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 Tus escritos: ¿Nuestras equivocaciones?.- Beto

060. Libertad, coacción, control
beto :

       ¿Nuestras equivocaciones?
Beto, 30 de abril de 2008

 

El viernes 25 de abril  escribió Moranista con la intención, dice, de incluir objetividad en nuestras apreciaciones: “creo que hace falta un punto objetivo de que ni este a favor ni en contra”, afirma. Alguien debiera explicarle con calma y detenimiento que “objetividad” no significa no tomar partido; de hecho, no tomar partido puede ser un modo de manifestarse a favor o en contra de algo. De todos es sabido, por poner un ejemplo de tiempos pasados, que el silencio de Tomás Moro ante el Acta de Supremacía de Enrique VIII fue un modo de manifestarse en contra. En fin, confundir a estas alturas objetividad con equidistancia es una mala decisión teórica y práctica; pero no quiero enredarme con disquisiciones sobre este particular más de lo que ya lo he hecho...

        Es obvio que en este sitio se hace crítica. Hasta donde sé, no hay nada en el derecho de la Iglesia que impida que se critiquen los abusos y desvirtuaciones de su doctrina y de su moral, tanto con carácter general como con respecto a sus instituciones; canonistas hay en esta web que han documentado con claridad el derecho (lo subrayo) de los fieles a la crítica, derecho que en muchos casos, por razón de justicia, es un deber. Por lo demás, la historia de la Iglesia abunda en cambios y reformas que no se hubieran producido de no mediar esa “crítica fuerte” que tanto parece asustar a Moranista. También abunda, lamentablemente, en casos en los que por no ejercer esa crítica se taparon situaciones y comportamientos realmente escandalosos, con lo que se causó un mayor mal a la Iglesia: los abusos en sí y los intentos de ocultarlos. Tampoco parece que haya que insistir mucho en este argumento; más bien, hay que insistir en la necesidad de conocer un poco mejor la historia de la Iglesia y su realidad institucional actual. A partir de ese conocimiento, entonces se podrá discutir sobre la naturaleza de las críticas que se encuentran en esta página.

       Y, también es una obviedad, hace falta profundizar en el conocimiento del Opus Dei, de su realidad institucional y sobre todo de su realidad cotidiana. Para emitir juicios medianamente ajustados a la realidad, lo primero es conocer la realidad. Moranista dice que ha estado “más de 9 años visitando centros de la obra”; no sé qué es lo que habrá visto –o le habrán dejado ver- en sus visitas, pero estoy completamente seguro de que no llega a la cuarta parte de lo que hemos vivido los que estuvimos dentro: nosotros no estuvimos “de visita”, vivimos con todas las consecuencias en los centros de la obra. Y precisamente porque nuestro conocimiento proviene de una observación y experiencia directa, ambas condiciones necesarias para un conocimiento cierto (o que al menos se pretende cierto), afirmamos lo que aquí afirmamos. Es verdad que a veces con apasionamiento; otras con el sesgo que provocan nuestra formación intelectual, nuestra profesión incluso; y a veces, por qué negarlo, con el dolor que provocó la relación con el Opus Dei. Pero lo que no debe perder de vista Moranista, ni nadie, es que ese dolor, cuando existe, es real; por tanto no puede dejarse a un lado al hablar de la Obra: no se puede dejar fuera del análisis de los efectos de esta institución los negativos, porque también son reales, son objetivos, nadie los está inventando.

       Después del conocimiento que da visitar centros durante nueve años, Moranista concluye sobre lo que aquí decimos: “muchas veces mostrais argumentos un poco pobres y victimistas, para simplemente oscurecer una verdad tan simple, como es que os equivocasteis”. Verás, Moranista, en el Opus Dei como en cualquier otra institución de la Iglesia y del mundo en general, hay gente que entra por equivocación; pero estos son los que al cabo de unos meses se van porque en efecto se dan cuenta de que no están en su ambiente, vamos a decirlo así. No sé si te has parado a pensar en que quienes presentan esos argumentos que tú llamas “pobres y victimistas” son personas, hombres y mujeres, que han –hemos- entregado al Opus Dei unos cuantos años de nuestra vida, algunos más de diez, más de veinte… ¿Realmente crees que alguien es capaz de engañarse a sí mismo, como tú dices, durante tanto tiempo?

       Termino, porque ya me alargo más de la cuenta, con una pequeña anécdota. Al poco tiempo de empezar a trabajar, un director de la delegación me preguntó si estaba dispuesto a ir a Roma, al Colegio Romano. Llevaba unos meses trabajando y sabía que si me iba a Roma, a la vuelta no tendría ocasión de reincorporarme, y lo más probable es que debería replantearme mi futuro profesional. A pesar de todo, dije que sí. Y también dije que sí a otra pregunta, la de si estaba dispuesto a la ordenación sacerdotal si el Padre me lo pedía. Así las cosas, empecé a estudiar italiano por mi cuenta, y también por mi cuenta empecé a darle vueltas a la segunda pregunta; lo cierto es que cada vez veía menos clara una posible ordenación. En cuanto tuve ocasión, le dije al director de la delegación que estaba dispuesto a ir a Roma, pero que de ordenación, nada de nada. Esta persona me oyó muy respetuosamente y me dijo que más adelante sabría si me iba o no. Hasta aquí, todo bien, dentro de lo normal: yo había oído decir y leído en varios lugares que teníamos plena libertad para decir que sí o que no a la ordenación. En los meses que siguieron –posiblemente tres o cuatro, no sé- hasta que desde la delegación me dijeron que siguiese con mi trabajo, que no me iba a Roma, tuve que aguantar –no se me ocurre mejor palabra para describir la situación- al cura de mi centro, que no sé si por iniciativa propia o por encargo, se dedicó durante ese tiempo a hacerme cambiar de opinión. Decidió por su cuenta que tenía que hablar con él fuera de la confesión –yo formaba parte del consejo local del centro y hacía la charla con el director-, se esforzó cuanto pudo para hacerme ver la maravilla del sacerdocio, intentó convencerme de que los estudios en Roma eran la quintaesencia del trabajo intelectual que a mí tanto me gustaba –y en efecto me gustaba y me gusta, pero no me atraía ni me atrae la teología ni la filosofía, qué le vamos a hacer-, y ya en el colmo de la argumentación intentó convencerme de que el sacerdocio era la culminación vocacional de un numerario. Así que después de pedir la admisión en la Obra porque quería ser un cristiano entregado a Dios en medio del mundo y en el ejercicio de una actividad profesional, después de varios años enseñando eso mismo a quienes iban por los medios de formación, a adscritos, numerarios jóvenes, agregados también jóvenes y a supernumerarios también jóvenes, hete aquí que descubro que el numerario ideal era el que se echaba encima una sotana… ¿quién engañó a quien?

Beto




Publicado el Wednesday, 30 April 2008



 
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