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 Tus escritos: A las personas. A la Institución.- Books

070. Costumbres y Praxis
Books :

A LAS PERSONAS. A LA INSTITUCIÓN.

Books, 23 de noviembre de 2009

 

Cuando por cualquier motivo me encuentro pensando en la culpa de lo bueno y de lo malo de la obra, siempre termino respondiéndome que es la institución y son las personas particulares las que se encargan de llevar a cabo lo malo y lo bueno.

Vivo rodeada de centros del opusdei. El más cercano a cinco minutos de mi casa, el que se encuentra más lejos a unos veinte.

Me cruzo con frecuencia con sacerdotes, a unos los conozco, a otros no. A veces me entran ganas de pararlos para decirles algo, pero no lo hago porque no tengo muy claro que les diría...



Cuando en alguna ocasión ha salido el tema con algunos amigos y les he contado que sacerdotes y numerarias no se miran, ni se hablan cuando van solas, sobre todo cuando se los encuentran por la calle, también en los centros, no lo entienden, no pueden creérselo. ¡Qué gente tan rara! me dicen.

Un verano en el que me tocó atender un retiro de señoras a las cinco de la tarde se produjo una escena digna de grabarse con cámara oculta. Nos encontrábamos a las puertas de la iglesia con un calor insoportable. Me llegaba la onda de que algo pasaba con la sotana del cura y con las llaves. No me enteraba, no entendía que ocurría. Decidí acercarme a hablar con el sacerdote que estaba retirado, a unos metros del grupo. Por lo visto no se encontraban las llaves para entrar al templo. La cosa se solucionó después de media hora. Entramos sudando al frescor de la iglesia y maldije al retiro, a las sotanas, a los curas pejigueros, a las costumbres del opus y todo lo que se me pasó por la cabeza. Todo por no poder hablar con el cura en su momento, cuando llegamos.

Lo peor de todo, es que unos días después ya en mi centro, una numeraria ejemplar, instruida por una directora ejemplar, me vino a corregir: “El otro día estabas hablando con un sacerdote, tú sola, en la calle”. Pa tirarse de los pelos, o para arrancarle la peluca a la numeraria, a la directora y a la madre que las parió.

Cierto es que en ese mundillo, el mundillo del opusdei hay gente pa tó. Curas que hablan contigo con total normalidad. Numerarias que pasan tres pueblos de las llamadas “normas de prudencia” y de muchas otras normas y costumbres de cualquier tipo y modelo.

Es cierto que puedes llegar a odiar vivir en un centro, como también puedes irte llorando y con pena de otro.

Depende en gran parte de las personas con las que te tocó vivir. Digamos que es como una lotería. Si te rodeas de personas amargadas, deprimidas, cenizas, con malas pulgas, tu vida puede hacerse insoportable. Lo mismo ocurre si te tocó en suerte una directora prepotente, insensible, inflexible, mezquina, que no escucha a nadie. Es la institución la responsable de que esto ocurra, porque es ella a través de las delegaciones la que pone y quita y la que mantiene en sus cargos a gente impresentable.

Es la institución la que por no poner remedio a situaciones insufribles, acaba poniendo en camino de la cuarta planta [de la clínica Universitaria] a muchas personas que se lo podían haber ahorrado y que se lo han ganado gratuitamente.

¡Qué diferencia había entre unos sacerdotes y otros!. Un tema prohibido en las tertulias de las numerarias. No se podía hablar de ningún sacerdote, y si por casualidad se hacía alguna vez, en breve, llegaba el aviso correspondiente. ¡Cuanta medida de prudencia y de respeto y cuantos camellos se dejaban colar!

Había sacerdotes que tanto en meditaciones como en clases, era un gustazo escucharlos. Casualmente eran los que no se ceñían a los guiones, los que trataban los temas desde otros puntos de vista, los que tan solo necesitaban un par de cuartillas con unas cuantas notas, profundas y claras.

Por el contrario había otros que cargaban con libros y que leían notitas y notitas, y todo era “como decía nuestro padre”, y de su cosecha, poco. Soporíferos, monótonos incluso en el tono de voz, vacíos y superficiales.

Recuerdo con frecuencia a un sacerdote al que me gustaría localizar. Influyó de un modo especial en una etapa de mi vida. De alguna manera me hizo sentir persona de nuevo. Fueron un par de años en los que de algún modo salí de esa especie de letargo en el que me encontraba. Por primera vez en años respiré un aire distinto. El oxígeno viciado que respiraba pasó a ser más puro. Era la primera vez en años, en que sentí a Dios como padre y me creí una buena hija. Era un padre bondadoso. Desapareció esa imagen borrosa que tenía de un padre castigador, perseguidor, espía. Fue el sacerdote más humano que conocí en la obra y el que parecía estar tocando el cielo. Era sacerdote, y era hombre. El era así, porque era él, no por ser del opusdei. Para él el opusdei era algo puramente anecdótico. Le interesaba cada persona. Aborrecía las cifras, los montajes, el espectáculo, lo extraordinario. Transmitía tranquilidad, y nunca pasaba nada ¿las prisas, para qué sirven las prisas? ¡qué tontería ponerse nervioso porque no llega el autobús! Era maravilloso oírle hablar del Jacaranda, del azahar, de la buganvilla. Jamás soltaba una retahíla de consejos, ni ponía ejemplos.

Un día se fue.

Mi vida empezó a cambiar de nuevo. Otra vez se enrareció el aire. Quien sabe si de haber recibido unos años más aquel oxígeno puro, mi futuro hubiera sido distinto. Quizá hubiera aprendido a vivir como él, quizá hubiera considerado que ser del opudei era solo una anécdota.

Quizá él se fuera para que yo me diera cuenta de que no se trataba de vivir como él, porque él era así, y yo no era él ni lo sería nunca.

Quizá él se fue para que yo me bajara de la nube y mi historia siguiera su curso. De hecho, así fue.

Apareció en mi vida una persona que era el polo puesto. Rígido, inflexible, serio, poco humano, muy teórico y para colmo, mal predicador. Meditaciones vacías, recitadas de memoria, sin olor a humanidad. Frases dichas en un solo tono.

¿Cómo puede el sacramento del perdón y la misericordia provocar infelicidad y lágrimas? ¿es Dios el que te hace sufrir, o es el sacerdote que parece vivir en la amargura? ¿Tiene algo de culpa la institución? ¿Es la institución o son las personas que van apareciendo en tu vida las que te hacen reaccionar? ¿Es la institución o son las personas las que te llevan a plantearte si el opusdei es algo bueno?

¿Quién provoca el desencanto, el desaliento, la desconfianza?

¿Se podría decir que depende de quien dirija una delegación o un centro así se sucederán los acontecimientos? ¿Se podría decir que lo bueno y lo malo del opusdei depende de quien esté al frente en Roma o en Madrid?

Este verano como ya conté intenté hablar con el vicario, el secretario o con cualquier sacerdote de Diego de león, cosa que me fue imposible porque me negaron la entrada.

En la asesoría, en concreto, en la administración de la calle Lagasca, sí pude mantener una conversación con una numeraria que me pareció bastante sensata y que se interesó por mi situación y no hizo oídos sordos a mi petición.

Pero todo cambió en Sevilla. Mi petición se trasladó a esta delegación en la que me dieron un no por respuesta.

Yo trabajé casi todos los años de mi vida en el opusdei en las administraciones, y fueron muchos.

Renuncié a mi secretariado de dirección, a los que dediqué cinco años de estudio. Estudié por voluntad del opusdei una carrera de cuatro años que no sirve para nada en el mundo de las personas corrientes. No obtuve ningún título. Las Ciencias Domésticas en esta tierra sonaban a chino. Nada oficial, nada que aportar en un currículum.

Yo no fui una administradora paseante, de las que van a darse una vuelta y a echar un ojo al trabajo. Trabajé mucho, a veces en circunstancias penosas, con poca plantilla, con pocos medios, con personas que no eran idóneas para atender casas tan peculiares como los centros de varones.

Hubo un año en el que trabajaba en la cocina de un colegio mayor de cien hombres en edad de mucho comer. Teníamos a seis niñas en la plantilla, para limpiar, lavar, planchar, fregar, cocinar. Una de ellas era un adscrita auxiliar que no estaba en muy buen plan, y que se quedaba en su habitación cuando no quería saber nada de nadie.

Fueron muchos los sacos de patatas que manejé, enormes. Sartenes basculantes y marmitas de un tamaño considerable las que fregué una y otra vez. Latas y latas bien grandes de conservas las que transporté. Máquinas acristaladoras de mucha potencia las que utilicé en muchas ocasiones. Mis cervicales y mi espalda se resienten desde entonces, y me duelen a diario. Terminábamos los turnos sobre las cuatro, pero yo no me iba a la tertulia. Me duchaba y volvía a irme a la cocina para darles clases teóricas a las niñas. Después, hacía las normas todas juntas, de aquella manera, y volvía a la cocina a hacer tortillas de patatas, pizzas o lo que fuera. Llegaba tan agotada al colchóntabla que no podía ni dormir.

Un día me encontré por casualidad con la secretaria de una obra corporativa, me sonrió y me dijo ¡Hija, qué suerte hemos tenido contigo, qué bien nos ha venido el millón y pico de pesetas por el curso que estás dando a las niñas! Yo puse cara de sorpresa, y ella se dio cuenta de que había metido la pata. Sí, se le escapó, se percató de que yo no sabía nada. Yo no sabía que a costa de mis huesos la obra corporativa estaba ganando dinero. En lugar de impartir ellas el curso, lo hice yo. Yo una vez más estaba en las nubes.

En otra ocasión trabajaba en una administración por las mañanas, todos los días, incluidos sábados y domingos. Por las tardes daba clases en la obra corporativa antes citada. La administración y la casa en sí, eran de lo más viejas. Cuando llovía se nos inundaba el patio, en el que entre otras cosas teníamos instalado un arcón congelador. Cuando se nos olvidaba algo y estábamos en la residencia, la que se quedaba en la administración nos lo mandaba en un cesto, tirado por una cuerda, desde el bajo hasta la tercera planta, ya que no había ascensor. Por las noches cuando me iba a dormir, no sabía ni cómo me llamaba. No me dieron de Alta en la Seguridad Social ni en la administración ni en la obra corporativa.

Son tan solo dos ejemplos. Hubo muchos más, algunos contados en “Mi vida sin mí”.

Tan solo coticé siete años, de los muchos que trabajé. De haberlo hecho como una persona corriente, todos los que trabajé, tendría derecho a una pensión.

Esa fue la petición que hice. Que me restituyeran por los años que trabajé duramente, sin estar dada de Alta.

Cuando la persona de la delegación a la que me referí anteriormente me contestó “no”, le dije que no estaba de acuerdo, que iba a seguir intentándolo. Me argumentó un montón de tonterías para una cuestión tan simple: no me dieron de Alta en la Seguridad Social, y punto. La miré fijamente, y le volví a insistir en que me parecía mal. Me dijo que nunca llegaríamos a entendernos, pues ella se movía en la órbita sobrenatural. No diré que mi reacción fue de incredulidad, pues después de ocho años de “contar con bastantes datos”, ya nada me parece imposible.

Hoy mi petición va dirigida a la institución, a las personas. Al prelado, a los vicarios, a quien corresponda, a las personas en particular o a la institución en general.

A cualquier persona de la obra que sepa lo que es la justicia, que crea en ella y la practique. A cualquier persona que hable de caridad y demuestre con obras lo que predica.

A esas personas de la obra que se sienten cristianos corrientes, que trabajan y cotizan porque son de este mundo, de este país.

A ese abogado supernumerario que cree en las bondades del opusdei.

A cualquier persona de la obra que entienda que trabajé durante muchos años como una ciudadana corriente, como una trabajadora corriente, y no conté con los derechos que tiene cualquier trabajador.

Confío en que mis palabras no caigan en saco roto.

El prelado habló ayer en córdoba de santificación del trabajo. También hizo referencia a la doctrina social de la Iglesia. Creo que entre las personas que asistieron a la reunión había algunas pertenecientes a distintos sindicatos.

No sé si se habló de los derechos y deberes de los trabajadores. No sé si alguien preguntó sobre el tema de las cotizaciones a la Seguridad Social. Si yo hubiera estado allí, y me lo hubieran permitido, habría hecho esa pregunta.

Los trabajadores tienen derechos y deberes. Yo cumplí con mi deber en demasía. Mucha gente puede dar fe de ello. Por eso quiero que el opusdei cumpla con el suyo, siendo justo conmigo.

Confío en que la santificación del trabajo y la doctrina social de la Iglesia no sean solo bonitas palabras que se lleva el viento. Confío en escribir pronto en estas páginas, que se trata de una realidad.

Books.




Publicado el Monday, 23 November 2009



 
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