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 Correos: De cien almas.- Dionisio

050. Proselitismo, vocación
Dionisio :

Queridos orejas y amigos:

 

Quise escribiros algo por Navidad y nada. Lo mismo por el Año Nuevo. Quise contestaros o comentar muchos de vuestros mensajes, pero nada. Sin embargo hoy he visto a mi hijo de dos años y cinco meses hacer algo que me ha dejado con la boca dulce y el corazón mentolado. Eso lo tengo que contar.

 

No tiene nada que ver con el lado oscuro, o a lo mejor tiene mucho que ver. Es una gran lección.

 

El caso es que tengo una maceta de geranios unos metros antes de llegar a la puerta de la casa. Después de muchas penalidades los geranios están florecidos y radiantes. Mis hijos se paran a mirarlos cada vez que pasan ante ellos. Hoy este enano iba cogido de mi mano, pasamos ante los geranios, los miró con atención, los tocó con suavidad mientras yo le repetía con énfasis la palabra “ffffloooorrrr”  para que la incorpore a su vocabulario y la sepa pronunciar, y continuamos hacia la puerta para entrar. Justo en la mitad del camino, se paró a mirar un pétalo rojo que estaba en el suelo. Se agachó y yo pensé: ojalá no se lo meta en la boca. Dio media vuelta, volvió con su pasitos infantiles a la maceta y sus deditos depositaron el pétalo cuidadosamente con las flores como si nunca hubiera salido de allí. Cumplida la mision entro en casa satisfecho. Os parecerá una tontería, o seguramente, vuestros hijos son capaces de hacer cosas mucho más impresionantes, pero a mí se me removió algo por dentro. Aún no se muy bien qué es pero es algo bueno.

 

Luego pensando y pensando, me he acordado de dos cosas. Éstas sí relacionadas con el lado oscuro. Una de un numerario sabio y bueno, que ya murió y que el pobre estaba completamente marginado por sus directores y “hermanos.” Este hombre me dijo un día que la misión de los hijos es educar a los padres; y cuando ya han terminado se van de la casa. Totalmente de acuerdo, JA, al menos la primera parte.

 

El otro recuerdo es completamente diferente. Es el de un joven a quien yo hablé para pitar y pitó. Era muy bueno y muy listo. Fui el último numerario que me pitó. Yo tuve la suficiente madurez y sensatez como para contarle absolutamente todo, incluidos los plazos de incorporación entendidos como tiempo de prueba para que el candidato tuviera la oportunidad de retirarse si así lo decidía. Por eso me gané una corrección fraterna. Algunos años después su director me comentaba en tono burlón, como despreciativo, que este chico había llevado por la labor de San Rafael a un compañero de universidad que era ciego. Ese comentario se me quedó tan grabado que lo sigo recordando después de muchos años, debió ser para mí un empujón más hacia la puerta de salida. Espero y deseo que aquel joven ya se haya ido del lado oscuro. No se merecen gente tan buena. ¡Ay, que de cien almas os interesan las cien! ¡Falsos! ¿Qué haríais con un pétalo caído? Dios no permita que toquéis a mis hijos.

 

Me gustaría ser como mis hijos. Que cuando estoy contento se me vea en la cara, que cuando estoy triste no sepa disimular, que cuando estoy enfadado se entere todo el mundo. Me gustaría que fuera fácil recibir consuelo para mis golpes y frustraciones. Me encantaría no tener rencores, para pasar abruptamente del llanto a la risa. Me gustaría no tener vergüenza para pedir que me mimen, para no aguantar a la gente que no me gusta y tirar al suelo la comida que no me guste.  Cómo me gustaría vivir al día, explorar los charcos, no tener miedo y asombrarme viendo una bola rodar. Me encantaría sentir lo mismo que ellos cuando el viento les revuelve el pelo y cuando una pompa de jabón revienta en el instante que la tocan. Brincar de emoción cuando estoy feliz, gritar al bajar por el tobogán y quedarme mudo al ver el mar.

 

Pues eso, a ver si vuelvo a escribir en menos de un año.

 

Mucho cariño desde el Areópago.

 

Dionisio




Publicado el Friday, 08 February 2008



 
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