doserra

 

Ref avH 10/70                                            nº 22

(nueva versión)

SOBRE LA SANTA MISA

 

1. Algunos hechos actuales obligan a hacer algunas consideraciones sobre el Santo Sacrificio de la Misa, que ayuden a confirmar nuestra fe ya mejorar aún más la delicadeza de nuestra piedad.

 

2. A veces, con el pretexto de dar a nuestra fe una expresión adecuada a la "mentalidad moderna" -que es una de esas palabras mágicas al uso, donde cada uno mete lo que quiere-, alteran su contenido. Así, acerca de la Santa Misa "hay algunos que divulgan ciertas opiniones (...) que turban las almas de los fieles engendrándoles no poca confusión en las verdades de la fe, como si fuera lícito a cualquiera echar en olvido la doctrina definida ya por la Iglesia o interpretarla de modo que el genuino significado de las palabras o la reconocida fuerza de los conceptos queden enervados" (Paulo VI, Enc. Mysterium Fidei, 3-IX-1965)...



3. Estos intentos proceden casi siempre del predominio que se da a la parte que el hombre pone en la fe, tentación permanente contra la que ya tuvo que luchar San Pablo: "porque os hago saber, hermanos, que el Evangelio que os he predicado, no es una cosa humana, pues no la he recibido ni aprendido de hombre alguno, sino por Revelación de Cristo" (Galat. I, 11-12). Hemos de amar la obediencia, debemos obedecer a la fe: obedecer a Jesucristo, per quem accepimus gratiam et apostolatum ad obediendum fidei (Rom. I, 5)

Así no es extraño que, aplicando a la verdad revelada por Dios las leyes propias de las verdades que son logro de los hombres, se queden al final -en el mejor de los casos- con la pobre verdad que el hombre puede encontrar por sí mismo, perdido todo cuanto de sobrenatural hay en nuestra fe, que es precisamente lo que la constituye y caracteriza.

"Ante todo queremos recordar una verdad (...) muy necesaria para eliminar todo veneno de racionalismo, verdad que muchos católicos han sellado con su propia sangre, y que célebres Padres y Doctores de la Iglesia han profesado y enseñado constantemente; esto es, que la Eucaristía es un altísimo misterio, más aún hablando con propiedad, como dice la Sagrada Liturgia, el misterio de la fe (...). Es pues necesario que nos acerquemos particularmente a este misterio, con humilde reverencia, no buscando razones humanas que deben callar, sino adhiriéndonos firmemente a la Revelación divina, (...) y que al investigar este misterio sigamos como una estrella al Magisterio de la Iglesia, al que el Divino Redentor ha confiado la Palabra de Dios, escrita y transmitida oralmente, para que la custodie e interprete (...). Pero esto no basta. Efectivamente, salvada la integridad de la fe es también necesario atenerse a una manera propia de hablar, para que no demos origen a falsas opiniones -lo que Dios no quiera- acerca de la fe en los altos misterios, al usar palabras inexactas" (Paulo VI, Enc. Mysterium Fidei).

Ciertamente cabe un progreso en la inteligencia de los misterios, pero nunca en sentido diverso de aquel en que ya fueron definidos por el Magisterio, de modo que persevere intacta la verdad de la fe.

 

4. Concretamente, en estudios teóricos o, a veces, como presupuesto que resulta prácticamente implicado en el modo en que algunos celebran ahora la Santa Misa, se niega su naturaleza de verdadero y propio sacrificio -un solo y único sacrificio con él de la Cruz (cfr. Catecismo del Concilio de Trento, Parte II, cap, IV, n. 76)-; se reduce a una mera y simple conmemoración de la pasión y muerte del Señor, o a un banquete fraterno que rememora y perpetúa la última Cena del Señor con sus discípulos.

Por el contrario, sabemos bien que es dogma de fe que la Santa Misa es un verdadero sacrificio: cruenti sacrificii Crucis realis exhibitio incruenta, la representación real e incruenta del sacrificio cruento de la Cruz. Es ésta una definición clásica de la Santa Misa, según la doctrina promulgada por el Concilio de Trento. La última Cena y el sacrificio del Calvario deben considerarse formando una unidad: en la última Cena, Jesús instituyó el sacramento por el que habría de representarse el sacrificio cruento que había de consumarse en la Cruz.

 

5. La catequesis oficial de la Iglesia siempre se ha manifestado a este respecto, diciendo:

a) que "Jesús instituyó el sacramento de la Eucaristía en la última Cena, que hizo con sus discípulos antes de su Pasión" (Catecismo del Concilio de Trento, Parte II, cap. IV, n. 72; cfr. Catecismo de San Pío X, Parte IV n. 624, cap. De la Eucaristía);

b)       que "confesamos como dogma de fe que el Sacrificio de la Misa y el Sacrificio de la Cruz no son, ni pueden ser, más que un solo y único sacrificio"(Catecismo del Concilio de Trento, Parte II, cap. IV, n.76). "La Santa Misa es el sacrificio del Cuerpo y Sangre de Jesucristo, que se ofrece en nuestros altares bajo las especies de pan y vino, en memoria del sacrificio de la Cruz" (Catecismo de S, Pío X, Parte IV, n, 655, cap. Del Santo Sacrificio de la Misa);

c)       que el Sacrificio Eucarístico es la perpetuación del Sacrificio de la Cruz, Memorial de la muerte y de la resurrección de Cristo. Cristo "está presente en el sacrificio de la Misa, tanto en la persona del ministro –ofreciéndose ahora por ministerio de los sacerdotes e1 mismo que a sí mismo se ofreció entonces en la cruz (Concilio de Trento)- como, sobre todo, bajo las especies eucarísticas" (Conc. Vaticano II, Const, Sacrosanctum Concilium, n. 7); y así, "cuantas veces el sacrificio de la Cruz, en el que se inmola nuestra Pascua que es Cristo (I Cor. V, 77) se celebra en el altar, se realiza la obra de nuestra redención" (Ibid. n. 3).

 

6. En consecuencia, hay que decir:

a)       que en la última Cena Jesucristo instituyó el Sacrificio de la Misa, ofreciendo su Cuerpo y su Sangre bajo las especies del pan y del vino, como sacrificio visible incruento que anunciaba entonces el Sacrificio cruento de la Cruz (cfr. Conc. de Trento, ses. XXII, Decr. De sanctissimo Missae Sacrificio, cap. 1: Dz. 938; Conc. Vat. II, Const. Sacrosanctum Concilium, n. 47);

b)       que el Sacrificio de la Misa es idéntico al Sacrificio de la Cruz, aunque hay diferencias accidentales en cuanto al modo de ofrecerse: “Creemos que la Misa celebrada por el sacerdote, representante de la persona de Cristo, en virtud del poder recibido por el sacramento del Orden y ofrecido por él en nombre de Cristo y de los miembros de su Cuerpo místico es el sacrificio del Calvario, hecho presente sacramentalmente en nuestros altares” (Paulo VI, Credo del Pueblo de Dios, 30-VI-1968).

"El augusto Sacrificio del altar no es, por lo tanto, una pura y simple conmemoración de la pasión y muerte de Jesucristo , sino un sacrificio propio y verdadero, por el que el Sumo Sacerdote mediante su inmolación incruenta, repite lo que una vez hizo en la Cruz, ofreciéndose enteramente al Padre, víctima gratísima" (Pío XII, Enc. Mediator Dei, 20-XI-1947).

Es idéntico el sacerdote, Jesucristo, cuya Sagrada Persona es representada por su ministro, que con su acción sacerdotal en cierto modo, "presta a Cristo su lengua y le alarga su mano" (San Juan Crisóstomo); e idéntica es también la víctima, estoes, el Redentor Divino según su naturaleza humana y en la realidad de su Cuerpo y de su Sangre. Es diferente, en cambio, el modo como Cristo se ofrece (cfr. Enc. Mediator Dei); en efecto, en la Santa Misa se hace presente de forma real e incruenta el Sacrificio cruento de la Cruz: idem ille Christus continetur et incruente immolatur (Conc. de Trento, ses. XXII, Decr. De sanctissimo Missae sacrificio, cap. 1, Dz. 940);

c) que en el Sacrificio de la Misa se perpetúa el Sacrificio de la Cruz, y que se realiza la obra de nuestra Redención. De ahí que la misión de la Iglesia, continuando la de Cristo, de ofrecer al Padre, en el Hijo y por el Espíritu Santo, un culto de alabanza, de acción de gracias, de expiación y de propiciación, y de santificar a las almas, se realiza de modo eminente en el Santo Sacrificio de la Misa, que es el centro y la raíz de la vida cristiana.

 

7. De estas verdades de fe, podemos concluir:

a) que hay diferencia accidental no sólo entre el Sacrificio de la Misa y el Sacrificio de la Cruz, sino también entré el Sacrificio de la Misa y el Sacrificio ofrecido por Jesucristo en la última Cena: la última Cena anticipaba, la Santa Misa perpetúa; en la última Cena el Cuerpo de Cristo realmente presente era pasible (aún no paciente), en la Misa es glorioso;

b)       que la Santa Misa remite directamente al Sacrificio de la Cruz; anunciado y sacramentalmente anticipado, pero aún no consumado, en la última Cena;

c)       que la Santa Misa fue instituida en la última Cena, no para perpetuar esa última Cena, sino para perpetuar el Sacrificio mismo de la Cruz;

d)       por eso, en sentido estricto, la primera Misa sólo pudo celebrarse después del Sacrificio de la Cruz, aunque se pudo hacer en virtud de la institución sacramental obrada en la última Cena. Por tanto, es un modo impropio de hablar decir que la última Cena fue la primera Misa: a veces se afirma esto para insinuar la negación del carácter sacrificial de la Santa Misa;

e)       hay ahora, además, razones pastorales que hacen particularmente conveniente insistir en que la Santa Misa es la renovación (cfr. Catecismo de Trento, parte II, cap, IV, n. 767 "quotidie instauratur") del Sacrificio de la Cruz, ya que "el sacrificio de la Misa y el Sacrificio de la Cruz no son, ni pueden ser, más que un solo y único sacrificio".

 

8.       En estrecha relación con aquellas nuevas teorías (cfr. n. 4), que no hacen sino resucitar doctrinas heréticas ya condenadas por la Iglesia desde muy antiguo, perviven otros errores acerca de la presencia real de Jesucristo en la Eucaristía, o acerca de cómo se hace presente el Cuerpo y la Sangre del Señor bajo las especies eucarísticas.

En efecto, algunos, insistiendo de modo indebido en la razón de signo sacramental, reducen esa presencia de Jesucristo en la Eucaristía a un mero simbolismo; o pretenden limitar la transubs-tanciación, a una mera transignificación o a una transfinalización, vaciando de contenido la definición dogmática del Concilio" de Trento acerca de la admirable conversión de toda la substancia del pan en el Cuerpo de Cristo y de toda la substancia del vino en su Sangre. Finalmente, otros proponen la opinión según la cual Jesucristo sólo estaría presente en las Hostias consagradas duran te la celebración del Sacrificio de la Misa (cfr. Enc. Mysterium fidei)- y actúan en consecuencia.

Por el contrario, hay que afirmar que por la conversión de toda la substancia del pan en su Cuerpo, y de toda la substancia del vino en su Sangre, conversión que el dogma católico define como transubstanciacion, se hace real y substancialmente presente Jesucristo -cuerpo, sangre, alma y divinidad- tanto bajo la especie del pan como bajo la especie del vino, y en cualquiera de sus partes. Y verdadera, real y substancialmente presente queda el Señor, Dios y Hombre verdadero, en las especies eucarísticas que se conservan después de celebrada la misa (cfr. Concilio de Trento, ses. XIII, Decr. De Eucaristía, can. 1-4: Dz. 883-886).

Este admirable misterio se expresa y realiza en la liturgia, en perfecta correspondencia con la fe: Mirabile etiam mysterium praesentiae realis Domini sub speciebus eucharisticis (…) confirmatum in Missae celebratione declaratur non solum ipsis verbis consecrationis, quibus Christus per transsubstantia-tionem praesens redditur, sed etiam sensu et exhibitione summae reverentiae et adorationis quae in liturgia eucharistica fieri contingit (Institutio generalis Missalis Romani, Missale Romanum, editio typica, Typis Polyglottis Vaticanis 1970).

 

9.       Algunos niegan también todo valor a las misas que se celebran sin la asistencia del pueblo, como si fuesen una desviación del auténtico culto cristiano (cfr. Enc. Mediator Dei).

No se puede (...) exaltar tanto la Misa llamada "comunitaria", que se descarte la misa privada (Enc. Mysterium fidei). ¡En toda Misa está siempre el Cristo Total, Cabeza y Cuerpo! Es el sacrificio de Cristo y de su Iglesia Santa.

Cada misa que se celebra, por su misma naturaleza, tiene un valor infinito y un carácter público y social. Es toda la Iglesia universal quien se une a Cristo en su función de sacerdote y víctima, y los méritos inmensos de ese sacrificio no tienen limitéis y se extienden a todos los hombres en cualquier lugar y tiempo (cfr. Enc. Mediator Dei y Mysterium fidei).

"De donde se sigue que aunque a la celebración de la misa convenga en gran manera, por su misma naturaleza, que un gran número de fieles tome parte activa en ella, no por eso se ha de desaprobar, sino antes bien, aprobar, la misa celebrada privadamente, según las prescripciones y tradiciones de la Iglesia, por un sacerdote con sólo el ministro que le ayuda y le responde" (Enc. Mysterium fidei)

Por esto mismo, y porque de esta misa se deriva una gran abundancia de gracias especiales para provecho del mismo sacerdote, del pueblo fiel y de toda la Iglesia, así como de todo el mundo -gracias que no se obtienen en igual abundancia con la sola comunión-, recomienda el Magisterio a todos los sacerdotes que celebren cada día la misa digna y devotamente (cfr. Enc. Mysterium fidei).

 

1O. Finalmente, en contradicción con la misma doctrina de fe sobre la naturaleza del Sacrificio de la Misa y no reconociendo la distinción esencial -no sólo de grado (cfr. Conc. Vaticano II, Const. Lumen gentium, n. 10)- entre el sacerdocio ministerial y el sacerdocio común de los fieles, algunos piensan que éstos participan de igual modo que el sacerdote en la Santa Misa -como si se tratara de una concelebración del ministro y los fieles-, o que ofrecen todos de igual forma la Hostia, o que el sacerdote es simplemente el presidente o representante de la asamblea que ofrece el culto eucarístico (cfr. Enc. Mediator Dei).

Ciertamente la Iglesia procura que los fieles participen piadosamente y activamente en la liturgia de la misa: "Queremos sin embargo recordar que el sacerdote representa al pueblo sólo porque representa la persona de Nuestro Señor Jesucristo, que es Cabeza de todos los miembros por los cuales se ofrece; y que por consiguiente se acerca al altar como ministro de Jesucristo, inferior a Cristo, pero superior al pueblo. El pueblo, por el contrario, puesto que de ninguna manera representa la persona del Divino Redentor, ni es mediador entre sí mismo y Dios, de ningún modo puede gozar del derecho sacerdotal" (Enc. Mediator Dei).

La misma liturgia muestra cómo la participación de los fieles en el Sacrificio Eucarístico se realiza de diverso modo, según lo que a cada uno corresponde por la naturaleza de su sacerdocio dentro de la Iglesia, poniéndose así de manifiesto la mutua ordenación y diferencia entre el sacerdocio ministerial y el sacerdocio común de los fieles: (....) hac sacerdotii ministerialis natura etiam aliud quiddam magni sane faciendum, in sua luce collocatur, id est regale sacerdotium fidelium, quorum sacrificium spirituale per presbyterorum ministerium in unione cum sacrificio Christi, unici Mediatoris, consummatur. Namque, celebratio Eucharistiae est actio Ecclesiae universae; in qua unusquisque solum et totum agat, quod ad ipsum pertinet, respectu habito, gradus eius in populo Dei (Institutio generalis Missalis Romani. Missale Romanum, editio typica. Typis Polyglottis Vaticanis 1970).

       Los fieles ofrecen el Sacrificio por manos del sacerdote, en cuanto representa la persona de Cristo que como Cabeza ofrece en nombre de todos los miembros; y lo ofrecen también junto con el sacerdote -no porque realicen el rito litúrgico de la misma manera que él, lo cual es propio exclusivamente del ministro destinado a ello por Dios-, sino porque unen sus votos de alabanza, de impetración, de expiación y de acción de gracias a la intención del sacerdote, más aún, del mismo Sumo Sacerdote, para que lleguen a Dios Padre en la misma oblación de la Víctima (cfr. Enc. Mediator Dei).

       “El sacerdocio de los fieles y el sacerdocio ministerial o jerárquico se ordenan el uno al otro, aunque cada cual participa de forma peculiar del único sacerdocio de Cristo. Su diferencia es esencial, no sólo de grado. Porque el sacerdocio ministerial, en virtud de la sagrada potestad de que goza (...), efectúa el sacrificio eucarístico en persona de Cristo, y lo ofrece a Dios en nombre de todo el pueblo; los fieles en cambio, en virtud de su sacerdocio real, asisten a la oblación de la eucaristía, y lo ejercen en la recepción de los sacramentos, en la oración y acción de gracias, con el testimonio de una vida santa, con la abnegación y caridad operante" (Conc. Vaticano II, Const. Lumen gentium, n. 10).

 

       11.       Las confusas circunstancias actuales en la vida de la Iglesia han impuesto el grave deber, desde hace ya varios años, de poner todos los medios para asegurar a todos en la fe: con medidas de carácter general unas veces, y con observaciones e indicaciones particularizadas cuando opinio-nes teológicas inseguras o claramente erróneas, o incluso abusos prácticos, han comenzado a difundirse con serio peligro para las almas.

       Hay que recordar siempre que la fe es un don de Dios, que se ha de pedir con humildad. Es la razón la que debe rendirse a la fe -y es razonable que lo haga-; cualquier intento de reducir el contenido dé la fe a las posibilidades de comprensión de la razón es un error doctrinal y una grave equivocación pastoral. Hacer la religión fácil -en la fe como en la moral- es despojarla de su carácter sobrenatural. No se trata tampoco de hacerla difícil, sino de presentarla tal como es y ha sido desde que Jesucristo fundó su Iglesia Santa. Lo que hemos de procurar con nuestro apostolado es amar y hacer amar más y mejor a Dios: "imitando a Jesús... procuran agradar más a Dios que a los hombres, estando dispuestos a dejar todo por Cristo (cfr. Luc. XIV, 26)" (Conc. Vaticano II, Decr. Apostolicam, actuositatem, n. 4). Buscando por encima de todo agradar a Dios Nuestro Señor, es como mejor serviremos a los hombres.

 

       12.       Especialmente los sacerdotes deben meditar estas consideraciones y hacerlas meditar a los demás; y siempre, en su predicación y en su labor catequética y pastoral, deben insistir con caridad en lo que es, con toda seguridad, doctrina positiva, dogma de fe: como por ejemplo, la presencia real de Jesucristo en la Eucaristía; sin llevar jamás al pueblo, ni de palabra ni por escrito, disputas o hipótesis teológicas, que requieren una sólida preparación dogmática, para que no hagan daño a la fe.

 

 

1-III-74

 

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Publicado el Wednesday, 16 January 2008



 
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