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 Tus escritos: El apostolado de los apostolados (y IV).- Fueraborda

077. Numerarias auxiliares
fueraborda :

EL VOCABLO APOSTOLADO UTILIZADO POR ESCRIVÁ PARA ENCUBRIR Y BENDECIR FALAZMENTE LO QUE NO TIENE JUSTIFICACIÓN

(Para subiros al carro, podéis leer capítulos anteriores)

CAPITULO IV y último

 

Y PARA COLMO:

EL APOSTOLADO DE LOS APOSTOLADOS

 

Los que conocéis algo de la verdadera historia del opus dei, habréis observado que las cosas van variando según la conveniencia del momento.

En la mentalidad de Escrivá, era impensable que las mujeres cupieran en su fundación. Pero diseñando el fundador cómo habría de ser el funcionamiento de los centros, cayó en que faltaba algo, pues, ¿quién acarrearía con las tareas domésticas? ¿Quién le serviría la mesa, le prepararía los crespillos calientes envueltos en servilleta de lino, le guisaría unas sopas con huevico?  Las tareas domésticas ocupaban mucho tiempo y mucha fatiga, y en fin, que no se veía fregando cacharros, que se veía mejor de marqués. Él, marqués, y sus hijos, señoritos...



Le traía de cabeza la solución de este problema cuando, -según cuenta la historia- algo ocurrió en la casa de la marquesa de Onteiro el 14 de febrero de 1930, pues al acabar de celebrar la Misa, reveló la nueva inspiración divina. Y era tan divina, que hasta estaba en contra de sus planes. Y así se veía una vez más que todo era de Dios.

Había nacido la sección de mujeres.

Y le faltó tiempo para pedirle a sus hijos que le presentaran a sus hermanas, pues si ellos tenían vocación, ellas, probablemente, también.

Les ponía fácil la puerta de entrada: lo importante es que fueran discretas. ¡Ah! Y saber obedecer. Con eso bastaba: era ya una prueba contundente para confirmar su vocación.

Recuerdo a las primeras contando en tertulias su vocación. Como algo digno de admiración, escuchábamos embelesadas la conversación en la que el fundador les planteaba su vocación divina. Relataban orgullosas que lo único que les explicaba era: que venían a trabajar, a obedecer; que no eran religiosas (esto último tenía que aclararlo, pues no se diferenciaban) y que su vocación era en medio del mundo.

¡Pobres primeras! internadas como sirvientas, engañadas con una vocación que se les presentaba de una forma pero se les exigía lo contrario. Dejaron familia, novios, bienes, posición… para ponerse a servir, y a recibir las enérgicas broncas con las que el fundador arrancaba sus lágrimas. Todo por nimiedades: unas gotas de agua en el suelo de la cocina, una puerta no cerrada…Y ellas decían: qué pena, le hemos vuelto a disgustar.

Pero claro, si sus hijos eran señoritos, sus hijas, ¿qué? Pues no fue fácil la solución a este nuevo problema, pero al final, salió. Y salió de la siguiente forma: la vocación era la misma, pero sentada esa premisa, unas hijas, las numerarias, serían señoritas, y las otras hijas, se llamarían sirvientas (él las llamaba mis hijas pequeñas), y pasando los años, llegarían a llamarse numerarias auxiliares. Éstas se distinguirían de las señoritas en que llevarían uniforme y podrían ver a los numerarios al abrirles la puerta y servirles la mesa (así quedaba solucionado el problema de que alguien les pudiera servir la mesa). También se distinguirían porque dormirían en camarillas, no en dormitorios, comerían aparte, y no saldrían solas (al principio fue así; luego, algo menos, pero muy poco menos).

Pero en los años sesenta y setenta llegó el esplendor de la obra, y como al pitar se les planteaba una vocación en medio del mundo, iguales a sus iguales, la ilusión de las nuevas vocaciones era elegir una carrera a la que luego dedicarse y así poder desarrollar su vocación divina en medio del mundo.

Así aparecería un nuevo problema: ¿Quién iba a controlar y supervisar el trabajo doméstico de sus hijas pequeñas? ¿Quién se iba a encargar de que no crecieran? Si dejaban de ser hijas pequeñas, podrían no estar muy sometidas, y eso no era conveniente. Necesitaban una señorita que llevara su control. Pero las señoritas querían ser universitarias… y entonces el problema se solucionó de la siguiente manera:

Ya que tenemos una Universidad, vamos a dispensar títulos, que llamaremos de Ciencias domésticas, con los que las señoritas obtendrán un título y quedarán cualificadas como Administradoras. Todo solucionado.

Pero es natural que la que se cree llamada por Dios desde la eternidad para santificarse a través de su vocación profesional con absoluta independencia y libertad en los temas temporales, no se incline por esas ciencias llamadas domésticas, sino más bien por otras mucho más interesantes y con el aliciente de poner a Cristo en la cumbre de esa profesión. Apostolado en su profesión, entre sus iguales. Como sus hermanos los numerarios, claro.

Y aprovechándose el santo fundador de la máxima para servir, servir, que a todos había inculcado, empezaron las directoras a acosar a las jóvenes numerarias en edad de elegir carrera, utilizando como arma para seducirlas el servicio que así hacían a la obra y sus apostolados. Y así creían dejar contentas a tantas mujeres con una vocación profesional y sobrenatural frustrada. Bastaba un toque: Has sido elegida, seleccionada para servir a Dios a través del Apostolado de los Apostolados.

He consolado a muchas jóvenes numerarias a quienes costaba demasiado renunciar a su soñada vocación profesional. Y he engañado a muchos padres, asegurándoles que su hija obtendría un título universitario. Me acuso y me arrepiento de ello, y aprovecho para pedirles perdón por haber contribuido a arruinar sus vidas.

Nunca existió tal título. Nunca tuvieron tampoco la experiencia de la superación y el éxito en la vida profesional. Tampoco pudieron elegir libremente una determinada forma de trabajo, ni elegir la empresa, ni aspirar a un puesto superior. Ni siquiera les hicieron contrato: nunca tuvieron nómina ni cotizaron a la seguridad social.

Y a esas mujeres que entonces eran jóvenes valientes e ilusionadas, me las encuentro ahora marchitas, frustradas, y conscientes de la puñalada trapera que a ellas y a sus padres (que pagaron la carrera) les ha asestado su madre guapa la obra.

 

Las numerarias auxiliares no tuvieron acceso a los estudios de Ciencias Domésticas. Se supone que son pequeñas. Pequeñas siempre, aunque se mueran de viejas. Así se les trata, impidiéndoles que crezcan. Y llegan a la recta final de su vida sin haber tenido jamás autonomía. Muchas de ellas, grandes mujeres que la obra no dejó crecer, que machacó, humilló y utilizó.

Un paseíto para ver ahora a esas mujeres, nos dejaría escalofriados.

Me las llevaría a todas, si pudiera, para que respiraran un poco de libertad, para que dejaran de ser pequeñas, al menos en su vejez.

 

Estas grandes mujeres que dejaron a jirones sus vidas creyéndose la falacia de que serían felices en el APOSTOLADO DE LOS APOSTOLADOS, se merecen que se haga justicia con ellas.

Las que por cualquier motivo han abandonado la institución (en muchos casos por una enfermedad seria, pero que suele remitir rápidamente al encontrar la libertad), deben ser retribuidas económicamente por el opus dei, al que entregaron su vida, su salud y su trabajo.

Su madre guapa la obra, debe rectificar y encargarse de su bienestar material (porque de su bienestar espiritual, más vale que no vuelvan a intentarlo).

Y si no lo hace, la Iglesia tendrá que tomar parte, puesto que la obra es parte de la Iglesia.

Y vuelvo a hacer un llamamiento a los prelados que me estarán leyendo, rogándoles tomen medidas urgentes que pongan fin a esta falta de coherencia, de justicia y de caridad cristiana que siguen sufriendo cientos o miles de mujeres, cuyo único delito ha sido creerse un día que Dios les pedía que le sirvieran a través del mal denominado APOSTOLADO DE LOS APOSTOLADOS.

 

 

Un cariñoso saludo a todos,

Fueraborda

 

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Publicado el Monday, 03 May 2010



 
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