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 Tus escritos: La locura del Opus Dei vista desde la sabiduría Oriental.- Gabuzo&Vera

105. Psiquiatría: problemas y praxis
Gabuzo :

La locura del Opus Dei vista desde la sabiduría Oriental

Gabuzo & Vera, 28 de mayo de 2010

 

 

Desde hace más de 2.500 años se desarrolla en el Oriente una sabiduría que, basándose en observaciones incuestionables, llega a formular unos principios que nos ayuden a llegar una vida humana, alejada de todo tipo de locura. En este artículo, voy primero a presentar esta sabiduría perenne, luego voy a examinar las prácticas del Opus Dei, medidas por las enseñanzas de este conocimiento...



La sabiduría Oriental

 

Una parte esencial de la sabiduría Oriental se basa en las siguientes observaciones:

 

1)      El “aquí y ahora” como único espacio real de vida

2)      La mente como instrumento que nos hace escapar del “aquí y ahora”

3)      La resistencia a la realidad como única fuente de sufrimiento

4)      La liberación del dominio de la mente como condición de salud

5)      El actuar afirmativo como regla de vida sana

El “aquí y ahora” como único espacio real de vida

Todo lo que sucede, sucede en el presente. Descubrimos el mundo contemplando lo que está aquí y ahora. El presente no es la suma de todos los eventos que tienen lugar en un momento concreto. Tampoco es un imperceptible estado transitorio entre el futuro y el pasado. El presente es el espacio en el que las cosas suceden.

Lo que existe u ocurra en el presente es real. Todo lo que no ocurra en el presente no es real. Es fuente de nuestra imaginación.

La mente como instrumento que nos hace escapar del “aquí y ahora”

Cuando la mente considera a los eventos, los transforma enseguida en conceptos: interpreta, clasifica y juzga. Mediante el análisis de estos conceptos, no profundizamos nuestro conocimiento del mundo. Lo único que profundizamos son nuestros pensamientos. La mente es una herramienta maravillosa, pero le escapa todo lo que no puede convertir en conceptos.

La mente no logra captar el presente, porque el presente no es un objeto: es un espacio, es decir nada. Para conocer al mundo, hace falta apagar nuestra mente, cortar con el monólogo incesante que tenemos en nuestra cabeza. Debemos contemplar sin la mediación de pensamientos, análisis, comentarios y juicios.

La mente constantemente considera el pasado y hace planes para el futuro, tratando al presente como un medio para alcanzar un objetivo siempre pospuesto. Bajo su liderazgo, nos comportamos como el conejo que corre detrás de una zanahoria. Sin embargo, la plenitud ya se encuentra en el presente. ¿Qué falta en este mismo momento?

La resistencia a la realidad como única fuente de sufrimiento

La resistencia es un fenómeno causado por el dominio de la mente sobre nuestro espacio interior. Consiste en deniar la realidad en nombre de imaginaciones. He aquí una corte ilustración para darnos cuenta del modo de funcionar de este mecanismo.

Imaginemos la siguiente situación: vuelves a casa por la tarde y encuentras junto a la puerta una cesta con un bebé. El niño apareció en tu vida, lo quieras o no. La negación de este hecho no tiene sentido. Sería absurdo pretender que el niño no exista, saltar por encima de la cesta, entrar en la casa y cerrar la puerta. No te resistas a lo que apareció. Reconoce lo que es. La actitud negativa (gritar "no, no, no") no resuelve nada. Lo único que podemos hacer es aceptar, acabar con nuestra resistencia. Es nuestra resistencia la fuente del sufrimiento, no es el acontecimiento en sí mismo.

Un niño tiene la costumbre de llorar y de hacer sus necesidades en su sitio. Es su modo de ser. No juzgues lo que es. La actitud negativa (quejarse) no tiene sentido. Un niño es un niño, hay que ocuparse de él. Lo único que podemos hacer es aceptarlo, poner fin a nuestra resistencia. Es nuestra resistencia la fuente del sufrimiento, no el mundo.

Los niños no aparecen por sí mismos. Tarde o temprano llegarán sus padres, agradecerán por el cuidado, pedirán perdón por las molestias y saldrán con él, a pesar de que empezabamos a quererle. Todo acaba. La actitud negativa (gritar "no, no, no") no tiene sentido. No trates de detener lo que ya desapareció. Lo único que podemos hacer es aceptarlo, poner fin a nuestra resistencia. Es nuestra resistencia la única fuente de nuestro sufrimiento.

Cuando la mente nos obliga a concentrarnos en el futuro,  aparece una tensión interna: ansiedad, estrés, preocupación y otras formas de miedo. Cuando la mente nos obliga a concentrarnos en el pasado, aparecen resentimiento, amargura, tristeza, culpabilidad y otras manifestaciones de rencor. Sin embargo, en el presente no existe problema alguno. ¿Tienes algún problema en este mismo momento?

Adán y Eva abandonaron el paraíso por el acto de consumir la fruta del conocimiento del bien y del mal, es decir por empezar a hacer juicios cualitativos sobre el mundo y los eventos. Dejaron de aceptar el mundo y comenzaron a fantasear sobre cómo debería ser el mundo. Así como lo hemos constatado, la resistencia (causada por el predominio de la mente) es la única fuente de nuestro sufrimiento. Para volver al paraíso, basta con ir camino de regreso, es decir liberarse del dominio de la mente – aceptar la realidad tal como es – y permanecer en el aquí y ahora.

Cuando aceptamos la realidad, empezamos a contemplar las cosas tal como son. Dejamos de evaluarlas, de ponerlas nombre, de definirlas, de catalogarlas, de asociarlas, de compararlas o de buscar para ellas un sentido, una justificación o una explicación. No tenemos ya miedo al vacío, al silencio, a nuestra  ignorancia, a nuestra incertidumbre. A veces el dolor es parte del presente y podemos aceptarlo.

La liberación del dominio de la mente como condición de salud

La contemplación del mundo sin la mediación de la mente nos permite ver y sentir mucho más. Porque la mente se detiene sólo en lo que puede captar. Las cosas más importantes se le escapan: el presente, el espacio, el silencio, la paz, la alegría, la belleza, el amor...

Basta con sentarse unos minutos en silencio para que nuestros pensamientos se calmen, silencien, y luego desaparezcan. Cuando en este estado dirigimos nuestra atención al cuerpo, a nuestra respiración, tomamos conciencia de la vida que nos anima. Tomamos conciencia de que el mundo está vivo. Nos sentimos parte del universo, desaparece el sentido de alienación y de miedo. El único obstáculo era nuestra costumbre de mirar al mundo por el prisma de la mente.

Es la mente quién, dando nombre a las cosas, las separa del resto del mundo. Las analiza sin tomar en cuenta el conjunto. Empero, cuando nos damos cuenta de que somos parte de una fuerza vital más amplia, logramos aceptar nuestra fugacidad y disfrutar por fin del mundo.

El actuar afirmativo como regla de vida sana

Cualquier comportamiento negativo es desmedido, irracional y dañino. El actuar positivo consiste en reconocer la realidad tal como es en el momento, luego aceptarla y sólo a continuación optar por una de las tres posibles acciones:

1.       aceptar la situación tal como es (no se la cambia)

2.       retirarse de la situación

3.       adoptar las medidas oportunas para modificar la situación apresente

En tal comportamiento no hay sitio para la negatividad. No hay sitio para quejas, problemas o sufrimientos. La aceptación de la realidad pone fin a la desgracia y al sufrimiento.

La locura del Opus Dei

La sabiduría expuesta en las páginas precedentes no es específica a un sistema filosófico, a ciertas creencias o a una religión. Es una sabiduría universal y cualquier proyecto sano de vida tiene que incluir los principios citados.

Así por ejemplo, cuando en el Opus Dei se me decía “¡Ofrece esto!”, yo no entendía de qué se trataba. A la luz de lo que hemos dicho, empiezo a entender que “ofrecer algo” en realidad significaba: “poner las cosas en las manos del Señor, en consecuencia liberarse del jugo y aceptar las consecuencias”. Esta forma de hablar es un poco deviada, complicada, pero en el fondo significa algo muy simple: aceptar lo que es. En este punto la pastoral del Opus Dei converge con la sabiduría Oriental.

Pero hay otras prácticas fundamentales del Opus Dei que son absurdas, fortalecen el dominio de la mente y generan sufrimiento en las víctimas de la pastoral del Opus Dei:

1. El ascetismo – en lugar de centrarse en lo que es, uno se identifica con ciertos ideales y busca su realización en el futuro. Mientras tanto, el despertar sólo puede ocurrir aquí y ahora. El ascetismo fortalece la identificación con una determinada imagen de sí mismo.

2. El moralismo – uno está siempre preparado para emitir juicios morales, tiene una respuesta preparada para todo. Se desprecia la realidad en nombre de las convicciones (“Esto es siempre bueno, esto es siempre malo, y aquello no debería ser así”).

3. La humanización de Dios – Dios es más grande y más misterioso de lo que pensamos. No es un viejito con barba blanca. Ni siquiera es un ser corpóreo. Y no está fuera de nosotros. No hagamos de él un ídolo.

4 La prisa – “Cuándo llegará esto a su fin”. “Ojalá no estuviese aquí”. “Estoy esperando el momento siguiente para empezar a aceptar el presente”.

5. Las expectativas – “Eso debería ser de otra manera”. “Yo esperaba otra cosa”. “Dios quiere más”. 

1. En el Opus Dei se practica el ascetismo de manera sistemática. Se dice: “hacer el Opus Dei, siendo uno mismo Opus Dei”. Por tanto, cada persona centra su atención en unas prácticas, normas, costumbres, modos de actuar, que le apartan del presente, del mundo real. Entrar en el Opus Dei es comenzar a luchar para aplicar en su vida una multitud de criterios ajenos. Por tanto se trata paulatinamente de dejar de ser uno mismo para identificarse con unos ideales. Además, de alguna manera, se “premia” este estatus. Se considera a la persona como más entregada, más fiel, en la medida en que se adecúa a estas formas y modos. Por el contrario, si existe alguna resistencia interna hacia los criterios “revelados, por inspiración divina, a nuestro santo fundador”, se barrena continuamente hasta que ésta deja de existir. Se vive una vida racional, siguiendo un rigorismo en el que todo está estipulado, normado y regido, subordinando totalmente la realidad a los criterios.  Los sentimientos, la intuición, el saber del corazón, la conciencia, quedan paralizadas.  Se deja de vivir como se es para terminar siendo lo que piensa el Prelado de turno. 

2. Unido estrechamente a lo anterior, en el Opus Dei, se vive en el moralismo. El fundador buscaba un “camino seguro”. Repasando la historia de los años fundacionales, aquella que nos han narrado los hagiógrafos y la extensa  tradición oral que existe dentro de la Obra, se nos relata, en palabras del fundador, que “la Obra se hizo al golpe de vuestras pisadas”. Y así es. De cada experiencia vivida se redactó un “criterio” y del “criterio” se pasó a la norma. El libro De espíritu estipula y hace norma y costumbre de todo, absolutamente todo. ¿Qué persona está “más entregada”? Lógicamente, la que ordena su conducta a todos estas normas y criterios.

Al estar normado y regulado todo lo que es bueno para el fiel de la prelatura, al existir unos directores que ponen todo su afán y su fidelidad en que los demás vivan el espíritu, todo conduce al sujeto a estipular unos criterios morales férreos: Es “bueno” vivir todo lo que señala el “espíritu”, es malo todo lo que se sale de la norma. De manera simultánea, debido al celo por la fidelidad, cada miembro de la Obra se erige en juez.  Uno se juzga a sí mismo y vive juzgando a los demás. Así, siguiendo este espíritu, el miembro de la Obra siempre encontrará motivos para auto inculparse y sentirse pecador, que ha fallado, que no es fiel. Además, siendo una persona que cumple tantos preceptos “buenos”, comienza a sentirse superior a los demás, algo así como el fariseo de la parábola: “Te Doy gracias, Señor, porque no me has hecho como los demás”... dividiendo el mundo y la sociedad en la que vive en justos e injustos. Dictador de sentencias e impositor de moral y disciplina, convierte el mundo que quiere santificar en un mundo de buenos y malos – buenos a los que hay que ensalzar y malos a los que hay que combatir.

Todo esto conforma una quimera que lleva a quien la padece a no saber ni quien es, ni dónde está. Se convierte en un portador de “valores” en un ser “ético” que tiene la misión divina de “convertir” al mundo y llevarlo a “su bondad”. Se niega todo valor a la contemplación, al descubrimiento del mundo tal como es. En contrario, se obligaba muchas veces a “hacer” la oración con un libro de gobierno (Experiencias, Glosas, Vademecums...) que contiene recetas hechas para juzgar, condenar y corregir al mundo, despreciando toda experiencia directa y no invasiva. 

3. En muchas ocasiones, Escrivá hizo alusión a las palabras de Santa Teresa “Dios está entre los pucheros” o estampó frases tan sonoras como “Donde se juntan el cielo y la tierra es en nuestros corazones cuando vivimos santamente la vida ordinaria”. Sin embargo, ¿a qué Dios sirve una persona en el Opus Dei?  Son personas que han guardado su corazón “bajo siete cerrojos” que tienen hora para la oración (aunque esté vacía de contenido) que basan su espiritualidad en un voluntarismo titánico (hacer, esforzarse por decir jaculatorias, rezar, cumplir, siempre “cumplir”). El Dios del Opus Dei es un Dios externo, ajeno al ser humano, plagado de ritos, al que la persona que se esfuerza “para agradarle” pero que ha negado la posibilidad de hallarle en su corazón, en su debilidad humana, en su ser imperfecto, impuro... Parece como que el camino del Opus Dei ha sido hecho para los puros, para los “salvados”. El Dios al que se adora en el Opus Dei debe ser siempre agradado por las propias buenas obras y se apena con las omisiones, un juez terrible lejano de aquello que se reza en el salmo 50: “Los sacrificios no te satisfacen: si te ofreciera un holocausto, no lo querrías...”

El fiel de la prelatura vive entonces, en una tremenda paradoja. Por un lado, el sujeto se auto inculpa de sus incumplimientos, se le afean externamente mediante correcciones fraternas, y, por otro lado, se anula para sentir a Dios como ser humano, para experimentarlo y vivirlo en sí mismo y para buscarle y hallarle en los demás. Como consecuencia, la persona, despojada de su humanidad, ¿cómo va a conocer a Jesús- Dios hecho hombre que no ha bajado a la tierra para condenar sino para salvar?

Escrivá hablaba mucho de la humanidad de Jesucristo, del Jesús que pasa hambre, sed, sufre, llora por sus amigos, y lo hacía para que los miembros de su Obra fomentasen una reciedumbre estoica. Sin embargo, obvió lo esencial: Jesús, Dios hecho hombre, asume toda la humanidad y toda es toda. Para Escrivá, Jesús hombre era un modelo de estoicismo, no un ser humano con todo lo que conlleva el serlo. En definitiva, un Dios externo que poco o nada tiene que ver con las ansias, los padecimientos, el sentir y el vivir del ser humano real. 

4. Escrivá hablaba de una mística ojalatera, animaba a rechazar el  “ojalá fuese esto... o no sucediese aquello...” sin embargo, en el Opus Dei se vive en el “ojalá” de manera mediática y utilitaria. El afán proselitista inculcado en sus miembros hace que todas las acciones se mediaticen para un fin: ganar almas para Dios. Lo primero que llama la atención es que son “almas”, no personas. Después, que tras esta afirmación, todo vale para la causa. Esto convierte al fiel de la prelatura en un “pedigüeño” que intenta torcer la voluntad de Dios “para que las almas cumplan su voluntad”. La oración, como la mortificación, son presentadas como monedas con las que se compra a Dios, para haga lo que a nosotros nos parece útil.

Los “ojalás” en el Opus Dei se revisten de metas apostólicas, de listas de candidatos, de oraciones, metas y acciones para atraerlos, montajes y estrategias. Esto lleva a la persona a vivir totalmente proyectada hacia un futuro imaginario en el que se enreda cada vez más. En realidad, todo es una fantasía, una ficción individual y colectiva. El individuo vive de espaldas a las personas que le rodean: importándole “su alma”, justifica acciones poco nobles, coacciones, intereses. El Opus Dei ignora la realidad: todo lo conforma a su visión parcial. 

5. Las expectativas llevan  a la persona a enajenarse aún más. Frases lapidarias dichas en la dirección espiritual como “Dios espera más de ti” no hacen más que reforzar la subjetividad de quien las profiere. Contando con la buena voluntad de quien la recibe, esto hará del sujeto de esta “no-dirección espiritual”, un ser aún más alejado de sí mismo y de los demás. Habiendo sido instado a seguir la voluntad de Dios, lo que hará, sin duda, es hundirse aún más en un mundo subjetivo del que cada vez le resultará más difícil salir porque habrá perdido todas las estrategias para poder discernir.

¿Dónde hoy está la “voluntad de Dios”, revelada en privado al prelado Echevarría, que piten 500 numerarios/as en cada país? ¿Han cambiando algo los directores frente a esta derrota espectacular? No. La realidad no influye del más mínimo modo a la mente cerrada de los sectarios del Opus Dei. Sin enbargo, la locura de las expectativas del prelado de turno transforman a la vida de los miembros en un infierno cuotidiano: nunca están a la altura de las expectativas “de Dios” (en realidad de un prelado psicópata). 

Desde la perspectiva de la sabiduría Oriental, no es dificil predecir que todos los miembros del Opus Dei que toman su ideología en serio acaban con serios transtornos de la realidad o con enfermedades psíquicas.  

En este artículo, me he centrado en los aspectos de la ideología del Opus Dei que destacan del corriente contemporáneo de la espiritualidad católica. En un próximo artículo, voy a presentar otras normas de comportamiento que, desde la sabiduría Oriental, son absurdas y nocivas, pero que son imputables no al mismo Opus Dei, sino a la cultura judeo-cristiana (y al Opus Dei como parte de ella).

Gabuzo & Vera

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Publicado el Friday, 28 May 2010



 
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