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 Libros silenciados: Recuerdos sobre el tema del sacerdocio en el Opus Dei (I).- Haenobarbo

070. Costumbres y Praxis
Haenobarbo :

 

Recuerdos sobre el tema del sacerdocio en el Opus Dei (I)

Haenobarbo, 24 de julio de 2009

 

 

Cuando leí en una de las entregas anteriores, el interesantísimo escrito de Mineru, me di cuenta que mientras leía el escrito al que se refería, el de Joseph Knetch sobre los sacerdotes en el Opus Dei, había pensado lo mismo que él, sin embargo de lo cual había entendido perfectamente lo que Joseph había querido decir.

 

Inmediatamente le escribí a Joseph, diciéndole que no obstante haber entendido perfectamente su escrito, Mineru tenía razón en lo que decía: nadie, absolutamente nadie, tiene derecho a ser ordenado sacerdote, y nadie, absolutamente nadie, tiene derecho a ordenar a nadie que no quiera ser ordenado, con voluntad positiva. En la Iglesia, el único que tiene derecho a llamar a alguien al sacerdocio es el obispo, o el prelado respectivo, sea este religioso o de cualquier otra especie. Pero, así mismo, nadie esta obligado a aceptar sin más esa llamada. Joseph, que también se había dado cuenta de que no había sido correctamente comprendido, inmediatamente aclaró el alcance de lo que había querido expresar...



El haber entendido el escrito de Joseph y al mismo tiempo estar de acuerdo con Mineru, me dio que pensar y así mismo me dieron que pensar, otros escritos que aparecieron en la entrega subsiguiente de la web: es obvio de toda obviedad que las mujeres del Opus Dei, no tienen idea, y no tienen como ni porque tenerla, habida cuenta del modo en que procede la institución, de cómo funciona el tema de los sacerdotes.

 

Voy a relatar mi experiencia, advirtiendo previamente que ni soy ni he sido sacerdote, aunque si he sido seminarista de la Prelatura. Desde ya insisto en que lo que voy a decir, es lo que yo personalmente he vivido, y esto lo aclaro, porque siendo como son las cosas en la Prelatura, es perfectamente posible que alguien tenga una experiencia distinta: eso no será porque yo me esté inventando nada, sino simplemente porque dado el modus operandi, misterioso y lleno de secreteos, que como en todo, hay alrededor de este tema, es muy posible que otros hayan vivido lo mismo, de modo distinto.

 

Cuando pedí la admisión en la Obra, tenía muy claro que no iba ahí a ser sacerdote. Eso me lo había dejado muy claro el cura con el que hablaba, antes de pedir la admisión y los directores con los que tuve que hablar.

 

Cuando hice la entrevista previa a la admisión, recuerdo que se me preguntó expresamente si tenía claro que no iba ahí para ser sacerdote.

 

Luego, no recuerdo si en la entrevista previa a la admisión, o a la oblación, se me preguntó simultáneamente, si yo estaría dispuesto a ordenarme, si el padre me lo pedía.  Ya sabía yo esto porque en las charlas y quizá en alguna meditación, se había hablado de que todos los numerarios están dispuestos a ordenarse si el padre lo pide, añadiendo claro está que hay absoluta libertad para decir que no. 

 

Debo confesar que a esa pregunta contesté que si, por dos razones: la primera porque si decía que no, no me iban a admitir, y yo quería ser del Opus Dei, y la segunda porque tenía claro que la entrega era total, y puestos a entregarnos totalmente que mas daba entregarse como laico, que como sacerdote: este es un punto que no debe de dejar de tenerse en cuenta a la hora de tratar de entender el sacerdocio en el Opus Dei.

 

Pasó el tiempo y un día, como quién no quiere la cosa, uno de los directores de la Comisión, recuerdo perfectamente que al encontrarnos por un pasillo, me soltó a bocajarro: oye, te gustaría ir al Colegio Romano? Me quedé perplejo y lo primero que se me ocurrió preguntarle, fue algo así como, ¿pero qué, es que voy a ir? Y me contestó: bueno, no, es que se me ocurrió preguntártelo. Le contesté que si, que me gustaría, pero que no creía que me tocara ir. Quitándole importancia a la cosa, me dijo que no me preocupara, que si tenía que ir, iría, pero que de momento no había nada sobre eso, que en la región hacían falta muchas manos y que por el momento no iba a ir nadie.

 

Obviamente, del tema se había hablado en la Comisión, es más, el director de marras, con absoluta seguridad, había recibido el encargo de preguntármelo y observar mi reacción.

 

No mas tarde de una semana después, llamaron de la Comisión al centro del que era director por aquel entonces, para decirme que el Consiliario me invitaba a almorzar a la Comisión, y que me piense cosas para contarles en la tertulia. Ya me había olvidado del tema de Roma y me fui al almuerzo, pensando en qué contarles.

 

Terminada la tertulia, se rezó el rosario como siempre y al terminar el consiliario me dijo que si tenía alguna norma que cumplir, la hiciera y que luego pasara por su despacho. Creo que me fui a hacer la oración de la tarde y luego subí a verlo. 

 

Nada mas entrar a su despacho, me dijo, vaya suerte que tienes, te vas a Roma en una semana.!!  Yo no había alcanzado a sentarme, me lo quedé mirando y solo atiné a decir ¿y mi trabajo?. Por aquel entonces yo trabajaba profesionalmente en relación de dependencia, y no entendía cómo de un día para otro, podía dejar abandonado mi puesto, ni qué explicaciones podía dar, ni nada de nada.

 

Me hizo sentar y me dijo muy paternalmente que la Obra y la Región necesitaba personas bien formadas, que recordara que el Padre había dicho aquello del genio al que le faltaba echar una gota de no sé qué en no sé dónde para inventar no se qué cosa, y que cuando la Obra lo necesitaba dejaba todo para servirla. Que yo iría a Roma a reforzar mi formación, para luego ponerla al servicio de la Región y que por lo tanto, inmediatamente renuncie al trabajo y prepare todo porque en tal fecha debería estar allá.

 

De la posibilidad de ordenarme no se habló para nada, no se mencionó la palabra seminario: iba a formarme cerca del Padre y punto.

 

La semana de plazo, pasó en un santiamén: recuerdo que me hicieron sacar el carné internacional de conducir y curiosamente, ir a solicitar el billete de avión, a una agencia estatal de becas para estudios en el extranjero, para lo cual me dieron en la Comisión, un certificado de matricula no recuerdo exactamente dónde: quizá de la Universidad de Navarra, que había abierto poco antes su sección romana, lo cual claramente indica que todo estaba cocinado desde hacia algún tiempo… y yo sin saberlo, y sin haber sido consultado, si no es en un pasillo...!!

 

Recuerdo que me embarqué para Roma un 1º de octubre, munido de mis documentos, de un abultado sobre de “correo en mano”, sobre el que me habían advertido tanto que no debía por ningún concepto desprenderme de él, que recuerdo perfectamente que en mi deseo de hacer bien las cosas, y evitar que alguien me lo arrebatara en el vuelo mientras dormía, lo coloqué atrás de mi espalda: lo que es la paranoia dirán algunos!!!.

 

Pacientemente esperé que dieran las 12 de la noche, y a esa hora, apreté el botón correspondiente –mientras todos dormían- y le pedí a la azafata una copa de champagne…!! Era el 2 de octubre y yo estaba sobre el Atlántico, viajando a Roma para reforzar mi formación junto al Padre!!! 

 

Estaba seguro de que nadie, absolutamente nadie, estaría celebrando, trepado en un avión sobre el ancho océano, el aniversario del día en que las campanas de Nuestra Señora de los Angeles, repicaban alegres celebrando a su patrona, mientras nuestro fundador recibía del Señor, de un modo absolutamente desconocido hasta ahora, la misión de fundar el Opus Dei.

 

Yo había estado en Roma antes, así que no me fue en absoluto difícil localizar el autobús que de Fiumicino me llevaría a la Stazione Termini, y el taxi que me llevaría a Villa Tevere, donde, por indicación expresa y varias veces reiterada, debía entregar el preciado sobre de “correo en mano” antes que ninguna otra cosa… Llegué ya anochecido porque el vuelo no era directo y había tenido que hacer conexión en Madrid.

 

Con mis valijas a cuestas toqué el timbre, aun no conocía que había una forma peculiar de timbrar para que la auxiliar de la portería supiera que quien llamaba era un numerario, y no abriera la ventanilla a preguntar, sino que directamente franqueara el paso. Me atendió muy amable en italiano, y le contesté en perfecto castellano, que traía un sobre que debía entregar en mano. Me hizo pasar y al poco rato apareció alguien a buscar el preciado sobre. Le expliqué que, además de entregar el sobre, yo venía al Colegio Romano, y que qué debía hacer para llegar ahí. Me miró extrañado y me dijo que espere, luego de preguntar mi nombre.

 

Poco después apareció Fernando Valenciano, que mientras me abrazaba con efusión me decía, ¿pero que horas de llegar son estas? ahora habrá que llamar a alguien a Cavabianca para que venga a buscarte, la próxima vez avisa con tiempo porque esto va a causar un desorden, allá deben estar comiendo a estas horas… Ni yo había pedido ir a Roma, ni nadie me había dicho que yo tenía que comunicarle al Consejo mi llegada…. que vayan a hacer puñetas pensé.

 

Me dijo que vaya a saludar al Señor y luego pasara por la cripta a saludar a nuestro padre… Eso de saludar, obviamente es un decir....y que espere en una salita que me indicó a que me vinieran a buscar. Eso si, no se le ocurrió ofrecerme un vaso de agua y mucho menos algo de comer. Luego desapareció sin mas. Hice lo que se me había indicado y me senté a esperar, mirando curioso cada uno de los maravillosos objetos que había en la salita de marras.

 

Abreviemos… Llegué a Cavabianca, como supongo que Harry Potter llegaría a Hogwarts y esto no lo digo por decir. Curiosamente no puedo leer sobre Hogwarts, sin evocar el Colegio Romano y en esa época ni existía Harry, ni se sabía nada de Hogwarts, pero hay muchas cosas que los hacen parecidos.

 

Empezó mi andadura en el Colegio Romano, lo que daría materia para todo un libro. 

 

En las primeras tertulias que tuvimos con el Padre, yo notaba que al terminar, algunos cruzaban unas palabras con él en un rincón y una tarde, en la tertulia de mi grupo, ingenuamente pregunté que cómo hacían esos enchufados para hablar con el Padre a solas, y esto de a solas, porque había notado también que había como dos formas de hablar con el Padre: una mientras salía de la tertulia, en medio del tumulto, con todos alrededor, uno podía acercarse, besarle la mano, decirle de donde era, y quizá se ganaba un beso, un ligero cachetazo y alguna palabra, y otra, en el rincón, mientras todos los demás se hacían los desentendidos. En la tertulia se hizo un silencio sepulcral, mientras algunos trataban de disimular las ganas de reírse a carcajadas.

 

Luego, a solas, el subdirector me explicó, que cuando uno venía al Colegio Romano, lo hacía con la intención de estar disponible para ordenarse, y que era bueno que los que se incorporaban le manifestaran al Padre esa intención, que para eso, no todos de una vez, sino aprovechando los días que el Padre venía a la tertulia, uno se acercara, le dijera discretamente que quería decirle unas palabras, que el Padre se lo llevaría hacia el rincón y ahí sencillamente se le decía que uno estaba dispuesto a ordenarse.

 

Me dijo que “era bueno” hacer eso, no que debía hacerlo, sin embargo, luego de la siguiente tertulia, el subdirector se me acercó y me dijo que no había visto que yo me hubiera acercado a hablar con el Padre y que era de mal espíritu demorar el decírselo, porque saber que uno estaba dispuesto, le daba mucha alegría al Padre.

 

Aquí hago una parada para reflexionar sobre varias cosas: ¿todos los alumnos que se incorporan al Colegio Romano deben saber acerca de la tal costumbre? No recuerdo que en ninguna de las charlas inmediatas a la incorporación al Colegio, se hablara de ello.  ¿Todos los nuevos se enteraban, como me enteré yo, por la sola observación de lo que pasaba? No lo sé porque esas cosas no se preguntan, quizá me perdí alguna charla, porque no puedo entender, como una cosa de semejante trascendencia, debe descubrirse por casualidad.

 

Por otra parte, el subdirector me dijo claramente que “era bueno” hacer eso, no que era obligatorio, y yo entiendo que fuera solamente “bueno” precisamente porque para querer ordenarse debe haber una exquisita libertad. No es que yo no quisiera, porque de hecho estaba dispuesto. Pero primero me dicen que “sería bueno” y después resulta que el subdirector me está espiando a ver si lo hago o no, para decirme que sería de mal espíritu tardarme, por el tema de la alegría del Padre. ¿No era más fácil, y sencillo y menos alambicado, decirme de buenas a primera nada mas llegar, oye, después de la próxima tertulia tienes que hacer lo siguiente?

 

Pues en la tertulia siguiente, al finalizar, me acerqué al Padre y le dije que quería hablarle: ven hijo mío, me dijo y me llevó al rincón; los demás, incluidos los custodes, se hicieron los tontos y miraban para otro lado. Dije lo que tenía que decir, y el Padre me contestó que me lo agradecía, pero que recordara que yo había ido ahí a formarme y no a ser sacerdote, que llegado el momento se vería, que rezara y sea muy piadoso, y que me acordara siempre que era absolutamente libre para decir que no hasta el último momento.

 

Desde luego que todos los que estaban ahí, sabían de lo que estaba hablando con el Padre, porque todos o casi todos, ya lo habían hecho, pero desde luego a nadie se le ocurrió decir nada, ni hacer ningún comentario: de eso no se habla, es más, nadie sabe qué se ha hablado, ni de qué, ni nada de nada. 

 

En un seminario normal, me imagino, que todo gira en torno al principio de que todo el que está ahí es seminarista, todos los que están ahí funcionan en torno a la idea de que son alumnos de un seminario y que en principio su destino final será ordenarse sacerdotes: me doy cuenta que no es fácil explicar, pero estoy seguro de que los que han tenido la paciencia de llegar hasta aquí, entienden lo que quiero decir. Acá nadie se alegró de lo que acababa de hacer, nadie me dio una palmada en la espalda, por el paso trascendental que acababa de dar, poniéndome personalmente y de palabra, a disposición del Padre para ser ordenado: de eso no se habla, eso no se ve, eso no se sabe.

 

Haenobarbo

 

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Publicado el Friday, 24 July 2009



 
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