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 Libros silenciados: Colegios que son pero que no son (del Opus Dei).- EnriqueAntonio

010. Testimonios
EnriqueAntonio :

HACIENDO MEMORIA DE MI PROBLEMÁTICA RELACIÓN LABORAL CON UNO DE LOS COLEGIOS QUE “NO SON, PERO SON”: EL ROMERAL

Enrique Antonio, 16 de agosto de 2010

 

 

Entonces era Centro Familiares de Enseñanza, hoy Attendis, más resumidamente algunos la solíamos llamar La empresa. Esta era propietaria de dos colegios en Málaga capital, uno de ellos –el masculino- se llamaba y llama El Romeral. Y efectivamente era “nuestra” empresa, no porque fuera de nuestra propiedad sino porque era la que nos contrataba como docentes a mí a mis compañeros.

 

Sobre este colegio, como en todos los demás, siempre sobrevolaban y sobrevuelan dos organizaciones teóricamente distintas, pero que en la realidad están mezcladas y son difícilmente separables desde sus inicios: de un lado; el Opus Dei; de otra, La empresa. La bien conocida teoría del Opus Dei era y es que la inquietud de un grupo de padres dio lugar a La empresa y esta fundó colegios cuya dirección espiritual encomendó al Opus Dei. Pero claro, la realidad es que el Opus Dei fue el que desde el comienzo organizó al grupo de padres que se constituyeron en La empresa para fundar colegios y que el Opus Dei los dirigiera espiritualmente. No era una consecuencia de la iniciativa de otros, pero además del Opus Dei no sólo dependía la dirección espiritual sino toda dirección a través de La empresa, cuyo Consejo de Administración controla desde su fundación. Lo cual no es óbice para que muchos padres que participaron en los primeros momentos siguieran pensando años después de su constitución que La empresa comenzó siendo algo sólo de los padres, etc.: en resumen, que no son, o mejor, que no eran, pero que desde hace tiempo son, aunque el Opus Dei dice que no son, etc...



 Por cierto en los documentos internos que publica opuslibros.org, los referidos al gobierno local pasan de no considerar estas “labores personales” en epígrafe propio (1987) a dedicarles un apartado (2002) y finalmente añadir también un anexo (2005), se ve que cuantitativamente van ganando importancia el asunto. Cito el párrafo que considero más significativo (2005):

 

Los Directores de la Prelatura prestan una adecuada formación espiritual a los fieles que participan en las labores de enseñanza primaria y secundaria, para avivar su responsabilidad y su afán de almas. Entre otras facetas, les ayudan a vivir algunas aplicaciones prácticas de la ascética cristiana: a) el espíritu de unidad, tanto dentro del propio centro de enseñanza, como con los directivos de la entidad gestora: evitar con delicadeza hasta la menor apariencia de murmuración, ejercitar la corrección fraterna, etc.” (pp. 180-181).

 

Obviamente los directores de la Obra sólo dan “formación espiritual”, pues la desvinculación teórica no permite hablar de otra cosa, pero curiosamente la primera aplicación de “ascética cristiana” de esta formación de los directores de la Obra es pedir la “unidad” con los otros directores, a los que llama de la “entidad gestora”, en mi caso La empresa.

 

El paralelismo que se establece con las relaciones con el Opus Dei es total, a pesar de que teóricamente no tienen nada que ver con la organización de la Obra aquí se calca la unidad con los directores, vulgo superiores. Afortunadamente no nos regala el texto citado con ninguna fundamentación, lo que sí concreta es la práctica de la corrección fraterna y la ausencia de murmuración lo que tampoco suena desconocido. Pero claro, en estas “labores personales” coincide que los directivos tienen la facultad de despedirte con viento fresco sin tener en cuenta el bien de tu alma, sino sólo la legislación laboral, lo cual desde el punto de vista del subordinado es un modo poco fino de que vivan la unidad contigo, pero claro es que la unidad sólo se vive hacia arriba, implica siempre jerarquía: es unidad con la cabeza…

 

En mi época de trabajo (desde finales de los 80 a mediados de los 90) en los colegios de La empresa fui sometido a un duro trato laboral por ella, ya describí en “Modo generalizado de tratar al personal docente” (25 junio 2010) que las condiciones de trabajo generales no eran buenas ni para mí ni para nadie (contratos temporales, jornadas muy largas, decisiones directivas arbitrarias, salario bajo), pero desde luego en mi caso no sólo no hicieron una excepción en su praxis explotadora sino que considero que en tres jugarretas se pasaron de vueltas, de menor a mayor intensidad fueron las siguientes: 1ª) me endilgaron una amonestación por escrito; 2ª) me cambiaron de ciudad (tenían centros educativos en varias ciudades, lo cual venía muy requetebién a la delegación, en este caso la de Granada); y 3º) me pusieron de patitas en la calle.

 

Ninguna de las tres medidas tenía ni pies ni cabeza (no tenían “sentido común”, asunto distinto es el “sentido sobrenatural” sobre el que en el Opus Dei es bien sabido que hay auténticos expertos, a los cuales habría que remitir el asunto para su estudio) pues ni tuvieron fundamento para la amonestación, ni para el cambio de ciudad ni para echarme. No voy a detenerme en detallar las dos primeras, me centraré en la tercera, pues al fin y al cabo fue la que más afectó a mi relación no sólo con La empresa sino poco después y como consecuencia de lo anterior con el Opus Dei.

 

En la entrevista en la que La empresa me comunicó que estaba despedido recuerdo que no logré sacar en claro más que una cosa: yo no tenía el “estilo” propio de ese colegio. A mi sugerencia de que podíamos hablar sobre qué consideraban “estilo”, recuerdo que me contestaron que aquello ya estaba decidido, la entrevista era sólo una comunicación no un diálogo. Después de aquello, en la comunicación escrita de La empresa, obligada como preaviso de despido en la legislación laboral, lo de la falta de “estilo” se transformó en que como profesor no aceptaba el horario de clases que me encargaban para ese curso, cosa que era falsa. En fin, laboralmente el asunto terminó como despido improcedente por lo que tuvieron que soltar los dólares correspondientes, no muchos desde luego, pero los suficientes para darme independencia económica por unos meses gracias a que no cayó en la caja del centro.

 

Hasta aquí La empresa, pero ahora viene lo del Opus Dei. Conceptualmente, el que yo estuviera convencido de que “no son pero son” -del que hablé más arriba- sabía que irremediablemente me llevaría al distanciamiento con la Obra, hasta qué punto no lo sabía al principio pero sí que era cuestión de tiempo, pues el ser numerario no lo convierte a uno en un estúpido total al menos cuando ve las cosas en primera persona, otro asunto es si habla de los colegios desde una oficina de aop [Apostolado de la Opinión Pública] de lo que también tengo experiencia.

 

En mi caso, después de reflexionar algún tiempo me encontré que profesionalmente no podía entender que ni La empresa ni la Obra tuvieran ninguna razón legítima para ponerme en la calle, y aquello me llevó a concluir que no había nada que entender en aquello, al menos nada de lo que pudiera sacar algún provecho, pero lo que sin duda era claro es que les importaba poco tanto a unos como a otros: lo indudable era que las faltas de caridad y de justicia como comportamiento institucionalizado propio de los directivos me habían tocado a mí. Las razones que tuvieron ni las supe en su día ni las sé, pero lo que sí considero hoy es que el ocultármelas probablemente se debió a que su origen provendría de alguna calumnia en alguno de los niveles jerárquicos o de La empresa o de la Obra. El caso es que la retroalimentación entre ambos hacía difícil saber de dónde provenía la concepción de la medida: era una aplicación más del característico modo de entender la discreción.

 

Tres asuntos más me reafirmaron en que efectivamente poco les importaba mi situación: el primero de ellos fue una tertulia en mi centro en que uno de aquellos linces de la delegación se dedicó a alabar a uno de los colegios de La empresa como “gran instrumento apostólico” (¿o dijo proselitista?): después de soltar no recuerdo qué fresca, nos levantamos dos personas, una a la que habían echado de una obra corporativa y yo. ¿De verdad había que ponerle buena cara a aquel y a otros elegantes directivos de la delegación cada vez que quedara claro en sus declaraciones las alabanzas a los colegios que “no son, pero son”? ¿Todo el resto de mi vida tendría que devolverles la sonrisa y callar o tendría que salirme de las tertulias cada vez que aterrizaran por el centro? ¿Cómo podía aquel director “preparar” tan mal una tertulia como para hacer que nos levantásemos dos numerarios en una casa, de mayores, con pocos residentes?

 

La única explicación que se me ocurre es que a las pocas luces del ejecutivo delegacional del momento se unía una desconsideración total a nuestra situación. Pero claro probablemente tenía su justificación (¿inconsciente?): desde su marco teórico creo que pensaba que nuestra situación laboral no era de su competencia ni de los demás directores, pero claro obviaba que esa situación había sido provocada indirectamente, entidad interpuesta mediante, por la misma Obra. En este tipo de casos, en los despidos, es claro que la teoría de la Obra subraya para adentro y para fuera que los colegios NO SON, que las obras corporativas son totalmente autónomas… El nudo del asunto es quitarse de en medio de toda posible salpicadura negativa tanto en la opinión pública como entre los propios miembros. Recientemente se puede leer en opuslibros.org la afirmación del Prelado del principio de autonomía corporativa (“Uno nunca deja de sorprenderse” del 21 mayo de 2010, citando una entrevista en Le Figaro del 2006) que sorprende a Sancho1964 y que no se cree, efectivamente concuerdo totalmente con él. ¡Lo de la “organización desorganizada” queda muy lejano si es que existió alguna vez! En la Obra en las últimas décadas lo que he conocido no es la autonomía organizativa sino un control vertical minucioso.

 

El segundo asunto tuvo que ver con mis compañeros de trabajo, pues en su reacción a mi despido me di cuenta que con los únicos que con seguridad no podía contar era con aquellas personas con las que teóricamente más lazos en la Obra tenía, o sea con los numerarios. Aquello fue decepcionante y tan desconcertante o más que la actuación del director de la delegación en la tertulia de mi centro que he citado antes. A este al menos le podía achacar su alejamiento de la realidad, su enclaustramiento en la delegación, en resumen su desconocimiento; pero ¿qué clase de disculpa cabía de aquellos que eran compañeros de trabajo –y residentes en el centro de san Rafael? ¿Se podía legítimamente esperar la despreocupación en los momentos duros de los demás numerarios?

 

El tercer asunto cuya consideración influyó poderosamente en mí fueron el conocimiento y el trato con otros dos numerarios en circunstancias parecidas: despidos improcedentes de instituciones educativas de la Obra. Aquello parecía no un hecho aislado, sino una puesta al día de la táctica de La/s empresa/s-Opus Dei en el trato con los numerarios a los que imagino que considerarían “problemáticos”. 

 

A todo esto, mi visión del asunto que he relatado no sé cómo se conjuga con la visión que en su momento tuvieron La empresa y el Opus, y la verdad es que después de los años me importan bastante poco las versiones institucionales. Lo que recuerdo en las subsiguientes entrevistas con los directores de la delegación que sucedieron a mi despido –todas a petición de ellos, excepto una y telefónica- es que nunca creo que ni llegaran a comprender lo dolido que estaba con ellos, ni tampoco conocieran las circunstancias de mi propio centro. Como muestra, en una de aquellas entrevistas recuerdo que me ofrecieron trasladarme a la obra corporativa de la que habían echado al numerario con el que compartía centro, y tras no aceptar el ofrecimiento tuve que advertirle al gerifalte delegacional que ni mi mala experiencia propia ni la del otro numerario de mi centro aconsejaban aceptar su oferta. Creo recordar que aquello le hizo cambiar el tono de la entrevista, tal vez aquel ofrecimiento fue lo más cerca que estuvieron los directivos de la Obra de una disculpa formal, que obviamente nunca tuvo ni ha tenido lugar.

 

Mi penúltima instantánea: en la tertulia general con el Prelado del Opus Dei en su visita a Andalucía, se sitúan en el estrado los directivos de los colegios que “no son pero son”. Ya se sabe que como en los mítines estos estrados son una especie de escaparate público dónde están situados los más de lo más, es como uno de esos magníficos planos generales que se ven en los videos de las convocatorias electorales. Realmente el estrado era una representación del quién mandaba allí y de cuáles eran los destacados instrumentos apostólicos. Es la realidad de la implantación del Opus Dei: actualmente su presencia se limita en muchos lugares a los colegios de enseñanza primaria y secundaria.

 

Tuve la suerte de que entre los ahorrillos de la indemnización por despido de la que antes hablé y que puede encontrar otro trabajo en un par de semanas sin relación con la Obra (y a pesar de ella, pues el directivo de La Empresa ya tan citada se negó a dar referencias mías, y este fue el único momento en que telefónicamente comuniqué a la delegación que ya estaba bien de utilizar el silencio para levantar sospechas infundadas), pude independizarme económicamente y en pocos meses pedí la dispensa de vida en familia. Fue entonces –como muchos otros exnumerarios relatan en la web- el momento en que pude descubrir que estar fuera de la Obra no era sólo un modo de vivir nuevo para mí (después de casi 20 años) sino algo con mucho encanto, una nueva experiencia de libertad aunque ello supusiera tener que reconstruir las relaciones sociales, las prácticas religiosas, la afectividad, las relaciones con la familia, etc. Este nuevo capítulo de la vida requería reescribir casi todos los anteriores, asunto costoso.

 

Durante esa época recuerdo como especialmente irritante el comentario del que entonces era el subdirector de mi centro acerca de que el apartamento que había alquilado al dejar el centro estaba demasiado bien puesto: los que conocemos un centro sabemos que es difícil de igualar en el mercado inmobiliario y mobilario, no digamos en mi caso cuando lo que alquilé fue un destartalado apartamentito de unos 60 m con unos muebles tan viejos que uno de mis antiguos alumnos –hoy amigo- lo llamaba el apartamento de Alfredo Landa. ¡Hay que tener la cara dura! ¿O tal vez no lo decía por comparación con la sede del dentro sino considerando mi situación personal pensaba que me venía bien alquilar una mazmorra para que mi cuerpo expiara en vida…?

 

En fin, al cabo de unos meses de habitar mi modesto apartamentito y la verdad es que sin sentirme coaccionado (de hecho los directores se olvidaron un poco de mí, cosa que agradecí) me comunicaron que pensaban que mejor era que dejara la Obra, de modo que cogí el “pasaporte”.

 

Mi experiencia profesional posterior en la enseñanza me ha hecho tomar distancia respecto a los años en que trabajé en los colegios que “no son pero son” y la verdad es que no termino de ver que su planteamiento fundamental vaya más allá de ganar pasta (y mucha pasta) y captar alumnos jóvenes como numerarios, a lo que se subordina todo lo demás. Me quedo con comentar lo primero: lo de ganar pasta lo lograban y lo logran fácilmente explotando el trabajo del profesorado (tanto de la Prelatura como ajeno, que para esto sí que somos todos hijos de Dios). Todavía recuerdo que los lunes de cada semana se tenía una jornada extenuante hasta las y pico de la noche para que los padres se entrevistaran con los profesores-tutores, pero lo que era un desquiciamiento de esta agotadora jornada es que además un lunes al mes el maratón se remataba con un retiro espiritual. Realmente, a aquellas horas de la tarde-noche el agotamiento corporal del personal requería una sanación del espíritu… Para eso estaba la Obra que con la atención espiritual pertinente secundaba la explotación laboral del profesorado: ¡toma jornadazo de trabajo para que tengas oportunidad de santificarte!, faltaba que dijera el que daba la meditación. No es de extrañar que las labores apostólicas de la Obra sufran los males de esta, cumpliéndose el refrán de que de tal palo tal astilla.

 

No quiero terminar sin manifestar mi reconocimiento a aquellos profesores que conocí y que superando las limitaciones institucionales –que eran muchas- hacían un trabajo profesional, abnegado y muy poco reconocido. Algunos de ellos han fallecido ya y les tengo en el recuerdo, con el paso del tiempo he meditado en las experiencia que compartí con ellos y veo con claridad que fueron el mejor ejemplo humano y cristiano. Muchos de ellos ni comulgaban con la idea de que aquellos colegios de La empresa fueran una cantera de numerarios del Opus Dei ni con muchas otras, pero aquel era el modo de subsistencia de sí mismos y de su familia… Demostraban una gran abnegación cuando aguantaban los carros y carretas que les caía encima en las indicaciones generales e individuales de los trajeados directivos de La empresa, todos ellos mucho menos profesionales que aquellos a los que mandaban, mangoneaban y reprendían. Fueron víctimas de una institución (o de dos y de más, pero que son la misma) porque pasaban por allí… 

 

Enrique Antonio




Publicado el Monday, 16 August 2010



 
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