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 Tus escritos: Esto puede tener arreglo.- pergolessi

060. Libertad, coacción, control
pergolessi :

Esto puede tener arreglo
Pergolessi, 13 de septiembre de 2010

Es tan poliédrica la realidad del Opus Dei y tan compleja cada cara (hasta las oscuras) que se hace difícil circunscribirse a un solo tema, sobre todo cuando no se frecuenta el cajón de la correspondencia, como es mi caso. Pero humildemente creo que el nudo gordiano se llama dirección espiritual, de modo que sanado esto, se sanará gran parte del total. ¿Porqué lo digo? Porque la institucionalización de la Obra tiene gran causa y origen en una dirección espiritual en la que (entre otras cosas) dirección de almas y gobierno de personas se junta, mezcla y entrelaza. Aquel que conoce lo más recóndito de tu alma suele ser del consejo local, o de la delegación o de la comisión regional o... y además en algunos casos hasta tu jefe profesional...



La estructura jerarquizada donde fuero interno y externo se juntan suele degenerar en estructura piramidal, en la que “los de arriba de la pirámide” controlan el total de la vida de los de abajo, en un mecanismo que termina por buscar la buena marcha de la estructura y no tanto la vida mejor del otro. Así las almas deseosas de Dios terminan adoptando -por obediencia a la dirección espiritual tanto o más que por formar parte de una cultura de esa naturaleza- una praxis definidísima tendente al encajonamiento en la estructura. Ya de modo sinuoso o directo, pretendido o inconsciente, notorio o torticero, honrado o doloso, una dirección espiritual así termina por primar y favorecer el afianzamiento de la institución antes que el crecimiento espiritual del dirigido. Con la agravante de que al entenderse por director y dirigido que esa asimilación, que ese hacerse Obra, es el principal motor de su santificación, puede permanecerse espiritualmente atascado o en retroceso, mientras que se crece en afianzamiento. Ni que decir tiene que eso acaba estallando en la vida interior, psíquica o vital del dirigido, pues queriendo ser para Dios, acaba siendo para la Obra –que por muy santa que sea no es lo mismo-. Pudiera ser que en un principio esa dirección espiritual fuera honrada y abierta a la voluntad de Dios en el alma, pero el mismo desarrollarse de la Obra -la selección de directores conforme a su adecuación al espíritu- acabó por equivocar “adecuación al espíritu” con “dirección de los espíritus”, de modo que se dejó de “dirigir almas” para pasar a “adecuar almas”. Muchos de los que habéis escrito (y más de los que no han escrito pero te lo cuentan) se han sentido dolidos, aunque no lo verbalizasen así, porque percibían que se les estaba instrumentalizando la vida interior, que se les estaba dejando de hacer volar para ser encajonados en una estructura. Algo así como el café para todos autonómico español, pero aplicado a las almas.

 

Claro que esa ausencia de separación entre fuero interno y externo en la dirección espiritual practicada en la Obra era cómoda y ventajosa para la misma, pues a la hora de “ubicar” a cada uno en una labor apostólica, se sabía todo de ella. Y si encima la dirección era “colegiada” (esto es, no secreta) la llevanza de su alma, los pecados, defectos, deficiencias o maldades de cada cual, eran conocidos y valorados por todo un equipo de directores cual brazo ejecutor que asignaba tal o cual destino y cargo (encargo o carga, dicen) con pleno conocimiento de la totalidad y mismidad de cada uno. Y repito que en principio podía ser hasta honrada y sinceramente empleado para la “buena llevanza de las almas”, pero la misma dinámica de la Obra tendía a que esos datos fueran antes valorados para el bien de la estructura que para la misma vida interior y santificación del alma. Fue un giro en el que “la institucionalización” estaba antes que la “santificación”, justo porque se había equivocado esa “santificación” con la “adecuación”. Claro, que tal “adecuación” lo normal es que acabe por “desadecuadar” al menos “adecuado”, esto es, al más sensible, o más crítico, o más independiente... Y no por falta de vida interior, sino que muchas veces por puro “cansancio espiritual”, porque uno se siente “encajonado”, aprisionado, y no entiende ni “hacia donde va” ni “hacía donde lo van”. Aquello de que se tiene “toda la farmacopea” acababa gustándose con amargura ya que uno recibirá siempre la misma aspirina tenga lo que tenga (espiritualmente hablando).

 

En el fondo todo esto evidencia que si algo no hay es verdadera “dirección espiritual”. Podríamos hablar de “adecuación espiritual” de “cuentas de alma”, pero no de dirección. Y bien que santa Teresa hablaba de cómo una mala dirección mataba un alma.

 

El problema que, intuyo, pueden padecer los directores de la Obra que quieran sanar las heridas o enmendar los entuertos de la Obra radica en lo cerrado del silogismo en el que se mueven y mueve la Obra. Viene a ser lo siguiente: si el espíritu del Opus Dei es de Dios, yo no soy quien para cambiarlo (evidentemente). Si todo el espíritu del Opus Dei fue visto el 2 de octubre de 1928 viéndose la misma Obra como Dios la quería, es claro que esa visión fusionó espíritu y praxis. Así la praxis de la Obra definida por el Fundador no es otra cosa que materialización perfecta del espíritu que él vio, y por tanto, a ver quien es el guapo que modifica la praxis que dejó el Fundador si ésta es el perfecto reflejo del espíritu de algo que Dios mismo ha dado. No es del caso recordar, pero vale como ejemplo, las bizantinas y arduas discusiones que se trajeron sobre el tema “pantalón en la mujer sí, pantalón en la mujer no”. El Fundador las quiso con faldas y a ver quien las ponía pantalones. Esto que parece ridículo para ojos de fuera no lo es si se entiende que los que dirigían querían ser fieles al espíritu, por tanto, querían ser santos y no apartar de la santidad a otros, y si el camino propio fue el que concretó al detalle el Fundador –porque lo vio todo claro aquel 2 de octubre- ¿ponerlas pantalones no era traicionar al espíritu querido por Dios? El sentido común se impuso, enseñando, en este caso sólo, que sentido común es prenda necesaria para vestir la santidad. Pero en la Obra no hay precedentes ni cosas extrapolables, motivo por el cual ese acierto del sentido común podría no ser repetible.

 

Si cualquier cambio de minucias supone mover una montaña, qué no diremos de algo tan radical como es la dirección espiritual, panacea de todo lo que es la Obra en su radicalidad: no sólo como motor que favorece e impulsa la institucionalización en la Obra, sino como causa principalísima de tanta desbandada. En este sentido como la Obra jamás (repito, jamás) por si misma cambiaría nada de esto, tuvieron que presentarse conocidas denuncias de ex, ante la Santa Sede, para que algo se moviera. Y ¡vaya que se movió! Yo mismo fui muy crítico con el tema, porque me parecía que al afectar a la entraña misma de la Obra sería pérdida de tiempo, y que por ahí no irían los arreglos, sino por una vida de santidad en el sufrimiento que esa práxis producía (sufrimientos no sólo de los otros, los que permanecían, sino también los nuestros, los pasados, que debían servir de purificación personal). Hoy los hechos constatan lo acertado de la denuncia y, humildemente lo pienso, también que no estaba del todo descaminado. Quiero decir, utilizando la catequesis de mi apreciadísimo y admiradísimo Benedicto XVI sobre santa Hildegarda, y sin ánimo de abrir discusiones pasadas –pues ya recibí una merecida somanta a palos en salva sea la parte-, que un cambio de estructuras no cambiará a mejor la Obra, sino sólo un cambio de conversión personal.

 

Y digo que también me equivocaba (y mucho) porque eso no será posible hasta que las almas en la Obra puedan volar libremente hacia Dios, lo que exige necesariamente, un cambio radical en la dirección espiritual, y por tanto una reforma de la praxis en tan principalísimo tema. Lo que no se hubiera producido sin elevar la denuncia a Roma. Mis disculpas por los exabruptos de aquel escrito (tecleado, todo hay que decirlo, bajo los efectos de un cabreo de padre y muy señor mío contra un ex al que iba dirigida tal supuración y que, para evitar su identificación, hice extensible al total del género humano. Justa y sabia medida, en fin, el zurrar a todos por no zurrar al que lo merece).

 

En este sentido, y contra lo que EBE con dolor dice en algún escrito, esto no ha sido el parto de los montes, siempre y cuando se “implemente” (odio el palabro) la medida. El que la dirección sea, por fin, personal y secreta; diferencie foro externo (las normas del plan de vida visibles para los otros, quizá) de foro interno (este último secretísimo y protegidísimo); exija confidencialidad y confianza de veras, no por imperativo legal (lo que implica libre elección de director);...; todo ello hará que las almas sean quienes libremente puedan volar hacia Dios o permanecer en tierra, y por tanto se abonará el campo en el que pueda producirse una sincera y auténtica conversión. Como contrapunto –y lo digo mirando a la Obra- cierto que se perderá el control de la Institución, lo que será demoledor a corto plazo (¿de quién se fiarán ahora, si no conocerán las interioridades de las almas?) pero será fructífero a medio plazo, porque al diferenciar gobierno de santidad volverá a ser (si alguna vez lo fue, que parece que sí) camino de santidad válido en la Iglesia.

 

Por todo ello siento una gran alegría con la medida del Papa, que me parece crucial y efectiva por sí misma para sanar la Obra. Mi desilusión lo podrán verificar los meses si no percibo cambios (los de dentro, por favor, seguid teniéndonos al tanto) porque es evidente que estamos ante algo tan gordo que es de temer que pueda provocar de suyo rupturas estructurales ante lo que toda estructura, obviamente, se defiende. Por ello me ha venido a la cabeza aquella profecía que circulaba en Roma (la Roma de la Obra, claro) de que “con el tercer presidente general habrá un cisma en la Obra”. Nunca supe que pensar al respecto, más bien me parecía fantochada, pero visto lo visto me ha empezado a parecer cosa creíble, pues no hubiera imaginado jamás noticia más maravillosa y liberadora, al tiempo que más difícil de implantar sin derrumbar todo un mecanismo institucionalizado (y sabido es que toda institución institucionalizada es de por sí cainita y caníbal si le toca defenderse de la extinción).

 

Pergolessi




Publicado el Monday, 13 September 2010



 
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