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 Libros silenciados: El dolo en el Opus Dei.- Gervasio

070. Costumbres y Praxis
Gervasio :

El dolo en el Opus Dei

Autor: Gervasio

 

 

 

Muebles homologados por la a.o.p., para las prokynesis

 

            En un escrito mío de la semana pasada “Nuevo catecismo de la Obra” afirmaba que el dolo forma parte del espíritu del Opus Dei. Voy a desarrollar esta idea, en sus dos manifestaciones más características: la subrepción u ocultamiento de la verdad sobre cosas que se deben dar a conocer y la obrepción o aseveración de algo que sencillamente es falso, no conforme a la verdad.

            Lo primero que me viene a la cabeza es la actitud obrepticia —más bien praxis—del Presidente General del Opus Dei consistente en obligar a efectuar, a quien había incumplido un mandato suyo dado por escrito, una especie de prokynesis ante el documento que contenía el mandato incumplido, diciendo a la vez:

            —Esto viene de Dios.

            Aunque prokynesis es palabra griega, la costumbre de postrarse de rodillas en señal de acatamiento y sumisión tiene al parecer origen persa. Esa costumbre pasó a formar parte del culto a los emperadores romanos y motivó en gran medida las persecuciones de los cristianos que se negaban a rendirle culto. El correspondiente ceremonial perduró en la primera época de los emperadores cristianos, como Constantino, Constancio, Constante, etc., aunque cada vez más atenuado y privado del significado originario. Escuché a un numerario que había practicado una prokynesis —me parece que era arquitecto— cómo la había realizado. A lo que le entendí y creo recordar, el documento se colocaba en la cabeza. No tenía lugar en el oratorio, sino en una oficina, pero en presencia de otras personas encargadas de tareas de gobierno. Lo tomé por un caso único e irrepetido; pero por Opuslibros me enteré de que fueron más de uno los obligados a practicar la prokynesis. No creo que existiese protocolo o rito propiamente dicho y cada uno improvisaba, aunque no estoy seguro. En el caso de los emperadores romanos cristianos la prokynesis tradicional derivó hacia la adoratio purpurae, consistente en besar la púrpura imperial. Besarla llegó a considerarse incluso un privilegio. Y como privilegio considerada un numerario la prokynesis. Lamentaba no haber tenido ocasión de practicarla…



            Es usual dividir las normas del Derecho canónico en dos categorías: normas de Derecho divino y normas de Derecho eclesiástico. Las primeras vienen de Dios; las segundas, de una autoridad eclesiástica. Estas últimas pueden ser derogadas, modificadas, dispensadas, etc. Muchos recordaréis el catecismo del padre Astete en el que se distingue entre mandamientos de la ley de Dios y mandamientos de la Iglesia.

            Los mandamientos ante los que el Presidente General del Opus Dei exigía la prokynesis, no constituían mandamientos de la ley de Dios, sino mandamientos que provenían de él mismo. Como hacía notar Marcus Tank en ¿Es el Opus Dei un fraude total?, cuando en el Opus Dei se asevera enfáticamente algo —no nos interesan las estadísticas, de cien almas nos interesan cien, somos cristianos corrientes, etc.,—, la realidad suele ser exactamente lo contrario. El Presidente General del Opus Dei obligaba a decir “esto viene de Dios”, precisamente cuando resultaba evidente que la norma no venía de Dios. Quien no acepta ese tipo de mentiras es tachado de tener poca “visión sobrenatural”.

            Lo mismo hizo —no me cabe duda— con el Opus Dei como institución. Afirmar el origen divino del Opus Dei —el Opus Dei no lo ha inventado un hombre, escribió— le daba tan buenos o mejores resultados que la prokynesis.

            Oí decir a Sanjosemaría que, al terminar la segunda guerra mundial, los americanos obligaron al emperador de Japón, Hirohito, a declarar, de modo solemne, que carecía de carácter divino. 

            —Es lo mejor que los americanos del norte han hecho, afirmaba.

            No hace falta ser americano del norte o del sur para llegar a la correspondiente conclusión referida a la Prelatura de la Santa Cruz y Opus Dei.

            Este pretendido “carácter divino” de las normas de Derecho eclesiástico dadas por el Presidente General del Opus Dei  —y del correspondiente montaje institucional llamado actualmente Prelatura de la Santa Cruz y Opus Dei— constituye una manifestación de obrepción de tipo idolátrico. ¿Por qué obligar a declarar con solemnidad ante un busto del emperador o ante una norma dada por Escrivá que posee origen divino, cuando a todas luces carece de tal origen?

            El carácter autoritario de fundador no sólo le llevó a exigir la mencionada  modalidad de prokynesis —otra modalidad consistía en saludarlo rodilla en tierra besándole la mano—, sino también a entremezclar las tareas de gobierno, con las de dirección espiritual. Oráculo, en La libertad de las conciencias en el Opus Dei, que acertadamente siempre  aparece encabezando la página web de Opuslibros, denunció esta praxis. Recientemente la Santa Sede atendió la denuncia y pidió explicaciones al Prelado de la Santa Cruz y Opus Dei. A lo que me cuentan —si bien no estoy suficientemente enterado— el prelado, metiendo la pata hasta el corvejón, reconoció que tal praxis se daba, pero que ello pertenecía nada menos que al carisma fundacional.

            —España y yo somos así, señora.

            Es decir, que esa praxis no era una corruptela sino que forma parte nada menos que del carisma fundacional. ¡Toma nísperos, Jeromo, y también pastillas de goma, que son p’a la tos! La problema es que, si Javi, aunque se ponga solideo y medias moradas, exige, implora o sugiere a la Curia Romana que se pongan en la cabeza el Vademecun sobre el modo de llevar charlas fraternas y que exclamen “esto viene de Dios” la exigencia, imploración o sugerencia no produce el resultado deseado. Antes al contrario pone de manifiesto que el defecto de la Prelatura de la Santa Cruz y Opus Dei es estructural y que su  prelado tiene que comerse con patatas el Vademecun sobre el modo de llevar charlas fraternas o bien quemarlo y después depositar las cenizas al pie  de la tumba del fundador.  Afortunadamente  Agustina ha salvado algunos ejemplares de la quema. En la Curia romana están ya muy hartitos de fundadores, visionarios, santos varones, piadosas mujeres y olores de santidad. También ellos han perdido la inocencia.

            De mi época de Universidad recuerdo a un compañero que destacaba en el salto de pértiga en competiciones juveniles de poca monta. La clave de su éxito consistía en que mientras saltaba iba trepando con las manos por la pértiga. Cuando se enteró de que esa práctica estaba prohibida, quedó desconcertado. ¿Cómo hacerle renunciar a lo que era la clave de su éxito? No era suficiente alegar:

            —Es que este es mi modo de saltar a la pértiga.

            Aunque desconcertado y contrariado tuvo que entrar en razón. Parece que el Prelado de la Santa Cruz y Opus Dei comienza a ir pasando por el aro, si bien mediante la fórmula: “Como nuestro Padre nos enseñó desde el principio  y siempre hemos vivido…”.  Para tapar una mentira, el mentiroso tiende a ocultarla con otra. Ésta a su vez necesita otra más y al final todo se vuelve un enredijo de mentiras, en este caso a mayor gloria de Dios y bien de las almas.

            Es aquí donde me parece que hay que situar el paralelismo entre el padre Maciel y el padre Escrivá, que escandaliza un tanto a Adela. Paidofilia aparte, la praxis de aunar la actividad de dirección espiritual a la de gobierno, llegando incluso hasta identificarlas, parece ser común a ambas instituciones, muy “eficaces” las dos en cuando a su rápida extensión y tipo de adeptos. Ambos eran muy autoritarios. El ideal del autoritario es detentar simultáneamente poder legislativo, ejecutivo y judicial; detentar simultáneamente la función de dirección espiritual y la de gobernar; y si posible fuera, detentar simultáneamente el poder político y el eclesiástico. ¿Qué duda cabe de que cuanto más poder se acumule en una misma persona más fácil le resulta cumplir “la misión que Dios me tiene encomendada”; es decir, salirse con la suya? Maciel y Escrivá estaban satisfechos de los buenos resultados de su forma de entender la dirección espiritual de las personas y gobierno de una institución. El “buen resultado” es la primacía de lo institucional sobre lo personal, tan bien estudiada y expuesta por Ruiz Retegi.

            ¿Cómo hacer creer que Dios inspiró al fundador de un modo muy explícito el Opus Dei? Más que obligar a aceptar la divinidad de la Obra mediante prokynesis se utilizaba precisamente la táctica contraria: fingir que por modestia y prudencia se ocultaban pruebas palpables de la divinidad de la Obra. No nos relataban los muchos milagros y maravillas —nos daban a entender— para no impulsarnos a desear sucesos extraordinarios o milagrosos en nuestra vida; para hacer más pura nuestra fe. En esta línea decía el fundador:

            —Me basta con los milagros del Evangelio.

            A lo que replicaba —no delante de sus narices, por supuesto— uno de los primeros de la Obra:

            —Pues a mí los del Evangelio son los que me sobran; no los otros.

            Uno de los prodigios consistía en que el Padre “sabía” la fecha de su fallecimiento. Tal fecha no se comunicaba a cualquier socio del Opus Dei, sino sólo a unos pocos de mucha confianza, pertenecientes a los círculos más exclusivos de la institución; pero todos “sabíamos” que algunos “sabían” la fecha que nosotros “no sabíamos”. Así de retorcidas eran las cosas. ¿Obrepción, subrepción? Uno se pierde ya por los laberintos del dolo. Recuerdo haber oído decir a Sanjosemaría en más de una ocasión a los alumnos del Colegio Romano:

            —A mí se me va haciendo de noche. Me puedo morir en cualquier momento. Había hablado de una fecha; pero no hagáis caso. Me moriré en cualquier momento. Es mejor así. Vuestra fe en la Obra no tiene que depender de cosas como esa.

            Más arcano, recóndito y escondido debe de ser todavía “saber” por qué la muerte no se produjo en la fecha anunciada. Eso debe de ser el summum del conocimiento esotérico opusdeístico.

            Esos arcanos hacen brillar ese carácter gnóstico del Opus Dei que Heraldo en más de una ocasión ha subrayado. El Opus Dei es algo tan sublime y subido que sólo unos pocos privilegiados lo pueden comprender. Sólo el Padre y don Álvaro supieron lo que el Opus Dei es en plenitud. Los demás no llegamos ni a medio enterarnos.

            Recuerdo que Pedro Lombardía, canonista renombrado que —más por echar una cortina de humo para no ser asaeteado a preguntas, que por otra cosa—, a los que le preguntaban por la solución jurídica para el Opus Dei en la que estaba algo involucrado —no demasiado— respondía:

            — Sólo el Padre y don Álvaro han entendido de veras y en profundidad lo que es el Opus Dei y su solución jurídica.

            Y añadía:

            —Y también Juan Pablo II y otro polaco, cuyo nombre no daba, porque en realidad no era nadie en concreto, sino pura cortina de humo.

            Creo recordar que fue a principios de los años sesenta, antes del concilio, cuando el Padre empezó a pedir masivamente a los entonces “socios” del Opus Dei muchas mortificaciones y oraciones por una intención suya muy especial, también arcana e ignota. Si nos lo pedía el Padre, pues a mortificarse y rezar. Se nos contaba como algo edificante, aunque no debía ser imitado literalmente, que un oblato [agregado] —siempre tocaba a los oblatos ser puestos como ejemplo de burrez bienintencionada— retrasaba las ganar de mear hasta límites insospechados para ofrecerlo por la intención especial.

            Intuí desde el principio que lanzar a todos a rezar y mortificarse durante largo tiempo por una intención de contenido desconocido garantizaba la aceptación de lo que resultase ser aquello por lo que rezábamos y nos mortificábamos. No se suele valorar lo que ha costado poco. Así que la aceptación de la “solución jurídica definitiva” —lo de que sea definitiva lo dudo mucho— quedaba garantizada. No iba uno a rechazar algo que le había costado nada menos que una prostatitis crónica. Y así los socios del Opus Dei aceptamos sin rechistar sustituir unos votos, cuyo alcance entendíamos, por algo que el fundador decía que serían unos contratos civiles, de carácter civil. El canon 296 habla de que en los estatutos de cada prelatura deben quedar fijados los principales derechos y deberes de los laicos que cooperan orgánicamente con ella. Como los estatutos del Opus Dei forman parte de los arcanos de la institución, a los que está vedado acceder, no pudimos saber cuáles eran los principales derechos y deberes que nos correspondían ni nada de lo que aceptábamos. Se trataba, al parecer, de una curiosidad malsana. Es rasgo típico de las instituciones calificadas de secta que quien las abandona pasa a conocer de la institución abandonada muchas más cosas de las que sabía antes. Esa experiencia es frecuente en el Opus Dei. A quien se desvincula del Opus Dei se le abre la posibilidad de conocer sus estatutos y un montón de cosas más relativas a la Obra; posibilidad que se le veda mientras permanece en ella.

             Resulta difícil hacerse cargo de cuáles puedan ser las normas que rigen el dolo en la incorporación al Opus Dei. Los estatutos nada dicen. Se me ocurren cuatro posibilidades: 1) que sea de aplicación el canon 125 relativo a los contratos en cuyo caso el acto de incorporación sería válido pero rescindible, por sentencia judicial; 2) que sea de aplicación el canon 643§ 1, nº 4º relativo, no a los contratos, sino a la incorporación de los novicios a un instituto religioso, en cuyo caso el acto de incorporación sería inválido; 3) que sea de aplicación el Derecho civil correspondiente a la nacionalidad del interesado o del lugar en donde se celebra el contrato, ya que en materia de contratos el canon 1290 remite al Derecho civil de cada territorio y el fundador decía que el vínculo de incorporación habría de tener carácter contractual civil; 4) Que no sea de aplicación ninguna de las normas mencionadas anteriormente, sino otra, la Lex Romana Visigothorum, pongamos por caso.

            La política llevada a cabo  en torno a la “solución jurídica” del Opus Dei estaba encaminada y condujo a que los socios se desinteresasen sobre cuál fuera o dejase de ser esa solución jurídica de marras que había costado al menos una prostatitis crónica. Eso correspondía a Juan Pablo II, al otro polaco ignoto, a don Álvaro del Portillo y a pocos más. Al resto nos correspondía aceptar acríticamente el resultado, que consistió en unos estatutos hechos apresuradamente —había que adelantarse al código— por un equipo reducido y poco cualificado; unos estatutos muy descoordinados de los preceptos del Código de Derecho canónico que tratan de las prelaturas personales y de varias ideas fundacionales.

            La 5ª edición, de 1983, el Catecismo de la Obra afirmaba en su nº 212 que el vínculo que se adquiere con la incorporación a la prelatura y que liga a la Obra con sus miembros es de carácter contractual porque así lo deseó siempre nuestro Fundador. Tal afirmación no deja de ser una manifestación de voluntarismo, ya que el hecho de que el Fundador lo hubiese deseado no es prueba de que ello haya quedado plasmado ni en el Código de Derecho canónico, ni en los estatutos de la Obra de 1982 —de hecho no queda reflejado—, en los que no aparecen ni la palabra contrato ni el adjetivo contractual. Se ha llegado a una situación tal en la que, si se atribuye al fundador que las mesas camilla tienen carácter contractual, no cabe ponerlo en duda.

            Leemos en el nº 328 del citado catecismo: ¿Cómo deben ser considerados por los miembros de la Obra nuestros Estatutos? Nuestros estatutos deben ser considerados como camino cierto de santificación para sus miembros. La respuesta no puede ser más representativa de la confusión entre organización y camino de santidad, entre dirección espiritual y régimen de una institución. Los estatutos de una prelatura personal, o de una conferencia episcopal, o las normas que rigen una diócesis, o una fundación, en modo alguno pueden ser considerados como un camino de santidad o que tengan por función santificar a sus miembros. La santidad no consiste en que los gobernantes gobiernen conforme a Derecho —en este caso Derecho estatutario— y los gobernados cumplan las indicaciones recibidas; no consiste en una relación entre gobernante y gobernado, ni entre director y dirigido sino entre la persona y Dios. Escrivá pretendía legislar y gobernar nada menos que sobre el modo de adquirir la santidad. ¡Qué disparate! Le salió una organización donde la persona queda supeditada a la institución que Ruiz Retegui llama estructura de pecado.

            Pero no quiero divertirme, sino centrarme en el dolo. Aunque sus manifestaciones son muchísimas me voy a limitar a un par de ellas.

 

            Dolo al narrar la historia de la Obra. En Opuslibros se ha resaltado muchas veces la existencia de manipulaciones dolosas de las fuentes de conocimiento relativas a la historia de la Obra. Las cartas fundacionales, instrucciones, diario del fundador y demás documentos internos están llenos de adulteraciones, anacronismos, e intentos generalmente burdos de ocultar o tergiversar la realidad, que dificultan la crítica histórica. No deseo entrar en detalles, pues el tema no puede ser tratado si no es prolijamente.

            Tales manipulaciones están hechas al estilo de la revista “Crónica” y en gran parte por los mismos “expertos”. No se añade lo de “cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia”, porque los lectores de Crónica ya lo saben y resulta superfluo. Como en los documentos fundacionales, se corta, se añade, y se reelabora un escrito, hasta conseguir un texto muy alejado de la redacción original.

            Recuerdo a un norteamericano bastante desconcertado porque al leer en Crónica un artículo sobre su país aparecían mezcladas dos ciudades —quizá eran Chicago y Washington— como si fuesen una misma ciudad con lo que todo lo narrado resultaba puro disparate. Un corresponsal de Pamplona se inventaba las historias que aparecían en Crónica con cierta habilidad. Se le puede considerar un precursor del Ramdom Shit Generetor, inventado por Atomito. Generaba frases tales como la de unidos al Santo Padre, con la alegría de los hijos de Dios, realizamos con esfuerzo la tarea diaria, encomendándonos a Nuestro Padre, libremente, porque nos da la gana. A eso o a algo parecido añadía, para que pitasen Juan, Arturo y otro Juan. Como pista daba que todo ello acaecía en Irabia, un colegio del Opus Dei en Pamplona. Los vinculados a Irabia quedaban  felices de que su obra corporativa apareciese en letras de molde en Crónica y se hacían cábalas acerca de quienes pudiese ser el tal Juan, Arturo y otro Juan y probablemente también daban gracias a Nuestro Padre con el esfuerzo de la tarea diaria.

            El último descubrimiento en materia de subrepción histórica hace referencia nada menos que al 2 de octubre de 1928. En esas fechas el fundador no tenía por director espiritual al famoso padre Sánchez, sino a otro sacerdote. Escrivá le comunicó su “visión” y su director espiritual de 1928 le dijo que no se fiase de aquello. Cambió de director espiritual y encontró en el jesuita padre Sánchez el beneplácito deseado. Eso se nos ocultó.

            El Santo Fundador dejó dicho en más de una ocasión:

            —Cuando se escriba la Historia de la Obra habrá de hacerse de rodillas, pues es la Historia de las Misericordias del Señor.

            Imagino que lo harán algunos numerarios probados y entrenados para arrodillarse al lado de ordenadores situados en el suelo, para facilitar la prokynesis. La prokynesis garantiza que se relatarán mentiras. El lugar adecuado me parece que podría encontrarse en esas habitaciones de Torreciudad destinadas a investigaciones históricas sobre la Corona de Aragón o bien La Estila, donde sobra espacio.  

           

            Dolo en torno a la santificación del trabajo ordinario. La idea de la santificación del trabajo profesional ordinario se utiliza como banderín de enganche en la captación de numerarios. El nº 8 de los estatutos dice que puede pedir la admisión en el Opus Dei quien se sienta movido por vocación divina a buscar su santificación, mediante el propio trabajo o profesión. Pero el así captado pronto descubre  que su trabajo profesional ha de ser sustituido por una dedicación a las labores apostólicas de la prelatura. Como dice el nº 8 de esos mismos estatutos, se llaman numerarios a quienes se dedican a las tareas apostólicas propias de la prelatura con todas sus fuerzas y con la máxima dedicación personal. La vocación divina de buscar la santificación mediante el propio trabajo profesional queda de esta manera eliminada. Se suele justificar el engaño con la consideración de que la dedicación a las tareas propias de la prelatura constituye un trabajo profesional. Más honrado sería decir: quien se sienta movido por vocación divina a buscar su santificación mediante el propio trabajo o profesión en el mundo no debe ser aceptado como numerario, porque lo propio del numerario es llevar a cabo las tareas internas de la prelatura. 

            Inicialmente estaba previsto que hasta los sacerdotes tenían que continuar con su trabajo profesional. Posteriormente se cambió de criterio, prohibiéndoles el trabajo profesional. Esto sucedió en vida del fundador. Posteriormente, con don Álvaro y los nuevos estatutos, la misma evolución se produjo con el resto de numerarios. De ser profesionales con profesiones liberales —médico, ingeniero, etc.— pasaron a ser funcionarios de la Obra, en calidad de oficiales, sacerdotes, o directivos de los diversos centros, delegaciones, obras corporativas, obras personales, etc. A los que no valen para tareas internas —las labores de la prelatura— se les deja continuar con su labor profesional, por la que nadie se interesa.

            La idea fundacional inicial consistía en unos laicos que trabajaban en diversas profesiones y una institución que se limitaba a atenderlos espiritualmente, pero carecía de labores propias, carecía de los llamados “apostolados propios de la prelatura”. No había más apostolado que el realizado individualmente con ocasión de la propia profesión. Cabe considerarse engañado por el cambio producido. Es posible que el Padre y don Álvaro sepan mejor que uno qué es el Opus Dei. Ellos son los fundadores. Pero, ¿por qué nos engañaron? ¿Por qué? ¿Es que ser fundador da derecho a engañar? ¿Quién les dio permiso para utilizarnos como cobayas humanas en sus experimentos fundacionales?

 

(Nuevo artículo de Gervasio: "Otra manifestación de dolo", del 24/09/2010)




Publicado el Monday, 12 July 2010



 
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