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 Tus escritos: Mi primer encuentro con el Opus Dei (bajo la mirada de una niña)...- Nelli

010. Testimonios
Nelli :

Cuando yo era una niña de alrededor ocho años, mis papás nos llevaron a mis hermanas y a mí a una casa del Opus a ver una película de su fundador. Ellos nunca pertenecieron a la obra, pero mi hermana mayor frecuentaba la obra. Ignoro si era supernumeraria para ese entonces; ha de haber tenido unos 19 años. Sé que lo era ya antes de casarse. Alguna vez la oí decir que de no haber tenido novio ella hubiera sido numeraria.

 

La casa estaba ubicada en una zona de los ricos antiguos de la ciudad. Era un caserío grande y elegante, con puerta de doble hoja al frente. Al entrar había unas escaleras y un pasillo donde al fondo se divisaba un cuarto. Creo era la cocina. De ese cuarto vino uno señora grande (quizás igual era una joven, pero a los ocho años cualquier persona mayor de 12 años es ya un adulto) traía una charola con unos bocados. Al ver a la familia entrar se puso muy contenta y exclamó: “İNiños!” La señora quien nos abrió la puerta le sonrío y le dijo: “İAh!, ya ves, te dije que iban a venir niños”. Se veía muy amable y me sonreía con mucho cariño. La señora que traía la charola vino directo a mí a ofrecerme los pastelitos. Se veía muy contenta y orgullosa de servirme. Yo también le correspondí con una sonrisa de oreja a oreja y mis ojos irradiaban felicidad. La miraba sin dejar de sonreír y un tanto insegura. Ella muy amablemente me animaba y decía: “Anda toma el que quieras”. Yo tomé el que más me gustaba después la miré y le dí las gracias. Y empecé a platicar con mi nueva amiga (los niños son muy rápidos para hacer amistades)...



-“¿Tú los hiciste?”

-“Sí,…bueno no sola”

-“¿Los están haciendo allá al fondo?”

-“Sí”

-“¿Puedo ver?”

-“¿Quieres ir?”

 

Pero en eso interrumpió una señora que después me dí cuenta era la que estaba dirigiendo a las personas en qué hacer y le dijo a mi nueva amiga:

 

-“Deja a la niña”

-“Es que ella tiene curiosidad de cómo se hacen pastelitos y nosotras podemos cuidar a los niños, ¿verdad?”

-“No molestes a la gente”

-“Ella no me esta molestando, fui yo la que empecé a hablar con ella” interrumpí yo con mis escasos años.

 

La señora que nos había interrumpido me miró muy molesta por mi atrevimiento y se volvió hacia mi amiga:

 

-“Ella no puede ir contigo allá a la cocina. Tú vete y atiende tus obligaciones. No hables con los invitados.”

 

Noté cómo mi amiga se asustó mucho y con la mansedumbre de los humildes solo dijo:

 

-“Sí…, sí señorita” y se fue aprisa por el pasillo hasta el cuarto del fondo.

 

Después se volvió conmigo y cordialmente me dijo:

 

-“Ella tiene que estar en la cocina. Tú no puedes hablar con ella. ¿Por qué no entras a la sala?”

-“Pero es que ella no me estaba molestando, de verdad. Fui yo la que le pedí ir a la cocina”

 

En eso intervino mi papá que estaba parado junto a mí: “Ya deja”, me dijo, “no insistas. Ven, obedece, vamos a la sala”.

 

La sala quedaba a mano derecha. Yo estaba triste y un tanto molesta. Aquel incidente de la entrada no me gustó. Mi padre quien probablemente notó mi contrariedad me empezó a explicar:

 

-Hay órdenes religiosas en donde las personas hacen votos. Por ejemplo, en algunas órdenes los religiosos tienen prohibido hablar o salir a la calle porque al entrar en la congregación ellos escogieron ese estilo de vida e hicieron esos votos.

-Pero ella estaba hablando conmigo. Si hubiera hecho el voto de no hablar no me hubiera dirigido la palabra.

-Quizás lo hizo por ser amable contigo, para no dejarte con la palabra en la boca y tú al hablar con ella la estabas haciendo romper sus votos. Quizás sea por eso que le llamaron la atención.

-Pero si tienen prohibido hablar entonces ¿para qué atienden a las visitas? ¿No sería mejor que no salieran para no tener que hablar con la gente?

-Pues sí…., de hecho eso es lo que se hace en las órdenes religiosas,… pero bueno no sabemos cuáles sean los votos que ella haya hecho al entrar.

 

Poco a poco llegaron más personas, como tres o cuatro familias y la sala se llenó. Había señoras que entraban y salían trayendo más bocados y bebidas y estaban al pendiente que no faltara nada. Noté que estaban todas uniformadas como las monjas del colegio, pero con delantal. Entre ese grupo también estaban la señora que nos abrió la puerta y mi nueva amiga. Pero solo había tristeza en los ojos de las dos y sin decir palabra nuestras miradas decían lo suficiente.

 

Una de mis hermanas que ha de haber tenido unos 10 años, estaba sentada en un rincón y con los ojos rojos. Se notaba que quería salir corriendo de ahí. Fui a preguntarle que le pasaba pero no me quiso decir nada. Luego escuché a mi hermana mayor hablar con mi papá diciéndole:

 

-Hay que corregir al que yerra, ¿verdad? Es una de las obras de caridad: Hay que corregir al que yerra.

 

Yo volteé a ver a mi papá quien solo dijo:

 

-Sí,… corregir al que yerra es una de las obras de caridad…

 

Pero cómo arrastró esas palabras, se notaba que estaba molesto con mi hermana mayor, aunque no dijo nada. Su mirada decía más.

Llegó mi madre justo cuando mi hermana mayor se había ido a otro cuarto con sus amigas. Y le dijo a mi papá:

 

-Molestó a la niña, eso fue ¿verdad?

 

Luego supe que le había dicho a mi hermana que se veía mal con el suéter que traía puesto. Por eso es que ella estaba sentada en un rincón con su suéter en el regazo.

 

Mamá fue con ella y le dijo:

 

-Mi hijita, no le hagas caso a tu hermana, ponte el suéter si quieres. No tengas frío. Mamá estaba muy molesta con mi hermana mayor. Papá también fue a tratar de consolarla, pero mi hermana igual se sentía mal, gracias a la “obra de caridad” de mi hermana mayor.

 

Las familias que llegaron estaban platicando entre ellos y no había integración de un grupo grande. El ambiente era carente de convivencia entre las diferentes familias. Supongo que le he de haber pedido a mi papá que ya nos fuéramos porque recuerdo que me dijo:

 

-¿Y por qué no te gusta este lugar?

-Porque esto está muy aburrido. No es como los convivíos con los franciscanos. (Mi padre, en su juventud, había estado un año en el seminario con los franciscanos y mantenía contacto con ellos. Muy frecuentemente íbamos a reuniones familiares con ellos que eran muy divertidas. Con un ambiente más relajado y con mucha integración entre todas las personas sin problemas de reglas sociales de con quien hablar y con quien no).

-¿Por qué es diferente? Me preguntó mi papá con mucha curiosidad.

-Porque cada quien está por su lado y no hay con quien jugar.

-Estamos en un lugar muy pequeño y no se puede jugar. ¿Por qué no platicas con los niños que están ahí?

 

Fui y traté de platicar con los niños, pero no tuve suerte. Eran más grandes que yo y no estaban interesados en platicar conmigo.

 

Por fin trajeron un televisor para ver la película. Yo estaba más contenta que por fin se iba a acabar ese aburrimiento, pero… İah, sorpresa! no entendí nada de la película. Solo veía que la gente a veces se reía, pero no sabía por qué. Luego traté de reír junto con los demás, pero igual no entendía y seguía aburrida. Así que me puse a distraerme observando a las personas y el lugar. El ambiente era muy formal, todo parecía estar en su lugar (excepto el suéter de mi hermana que seguía en su regazo). Las personas mayores también se miraban un tanto aburridas (o por lo menos así me pareció) pero prestaban más atención que los chicos a la película. Y así seguí, observando… hasta que por fin terminó la película y nos fuimos a casa. En el camino de regreso mamá hizo algunos comentarios de disgusto sobre el lugar y los culpaba del cambio de mi hermana mayor. Papá no decía nada, pero se notaba que había algo que no le gustaba. Aquella noche que había empezado con una caricia de amor terminó con un halo frío y sin sabor en el corazón.

 

Desde entonces, con la explicación sobre los votos de algunas órdenes religiosas, cuando oía criticas sobre el Opus, que generalmente eran basadas en tener servicio doméstico, uso del cilicio y tener mucho dinero, realmente nunca me escandalizó porque siempre creí que si bien eran muy ortodoxos y quizás un tanto raros, las personas que entraban a la obra sabían bien a lo que se estaban comprometiendo y que las numerarias auxiliares (no sabía que no había varones auxiliares) habían abrazado libremente la vocación de auxiliares. Libremente, porque según yo, tenían pleno conocimiento de las diferentes clases de numerarios que integraban la obra, se les había dado la opción de escoger entre todas esas clases de numerarios y así, con pleno conocimiento de cómo funciona la obra y a lo que se estaban comprometiendo habían decidido pertenecer a ese grupo numerarios de las labores más humildes. Hasta que entré en Opuslibros fue que me di cuenta de cuán equivocada estaba. En esta red fue que me enteré sobre el racismo social y la manipulación que se vive en la obra de Escriba. Gracias Opuslibros por tener el valor de mostrar la verdadera cara del opus.

 

Con mi más profundo respeto a las víctimas de discriminación en el Opus dei.

 

Un abrazo, 

Nelli




Publicado el Wednesday, 21 April 2010



 
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