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 Tus escritos: Los sistemas en la vida interior.- Torch

090. Espiritualidad y ascética
torch :

Los sistemas en la vida interior. Una visión crítica de Newman y Balthasar
Torch, 20 de septiembre de 2010

 

La vida espiritual no puede – ni debe – ser un sistema. A continuación citaré algunas páginas de una obra de Hans Urs von Balthasar (El Oficio de Pedro y la Estructura de la Iglesia). La edición a la que tuve acceso está en inglés, así que lo que ofrezco es mi traducción al castellano. Si bien lo entiendo, me apena que algunos que estuvieron en el Opus Dei puedan alejarse de Dios y dejen de profundizar en la relación con Él. Y por eso creo que la larga cita siguiente puede ayudarnos a comprender que la particular interpretación que el Opus Dei ha hecho de la vida espiritual (tanto por escrito como por costumbre) constituye un sistema cerrado de espiritualidad (el error teológico que tanto Joseph Knecht como Gervasio han resaltado con destreza: confundir el derecho con un camino de salvación). Por todas las personas tan buenas que pertenecen y han pertenecido a la institución y el cariño que le tengo a muchos de ellos, sintetizo en la segunda parte algunas particularidades en donde la sistematización de la vida interior es más patente. No tengo la intención de destruir sino de reforzar lo sólido (lo verdadero en la institución) y quitar lo dañino. Es por ello que agradeceré cualquier crítica o comentario a este escrito...



La larga cita no es toda de Balthasar. El teólogo y cardenal suizo cita al Beato John Henry Newman (beatificado ayer en Birmingham por Benedicto XVI). Ya en mi primer escrito en Opus Libros hice mención de su idea de la santidad en medio del mundo. Carocha también ha hecho referencia hace unos días a la idea que Newman tenía sobre la conciencia. Como le tengo devoción a Newman, la cita me gustó doblemente. Creo que la descripción que hace ahí resume la interpretación que se ha hecho en la Obra de la ascesis cristiana (cumplir las normas garantiza la salvación eterna). Balthasar está hablando del argumento anti-romano, y lo asume en estos párrafos como si fuera suyo:

“Se dice comúnmente que ‘no puedes confiar en Roma’, queriendo significar que Roma será siempre la misma: quiere gobernar, y abusa de la suprema autoridad que le ha sido dada para servir, a fin de imponer una obediencia legalista en la gente. De este modo, sus adherentes retroceden con ella de la libertad evangélica hacia la religión alienante de la ley: la Antigua Alianza. Newman, en su temprana obra – todavía era anglicano – El Oficio Profético en la Iglesia, expresa fuertemente esta desconfianza. Oigámosle:

“La doctrina de la iglesia romana, al profesar su Infalibilidad, rebaja el estándar y la calidad de la obediencia al Evangelio, así como debilita su carácter misterioso y sagrado; y esto en varios sentidos. Cuando la religión es reducida en todas sus partes a un sistema, existe el peligro de que algo terreno se vuelva el objeto principal de nuestra contemplación, en vez de nuestro Creador. Así, Roma [la iglesia romana] clasifica nuestros deberes y sus recompensas, las cosas que hay que creer, las cosas que hay que hacer, las maneras de complacer a Dios, las penas y los remedios de los pecados. Las clasifica con tanta exactitud, que un individuo sabe (permítaseme la expresión) justo dónde está situado en su camino al cielo, cuán lejos ha llegado, cuánto todavía ha de caminar; y sus deberes se convierten en materia de cálculo. Nos provee [la iglesia romana] con una suerte de báscula graduada de la devoción y la obediencia y, así pues, tiende a engrosar nuestros pensamientos con los detalles de un mero sistema, con un olvido comparativo de quien se profesa como su Autor. Pero es evidente que los servicios religiosos más puros son aquéllos que son hechos, no por obligación sino de manera voluntaria, como un ofrecimiento libre a Dios Todopoderoso. Existen ciertos deberes que son indispensables en cualquier cristiano, pero sus límites son dejados sin definir, para probar nuestra fe y nuestro amor. Por ejemplo, qué porción de nuestros bienes materiales hemos de dejar para usos caritativos, o de qué modo debemos ayunar, o cómo vestir, o si debemos permanecer solteros, o qué desagravio hemos de hacer por nuestros pecados, o que diversiones y espectáculos son permisibles o qué tan lejos hemos de llegar en la escala social. Estas y otras cuestiones similares han de ser dejadas abiertas para la Inspiración… Un mandato de la autoridad puede hasta cierto punto actuar como una protección a nuestra modestia, pero más allá de ello sería sólo una carga… Esta es la verdadera libertad cristiana, no la prerrogativa de obedecer a Dios o no, si nos da la gana, sino la oportunidad de obedecerle de manera más estricta sin ningún mandato formal. De esta manera también no sólo nuestro amor es probado, sino consultada la delicadeza y generosa sencillez de nuestra obediencia. Cristo ama un servicio de corazón, hecho sin cálculo o contemplación de lo que hacemos, desde la plenitud de afecto y reverencia, mientras la mente está fija en su Gran Objeto sin pensar en sí misma. Así pues los mandamientos expresos nos dirigen a reflexionar y estimar nuestros avances hacia la perfección, mientras que la fe verdadera contemplará sobretodo sus deficiencias, no sus pobres logros, fueran éstos los que fueran. Esta fe no se regodea en lo que hace. Arroja lejos tal pensamiento. Está dedicada y obtiene la perfección, no contando los escalones que ha ascendido, sino manteniendo presente de continuo el fin, sabiendo tan sólo que avanza y glorifica a Dios con cada sacrificio o servicio que es permitida ofrecer, mientras ocurre, y no recordándolo después. Sin embargo, en el sistema romano parecería que hay poco espacio para esta devoción inconsciente. Cada obra tiene su precio, cada parcela de la tierra prometida es señalada y descrita. Los caminos han sido cuidadosamente marcados, como si los que alcanzaran la perfección estuvieran constreñidos a moverse en los límites de ciertas trayectorias, como si hubiera una ciencia para ganarse el cielo. Así los Santos son cortados desde la muchedumbre cristiana por ciertos deberes fijados, y no se elevan desde ella por el continuo crecimiento y soplo de servicios qué, en su substancia, son relevantes para cualquier persona. En consecuencia la santidad cristiana pierde su frescura, vigor y buena apariencia, quedándose congelada (si se me permite la analogía) en ciertas actitudes, que no son graciosas, excepto cuando permanecen sin cálculo o planeación. (John Henry Card. Newman, ‘Lectures on the Prophetical Office of the Church’, en Via Media of the Anglican Church, New York: Longmans, Green & Co., 1901, pp. 102-105)

“¿No resume el joven Newman aquí todas las objeciones de la actitud anti romana contra el ‘sistema’ que se coloca como la Gran Muralla China, dura, impenetrable y racionalista, entre el alma y Dios, entre el creyente y el Cristo vivo del Evangelio? E incluso si el cristiano pudiera encontrar, como en un código o jeroglífico, el significado original y viviente de lo que Dios comunicó, la forma romana tiene un efecto injustamente alienante. La mediación ofrecida es superficial. Invita a la contradicción.”

“Como terminó sucediendo, Newman aprendió mejor cuando conoció a los santos católicos y a los Padres de la iglesia unida. Encontró, no alienación, sino una intimidad bendita con los creyentes y con Dios, custodiada en la fe y en el amor por las energías de la Iglesia que crean unidad. Las demandas mínimas de la Iglesia sobre el tibio y el mediocre están abiertas y dirigidas a estimular la libre espontaneidad. Y mientras una orden evangélica profesada sólo en libros puede – y frecuentemente hace – dejarnos enlodados en la pereza, lo que viene desde la autoridad viva de la Iglesia nos reta de cualquier modo. Incluso en el caso de que no nos afecte en la práctica, sólo saber que, en medio de lo que está pasando hoy en el mundo existe un centro vivo que guía y exhorta, nos detiene de permanecer indiferentes. Y si la escuchamos, ella nos da una certeza sublime y alegre de que no estamos alejándonos del camino correcto y de que no somos sujetos de los riesgos y peligros que amenazan a los buscadores solitarios.”

Hans Urs Von Balthasar The Office of Peter and the Structure of the Church, Ignatius Press: San Francisco, 1974, pp. 17-19

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Un sistema en la vida interior planifica, ordena y evalúa los alcances que una persona ha logrado. Esto se manifiesta en muchas costumbres y prácticas del espíritu del Opus Dei. En particular:

1) Los exámenes de conciencia. Es verdad que son una tradición en diversas espiritualidades de la Iglesia. El magisterio también lo recomienda en la confesión sacramental. La diferencia es que no se especifica cómo se deba hacer. En la Obra es particularmente problemático el examen de los círculos y del retiro mensual. Aunque hecho sin duda con buena intención, puede crear una mentalidad que busca encontrar culpas por todos lados, en perjuicio del verdadero perdón que nos da Cristo. Además al estar las preguntas detalladas, dejan poco espacio al discernimiento interior.

2) Las normas como algo “que hay que cumplir”. Es famosa la frase de San Josemaría “cumplidme las normas”. Si bien ella se podría interpretar como una exhortación paternal a ser fieles, la interpretación que se ha hecho, que consta por escrito (el libro De Spiritu) y se ha transmitido de palabra también, es que quien cumple las normas tiene la salvación garantizada. Y lo contrario también: quien deja de cumplirlas ‘con primor’ ha comenzado el descamino (que termina, desde luego, con la pérdida de la salvación eterna [Ver Nota 1]). El problema no está en cada una de las normas y costumbres, buenas de suyo, sino en ordenar su cumplimiento a rajatabla y siempre. La conciencia así, nunca es delicadamente consultada sino más bien medida y evaluada por mil y un medios de revisión. Puede haber gente que viva un plan de vida mucho más exigente que el de la Obra y también puede haber santos que vivan uno mucho menos poblado de prácticas de piedad. Pero es la conciencia la que ha de decidir en la intimidad con Dios. Y ya es sabido en la tradición cristiana y católica que más prácticas no equivalen a más santidad: lo que es necesario es vivir la caridad, hacer oración y acudir a los sacramentos (Kipepeo mencionaba también el cumplimiento de los deberes de cada estado en un envío de la semana pasada).

3) La confidencia o charla fraterna. En el Opus Dei la charla fraterna, más que un espejo en el que el alma se ve reflejada en su relación con Dios, una ayuda para la vida espiritual, un ''coaching'' para no perder la dimensión sobrenatural en nuestras vidas (lucha ardua, lo sé), termina siendo un medio de evaluación y rendición de cuentas a las instancias superiores y el rasero para ello es ‘el espíritu del Opus Dei’. No entro en la confusión que se da entre gobierno y dirección espiritual ya abordada por Oráculo y otros en esta página. Pero el hecho de que – aun con delicadeza y sin filtraciones hacia fuera – la vida interior de una persona sea juzgada y evaluada colectivamente por instancias institucionales con base en el cumplimiento o no de las normas, costumbres y prácticas establecidas por la institución, es escandaloso. Además, la materia de la charla fraterna - está enlistada en Cuadernos 3 - se refiere (ya no es sorpresa) al cumplimiento de las normas y costumbres. Sí, también a las preocupaciones, alegrías y demás; pero nunca se debe hablar tan sólo de eso, siempre se ha de abordar lo referente a la fe, la pureza, la vocación, la oración, la mortificación (si se usó o no el silicio y las disciplinas en el caso de los numerarios y agregados), el apostolado, el proselitismo… y esto en sólo 15 minutos de ordinario [Ver Nota 2].

4) Los famosos despachos o reuniones de los directores del consejo local con los directores de la delegación o comisión regional. Los hay de San Miguel, San Gabriel o de San Rafael y han sido relatados con detalle por Castalio. La materia de estos despachos (en especial los de los numerarios o agregados) es precisamente el cumplimiento de las prácticas establecidas: si llega o no puntualmente a la oración de la mañana; si usa o no con regularidad el silicio y las disciplinas, si entrega o no la cuenta de gastos y es ‘autosuficiente’, es decir, gasta menos de lo que entrega. Y a partir de ello se juzga a las personas.

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[Nota 1]Esto tal vez no está por escrito, pero muchos hemos sido testigos de su transmisión oral en círculos, charlas, meditaciones: dejar la Obra es casi condenarse.

[Nota 2]Hace no muchos meses me dijo quien ‘llevaba’ mi charla fraterna que no debía excederme de los 15 minutos, que ya llevaba varias charlas en las que nos excedíamos. Por entonces yo estaba relatándole mi profunda crisis vocacional… pero no había tiempo para dedicar más tiempo. Digo esto porque aquél numerario estaba siguiendo las reglas establecidas. No era él el culpable, sino el que le enseñó (la institución) que debía durar 15 minutos y que no había para otro lado. Yo mismo muchas veces cronometré las charlas que llevaba, cometiendo el mismo error. Pero la culpa no es de quién no discierne con sentido común que hay situaciones que requieren más tiempo, sino la norma que asume que es o ella, o el caos.

Torch




Publicado el Monday, 20 September 2010



 
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