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 Tus escritos: Anecdotario (I).- Books

010. Testimonios
Books :

  

ANECDOTARIO (I)

Books, 18.4.08

 

 

La habitación de invitados.

Tenía un pie fuera y otro saliendo.

 

Solo recuerdo una vez en la que salí fuera para hacer un medio de formación. Daba por hecho que todo venía indicado desde arriba, fecha, y lugar. Después descubrí que había personas que pedían ir a tal sitio o tal otro.

No sé por qué (ahora creo que sí lo sé) lo normal era que me tocaran habitaciones medianitas o lugares regulares. Si había sótano en la casa, al sótano, si pabellón, al pabellón, si casita, a la casita. En algunas ocasiones, creo que un par de veces tuve una habitación en las zonas normalitas.

Pero hete aquí, que cuando estaba con un pie fuera, reparten las habitaciones en el último curso anual que hice, y ¿a dónde voy a parar? ¡a una habitación de invitados! Yo no me lo creía, o sí. Tenía un cuarto de baño de considerables dimensiones y en la habitación ¡un sillón! Al lado había una especie de office. Aquella zona era como un pequeño apartamento. Como me apetecía estar sola, me pasaba muchas horas allí, leyendo, pensando y echando un pitillo alguna vez. Para colmo, si no quería bajar al oratorio podía hacerlo por una puerta que daba al coro. Lástima que solo pude disfrutar de esta habitación al final de mis días en la obra....



El cura que me hizo sufrir.

Tenía un pie fuera y otro saliendo.

 

Conocí en mis tiempos en el opus dei a dos sacerdotes estupendos. Uno de ellos, parecía que flotaba en el aire. Llegaba al centro para la bendición y entraba cantando por lo bajini en la sacristía. Poco le importaba lo que desafinaba. Cuando hablabas con él, te convencías de que eras la mujer más buena del mundo. Nunca pasaba nada, aquello era una tontería, a eso otro no le des ninguna importancia, eso también me pasa a mí. Total, que a veces pensaba ¿y de qué me confieso hoy?.

Pero hete aquí, que cuando estaba con un pie fuera, no lo tuve a él cerca, igual otro gallo hubiera cantado de haber sido así.

Pero no. ¡Qué mala suerte tuve, en mis malos momentos!. Yo aprovechaba cuando venía otro sacerdote para pasar a confesarme, porque el designado me ponía de los nervios. La última vez que hablé con él, tardé tiempo en olvidarla.

Le contaba mis luchas, mis problemas, mis penas, mis dudas, costándome mucho esfuerzo el hacerlo. De repente me corta y me dice: “Ya está bien de dar la lata. La directoras tienen mucho que hacer como para estar pendiente ti. Deja ya de marear, si te quieres ir te vas”. Me dijo más cosas que no recuerdo, todas por el estilo. A mí se me hizo un nudo en la garganta. No entendía nada. ¿No decía alguien, que por un hijo suyo se llegaba hasta las puertas del infierno?. Supongo que este cura debió perderse esta clase o tal vez era demasiado práctico. Pasé el resto de la tarde como alma en pena. No volví a hablar con él.

 

Perseguida por una numeraria modélica.

Tenía yo un pie fuera y otro saliendo.

 

Hete aquí que me voy al curso anual. Antes de asistir me había molestado en decir en la delegación, que durante mi estancia allí no hablaría con nadie, que ya lo haría a la vuelta. La que me escuchó me dijo que estaba de acuerdo.

Pues bien. El tercer o cuarto día me viene la repartidora de amigas íntimas y me dice que hablaría con dolorcita. Yo le dije que había un fallo, que se enterara bien, porque aquello no era así. Dijo que lo haría.

A los cinco o seis días se me acerca mi presunta amiga íntima y me dice que cuándo me viene bien que quedemos. Vuelta a explicar. Al día siguiente me insiste, y yo le repito la misma historia. Así tres o cuatro veces, hasta que me mosqueé, le dije que me dejara en paz de una puñetera vez. Patético, yo con más de cuarenta años, ella con unos cincuenta, dos mujeres supuestamente maduras, y persiguiéndome como si de una cría se tratara.

Increíble pero cierto, yo lo vi.

 

Maltrato ¿psicológico?

Andaba yo con los dos pies dentro.

 

Y tuve la mala suerte de tener que hablar durante algo más de año y medio con una persona a la que no aguantaba. Se las daba de chula, se sentaba o mejor se tumbaba en el sofá, estiraba las piernas y cruzaba los pies, en espera de que yo “le soltara el rollo de la semana”. Yo no sabía ni como empezar, pues me sentía humillada desde el principio. En una ocasión, yo estaba deseando contarle un logro, que me parecía importante. Su comentario fue el siguiente: “eso ni se cuenta, se da por hecho”. Yo aluciné, toda la semana esperando este momento y lo que consiguió fue joderme un poco más. Hubo ocasiones en las que me hizo hasta llorar. Yo esto lo decía a “la dirección”, pero la respuesta era que pusiera “visión sobrenatural”. Y yo, como estaba con los dos pies dentro, obedecía. Al cabo del tiempo me vino a decir la directora, que no debí haber hablado durante tanto tiempo con este persona... ¿......?

 

Pequeñas crisis

 

A lo largo de mis años en el opus dei tuve “algunas malas rachas”. Y he descubierto, que las “compensaciones” que yo me buscaba eran de lo más inocentes. Claro, como casi todo lo demás, lo sé ahora.

Nunca me gustaron los sábados por la tarde. Siendo adscrita lo pasé realmente mal. Yo había terminado mis estudios, con lo cual no iba a clases, con lo cual no tenía amigas, con lo cual cero amigas para la meditación. Me sentía fatal cuando veía pasearse a otras del centro exhibiendo sus trofeos.

Las tardes se me hacían larguísimas, la casa se me caía encima, porque para colmo en el opus dei no se merienda los sábados.

Un día, ya no aguanté más. Dije que había quedado con una amiga en la calle para pasear, que no quería ir a la meditación. No existía tal amiga. Me fui a casa de mis padres y merendé todo lo que quise. Este plan me gustó y lo repetí en más ocasiones.

También viví siendo adscrita en la administración de un colegio mayor. ¡Que tristeza de sábados, también sin merendar, cenando sopa a las ocho y media de la tarde con el sol en la calle!

Pasaron los años, con sus correspondientes sábados y aunque ya no tenía ese agobio de las meditaciones, me seguía viniendo abajo. No creo me deprimiera pero me entraba una angustia y una tristeza enormes. Las casas en silencio, cada una en su habitación y ¡sin merendar! Y no es que fuera hambre, era pena. Esperaba con ganas que llegara la hora de la cena y se acabara el sábado. A veces sí que estaba hambrienta y si tenías la mala suerte de que aquella tarde le tocara el turno a una especialista en huevos pasados por agua, pues entonces aquello ya era el remate. Un sábado sin merienda, y de cena un huevo pasado por agua ¡qué asco y que pena y hambre! Yo cogía rebanadas de pan y les echaba aceite y después me comía dos piezas de fruta.

En las malas rachas, cuando no estaba “por la labor”, yo hacía mi “contraplandevida”. Si ya no me enteraba casi nunca de lo que se leía por las mañanas, en estas circunstancias desconectaba totalmente. En las oraciones en común no contestaba y si me tocaba dirigir rezos llegaba tarde para que otra se me adelantara. En las tertulias tampoco escuchaba, si lo hacía, me ponía a rumiar por dentro y me decía “vaya tontería que está contando la tía.”

De vez en cuando me iba al Corte Inglés con un cigarro, un chicle de menta y un bote pequeño de colonia. Me metía en los servicios y allí me mediofumaba el pitillo. Después me iba al “territorio vaquero” y me probaba pantalones y me miraba al espejo durante un cuarto de hora añorando una prenda muy preciada por mí y totalmente prohibida.

Estas eran mis compensaciones. Cuando ahora leo que hay curas y directores que tienen una tele en su habitación, que ven películas y escuchan el mp3, me “jago cruse” ¡Por Dios, pero que buena era yo! ¡que tonta!.

 

Dime quien eres y te diré cómo te trato

 

Era llamativo sobre todo en los cursos anuales cómo se trataban entre las directoras, o “ciertas  numerarias”. ¡Menudo compadreo!. Ellas sí compartían su intimidad, porque eran directoras ¡y qué peso es el dirigir un centro! y ¡cuántos problemas! ¡y qué ganas de desconectar! ¡y vaya plan el que hay en mi casa!. Y es que estas cosas las escuchabas en la piscina, cuando el aire se llevaba sus voces hacia donde tú estabas.

Y a propósito de piscinas, también había directoras que se tumbaban de espaldas al sol “por prescripción médica”, y había directoras que iban a la playa porque el médico se lo “había aconsejado” y directoras que tenían que hacer mucho deporte para “defgarse”. Tal vez las haya, pero yo no sé de ninguna numeraria auxiliar con este tipo de tratamiento, ni a mí tampoco me lo recetaron nunca ¿Sería que yo no hacía nada? Pues sí, léase en “Mi vida sin mí” capítulos 2, 3, 4, 5.

Algo que también me sorprendía era el trato que ciertas numerarias y directoras dispensaban a las numerarias auxiliares.

Un día, en esa época en que los grandes almacenes empezaron a abrir los domingos, tres auxiliares le estaban diciendo a la directora que iban a ir al Corte Inglés. Respuesta de la directora: “Ni se os ocurra, que yo no me entere que vais a comprar un domingo”. Tiene guasa la cosa, supongo que la directora estaría pensando en que el domingo lo creó Dios para descansar, pero lo paradójico era que se lo estaba diciendo a tres auxiliares que acababan de llegar de un centro, de fregar, limpiar, y cocinar. ¡chúpate esa!

 

En otra ocasión estábamos en la capilla, en un rezo comunitario. La que debía leer las oraciones no tenía el papelito. Empezó a mirar a su alrededor y tan sólo una numeraria auxiliar estaba leyendo tan contenta su impreso, pero no le dio la gana de prestárselo. Tenía esta auxiliar alguna “prescripción de pastillas”. Bien, pues la directora viendo que no le dejaba el papelito a la otra, se levantó de su banco y se lo arrebató. Yo me quedé con la boca abierta. Después se lo comenté a la subdirectora y me dijo que bueno, que era mayor, que había estado  muchos años en Roma...  ¿...? Sin palabras.

 

Viví en un centro en el que la directora y la subdirectora se llevaban francamente mal. En una ocasión, me viene la segunda y me dice: “Mira, había pensado que le dijeras a Pepita (la directora), que... y tal y cual.

Yo no había visto lo que ella me contaba, pero me dijo que como ella era la subdirectora y que tal y cual pues que no era conveniente que fuera la que se lo comentara. Tardé varios días en decidirme, hasta que por fin fui a dirección temblándome las piernas y se lo solté. Había que ver la reacción de la corregida, parecía una leona muerta de hambre: “¿Qué? ¿Eso te lo ha dicho Juanita, verdad? ¿Dilo, te lo ha dicho ella?. ¡será..... esa niñata!

Esta directora no tenía muy bien aprendido eso, de que “no hay que comentar nada durante”, ni tampoco aquello, de que “aunque no sea verdad, hay que aceptarlo porque así se crece en humildad”. Me cogieron de intermediaria para decirse la una a la otra lo que no eran capaces de decirse entre ellas.

 

Ya he recordado bastante.

 

Maripaz, cuando tenga tu email te mandaré fotos de la feria ¡de los días en los que lució el sol!

 

Un abrazo,

Books.

 

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Publicado el Friday, 18 April 2008



 
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