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 Correos: Muy buena la anécdota de Salomé.(Cap.5 de 'A quien pueda interesar').- Satur

010. Testimonios
Satur :

Cap.5 de 'A quien pueda interesar'
Enviado por Satur el 20/04/2004

Muy buena la anécdota de Salomé (supongo que no será la que cantaba la canción "¡desde que llegaste sólo vivo cantando, ¡¡¡jey!!!, vivo soñando, ¡¡¡jey!!!...") sobre el rezo del Rosario delante del busto de Concha Espina, confundida con una imagen de la Virgen.

Una de las ventajas de vivir en la opus es la cantidad de anécdotas que se generan en la convivencia diaria. Son tantas horas juntos, y en situaciones tan distintas, con caracteres tan diferentes... Allá van unas de tipos muy, pero que muy despistados...

Estando en un curso anual falleció el padre del director. El dire salió urgentemente para atender sus deberes de hijo. Consternación en el curso anual, dolor, Misas por el difunto. Se contaron anécdotas del finado, un buen grupo de nosotros asistimos al funeral y al entierro contando al regreso, en la tertulia, la serenidad, la paz que se respiraba en la familia del director. En fin, que fue un bombazo en medio de ese medio de formación que asistíamos con la alegría de la primera vez.

Tres días después del entierro el director todavía no había regresado al curso anual. Era de noche, y en la sala de estudio estábamos tres mangutas preparando un examen de algo, no sé, Patrología del Esse Subsistens. Se abre la puerta y aparece el director. Y en esto, uno de los que estaba allí estudiando (de este se podrían contar libros y libros) se levanta y le dice así, como de cachondeo.

- ¡¡¡Míralo ar tío!!! (es andaluz). Anda que no le has echado cara, tío. Nozotros aquí currando, jodidos con los ezámene, pazando la de Caín, y tú de fiesta por allí. ¡Si é lo que yo digo, que aquí hay gente tipo A, tipo B, y tipo C. ¡Y mira que color trae er tío!. ¿ Tú dónde te ha metío, golfo?

El dire le miraba como si viese a Pío XII vestido de Axteris el Galo. No daba crédito a lo que oía. A mí se me puso todo el vello de punta. Incluso el de los brazos. Y el dire va y le contesta muy sereno.

- De enterrar a mi padre. Murió hace tres días.

Nunca olvidaré la cara que puso aquel hombre, el andaluz. Como la del busto de Concha Espina. El que lo vio, lo escribe, y da testimonio de ello.

En un centro viví con un colegui que le dio por aprender ruso a los cuarenta años. En ello puso todo su empeño. Era un personaje muy bueno, muy despistado, y muy ingenuo. A éste, un día que me vio cojeando y preguntarme que qué me pasaba, le colé "nada, que me está saliendo el huevo del Juicio".

- ¿Cómo,?, ¿el huevo del Juicio?.

- Sí, sí, el testículo del Juicio.

- ¿Qué es eso del testículo del Juicio?

- Pero, ¡cómo!, ¿no sabes lo del testículo del Juicio?

- Macho, ni idea.

- ¿Y dela muela del Juicio tampoco sabes nada?. ¿No te han explicado que a algunas personas les sale la muela del Juicio y que es doloroso, y que se pasa mal?.

- Sí, eso sí que lo sabía... ¡pero lo del testículo del Juicio!

- Jolines, tío, ¿pero a ti no te han explicado de pequeño todo eso de la sexualidad y los niños y tal?.

- Hombre, mucho no... eran otros tiempos.

- Pues lo mismo, hombre, lo mismo. A algunos hombre les sale el testículo del Juicio, y el proceso es, como te puedes imaginar, pelín doloroso hasta que se forma el testículo.

El tío no dijo nada y al cabo de unos día me viene mosqueado.

- Muy gracioso los del huevo del Juicio, ¿eh?.

Se lo había comentado al director en la charla, y las risas se oyeron en Sebastopol.

Bueno, pues éste estaba aprendiendo ruso y fuimos juntos a la beatificación de Josemaría Escrivá de Balaguer y Albás. Al parecer, en Roma hay una iglesia que visitan los peregrinos rusos por no sé qué devoción que tienen, y allá se fue nuestro hombre con la ilusión de poner en práctica su dominio de la lengua. Fue solo.

De vuelta de la beatificación, ya en el centro, todos notamos un cambio en las costumbres de Smirnoff: no comía y no cenaba con nosotros. Ningún día. Estaba en la casa, pero siempre tenía alguna excusa para no acompañarnos. Así que un día le abordé y le pregunté por su misterioso comportamiento.

- Me da corte contarlo.

- Venga, Smirnoff, ¿qué pasa?. ¿Una promesa a algún icono?...

- Peor... En la beatificación me fui a un santuario donde van de peregrinación muchos rusos. Quería practicar el idioma. Entro en la Iglesia y, zumba, me encuentro una familia entera allá dentro: los padres, dos hijas y un hombre. Macho, parecían de la estepa de Vladilostok. Ciento por ciento estepa. Me acercó a ellos y empiezo a hablarles en ruso "¿Riskochof triblianki petruscha natasha?". Y los tíos me miran como si fuera un marciano. Insisto "¿Riskochof triblianki petruscha natasha?". Nada. Se miran, me miran. Nada. Ni un rictus de que me entienderan. Cambio de frase "Cachachof nureyev bolinski...". Y, en esto, que pienso "joé, ¡cómo me suena la cara de esta chica!" (habría que ver, efectivamente, la cara de la chica)... Y caigo en la cuenta que era... ¡¡¡la numeraria auxiliar que nos sirve aquí!!!. ¿Me oyes?: ¡¡¡la de aquí que estaba con su familia!!!. Tío, qué corte, qué vergüenza. Y, claro, no me atrevo a estar en el comedor y que ella entre y... ¡qué vergüenza!.

En fin, le quité hierro al asunto, le reconforté en la fortaleza y en la humildad, y le dije que la mejor manera de no darle importancia es que actuara con normalidad.

En aquellos días Smirnoff, como no comía ni cenaba, se ponía ciego en el desayuno y en la merienda. Con la merienda estaba muy quemado porque la administración nos deleitaba con unos pequeños montaditos con queso dentro, o chorizo. A Smirnoff le tenía intrigado quién de nosotros se comía los trocito de queso, o de chorizo, dejando el montadito de pan al pairo, sin nada en su interior. Era yo. También por aquellos días yo tenía la costumbre de tocar la guitarra en mi habitación dando la brasa de mala manera al personal. Se me ocurrió, el día que me contó el afaire de Roma, escribir una nota, como si fuera de la administración- , y la puse encima del carrito de la merienda. La nota decía "el queso para el de la guitarra, y el montadito PARA EL RUSO". Smirnoff, con un hambre que no veía, bajaba el primero como un poseso, y al ver la nota me viene a la habitación, supercoloradote, "¡¡¡ machooooooooo, no te lo vas a creer, no te lo vas a creer... ¡¡¡qué fueeeerte!!!. ¡¡¡Lee esto!!!".

- Oye - le digo- esto no es de recibo. Aquí se ha pasado. Vete al director y se lo comentas. Esto es grave.

Y allá que se fue a contarle todo.... Las risas se oyeron, otra vez, en Sebastopol. Nunca mejor dicho.

Con Father Robert viví cuatro años. Era un hombre muy nervioso, aunque cuando salía a la calle tenía un porte distinguido y algo exclusivo. Se diría que estaba hecho de otra pasta. Parecía un gentleman. A mi me tenía absolutamente alucinado cuando conducía: no entendía que ese hombre hubiese vivido tantos años con esa manera de conducir. Se adelantaba el asiento hasta que tocaba su vientre al volante y, pimba, a darle zapatilla. Una de sus manías -incompresible, pero cierta- era accionar el portero automático de la puerta de entrada al garaje del centro al encarar la calle donde vivíamos. Comenzaba a apretar con fruicción el llavero a un kilómetro del garaje pensando que ya se abría desde allí. No había manera de convencerle de lo contrario, a pesar de que siempre debía de esperar al llegar al umbral de la puerta que se abría con una lentitud desesperante.

Pero un día no fue así. Al llegar a toda velocidad y ver la puerta abierta, emocionado, se lanza rampa abajo mientras me dice "¿Qué, funciona, o no funciona?".

El tortazo que nos dimos contra el coche de una pobre viuda, vecina de la casa, que subía en ese momento -fue la que pacientemente había accionado la apertura de la puerta- fue memorable. Inolvidable.







Publicado el Wednesday, 21 April 2004



 
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