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 Tus escritos: Sobre los colegios. Comentario a Gabor.- whiteknight

050. Proselitismo, vocación
whiteknight :

Estimado Gabor,

He leído tu pequeña entrada y tengo la impresión de que ambos estudiamos en el mismo colegio en las afueras de Barcelona. Aunque, por lo que cuentas, somos de promociones bien distantes en el tiempo: tú llevas 14 años con tu pareja, yo hace apenas 6 que abandoné la enseñanza secundaria por la superior (en universidad pública, por supuesto). Como tú, mi experiencia me llevó al agnosticismo.

Crecí en una familia indiferente frente a la religión, como tantas otras, que por motivos económicos y formativos decidió matricularme a los 6 años en ese colegio. Ahora posee, además, un centro de educación infantil (¡padres, evítenlo como la peste!), pero entonces sólo contaba con los preceptivos centros masculino y femenino. El primero con nombre de viento, el segundo llamado como un tipo de bosque. Todo muy en catalán, como suele hacer el Opus Dei en esta Comunidad...



Desde pequeño oía hablar de los clubes. Había por lo menos tres y a ellos acudían algunos de mis compañeros de clase, entre los que, naturalmente, se encontraban los retoños de las dinastías de supernumerarios de turno. A uno de ellos me lo encontré más adelante en un centro para universitarios de la Obra, también en Barcelona. Pese a ello ninguno de mis amigos estaba apuntado a club alguno, por lo que nunca mostré interés en ellos. Esta situación no varió durante el transcurso de mi educación primaria y durante la ESO.

Desde el primer curso de bachillerato la actitud de los profesores hacia mí había cambiado completamente. Ya durante los dos últimos cursos de la ESO empecé a descollar muy por encima de mis compañeros, pero tuve la buena fortuna de no dar con tutores o preceptores que se decidieran a ir a por mí. Con cierta retrospectiva puedo darme cuenta que entonces parecían mucho más interesados en chicos algo mediocres y más bien pícaros, de los que algunos escaparon de sus garras y a otros los veo trabajando en el colegio (algún docente, algún conserje, algún secretario).

Como digo, fue en primero de bachillerato cuando por primera vez me propusieron ir una tarde a un club, el que estaba en el mismo recinto escolar. Debían ver en mí el arquetipo de muchacho "pitable" como agregado: inteligente, trabajador, tímido, de clase media, idealista y con inquietudes filosóficas, teológicas y espirituales. Sabían que yo era un forofo de cierta saga de ciencia ficción y se me propuso dar una charlita al respecto en el club. Ilusionado me tragué la meditación, hice la charla y cené gratis. Estaba encantado de la vida y todos los profes parecían conocerme, ser coleguitas míos y me llamaban por mi nombre como queriendo hacer ver que mi fama de geniecillo me precedía. Explotaron mi vanidad.

Aquello se repitió en otro de los clubes, éste situado en la misma ciudad pero en un barrio distinto. Parece que decidieron que como pitable yo pertenecía a ese centro, porque desde entonces todos los que me proponían planes eran de allí. Mi charlita fue un aparente éxito: incluso el cura me confesó que admiraba a la gente como yo, capaz de interesarse tanto y dedicar ese tiempo a temas como esos. Ese comentario me sorprendió entonces como inapropiado, ya por educadamente mendaz, ya por revelador de una sensibilidad atrofiada.

Para el siguiente curso (y último en el colegio)debieron decidir que valía la pena empezar a ir a por mí más en serio (para entonces creo que yo ya iba por ahí con mi kit de rezo del rosario y mi estampita de José María Escribá Albás). En un recreo de la mañana, así, a bocajarro, como dándome una estocada en el abdomen, el director de bachillerato, en un aparte, me preguntó que qué tal mi vida espiritual y que si lo quería hablar con él. Le dije que bueno, que vale: ¿qué iba a decir si no? Estaba siceramente preocupado por mi espiritualidad. Por una parte, siempre había sentido, dada la educación recibida, que tenía serios problemas de pureza y con la misa dominical. Por otra parte, mi sensitividad espiritual se había agudizado enormemente gracias a un genial profesor de filosofía y religión (si todos los agregados fueran como él y el OD sólo contara con agregados, otro gallo le cantaría). Así pues, quedamos en su despacho para otro día.

Allí hablamos de cosas de las que nuca antes había oído hablar: plan de vida, misa y comunión diarias, etc. Yo le dije que de misa, mal. Él pareció divertido por mi salvaje sinceridad y, sonriendo, me propuso solucionarlo juntos. Acepté. La primera medida fue proponerme acudir a un círculo breve semanal, los jueves. También se lo propusieron a mi mejor amigo de entonces, supongo que porque era precisamente mi mejor amigo y, yendo él, yo no podría negarme.

Ocurrió que mi amigo vio de lejos lo que se avecinaba desde la segunda sesión y lo dejó. Me lo comentó y, cómo no, hablando con el director yo se lo mencioné. Él me conminó a insistirle, a lo que me dediqué con cierta brusquedad todo un recreo. Mi amigo acabó asqueado de mí. Afortunadamente me di cuenta en seguida de que aquello no tenía sentido, que no tenía derecho a obligarle y lo dejé correr. Me asusta pensar en lo que un agregado o numerario joven puede llegar a hacer a su "amigo" asignado si a los dos días yo fui capaz de aquello con mi amigo de veras.

Así empezó mi andadura por el club, el frecuentar su fauna y flora humanas y, cómo no, la suspicacia de mis padres, que, benditos ellos, siempre me dejaron hacer, pero siempre preguntando mucho y no dejando nunca de estar al tanto de todo lo que hacía, por si tenían que intervenir de urgencia, como efectivamente ocurrió. Al círculo breve se añadió el impartir catequesis a los niños de barrio y, eventualmente, pasar los sábados por la mañana por allá con la excusa de que veíamos una serie de películas de las que a mí me gustaban. Todo atenciones personalizadas. Fue entonces cuando el director de bachillerato, que entonces era el encargado de seguirme, me dijo algo que sólo ahora entiendo: "Fulanito, si para que un amigo se haga santo tienes que ir en canoa con él... ¡pues a hacer canoa!".

En paralelo me sugerían que intensificara mi plan de vida: oración por la mañana, por la tarde, ángelus, rosario, lectura. Ello se prolongó (sin el impartir catequesis) durante mi primer curso en la universidad. Como el director de bachillerato ya no podía estar por mí y yo aún no estaba maduro, me asignaron un nuevo amigo: un agregado joven universitario muy simpático y buenazo. Yo charlaba con él, iba a los círculos breves, etc. Así pasó más o menos mi primer año de universidad. Incluso en mayo propuse (tras sugerirlo el director) una romería urbana a los de mi clase de la Facultad, así a palo seco, con letreritos y todo colgados en las paredes. Seguramente fui la atracción de feria en aquellos días y, aún hoy, siento vergüenza ajena de mí mismo, del yo de aquél entonces.

Creo que el cometido principal de mi "amigo" universitario era sugerirme la vocación. Me contaba historietas que le habían explicado a él y alguna experiencia personal. Realmente se lo creía: estaba henchido de buenos sentimientos y convencido de que podía hacer mucho bien con ese estilo de vida. Finalmente él (o quizá el director del centro y club) me dejó un librito cuyo título no recuerdo. Sólo logro recordar el óleo que ilustraba la portada: Jesús de Nazaret cargando con su cruz. Todo muy heroico y con aires de aventura épica para un mozo que sólo quería hacer justicia. Afortunadamente no soy estúpido y me daba cuenta de que sencillamente jamás respondían a las dudas que mostraba tener sobre cuestiones de fe o de moral, o bien daban una respuesta completamente insatisfactoria. Digamos que yo callaba, pero guardaba todo esto en mi corazón.

Y se montó el grandioso plan para aquel verano: camino de Santiago. Con la excusa de que yo ya lo había hecho, participé en la organización. Digamos que se pretendía darme el empujón definitivo para que creyera que tenía vocación. Aquellos días me lo pasé muy bien: jugábamos, rezábamos, comulgábamos. Un día se nos recomendó que, al caminar, cuando nos viniera bien, hiciéramos un aparte con el cura que nos acompañaba para charlar con él. Este era un sacerdote numerario al que le encantaba gastar a la gente bromas muy dolientes: hizo del más joven de nosotros objeto de burla y, una vez, hizo creer a un niñito gallego que había perdido a su mascota que él se la había encontrado muerta. Ya sabéis: tono humano y todo eso, y la dignidad de ser ministro del Espíritu Santo.

Un día nos encontramos por nuestro camino, en las afueras de una ciudad (¡oh casualidad!), una exposición sobre José María Escribá Albás. A veces me pregunto si no se montó todo el camino para que pasáramos por aquél lugar aquél día. Me compré una pequeña edición de "Camino" e hice propósito (incumplido) de leer algo cada día. Desde entonces el director del centro empezó a hablarme cada vez más francamente sobre la vocación. Yo estaba confuso, muy confuso. Unos días creía tener vocación para el sacerdocio, otros, para el matrimonio. Es que sólo tenía 17 años, oigan. El día que hablé con el cura, era de los que me veía sacerdote. El cura fue corriendo a contárselo al director, que vino a hablar conmigo para ver cuando podíamos comentarlo con calma.

Al día siguiente empezó a hablarme (estábamos no sé dónde, sentados en el suelo con las piernas cruzadas) de lo de la carta al padre, de no dejarlo para cuando acabara la carrera, de empezar ya a estudiar y dedicarme plenamente al obtener la licenciatura, etc. Pero era uno de esos días cuando yo me sentía "family guy", se lo dije, y se quedó a cuadros, decepcionadillo: "Pero, pero... ¡ayer parecías tan convencido!". Pues nada, a discernir. Y seguí discerniendo durante agosto, dándole la lata a mi familia buscando dónde ir a misa en nuestra ciudad de vacaciones. Aquello les asustó muchísimo. Yo estaba como enajenado: tal era el temor que habían llegado a inducirme por el incumplimiento del deber dominical.

Durante el primer trimestre del segundo curso empezaron a proponerme la misa diaria y la dirección espiritual, como quien no quiere la cosa. Quien hizo esto fue el director del club, cierto ingeniero que finalmente fue trasladado, todo sonrisas forzadas, risas de garganta, gestos amplios y bromas blandas. La buena fortuna quiso que en aquellas fechas yo hubiera empezado a entablar amistad con chicas, con lo que estaba como más espabiladillo. Con lo de quedar con unas amigas a quienes había ayudado en los estudios se me olvido la dirección y el pobre hombre me llamó, como triste, diciendo que tenía que comprender que aquellas cosas sentaban mal. Lo cierto es que me importó bien poco, he de reconocer.

Como yo no avanzaba en lo de la vocación, todos empezaron a sospechar que mis padres habían metido mano. Esto era medio cierto. Más bien era el temor a la reacción de mis padres lo que más me detenía.

Cierto fatídico día el director del centro me llamó para no sé qué a su residencia. Todo una excusa para que viera el estilo de vida que llevaban. Se lo expliqué a mis padres y les horrorizó atisbar lo que parecía ser una chispa de admiración por todo ello. Aquel atisbo, junto con mis conocidas ideas sobre la religión, el OD y el celibato hicieron que tomaran una decisión tajante. Yo no volvería a ver a aquellas personas en 9 meses. Si acabado el curso quería volver a frecuentarlas sería libre para ello.

Aquello fue mano de santo.

whiteknight




Publicado el Friday, 24 July 2009



 
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