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 Tus escritos: ¿Cuántos Opus Dei hay para un numerario? (I) - Sarnoso

010. Testimonios
sarnoso :

¿CUÁNTOS OPUS DEI HAY PARA UN NUMERARIO? (I)
Sarnoso, 10 de septiembre de 2010

 

Ésa fue la conclusión a la que llegué meses antes de dejar la institución. ¿En cuántos Opus Dei he estado? Porque la realidad de la prelatura va cambiando según múltiples aspectos.

 

Os cuento un poco mi historia (cosa impensable –mal vista- dentro del OD: contar a la gente tu vida) después de 13 años dentro.

 

PRIMER OPUS DEI: SOCIO VIP DEL CLUB

 

Papis supers. Mi colegio era la obra corporativa de la ciudad en un barrio marginadete. Éramos muy pocos los que vivíamos lejos (todos mis compañeros eran del barrio) ¿por qué entramos en ese colegio? Respuesta clara, ¿no? Interesaba. Allí dentro del cole, había un club para agregados. Algunos chavalines iban… pero claro, yo era considerado de otra “clase”… así que fui al club del barrio pijín de la ciudad con los niños del cole de fomento. Allí iba por las tardes. Yo, con mis 12 añitos, quería parecerme al director técnico del club: un numerario guay, con gafas de sol casi todo el día, que fumaba, tenía un portátil ¡y hacía lo que quería! Esos son los planteamientos de un niño de 12 años. Así que “veía claro” que esa era mi vocación, ser numerario. Nadie preguntó mucho más. Imitaba a este tío en muchas cosas, hasta me compré su modelo de gafas de “top gun” jajaja.

 

Y cuando llegaron los 14 años y medio, dije que por supuesto, que lo veía claro. Era el único niño numerario del cole de 1500 alumnos y eso suponía que era el mimado de todos los profesores –muchos numerarios-. Fijaos en los criterios de igualdad: mi preceptor del cole era el director, y yo era su único preceptuado, ¡toma ya! Imaginaos la cara de los niños de mi clase. En el club me trataban de maravilla porque era el único adscrito. Todo estupendo. Me estimaban en todos sitios. La vida me sonría. Confiaban en mí… Recuerdo que con 16 años, cuando faltaba un profe, me decían que si podía ir a controlar la clase de los de 14. Yo era monitor del club con 16 añitos, hablaba con las madres… los fines de semana me iba de casa y vivía en el club… Decidle a alguien de 16 años que se puede quitar a sus padres de en medio y ya veréis como escribe a don Tomás G. a quien haga falta...



Vivía suficientemente lejos para no tener que ir al centro a la oración de la mañana. Así que para mí, ser adscrito era como ser un socio vip del club en cuestión: podía subir hasta la cuarta planta, me invitaban a merendar, tenía otro circulo… pero poco más. Eso sí, cuando me explicaron el tema del cilicio y las disciplinas me dije por dentro que eso no lo iba a vivir (y así fue, aunque en las charlas eludía siempre el tema, y si salía pues mentía y pa’lante). No hacía la oración de la mañana porque me parecía suficiente con media hora por la tarde para mis experimentados adolescentes años. Pero en apariencia, era un nume guay, un adscrito modelo que prepara el oratorio en un santiamén y que el 2 de octubre me ponía más arreglado de lo normal. La mortificación “de hecho, no de derecho” de la ducha de agua fría tampoco la hacía. En fin, todo ligth y siempre que mantengas la composturas, sigues quemando etapas (petición admisión, admisión, cursos anuales, entrevistas en la delegación, etc).

 

El apostolado consistía en traer gente al club. Pero ¡lástima! mis amigos vivían muy lejos, en un barrio de las afueras y regulero… así que, “tenía que hablar con ellos para que rezaran, fueran a misa,…” pero nada comprobable. Y yo pasaba de hacer que mis charletas con mis amigos fueran siempre de lo mismo. Yo era un tío normal y así lo quería demostrar. Si salía algún tema de moral o religión, yo daba mi opinión (por supuesto “ex cátedra”, que los numerarios se creen poseedores de la verdad).

 

Y así fueron pasando los felices años del bachillerato, pensando que era la persona de mi edad que más rezaba en el mundo y que –como me dijeron en una charla- nuestro plan de vida hacía que nuestro trato con el Señor fuera mayor que el de muchos obispos. Y yo cual urogallo en celo, me crecía y ponía gallito en mi interior.

 

Al final, el último año antes de entrar en la universidad, no quedaba nadie de mi edad que iba por el club, pero no pasaba nada… era un sitio cómodo donde podía hacer y deshacer y mis padres no me veían. Los numerarios cambiaban en septiembre 4 de cada 10. Algunos desaparecían. En los cursos anuales de adscritos te dabas cuenta de las bajas… pero bueno, más vale malo conocido… ¡y no estaba tan mal! 

 

SEGUNDO OPUS DEI: EL CENTRO DE ESTUDIOS

 

18 añitos. Junio de selectividad. Grandes cambios. Empezaba la universidad y con ella el mundo empezaba a ser mixto ;-) Pero el verano previo, comenzaba el “semestre” ¿por qué se llamará semestre si son 2 meses? de filosofía en el centro de estudios y dejaba el nido paterno de lunes a viernes también y me iba ya definitivamente a un centro. ¡Ya era todo un numerario hombrecito!

 

Entras en lo más parecido a una mili. Los alumnos del ce mayores eran guays, se la sabían todas y no hacían novatadas pero algo sí. Novatadas light. Había que unirse a sus excursiones y ganarse su confianza. Por supuesto, nosotros a triples. Ellos en individuales.

 

Me di cuenta que el director era el hombre de peso (en el club, era como uno más) y que tenía “sus hombres de confianza”. “Sus hombres” eran lo que tenían los encargos más interesantes y los demás tenían horas de jardín cortando setos;-) Tenía que entrar en ese grupo, así que empezó todo una estrategia de peloteo y sentarme en la mesa de dirección hasta que entré en el grupo. Ya podía salir a comprar cervezas para las tertulias piratas y helados si la administración no había sacado nada por un cumpleaños. Increíble ¡seguía creyéndomelo!

 

Después estaban los subdirectores Torquemada, que eso era como tener miembros de la Gestapo, SS con la guardia republicana iraní. Inspeccionaban los armarios, cajones, etc. Un día me dijeron “oye, ¿este jersey es nuevo?” ¡Se sabían toda mi ropa! Así que todo lo que traías de casa de tus padres estaba bien visto, pero luego ya, si querías algo nuevo de ropa, consulta y respuesta negativa. Asfixiaban los malditos sábados a las 16.00h con “¿a quién vas a traer a la meditación?” “A nadie” “Pues a la calle y hasta las 18.00h no te quiero ver aquí”.

 

Luego estaba el director espiritual. En el Opus Dei hay curas que tienen seguidores o fama dentro del mundillo. Los superinvitables a las tertulias: el Curri, don Tomás Alvira, el Manglano, don José María Boza… pesos pesados sin tener cargos de gobierno en delegaciones, pero que hacen y deshacen y se ven todos los años en el UNIV.

 

Y luego están en el centro especímenes raros como curas que los ves en las cenas y desaparecen porque atienden a nuestras hermanas, o numerarios de desecho que por lo menos dan charlas, pero poco más.

 

Allí empezabas a darte cuenta de que hay clases y clases. Había numerarios con trajes carísimos, relojes increíbles y otros iban más modestitos. Los modestitos, a recuperación a por modelos más modestitos ;-) Los otros podían comprar no sé qué porque sus padres lo pagaban. El otro, al sacar dinero de la caja, iba más tieso al corteinglés que muchas veces se volvía con el dinerito. Si los padres del primero invitaban a los del colegio mayor a su casa a comer, iba la plana mayor (cura, dire, y los chicos guays). Si invitaba el segundo, iban sus “hermanos de verdad” y el subdirector “todo lo ve”.

 

Lo que recuerdo de positivo de esta época es la Administración con mayúscula. ¡Qué maravilla! Vivía en la mejor zona de la ciudad, en un hotel de cinco estrellas y que se tardaba como 40 minutos a paso ligero si querías recorrer todos los pasillos (no miento). Nos mimaban (o nos hacían eso para que creyéramos que era lo normal dentro del OD). Comida supercurrada, cada día distinta. En las fiestas ya cáete de espaldas. Las cenas de los sábados eran increíbles por países o temáticas. En portería había una señora mayor que era un encanto, que aunque no podías mirarla, yo miraba y ella también con ojos de abuela. Que cuando te pasaba una llamada le daba pena de no preguntarte qué te pasaba que no habías comido postre. Y todo desde la distancia. Eso no sé si es santidad, pero por lo menos, era para quitarse el sombrero. Recuerdo que uno de los que estaba conmigo, se montó en un autobús –él es muy despistado- y vio a una mujer mayor, rubita, sentada y que le sonaba “¿de qué me sonará a mí esta señora?” y se pasó 20 minutos dando vueltas hasta que le preguntó “perdone, ¿de qué la conozco?” no sabía si era una amiga de su madre, una tía segunda o una vecina y le dijo “soy de la administración” sin inmutarse. Claro, el pobre alumno estaba que se bajó en la siguiente parada rojo como un tomate.

 

Pero aquí, poco a poco empieza a aparecer el Opus Dei acosador y dominador de conciencias y vidas. Correcciones fraternas a miles, subdirectores que te trincaban todo, cambios de planes a última hora (“mira, que al final no te vas este finde de convivencia” “¡pero si tengo la maleta hecha y salimos en 30 minutos!”), las visitas a los padres empezaban con 1 vez a la semana, cada 2, cada mes, cada 2 meses… Y descubrías los NOes ocultos en el primer OD: no se puede ir en coche con una mujer, no puedes tener secretaria si no es mayor, no puedes ser padrino de nada, no puedes ir a una boda, no puedes ir a celebrar el cumpleaños de tu abuela, no puedes pedir apuntes a niñas, no puedes tener móvil, no puedes hacer llamadas largas, no puedes bañarte en la piscina si no es en el horario previsto, no puedes no ir a una charla porque te duele la cabeza, no puedes ponerte malo si no dice que estás malo el subdirector, no puedes no comer de un plato, no puedes tomarte algo con tus amigos sin consultar, no puedes hablar con un numerario de nada más allá de lo que dice el periódico, no puedes tener amistades particulares, no puedes ser tan gracioso, no puedes ser tan serio, no puedes usar perfume, no puedes dormir sin camiseta, no puedes salir de la ducha sin secar el plato, no puedes ir sin calcetines, no puedes usar pantalón corto, no puedes ir a misa sin chaqueta y corbata, no puedes ir un día sin afeitar sin que te pregunten por qué, no puedes no tener sueño una noche, no puedes pegar una minicabezadita por la tarde, no puedes ir en camiseta, no puedes enseñarle tu habitación a tu familia, no puedes usar tanto el ordenador, no puedes leer para la lectura espiritual otro libro que el que te hayan dicho, no puedes elegir temas de la oración, no puedes...

 

Yo ya estaba un poco harto de todos los noes, pero virgencita, que me quede como estoy pensaría, para seguir en el OD. Luego llega el momento en que te dicen que así no puedes seguir, que tienes que pegar un cambiazo que blablabla (se lo dicen a todos, para ver qué tal reaccionan). Pues estábamos en esa etapa cuando descubrí que el secretario dejaba la llave del armario de dirección en un cajón. Un día cuando había poca gente en semana santa (los amiguitos del cura a Roma, los no, castigados) abrí el armario y empecé a devorar carpetas, hasta que encontré una hoja con mi informe, sin decir que era yo pero con números e iniciales. Así sabía lo que tenía que hacer para que estuvieran contentos ;-) y me dejaran vivir. Y a eso me dediqué y me daban palmaditas en la espalda cuando decía “me he dado cuenta de que soy un …” justo lo que ponía el informe. “Bien, muy bien, te has dado cuenta, estás profundizando…” jajaja. Si vierais cómo me latía el corazón con la puerta abierta de dirección y esa carpeta con anillas y papeles amarillos, blancos y rosas. Triste mi vida ¿verdad? Pero era mi instinto de supervivencia. Debía permanecer en la cosa, haciendo lo que hiciera falta. Así de “perseverante” quería ser.

 

Lo que sí era verdad es que desaparecía gente y gente. Y cada vez entraban menos. Las clases de filosofía del primer año estábamos 20. El segundo 10. El tercero 5… Pero uno se crecía, ¡soy de los buenos! ¡me mantengo en la barca! Y me pasaba las tardes aburridas viendo fotos de crónica del principio de los tiempos en el oratorio y así parecía que estaba allí. Otras veces metía novelas de Tom Clancy pero forrado con otro papel. De coña.

 

En la universidad te dabas cuenta el bicho raro que eras. Al final, me sentaba al lado de mis amigos del colegio y así seguí sin que vinieran a nada por el centro, salvo una vez a estudiar y justo había “collatio” (reunión de curas para hablar de un tema). El colegio mayor parecía un “agujero negro” con 20/25 curas ensotanados en el parking y yo entrando con mis amigos en plan “es un colegio mayor normal y corriente” jajaja

 

En el centro de estudios se daban clases sobre “el ente”, sobre “los trascendentales en Dios” o la “conversio a phantasmata” (o algo así jjajaja). Pero nunca nada sobre la experiencia de Dios en mi vida, perdonar a los hermanos, las necesidades de los pobres, escuchar al que llora… Y si se hablaba era todo para vivirlo intra-opus-dei. Es decir, los pobres eran “nuestros hermanos que sufren” “un hermano que flaquea” pero siempre dentro de la Obra.

 

Alguna vez pregunté a la gente por qué había pitado (y a mí mismo, claro). Haced la prueba a los numerarios de 20-25 años. Te darán una respuesta fría o teórica, de hecho, será incómoda la pregunta. “Porque lo vi”, “porque quiero ser santo en el mundo”. Recuerdo que uno hizo este razonamiento: “cuando me explicaron qué era la obra, me pareció que era una cosa buena, y ya está, ¿qué más necesito?”. La cuestión de la llamada es graciosísima, nada clara, ni eso de explicar qué es la oblación… y entonces te hacen leer el libro de Fernando Ocariz para que reescribas tu historia con los paradigmas del libro. Son unos máquinas en la reingeniería.

 

Entonces es cuando llegué a la conclusión que yo era “como un cura-monje, pero sin decir misa”. Ea, y con ese planteamiento, la vida me encajaba mejor. Recuerdo que en una excursión íbamos un grupo y le preguntó una señora por la calle a uno de san rafael “¿sois seminaristas?” y él contestó “No lo sé, pregúntale a ése”. Así que yo casi que ya prefería ser cura completo que este medio-medio que ni fu ni fa. Una vida dedicada a invitar a gente a la meditación y hacer normas era un poco de autoconsumición.

 

Al final, un día aparece el de sanmi de la delegación y te manda a un centro. 3 puntos si es de bachilleres, 6 si de universitario, 10 si te quedas; 15 si vas de jefecillo y 5 puntos adicionales por cada estrella del cargo”. Así se hacía la mili. Te dabas cuenta que había tíos que cuando venía el de la dele se transformaban y parecían sor joaquina vedruna y que había corruptelas: la cuenta de gastos eran una farsa cuadrada con fotocopias de la universidad, nunca escuché una disciplina, la gente se quitaba el cilicio para que les vieras, había gente con dispensa del tiempo de la noche (o se la tomaban) y empezaba la vida nocturna en el centros de estudio: recuerdo que el cura llegaba a una habitación previamente convenida y llevaba en la sotana una botella de vino ¡¡cómo serán los bolsillos de esas sotanas por favor!! Recuerdo también que fuimos a una vez a una bodega y regalaron una botellitas de promoción de licor. Dos o tres las dejaron en dirección. Tuvieron que dar un aviso en el círculo para que se dejaran el resto (fuimos unos 15). Pues meses después seguían saliendo botellas que la gente tenía entre los calzoncillos jajaja.

 

En fin, un mundo peculiar fuera de la realidad, pero que como es tu realidad, ni te planteas. Recuerdo que una vez fui con un amigo (sin pedir dispensa o “sin consultar” -siendo puritanos-) un viernes por la noche a tomar una cerveza en el centro de la ciudad (a las 21.00h como cenicienta, tenía que salir corriendo). A mis 20 años se me pusieron los ojos como platos. Nunca había estado un viernes por la noche en ningún sitio fuera de un centro, convivencia o similar. Increíble.

 

Continuará ;-)

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Publicado el Friday, 10 September 2010



 
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