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 Tus escritos: La Fábula de la Jañapita Verde.- Emevé

020. Irse de la Obra
Emevé :

Agustina y amigos todos,

 

Ayer un amigo me envió una hermosísima historia, y me dio la idea de cómo redactar mi saludo navideño a los lectores de opuslibros.

 

Felices fiestas.

Emevé

La Fábula de la Jañapita Verde

 

Las fábulas, como todos saben, son creaciones literarias, o algo así (está bien, afirmo que ustedes lo saben mejor que yo), que tiene por protagonistas animales, a quienes se les dan características humanas. Estas fábulas esconden un mensaje que el autor pretende que sea trascendente para los lectores y para la eternidad (que luego no me dirán eso de “nunca perseguí la gloria, ni dejar en la memoria de los hombres mi canción”… que si uno hace arte de cualquiera de las formas es porque desea perdurar, cosa diferente es que realmente perdure, pero eso ya es un tratado aparte).

Esta es, pues, una fábula. La fábula de la jañapita verde...



Deben saber ustedes lo que son los jañapes. ¿No lo saben? Bueno, eso les pasa por no haber pasado tiempo de sus vidas en los norteños arenales del desierto de Sechura, en Perú. En medio de ese desierto se han construido varias ciudades que le han ganado terreno a las arenas generosas de la costa norte. Le han ganado a las arenas, pero no a estos bichos pequeños, parecidos a las lagartijas, pero de tamaño tan chiquito que hacen gritar a las mujeres cuando los encuentran en sus paredes, porque nunca se sabe cómo entraron. Dice la sabiduría popular que son venenosos, entonces lo que toca es matarlos apenas se les ve. Otros dicen que se comen a las arañas caseras así que algunas veces, si no molestan mucho, se les deja sobrevivir a escondidillas por las casas norteñas y convivir casi pacíficamente con los humanos de la zona.

Pero bueno, esto no es una fábula de la relación de la jañapita con los humanos. Esta es una fábula de la jañapita verde, sin más.

La jañapita verde nació de un huevo único. Los padres podían poner más huevos, de hecho los pusieron, pero sólo éste fecundó. Fue como un milagro que iluminó sus vidas. Fue tanta la alegría, que al verla nacer no se les ocurría ningún nombre novedoso, porque era igual a su mamá (y a su papá: la verdad, es difícil a veces distinguir entre la mamá y el papá, sobre todo si uno no es jañapólogo experto). En resumen, y para no alargar, la jañapita llegó a un lugar donde era amada y esperada y era igual a todos. Fue el centro de atención por mucho tiempo. Pero un buen día, otro huevo de los padres se fecundó, sin la suerte de la jañapita verde. Fue un desastre, no sabían si sobreviviría, ni si al nacer podría ser como los otros jañapes verdes del barrio. Le pusieron un nombre especial y diferente, lo cuidaron con amor, y lo protegieron de todos, hasta de la jañapita verde, que por ser tan igual a sus iguales, desapareció de la vista de los padres y perdió el protagonismo que había adquirido por mucho, mucho tiempo… que en años de jañapes es más que en años humanos.

No me toca decir lo que la jañapita verde sintió, pero ella dice que se parece a un hueco en el pecho, más grande que el pecho. Pero nadie lo notó, porque ella parecía igual que los otros y, cuando todos son muy iguales, es difícil notar la diferencia y los hoyos en el pecho.

Un buen día, cuando a la jañapita verde ya le tocaba empezar su viaje sola a través del desierto, buscando una casa qué invadir, y, tal vez, un jañapito verde con quién unirse y tener sus propios huevos, conoció a una jañape igual a ella pero con un aire de lagarta que impresionaba mucho.

-       ¿Y tú quién eres?, le dijo la muy ladina.

-       Soy una jañapita verde, ¿no ves mi color? ¿no ves mis escamas relucientes?

-       Pues, mirándote bien, yo pienso que no has nacido para ser jañape, sino para ser lagartija, lagarto o una cocodrila en toda regla.

-       ¿Tú crees?

-       Así es- dijo la taimada- al mirarte sé que has sido elegida desde toda la eternidad, desde el trono más alto de los dioses reptiles del desierto, para convertirte en un animal enorme y feroz que domine ya no el desierto, sino los manglares del norte. Tú has nacido para ser lagarta, mírate, eres diferente, eres especial, eres caudillo, eres líder.

 

La jañapita verde, que estaba en pleno dilema existencial porque ya le tocaba iniciar su viaje a través del desierto, como dijimos, encontró en estas palabras un refugio a su miedo a empezar el dichoso viaje, un retraso justificadísimo a la madurez que todo jañape vive. Una oportunidad de no ser igual a todos, sino alguien especial, como el huevo pequeño que le nació a sus padres, a quien todos amaban y cuidaban porque pensaban que se iba a morir. Así que le creyó. Y por un tiempo intentó ser lagarta.

Es muy difícil eso de intentar lagarta, porque el jañape que se enrola piensa que va a seguir viviendo en el medio del desierto en el que creció, y no es así. Los jañapes convencidos que su destino es ser lagartos, viven más al norte, en los manglares, que es un clima tropical en medio del desierto. Es como un pequeño salpicón de caribe en un país que no llega a ser tropical por la presencia de los Andes. Es un ecosistema especial, diferente y, raro. Pero la jañapita estaba convencida que había nacido para ser lagarta, que las otras lagartas la amaban con un amor más grande que el vínculo de sangre (en este caso, de huevos) que tuvo con sus padres y que esa divina elección la hacía resistente e inmune a la humedad del manglar, a sus nuevos animales venenosos, al olor a mojado de la tierra roja, a la nostalgia por la arena blanca, al cambio de amigos, y a tener que renegar del desierto.

Pensó que podría con eso, pero poco a poco se fue enfermando. En los jañapes verdes estas enfermedades son muy notorias, pues sus preciosas escamas se van resecando y perdiendo color. Ya no era tan linda como antes, no era capaz de convencer a otras jañapitas de ser lagartas, porque ella misma empezaba a sospechar que esto era un fraude. Y fue tanta la pena que tuvo, que pasó muchos días enferma, triste, y sola. Sí, sola, porque sus hermanas las lagartas/jañape ya no tenían interés en ella, no reportaba beneficios a la causa y empezaron a pensar que era hora de decirle que regrese a su desierto y que busque a ver si alguien por allí la quería ayudar, porque ayudarla les quitaba tiempo a su sacrificada labor de convencer jañapitas verdes para hacerse lagartas (que, por alguna razón, a ellas les parece una loable función que justificaría cualquier maldad y bajeza, pero ese es otro cantar).

Y ella volvió al desierto. Los papás jañapes la recibieron con amor (la verdad es que es muy triste para los jañapes normales, ver cómo sus hijos caen en el cuento de querer ser lagartos, y verlos volver les produce una alegría grande). Volvió a sus arenas, a su sol, a sus amigos exactamente iguales a ella. Aunque ella no podía percibirse como igual, se veía mitad lagarta, mitad jañape, más rara que la nieve en navidad (acuérdense que estamos en el hemisferio sur y, navidad es el pleno inicio del verano), y se aisló, y se sintió muy sola. No era lagarta, ni era jañape. Una enorme tristeza la invadía y hasta pensó que no valía la pena seguir viviendo así.

De pronto, iba caminando sola con su pena y su dolor, y pasó frente a un espejismo, de esos hay muchos en el desierto, pero este era especial. Aquí se vio reflejada: pudo ver a una ni jañape/ni lagarta exactamente como ella. Se le acercó y notó que no era una, eran mil… Se sintió feliz y pensó que su soledad había terminado. Recorrió con ellos gran parte del camino de su redescubrimiento y se sintió parte especial y querida de una familia enorme. Al final de ese encuentro, por alguna razón (quizá por disposición de los grandes seres del desierto, que habitan las lomas más altas) la jañapita despertó y se dio cuenta que siempre fue una jañapita verde, que lo de ser lagarta era un engaño, que eso es una mentira desde su concepción, una mentira creada, quizás, por un jañape con problemas que no se amaba a sí mismo ni nunca se pudo aceptar como un jañape verde cualquiera, y que para amarse medianamente necesitaba sentirse lagarto, vivir como lagarto y retratarse como lagarto (pero este es dilema suyo y de su sicoanalista).

Nuestra protagonista, se vio igualita a todas las jañapitas verdes que en el mundo han sido, y se amó por serlo, se aceptó tal como es y pudo volver a los suyos como una más, a vivir una vida de jañape verde, a iniciar su viaje de madurez a través del desierto, a buscar una casa humana qué invadir, un nido para sus huevos y, si no es demasiado tarde, un jañape verde que la acompañe en su camino.

Las fábulas como estas, con animales tercermundistas y sin nombre, no pueden tener una moraleja única, ni pretensión de trascendencia como las fábulas de occidente y de la antigüedad. Las fábulas de países emergentes, como éste, sólo pueden servir para decir un mensaje que quizá no quede claro, pero que la jañapita me urge a transmitirles. Dice que nunca olvida que el inicio de su curación se la debe a otros jañapes verdes que también creyeron el cuento de ser lagartos y, no pudieron; y, que a pesar que sabe bien ella que no puede seguir todo el camino con ellos (porque se sentiría igual como cuando vivía en el manglar: fuera de su ambiente, fuera de su mundo, desigual entre sus iguales); les guarda inmenso cariño, y afirma a quien se lo pregunte (y a quien no se lo pregunte también) que la idea de que un jañape verde se puede hacer lagarto es una mentira más podrida que decir que los insectos saben mal (aclaro que es ella la que piensa que los insectos son la comida más exquisita del mundo, y yo, la autora de la fábula, sólo puedo dejar aquí constancia de eso).

La fábula termina así: sobre una sábana blanca de arena de desierto, se puede ver a la jañapita verde, feliz en pleno viaje, feliz de saberse igualita a los otros jañapes verdes comunes y silvestres que nunca pretendieron ser lagartos ni se les ocurriría una cosa así de absurda, y sobre ella, cubriéndola, alimentándola y protegiéndola un alegre sol de solsticio de verano, y en su corazón de sangre fría, la seguridad que esta tarde disfrutará de deliciosos insectos sabrosos.

Feliz solsticio de verano para los hermanos sureños.
Feliz solsticio de invierno para los norteños.
Feliz Navidad para los amigos.
Y que el año que viene, nos encuentre caminando, a todos.

Saludos,
Emevé




Publicado el Monday, 14 December 2009



 
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