Quiero continuar el escrito de Atomito del 19 de septiembre y los otros que cita, sobre la elección de Don Álvaro. La versión que hay en México es la misma que comenta Atomito con una pequeña variante; se la escuché al ahora difunto Padre José Luis Massot, mallorquino, testigo presencial de dicha elección, -que figuraba en vida en la lista negra hecha en la comisión regional, posiblemente por eso, cuando murió, en la revista Romana, sólo pusieron su nombre como con Antonio Petit. En México, entre los numerarios mayores ese detalle causó gran revuelo y algunos comentaban con desilusión: “si eso hacen a Don José Luis, a mí que me espera, que en Romana sólo aparezcan mis iniciales”-, yo lo recuerdo como un sacerdote entregado, que amaba a Dios, al prójimo y simpático a su manera...

Pues lo que comentaba es que durante la elección del sucesor de Escrivá, al momento de leer el voto a favor de Sánchez Bella para elegirlo como sucesor de Don Álvaro, el mismo Don Florencio pronunció una palabra subida de tono contra la persona que votó por él; pero la votación fue unánime a favor de Del Portillo, por lo que se dedujo que ese voto había sido el de Don Álvaro que no votó por el mismo. Esta era lo que comentaba Don José Luis y otros como ejemplo de unidad dentro de la Obra.

Ya que hablo de Sánchez Bella pues comento algo sobre él y su estancia en México. Me parece que es muy buen ejemplo de lo que es caer del poder dentro del Opus. Luego hablaré de Carlos Llano como el mejor ejemplo de lo que es mantenerse en el poder dentro del Opus.

Don Florencio llegó a México en 1991. ¿Por qué? según él dijo es que en España aún pesaba y mandaba y que en Villa Tevere no se encontraba cómodo, quería acción, almas y no papeles. Le gustaba comentar que Escrivá decía que hubo un momento en que su hermano Ismael era Rector de Navarra, un hermano suyo del que no recuerdo su nombre y que también fue numerario poco tiempo en los primeros años, Ministro del gobierno español; y él Consiliario, o sea, que los Sánchez Bella mandaban en España. Decía que le habían dicho que se podía ir a cualquier país, que pensara en Argentina, se decidió por México. Aquí llego con la espada desenvainada, pasó por todos los centros y labores que pudo en la delegación de México. En los centros de San Rafael le hablaba para pitar a todo lo que se movía, y pitaron  muchos, y luego, despitaron todos, o sea, falló sobre sus cálculos. (Ver artículo de Castalio del 19 de septiembre de 2007, ahí vienen sus estadísticas vocacionales).

Otros españoles de paso por México comentaban del peso que seguía teniendo Don Florencio en esa región. Manuel Ferrer, un numerario que vino a vivir a México y luego dejó la Obra y que coincidió con él en el Consejo General, comentó que un día platicaba con Don Álvaro sobre la una nueva delegación que se abriría en España, creo que la de Granada, y éste numerario proponía otra ciudad. Pues se enteró Don Florencio y le fue a reclamar que no dijera al Padre esas ideas.

Hablaba para pitar a todos los muchachos que iban por los centro que visitó. Les celebraba misas, hacía la acción de gracias en voz alta como vi hacer a Echeve. Se reunía con los consejos locales para decirles qué hacer, asistía algunos días a los cursos anuales o semestres para seguir increpando a los numerarios sobre cómo debían hacer apostolado y amar a Jesucristo, en fin era como “chivo” en cristalería. De tanto celo se ganó una carta manuscrita de dos o tres cuartillas del actual Prelado, ya en 1994 o 1995, dónde le decía que estaba muy contento con él, con su labor, pero que obedeciera a los directores de México, que rezara. Eso lo descoloco pues le hizo ver que su poder de mando se acababa y que en la delegación de México no lo querían.

Se empeñó en que se abrieran apeaderos, especialmente de agregados, en varios puntos de la ciudad de México, luego se cerraron. La labor de agregados en México decía que se hacía con gente de poco prestigio y trató de hacerla como en España. Atendía un centro de supernumerarios al que también trató de impulsar a su manera.

Estuvo como capellán en el bachillerato de la Universidad Panamericana donde habló de Dios con cuanto alumno, profesor o empleado se le puso enfrente, fuera de casa o no. Se le veía sin rumbo. Nunca, ningún sacerdote sea director de la delegación o consiliario ha hecho la que él armó en México andado por su cuenta. No le vi dar sus famosos bofetones o cachetadas, lo que sí confirmó es que quería mandar, al menos en los consejos locales de los centros de San Rafael y San Gabriel en que se metió.

De ánimo positivo, todo era sumar para la Prelatura. En una ocasión en un consejo local, donde él participaba sin ser de ese consejo, se estudiaba si había que darle la oblación a un muchacho que hacía años había tenido relaciones sexuales con su novia. El argumento era que si habían sido esas relaciones completas o no, el por supuesto defendió al muchacho para que siguiera, se necesitaban numerarios, la delegación no lo quiso y no le dieron la oblación.

Comentaba mil anécdotas de apostolado, del fundador, de Don Álvaro; es al primero que escuché el nombre de Antonio Pérez Tenessa, que había sido el consiliario en España. Le gustaba contar sucesos complejos que le tocó vivir en España, casos de personas, de pitajes y despitajes.

El resultado de toda esa infatigable labor: lo mandaron a la delegación de Monterrey, a más de 900 kilómetros de la ciudad de México. Pensaban que esa ciudad, con gente más emprendedora y menos “sentida” le vendría mejor, lo llenaría. Al poco tiempo regresó a España, sería 1994 o 1995 y no volvimos a saber nada de él. Los directores en México no lo volvieron a mencionar. Que descanse en Paz.

Lo digo al Chile