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 Tus escritos: Sobre Emilio Díaz y otros compañeros del Colegio Romano (1952-55).- Ramón Rosal

010. Testimonios
Ramón Rosal :

Sobre Emilio Díaz y otros compañeros del Colegio Romano (1952-1955)

Ramón Rosal, 5 de mayo de 2010

 

 

Leyendo durante este verano correos y escritos de años anteriores he localizado uno de Jacinto Choza, del 17-07-06, informando sobre la muerte de don Emilio Díaz Estevez. Veo adecuado añadir aquí algunos datos sobre él y sus circunstancias.

 

Coincidí con Emilio Díaz en nuestra estancia en el Colegio Romano, durante los cursos 1952-53, 53-54 y 54-55. Luego, en el verano de 1955 recibimos la ordenación sacerdotal con un grupo de cuarenta numerarios, en Madrid.

 

Los que cursábamos Filosofía con los dominicos en el Ateneo Angelicum (posteriormente llamada Universidad de Santo Tomás de Aquino) éramos cinco o seis. Todos los demás cursaban Derecho Canónico. Ninguno Teología. En el curso siguiente –1953-54– concluidas las obras del edificio del Colegio Romano, pasamos de ser cuarenta (residiendo en la casa de los guardas de la antigua mansión, a base de cuatro literas triples en mi habitación), a ser unos ciento veinte, en habitaciones de tres, o individuales. En la nueva promoción los del equipo de Filosofía tampoco pasaban de cinco o seis. Entre los filósofos de la promoción anterior a la nuestra, que en 1952-53 estaban realizando un doctorado, estaban Alejandro Llano (el que ha sido director de la Universidad de Navarra), Fernando Juciante (que vivió luego siempre en Alemania), y Julio Quesada, catedrático en la Complutense, desvinculado hace años y, si no me equivoco, de posición atea y nitzscheana...  



De los filósofos de mi promoción, que so sepa sólo permanece en la Obra José Maria Escartin, sacerdote numerario. Aragonés inteligente y pacífico. Cuando en 1973 ya se decidió de mutuo acuerdo mi desvinculación de la Obra, y se siguió la práctica de una especie de curso de charlas específicas para mí, y además un curso de retiro también individual, solicité que éste estuviese a cargo de José María, lo cual se aceptó. Angel Medina, sevillano también muy inteligente, según supe cuando yo llegué a Sevilla ya sacerdote, decidió desvincularse. Su sabio razonamiento lógico fue el siguiente (aunque él no lo formulase en estos términos):

 

Premisa mayor: El padre Escrivá y los directores repiten una y otra vez que si uno de nosotros está a punto de descubrir la piedra filosofal a través de su trabajo científico, y en un momento dado los directores de la Obra nos dicen que hemos de trasladarnos a otro país o tarea, y dejar inacabado nuestro descubrimiento, el buen espíritu nos exige –para ser fieles a la Obra y a la voluntad de Dios– obedecer de inmediato esta demanda.

 

Premisa menor: Es así que yo en tales circunstancias no estaría dispuesto a obedecer y sería, por lo tanto, infiel a la Obra.

 

Ergo: Lo correcto es honradamente desvincularme de la Obra.

 

Don Jesús Arellano, el sabio y honrado numerario catedrático de Filosofía ya emérito de la Universidad de Sevilla, que ha visto tantos casos de alumnos suyos pidiendo la admisión –en parte influidos por su testimonio humano– que, pasados los años se han ido desvinculando, me comentó con pena esa decisión de Angel Medina. Consideraba que una interpretación tan al pie de la letra de esa frase era una exageración. Yo pienso que fue un acto de inteligencia de Angel.

 

Antonio del Toro, otro andaluz, había estudiado Derecho y Filosofía. Inteligente, de mentalidad moderadamente integrista. Le inquietaron algunas conclusiones del Vaticano II que venían a contradecir algunas doctrinas del Magisterio pontificio anterior, como p.e. la Declaración sobre la libertad religiosa. Además de coincidir con él en Roma, también habíamos coincidido, en 1951 en el Centro de Estudios de Zaragoza. Luego coincidimos en Sevilla y finalmente –ya desvinculados– en Barcelona.

 

Lamentablemente su desvinculación de la Obra fue por un conflicto que tuvo con don Jesús Arellano, con el que colaboraba como profesor adjunto. Al parecer –aunque no estoy seguro– Antonio era más exigente que don Jesús en los exámenes, y se llegó a una situación en la que Antonio denunció ante un juez que aquél le había desautorizado sobre ello delante de los alumnos.

 

Destinado yo en 1970 a Barcelona, mi ciudad natal, dos años después me desvinculé. Antonio, en Barcelona, fue elegido democráticamente presidente de la Asociación de Catedráticos de Instituto del Estado. Fue la primera elección democrática, aún en tiempos del franquismo. El mismo se hizo su campaña, visitando de uno en uno a muchos catedráticos. La previsión era que ganaría la candidata del PSUC (partido comunista catalán), pero ganó él. Y fue reelegido en sucesivas elecciones ya dentro de la democracia. Eso sí, tuvo el detalle de colocar como vicepresidente a la candidata del PSUC. Ejerció con gran eficacia su tarea. Todavía en el franquismo consiguió que fuese destituido de su cargo un gobernador militar por haber forzado a que un hijo suyo fuese aprobado. Antonio murió hace unos cinco años. Fue un gran amigo mío, a pesar de las iniciales discrepancias en la interpretación del Vaticano II. Políticamente era socialista democrático muy consecuente. Recuerdo que manifestándole yo mis dudas sobre el destino que podría dar a unos bienes patrimoniales que iba a heredar, para que cumpliesen una función social, él me dijo: “Entrégaselos al Estado. Dalos para que se cree un Instituto de Enseñanza Media en alguna barriada de la periferia”. Yo pensé: Aquí tenemos un ejemplo de coherencia, y no el de esos que presumen de socializantes y luego se pasan la vida defraudando en la declaración de Hacienda, p.e. no dando recibos como profesionales liberales para que no se controlen sus ingresos.

 

Había otro filósofo andaluz cuyo nombre no consigo recordar. Y, finalmente: Emilio Díaz. Es decir, el grupo de seis éramos cuatro andaluces –fruto del testimonio de Arellano en la Facultad–, un aragonés, y yo.

 

A Emilio le encajaba bastante bien el estilo disciplinado y metódico de la filosofía escolástica. De ahí que, pasado el tiempo, cuando después de unos años de actividad sacerdotal en Portugal fue apartado de ese país por los directores, y reanudó su contacto con la Filosofía, se especializó en Lógica Matemática, de la que acabó siendo catedrático en Sevilla.

 

Mi contacto con él después de Roma, salvo dos o tres coincidencias en algún curso de verano –pero sin practicar, claro está, diálogos confidenciales– se reanudó en 1973, cuando ambos nos encontrábamos ya con un pie fuera de la Institución. En plena crisis él acudió a mí para recibir apoyo y orientación. Durante esos años fueron unos cuantos a los que atendí en plena crisis previa a la desvinculación, p.e.: a Patricio Peñalver –que había sido durante años decano de la Facultad de Filosofía de Navarra–, a un asturianoo, sacerdote numerario que había compartido habitación conmigo en el Colegio Mayor Guadaira, y se secularizó y que llegó a ser decano de la facultad de Derecho en Barcelona. Emilio se desvinculó en el verano de 1973 y yo el 8 de diciembre -¡el día de la Inmaculada Concepción...!

 

Conservo unos veinte folios de cartas de Emilio muy sustanciosas y con mucha chispa. Pediré permiso a su viuda, cuando localice sus señas, para poder publicar algunos párrafos. En ellas puede comprobarse que ya en 1973 percibíamos unas contradicciones entre las ideas madres de la Obra y una praxis crecientemente controladora y limitadora e integrista. También percibíamos que desde 1950 –cuando nosotros habíamos pedido la admisión– hasta 1973, la praxis real había experimentado cambios sustanciales. Y respecto a los que tenemos mentalidad más intelectual, para los que la libertad de pensamiento –y de lecturas, etc.– es algo prioritario, yo acostumbraba a decir que era difícilmente tolerable que a la continencia sexual hubiese que añadir la continencia intelectual, requisito que nunca nos habíamos imaginado cuando solicitamos la admisión.

 

Ramón Rosal




Publicado el Wednesday, 05 May 2010



 
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