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 Correos: Actitud intolerante del Cardenal Cipriani, del Opus Dei.- Hugo Cáceres

900. Sin clasificar
Hugo Cáceres :

 Carta de apoyo al padre Eduardo Arens, S.M.

y de rechazo a la actitud intolerante del cardenal de Lima Juan Luis Cipriani, del Opus Dei

Hugo Cáceres, 16 de noviembre de 2009

 

            La hostilidad que provoca en Mons. Juan Luis Cipriani cualquier situación que escapa de su control o que desafía su limitada comprensión de la realidad peruana y eclesial, es suficientemente conocida como para recurrir a ella y argumentar en favor de mi profesor, amigo y colega Eduardo Arens. Además de sus conocidas rabietas, rociadas de lenguaje grosero que ponen en situación embarazosa a la Iglesia peruana y a sus propios cofrades del Opus Dei, son también ampliamente reconocidas las ambiciones de poder que conducen a Cipriani a actuar de modo arbitrario, arrogante y caprichoso, como lo prueban multitud de sacerdotes y religiosos que se han visto obligados a emigrar de la Arquidiócesis de Lima, porque los ha despojado de casas de retiro y parroquias. Está de más recordar que la ambición máxima del purpurado es asumir el control absoluto de la Universidad Católica, deseo que se ha visto frustrado por la acción eficaz de nuestra primera casa de estudios. Pero todo esto no sería más que fruto de un dudoso exceso de celo, comprensible en un arzobispo de escasos recursos teológicos y torpeza pastoral si es que además Cipriani no hubiera sido un permanente obstáculo de las investigaciones al régimen dictatorial y corrupto de Fujimori, un decidido enemigo de la Comisión de la Verdad y Reconciliación y un obcecado enemigo de la defensa de los derechos humanos...  



           Obviamente no soy el primero en señalar estos pecados de omisión respecto de la Doctrina Social de la Iglesia. Ante el reciente evento en la Universidad Católica sobre La Doctrina Social de la Iglesia y el Desarrollo Humano Integral, el purpurado desafió a sus colegas obispos y a todos los que participaran con fuertes amenazas que ninguno tomó en serio. Por otro lado, Cipriani ha querido borrar aquella nefasta imagen que demostró cuando fue arzobispo de Ayacucho y ha asumido la posición de abanderado de la lucha antiabortista (pero guardó cómplice silencio cuando Fujimori ordenó a través del Ministerio de Salud las ligaduras de trompas aprovechando de la ignorancia de madres jóvenes del pueblo). Sus esfuerzos antiabortistas son muy loables por cierto, pero practicados de modo desarticulado de un interés práctico por la niñez desamparada y los niños de la calle, como lo comprobó con sus arrebatos de celos frente a la obra del Hogar de Cristo

            Destruye lo que no comprendes, parece ser el lema pastoral del cardenal Juan Luis. Sus berrinches acompañados de improperios, que son bastante conocidos y divulgados sotto voce por los temerosos clérigos que lo rodean, se han dirigido de modo sistemático contra cualquier teología que exija un mínimo de esfuerzo intelectual. Un razonamiento complejo que requiera comprender dos proposiciones antes de arribar a una conclusión parece que desafía la simple fe del pastor y pone en figurillas a sus asesores teológicos. Cipriani se ha convertido en la Iglesia peruana en un alma gemela del general Artola de los años de la dictadura militar; prueba de esto es que en los corredores del palacio arzobispal y la Facultad de Teología circulan varios chistes sobre el escaso cacumen del mitrado. Por otro lado esto no tuviera nada de objetable si sólo se tratara de desinformación teológica o una simple deficiencia de formación, después de todo el razonamiento teológico es deseable pero no es causa eficiente para lograr la santidad ni para el ejercicio de pastor. Sin embargo, incapacidad teológica y ausencia de humildad, sí son una combinación fatal, deplorable en los llamados príncipes de la Iglesia.

            Ya que la situación actual de la exégesis católica exige comprensión de la complejidad de la Sagrada Escritura, espíritu orante para estar en sintonía con la Palabra y una vasta información respecto de los documentos que emanan de la Pontificia Comisión Bíblica, requisitos que no están al alcance de monseñor Cipriani, no es de extrañar que sus temores y ansiedades se hayan dirigido desde hace más de una década al primer biblista del Perú, el padre Eduardo Arens, sacerdote religioso marianista, doctor en teología bíblica en la Universidad de Friburgo y destacado miembro de diversas asociaciones internacionales de biblistas. El recorrido intelectual y la integridad moral del padre Eduardo son tan reconocidas en el mundo eclesial peruano y más allá de nuestras fronteras, entre los religiosos y laicos estudiosos de la Biblia como la dureza de mente y corazón del cardenal de Lima. Eduardo Arens ha influido positivamente en la formación teológica de numerosas generaciones de religiosos y sacerdotes que hoy día ejercemos la docencia y diversidad de ministerios en la Iglesia peruana, que ha encendido los celos cardenalicios al punto de despojar a Eduardo de la missio canonica, es decir del permiso para enseñar. Una comunicación de agosto del presente año al Instituto Teológico Juan XXIII de Lima, donde Eduardo Arens es profesor principal de Biblia, ha sido el manotazo que Cipriani ha lanzado al religioso marianista, afirmando que no le concederá el permiso de enseñar de forma tajante y definitiva. Esta orden cuidadosamente protegida por las discretas autoridades de esa institución, no podía mantenerse más tiempo en secreto porque el Instituto Teológico Juan XXIII es una institución dependiente de los superiores religiosos que envían a estudiar a sus jóvenes a tal centro teológico y por medio de estos provinciales conozco no sólo la inminente prohibición de enseñar a Eduardo sino además a otros dos expertos profesores.

            La campaña de Cipriani contra Eduardo no tiene sólo carácter doctrinal. ¡Qué saludable sería para el mundo teológico limeño un diálogo de un arzobispo preocupado por la ortodoxia y de un biblista que desgrana las riquezas de la Palabra de Dios, esto llenaría los balcones de la Plaza Mayor de Lima! Pero es imposible de esperar esta actitud dialogal en Cipriani cuya única herramienta pastoral es la amenaza y que jamás se atrevería ni siquiera a poner por escrito las razones teológicas por las que se opone con tanta saña a un teólogo. En el fondo la enemistad del cardenal con Eduardo hunde sus raíces en la ambición. Se debe a que, como sacerdote marianista, Arens predica en la parroquia de Santa María Reina, cuya audiencia incluye a un poderoso sector económico y político de la ciudad y a muchas otras personas que, aunque ya no viven entre San Isidro y Miraflores, acuden a la misa de Eduardo desde otros barrios igualmente ricos, porque prefieren el estilo directo, franco y agudo de Eduardo que dista mucho de los aburridos sermones de corte moralista y reprochador, que cada vez son más frecuentes en Lima, incluidos los del señor cardenal. La predicación de Eduardo es sobre todo humana y recurre al Evangelio para iluminar la vida común de los fieles y animarlos a practicar la fe más allá de los reclinatorios de la iglesia ¿Qué podría incomodar más a Juan Luis que el padre Arens tenga como auditorio a la clase social que más apetecen controlar el Opus Dei y otros grupos afines por medio de su jerarca? ¿Enrojecerán las mejillas del cardenal, como su vistoso traje, cuando escucha los sermones que hace grabar por sus espías en Santa María Reina, al comprobar la integridad de Eduardo quien se dirige  a los poderosos de la ciudad después de ejercer una labor ministerial en los pueblos jóvenes de Lima? Algunos allegados me han comentado que el retiro de la missio canonica a Eduardo Arens fue un viejo anhelo del cardenal quien ha afirmado que no le permitirá enseñar “mientras sea arzobispo de Lima”. Es obvio que Juan Luis no conoce lo que es la conversión, porque si actuara pastoralmente dejaría por lo menos la oportunidad de una futura corrección y reconciliación. Pero es obvio que aquí se trata de iras no santas.

            He comentado con muchos amigos y amigas que tienen autoridad en la Iglesia peruana de la triste situación que los jóvenes religiosos y seminaristas van a experimentar el próximo año si se le cierran las puertas de las aulas a nuestro más ilustre biblista. Eduardo ama la enseñanza pero sobre todo detesta la mediocridad y nunca va a dejar de ser una presencia incómoda para todos los que se contentan con verdades de conveniencia y prefieren no enojar a los jerarcas de turno. Mis amigos y colegas han demostrado simpatía por Eduardo y vergüenza por las herramientas a las que recurre la máxima autoridad de la arquidiócesis de Lima. Pero también ellos me han explicado que si se oponen públicamente a las medidas autoritarias del cardenal, se exponen a sufrir las mismas consecuencias y poner en peligro su permanencia en el territorio de la arquidiócesis de Lima lo que pondría también en vilo las numerosas obras sociales, en particular la educación, salud y alimentación de los más pobres. ¡Qué lástima que el temor sea el único sentimiento que provoca un pastor sobre su grey!

            Si Cipriani estuviese convencido que Eduardo está equivocado teológicamente se preocuparía por ayudarlo a corregir sus errores, pero esta jamás ha sido su actitud, a pesar de que Eduardo solicitó por diversos canales la posibilidad del diálogo. Más bien ha planificado destruir a la persona y no combatir con razones la incómoda predicación en el templo o en las aulas. Así se ha hecho merecedor del reproche del profeta Ezequiel a los pastores perversos: “No fortalecen a las ovejas débiles, no curan a las que están enfermas, no vendan a las que están heridas, no traen a las descarriadas, ni buscan a las perdidas, sino que las dominan con dureza y crueldad” (Ez 34,4).  Ya no vivo en Lima, si no pegaría con cinta adhesiva esta carta en la puerta de la catedral. Para mí, como religioso peruano, una prohibición a otro religioso sin mediaciones dialogales no es sólo un insulto a la inteligencia, también es un acto contrario a la dignidad de la vida religiosa.  

            Convoco a la multitud de exalumnos de Eduardo, muchos de ellos en posición de importancia en la Iglesia peruana, que expresemos de todos los modos posibles nuestro rechazo a las actitudes intransigentes e infantiles de quien anhela con tantas ganas llegar a ser el Presidente de la Conferencia Episcopal Peruana, cargo que sus hermanos obispos han visto imprudente dejar en manos de tan irascible prelado. Cipriani suele esgrimir el argumento que si se le critica a él, se critica a la Iglesia. No. Esta carta no es de crítica a la Iglesia, es de crítica a un pastor con nombre propio que sólo está en esa posición por un fatal error.  

Hugo Cáceres Guinet, cfc




Publicado el Monday, 16 November 2009



 
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