Bienvenido a Opuslibros
Inicio - Buscar - Envíos - Temas - Enlaces - Tu cuenta - Libros silenciados - Documentos Internos

     Opuslibros
¡Gracias a Dios, nos fuimos
Ir a la web 'clásica'

· FAQ
· Quienes somos
· La trampa de la vocación
· Contacta con nosotros si...
· Si quieres ayudar económicamente...
· Política de cookies

     Ayuda a Opuslibros

Si quieres colaborar económicamente para el mantenimiento de Opuslibros, puedes hacerlo

desde aquí


     Cookies
Utilizamos cookies propias y de terceros para obtener datos estadísticos de la navegación de nuestros usuarios y mejorar nuestros servicios. Si continúa navegando, consideramos que acepta su uso. Puede obtener más información aquí

     Principal
· Home
· Archivo por fecha
· Buscar
· Enlaces Web
· Envíos (para publicar)
· Login/Logout
· Ver por Temas

     Login
Nickname

Password

Registrate aquí. De forma anónima puedes leerlo todo. Para enviar escritos o correos para publicar, debes registrarte con un apodo, con tus iniciales o con tu nombre.

     Webs amigas

Opus-Info

NOPUS DEI (USA)

ODAN (USA)

Blog de Ana Azanza

Blog de Maripaz

OpusLibre-Français

OpusFrei-Deutsch


 Tus escritos: Sobre verdad y mentira en sentido extramoral.Observaciones a EBE.- Jacinto Choza

070. Costumbres y Praxis
Jacinto Choza :

Sobre verdad y mentira en sentido extramoral. Observaciones a EBE.

Jacinto Choza, Sevilla, 9 de febrero de 2009.

 

Querido EBE:

 

            Te agradezco mucho tu escrito sobre la mentira de Escrivá y del Opus Dei, y te agradezco mucho también las preguntas que me haces en correspondencia personal sobre el asunto. Porque me mueves a pensar, o mejor a escribir sobre cosas a las que le he dado muchas vueltas.

 

            También te lo agradezco porque me permites contrastar mis puntos de vista con los de otros amigos que han padecido lo mismo y que también han recordado y reflexionado sobre el asunto.

 

            En primer lugar, yo todavía no he pensado ni me he explicado a mi mismo mi relación con Escrivá. Desde la fase inicial, cuando me acerqué a la Obra en el año 196l, en que lo veía como una figura irreal y lejana, ubicada allá en Roma, a la fase de acercamiento, cuando me hice de la Obra y lamentaba no sentir por él el afecto que se requería que los numerarios sintiéramos (a partir de 1962), a la fase de completa adhesión y afecto que culminó con el modo en que sentí su muerte, hasta la fase de desengaño completo a partir de 1990, y de perplejidad por mi obnubilación ante su figura a partir del momento en que dejé la Obra en 1996. Para contestarte no es necesario que haga un balance personal de mis relaciones con él, cosa que me sería muy útil y saludable, pero que puede quedar para otro momento.

 

            Ahora creo que Escrivá era una personalidad marcadamente paranoide y marcadamente colérica, con cierta timidez o inseguridad, muy narcisista y de una ambición y magnanimidad desmesuradas. Estos rasgos son psicológicos, y no morales.

 

            Sobre estos rasgos psicológicos inciden otros rasgos culturales. El primero es que encontró relativamente pronto en la religión la vía y los procedimientos para legitimar y potenciar su paranoia y su cólera, su narcisismo y su ambición y magnanimidad, y para compensar su inseguridad y timidez a la vez que las legitimaba...



            La inseguridad y la timidez se pueden denominar humildad. Por eso él no quiere figurar, ni aparecer en público, ni salir en la televisión, ni en los media. Manda a don Alvaro o a otros a hacer todas las cosas... y cuando al final de su vida aparece en teatros en grandes tertulias, se asegura de que todo esté atado y bien atado. Ha enseñado a sus equipos directivos a experimentar la misma inseguridad que él ante los media y ante los foros públicos a no dejar nada al azar, a controlarlo todo, y a diseñar guiones pormenorizados de la representación, de las preguntas y de las respuestas. Todo eso se puede disfrazar relativamente bien de humildad y de victimismo.

 

            En efecto, como el mensaje que proclama es el cristiano, que es signo de contradicción, que es escándalo para muchos, y que tiene muchos enemigos que son, por definición, los esbirros del mal, no es de extrañar que siempre estén buscando cómo pueden hacer más daño. No verlo así es incurrir en ingenuidad, que es en lo que incurrieron Juan XXIII y Pablo VI con su empeño en el diálogo y en la apertura.

 

            Consigue ser canonizado sin haber estado expuesto a miradas reales y a convivencias reales, sino a miradas y convivencias completamente controladas por él. Ya es prodigioso el modo en que consigue esconderse la casi totalidad de su vida en el bunker de Bruno Buozzi, y el modo en que controla sus limitadas apariciones: limitadas en el tiempo, en el espacio y, sobre todo, ante el número y la cualidad de las personas. Diría que nunca nadie ha logrado ser visto al natural por tan pocas personas como él. Eso facilita al máximo la manipulación de la propia presentación, pero a eso le llamaría afectación más que mentira.

 

            La ambición y la magnanimidad se convierten en deber porque aquello a lo que aspira no es la propia gloria o la propia grandeza, sino la de Dios, y la cólera también se convierte en deber y, por tanto, en virtud. En efecto, irascimini et nolite peccare, la cólera va contra el pecado (y la caridad opera como cláusula verbal mediante la que se sitúa aparte al pecador). El expediente normal de las personas maleducadas, impertinentes y hostiles, que en vez de disculpar inculpan, o sea, que son malas, es que lo hacen cumpliendo un oneroso deber, que les resultaría más cómodo no decir nada, y callarse como los demás, pero que eso no es querer de verdad, porque querer de verdad es señalar el mal para corregirlo. Por lo tanto, inculpar, vejar e insultar es un acto de virtud, es un deber oneroso, y descargar la cólera sobre el que falla o el escaso de virtud o de talento puede ser santidad heroica. Incluso uno (Escrivá y cualquiera de los directores) puede dudar de que nunca le ha faltado comprensión y cariño a los fieles de la prelatura, pero que tal vez sí le haya faltado la fortaleza de los directores. Siempre queda un remanente de fortaleza que es la cancha abierta para las reservas de cólera. Desde luego, en medio de todo eso también podría haber ejercicio de la virtud de la fortaleza. A esto es a lo que yo llamaría maldad. Maldad y perversión de Escrivá y de los directores. Cuando escribí sobre “La inocencia de los directores”, y cuando dije que Escrivá y los directores podrían haber actuado de buena fe, como Hitler y Stalin, Pinochet y Franco, y sus respectivos equipos, me refería a esto.

 

            Entonces, tu, EBE, hiciste unas observaciones correctoras a aquellos escritos míos, indicando que había realmente maldad. Me pareció genial tu escrito, como casi todos los tuyos. Sí hay maldad. Por lo menos esa maldad disfrazada. Me es más fácil percibir la maldad disfrazada que la maldad desnuda. Tiendo a creer que la maldad desnuda no existe porque disfrazarla no cuesta nada. Y porque nadie puede aceptarse a sí mismo más que como aceptable, si no es un psicótico, como tú dices.

 

            El narcisismo también se puede disfrazar de humildad, de obediencia, de desvelo pastoral y magisterial. De ahí la insistencia en que papas conoceréis unos cuantos, obispos muchos, santos un montón, pero fundadores del Opus Dei solo uno, y es mi deber haceros caer en la cuenta de la singularidad del Opus Dei y de su fundación, y de la grandeza del Opus Dei y de su fundación, aunque yo sea un pobre pecador.

 

            Yo había oído bastantes veces que en la historia de la salvación las tres personas más importantes habían sido Moisés, San Pablo y el Padre (Escrivá), y además, durante un tiempo creí que eso era verdad, en la época en que vivía con Gonzalo Redondo y él elaboraba su visión de la Obra en términos del nacional-catolicismo más acendrado, del que hablé en otro escrito.

 

            Luego, conforme estudié más teología y me iban calando más las experiencias negativas de la  Obra, y me iba alimentado de los escritos de Juan Pablo II y alumbrándome la vida con ellos, llegué a ver que Moisés y San Pablo no tenían expresiones tan narcisistas sobre ellos mismos, y que el momento en que San Pablo se gloriaba de sus trabajos y de sus debilidades tenía una autenticidad y una verdad que no percibía en las expresiones de grandeza de Escrivá para con el Fundador del Opus Dei, siempre acompañadas de cláusulas de estilo de humildad hacia su persona (un fundador sin fundamento).

 

            Y así como antes he dicho que en la cólera podría hacer fortaleza, ahora no creo que en el narcisismo pueda haber humildad.

 

            Finalmente vamos a la paranoia y al asunto de la mentira. Los delirios de grandeza de los paranoicos pueden estar mezclados con mentira, pero de suyo no son mentira. Me contaron de un paranoico que había producido una contracción de los esfínteres de la vejiga tan intensa que le era de todo punto imposible orinar. La contracción había sido generada desde su convicción inalterable de que si orinaba iba a inundar el universo. Y claro, desde esos presupuestos, le resultaba moralmente imposible la micción. Creo que si tu, EBE, y yo, creyéramos eso, también padeceríamos la misma imposibilidad (pero aquí, el asunto de la verdad yo aún no le metería).

 

            Puestos a pensar algo grande, por muy grande que sea lo que un hombre haga, más grande es lo que pueda hacer y hace Dios, nada puede haber más grande que una Obra de Dios, y eso es lo que se le ocurrió a Escrivá. Además se le ocurrió porque, como ya ha aparecido en otros escritos (entre ellos los dos que yo envié sobre el nacional catolicismo [ I] y [II]), la idea de la llamada universal a la santidad, la de la santidad de los laicos y la de la santidad en medio del mundo mediante el trabajo profesional, estaban en el ambiente en el primer tercio del siglo XX en España y provenían de la Institución Libre de Enseñanza o de las doctrinas de Joaquín Costa. Además estaban siendo puesto en práctica por el Padre Poveda, por las Teresianas, y por otros grupos de católicos.

 

            Es decir, la inspiración del Opus Dei, el carisma, estaba en el ambiente, como lo estaba la teoría de la evolución cuando Darwin escribió El origen de las especies, o como lo estaba la utopia socialista cuando Marx y Engels escribieron el Manifiesto comunista. O bien como estaba el fascismo cuando José Antonio Primo de Rivera escribió sus textos, esos que tanto se parecen, según Gonzalo Redondo, a las concepciones de la Obra sobre la relación entre política y religión, como ya dije.

 

            Escrivá desarrollaba su narcisismo en la línea de ser el último romántico y el defensor de la libertad, porque vivía dentro de la burbuja de la derecha católica primero y de la del  franquismo después, pero cuando esas burbujas desaparecieron, ya a mediados de los 60, se manifestó la cólera con las famosas campanadas, y se justificó la supresión de las libertades con las exigencias del estado de excepción que exigía la salvación de la Iglesia en tiempos del Vaticano II. A partir de entonces se endurecieron mucho más las ya duras medidas que impedían leer una prensa y unos libros que no fueran de sana doctrina, ver televisión, etc. A partir de los ataques al franquismo que se produjeron en el 66 y 67, y con la revolución estudiantil del 68, El Opus Dei se había ido coloreando cada vez más de tonos fascistoides. Por lo demás, a nadie se le ocultaba la afinidad completa entre Monseñor Escrivá y Monseñor Lefêvre.

 

            Pues bien, aunque la idea del Opus Dei fuera bastante común, y estuviera bastante en el ambiente, la que Escrivá vio aquel día en aquella misa era tan de Dios, tan grande, tan exclusivamente de Escrivá, que no tenía nada que ver con ninguna idea similar que se le pudiera haber ocurrido a cualquier persona corriente, como por ejemplo el Padre Poveda.

 

            Qué es lo que funciona como detonante de un delirio paranoico, y cuantos son los factores que intervienen en su desarrollo y en su elaboración es un asunto que yo no domino. Pero sí sé cómo funcionó en nosotros, en Escrivá y en los que llegamos a su alrededor después, el relato de la excepcionalidad de la Obra. Aquí insisto en que ayuda mucho la comparación entre la Obra y el Partido Comunista.

 

            En ambos casos lo egregio de la misión salvadora, lo perentorio de su realización, el carácter inexorable de su cumplimiento, era de tal potencia que la historia misma quedaba iluminada con el resplandor de su irrupción entre los hombres. Y los hombres entre los que irrumpía, nosotros, éramos unos elegidos y unos elevados a tales alturas que podíamos ver y tocar la verdadera realidad, que era la de nuestra misión redentora.

 

            Los comunistas y nosotros no mentíamos porque lo que teníamos entre manos era la verdadera realidad. La otra realidad, la cotidiana, la de los demás seres que no veían como nosotros y no tenían la responsabilidad que teníamos nosotros, era tan pálida e inconsistente que resultaba irrelevante tomarla de una manera o de otra. Los iluminados no mienten porque ellos son la verdadera realidad, y los demás no dicen la verdad porque aquello de que hablan es completamente insustancial.

 

            Entre ese conjunto de los demás está también la jerarquía de la Iglesia. Los presbíteros, prelados y cardenales, e incluso los papas. Por eso los presbíteros, prelados y cardenales pueden y deben ser objeto de la acción pastoral y del influjo doctrinal del Opus Dei, porque también tienen que ser salvados y llevados a la verdad.

 

            En la medida en que nosotros somos el camino, la verdad y la vida, nosotros no podemos mentir. Y no es que el fin justifique los medios, es la grandeza de la misión legitima todo lo demás como medios. Si alguien no lo ve así, no tiene el espíritu bien cogido, no capta cómo son las cosas de verdad, y todo eso que se les echaba en cara a los sacerdotes que prestaban más observancia al sigilo sacramental que a la salvaguarda de la Obra, como don Antonio Ruiz Retegui, don Antonio Petit y otros.

 

            Todavía esta convicción no era uniforme en la Obra. Los fieles y socios de a pié podían compartirlo más o menos, pero los directores lo compartían absolutamente. De manera que la discrepancia siempre era mal espíritu.

 

            Yo a esto tampoco le llamaría mentira. Eso es lo que llevaba a los encargados de la “aop” (“apostolado de la opinión pública”) a dar versiones ideales de la Obra para ser creídas por todos, frente a y contra la facticidad de lo que se veía de la Obra en la vida ordinaria.

 

            En esto el paralelismo con el partido comunista es absoluto. En las polémicas entre el comunismo y el liberalismo anglosajón, los apologetas del marxismo siempre comparaban las realidades americanas injustas con las idealidades comunistas justas. De la misma manera que los encargados de la “aop” y los directores y los fieles de buen espíritu oponen, frente a las críticas de que son objetos, los ideales de la redención a realizar, y no el fallo humano de los hombres que intentan llevarla a cabo y que son imperfectos.

 

            En realidad, a esto se le podría llamar mentir, y de hecho uno de los numerarios más antiguos, Jesus Arellano, catedrático de Filosofia de la Universidad de Sevilla y fallecido el 17 de enero en Sevilla, les llamaba a los que se dedicaban al aop “los encargados de mentir”:

 

- ¿Vosotros sois los encargados de mentir, no?”.

- Por Dios don Jesús, cómo dice usted esas cosas...   

 

            Dentro de este comportamiento general sí que podía producirse la mentira, pero creo que en ese contexto la mentira es ya algo que casi carece de importancia.

 

            Cuando Escrivá decía, “creo más en la afirmación de un hijo mío que en el testimonio de cien notarios”, y cuando los directores apelaban a la confianza como clave de la convivencia, mentían porque el gobierno de la Obra estaba y está basado sistemáticamente en la desconfianza. Como se tiene la certeza de que los socios no harán las cosas bien iluminados por su propia visión del espíritu de la Obra, cada actuación tiene que estar recogida en el guión, y el sistema normativo es por eso tan asfixiante que produce autómatas despersonalizados. Pero probablemente eso para ellos no era mentir, porque una cosa es confiar y decir la verdad, “y otra muy distinta ser ingenuos”. O sea, lo que las personas normales designarían como veracidad en el comportamiento de las personas normales, entre los iluminados se denominaba y se denomina “ingenuidad”.

 

            Por el momento, estas son las observaciones que se me ocurren, querido EBE. Más que mentir mucho, lo que pasaba y pasa es que el gobierno, la formación y la organización misma de la Obra es mendaz, falsa. Hay tanta distancia entre la vida normal y la gente de la Obra, por una parte, y tanta distancia entre la teoría que les enseñan a la gente de la Obra y luego lo que les hacen vivir, por otra, que realidad, vida y expresiones lingüísticas y reflexivas son casi irreferibles, y por eso casi  no se cumplen los requisitos lógicos y existenciales para que pueda darse la mentira.

 

            Bueno, no sé si he hecho una exposición excesivamente compleja y difícil de entender.  Si es así, pido disculpas, y espero que en comentarios y observaciones posteriores podamos aclararlo.

 

Un abrazo muy cordial para todos y mis mejores deseos para el 2009.

 

Una bienvenida especial con todo mi cariño para Marta Clavería que acaba de incorporarse a la web.

 

Jacinto Choza




Publicado el Wednesday, 11 February 2009



 
     Enlaces Relacionados
· Más Acerca de 070. Costumbres y Praxis


Noticia más leída sobre 070. Costumbres y Praxis:
Catecismo del Opus Dei.- Agustina L. de los Mozos


     Opciones

 Versión imprimible  Versión imprimible

 Respuestas y referencias a este artículo






Web site powered by PHP-Nuke

All logos and trademarks in this site are property of their respective owner. The comments are property of their posters, all the rest by me

Web site engine code is Copyright © 2003 by PHP-Nuke. All Rights Reserved. PHP-Nuke is Free Software released under the GNU/GPL license.
Página Generada en: 0.124 Segundos