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 Tus escritos: A mí me nacieron EN el Opus Dei (I).- Supo

030. Adolescentes y jóvenes
Supo :

A mí me nacieron EN el Opus Dei (I)

Supo, 20 de septiembre de 2010

 

En la sección Libros Silenciados de Opus Libros hay muchos materiales interesantes. Me atrevo a decir que este espacio es como las ollas podridas de la que hablaba la literatura del Siglo de Oro. Los dueños de la casa echaban todo a la olla y allí, a fuego lento, se preparaba una comida con los restos de otras muchas (por cierto nada que ver con las empanadas denominadas Informe Semanal, que se hacía en España. Se llamaban informe semanal al igual que un programa de televisión que en tres o cuatro reportajes recogía lo más destacado de la actualidad semanal. Las numerarias auxiliares recogían los restos de la semana y los ponían en una empanada sabrosísima). Volvamos a la olla podrida y a libros silenciados. Al echar el cazo en la olla cada cual sacaba algo distinto. Eso es lo que pasa con la sección: cada cual encuentra un texto que le llama la atención por tal o cual aspecto. Personalmente, me gustó mucho uno sobre el espíritu narcisista de fundador y otros de Jacinto Choza. Sin embargo, he releído varias veces el escrito de Jacinta, a quien la vida me ha permitido conocer por medios electrónicos y apreciar a través de ella a una familia genial. Quizá se ponga colorada al leer esto, pero para los cristianos que realmente vivimos en medio del mundo es más fácil identificarse o tomar como modelo (con sus imperfecciones) a esas familias normales con sus problemas normales (aunque algunos son grandes; normales quiere decir que pueden ocurrirle ese mismo problema a un chino o a un sudamericano, a un hindú y a un agnóstico). Volvamos al texto de Jacinta titulado La seducción del cariño, orígenes de una "vocación". ¿Qué tiene de llamativo? Para mí es lo acertado del arranque del segundo párrafo “Se podría decir que yo nací EN el Opus Dei”. Como a muchos otros, creo que esto también me pasó a mí, aunque no había en la vida de mis padres dos numerarios que acudían y hacían tertulias, como cuenta Jacinta. Sin embargo, el Opus Dei apareció a la temprana edad de los ocho años...



No sé cuándo apareció el Opus Dei en la vida de mis padres, pero fue a finales del Franquismo. Mi madre fue supernumeraria; mi padre, no. Mi madre era mujer piadosa desde pequeña, que llevaba adelante la vida de fe y piedad en la familia, porque ella ya era muy practicante antes de conocer el Opus Dei. De hecho, la mayoría de los hijos los tuvo antes de conocer el Opus Dei. Mi padre era un católico de misa los domingos y de acompañar en alguna práctica piadosa a mi madre. Lógicamente, las actividades de socialización de los hijos se vivían en un ambiente cristiano: colegio vinculado a una orden religiosa y campamentos vinculados también a un ámbito cristiano.

No sé lo que pensarán mis hermanos, sólo puedo contar la parte de historia que me tocó vivir y que en cierta medida significa que a mí también me nacieron en el Opus Dei, porque antes de los ocho años ya era un niño formado en el cristianismo y en el temor de Dios (que ahora he cambiado por el Amor a Dios). ¿Cómo fue?

Lo primero que hay que decir es que al ser un niño de pocos años, ocho o nueve, tampoco se es consciente de los cambios que se van produciendo y que al vivir en un ambiente socialmente católico, tampoco se nota la diferencia. Una anécdota ejemplifica qué significa socialmente católico: a finales del Franquismo los periódicos podían publicar en portada la noticia de que llegaba el Adviento. ¿Quién se imagina hoy que un periódico como el ABC publique en portada “Hoy comienza el Adviento”?

El asunto es que me cambiaron de colegio. Pasé a uno de esos que no son, pero todos son del Opus Dei. El cambio significó coger un autobús todos los días, llevar uniforme, tener un tutor, y ver un incremento de la actividad religiosa alrededor. Por ejemplo, en el colegio religioso al que acudía anteriormente no se nos invitaba a ir a misa todos los días. En el nuevo, había media hora de estudio en el que podías quedarte a estudiar o ir a misa. Además, el sacerdote pasaba de vez en cuando por las clases para dar charlas y comenzabas a confesarte con él.

Lógicamente no lo hacían todos los chicos de mi clase. Pero algunos empezábamos a hacerlo, porque ya veníamos de ese ambiente en casa e, incluso, no era tan distinto “a los ojos de un niño de ocho años” del colegio anterior en el que también comenzábamos el curso con misa, se celebraba a la patrona, los hermanos de la orden estaban por ahí…

Los pilares de la nueva vida eran tres: familia, colegio y... club. De la familia, ya está más o menos dicho y se puede entender, aunque volveré para otros detalles. El colegio tenía un ambiente de prácticas religiosas: se rezaba al comienzo, el ángelus, se podía ir a misa y confesarse; otro aspecto era el tutor; y por último, los amigos que también iban al club.

Por mi parte, no tenía inconveniente en vivir las normas de piedad: en mi casa rezaba antes de acostarme, solíamos rezar el último misterio del rosario con mis padres, íbamos todos a misa, y en todas las habitaciones había imágenes de la Virgen, se celebraran las fiestas cristianas de forma cristiana y con alegría. El colegio estaba más o menos bien para un chico que vive ese ambiente y no se cuestiona nada. Ha ido a catequesis en casa de amigos y toda su familia conocida es católica.

El tutor te lo asignaban. Con él hablabas de los estudios y de otros temas: tu vida de piedad o cómo te portabas en casa. No recuerdo nada traumatizante en las conversaciones, pero sí en el trato. Me sentaba especialmente mal que a algunos de los que íbamos al club, no se nos tratase con tanto cariño como a otros que no acudían. Se veía que querían ser más simpáticos con ellos, que con los que ya estábamos “pillados”. Aseguro que esto sí lo percibí claramente. Es el trato discriminatorio que se vive en todos los lugares del Opus Dei. Claro que la excusa perfecta es decir que hay que ir a por las ovejas descarriadas. Sí, de acuerdo pero que no se note tanto, caray.

Vayamos con el tercer pilar, el club. Los tres pilares están relacionados: vas al club porque también van tus hermanos; vas al club porque también van unos compañeros; en el club no te extraña que haya un cura porque lo hay en el colegio; en el club no te extraña que haya un monitor al que le cuentas tus notas y cómo te portas en clase porque haces tutorías similares en el colegio; en el club no te extraña que se rece porque ya rezas en casa y en el colegio.

Qué era el club para mí. En primer lugar, el club ofrecía unas actividades la mar de atractivas: aeromodelismo, maquetismo, fotografía, competiciones deportivas, búsqueda del tesoro, gimkana los viernes por la tarde y los sábados por la mañana. Quizá a alguien le pueda parecer infantil, pero es lo que se vivía socialmente en mi ambiente en el tardofranquismo. Desde luego, tener competiciones de fútbol era fantástico, que alguien te enseñase cómo montar un avión o los trucos del revelado fotográfico era genial. Los sábados por la tarde, película; los domingos había excursiones. Es decir, que podía pasar de viernes por la tarde a domingo por la tarde desvinculado de mis padres y de mis hermanos. Era fantástico. No significa que uno haya tenido problemas con sus padres, sino que podía estar todo el rato con amigos haciendo cosas, algo muy importante en la adolescencia. El club me gustaba. Además, si no ibas un día o dos porque tenías un cumpleaños, nadie decía nada. Digamos que había una cierta libertad. Eso sí, había que hablar con el tutor, quien apuntaba mis notas y cómo me portaba en casa. Como había cuatro niveles, ibas pasando de nivel y cuando cumplías los 14 años y ya estabas en Bachillerato, pasabas al centro de los mayores. Como mis hermanos lo habían vivido, todo parecía lo normal. Era normal ir al club, era normal que cuando ya no eras un niño, ibas a otro club, que en realidad era un centro con una sala de estudio, un oratorio y poco más. Ya se acababa la fotografía, el aeromodelismo… seguían las excursiones de los domingos. Hasta que no pasé al club de mayores, al centro, no hubo alguien que me habló y me preguntó por la pureza.

Lo segundo que ofrecía el club era un ambiente de camarería con otros chavales de mi misma edad. Unos estaban en mi colegio; otros, no. Convivías con chicos mayores y con chicos menores, había niveles y pasabas cada año de nivel, todo el mundo sonreía. Es un ambiente cautivador si no hay mucha presión social. Yo no la percibí o no la recibí. Sí sé de otras personas que han quedado traumatizadas por esa presión, pero quizás eran mayores de 14 años.

Mi madre siempre estaba pendiente de mi vida interior. ¿Por qué no te confiesas en el colegio en vez de en la parroquia? El argumento era que el cura del colegio siempre era el mismo y me podría ayudar, mientras que el de la parroquia era distinto y no podría ayudarme tanto. ¿Por qué no has comulgado hoy?, llegó a preguntarme en cierta ocasión. Esto no me gustó mucho, porque además intuyo que sólo me lo preguntaba a mí y no a otros hermanos. Se preocupaba de que fuera al centro, aunque en este aspecto no tenía problema: yo iba encantado.

Un año cambiamos de lugar de veraneo. En la nueva ciudad había un centro y mi madre me dijo que fuera. Fui, aunque era una pena porque la labor en esa ciudad era mínima y en el centro debía haber dos o tres numerarios. Se preparó una convivencia y yo pedí permiso a mis padres para ir. Me lo dieron, porque realmente en el nuevo lugar apenas tenía amigos. En el club todo el mundo te recibía bien y estabas con universitarios, aprendías cosillas y el ambiente era majo.

Este es el ambiente: tu madre atenta a tu vida de piedad; tus hermanos por delante, también viven más o menos en ese ambiente; el colegio fomenta la vida de piedad; tus amigos también van dos días entre semana –martes y jueves- a misa en la media hora de estudio; el club es un buen lugar donde no se aprende nada malo y no tienes oportunidad de hacer nada malo.

Además, todo este ambiente va creciendo en intensidad conforme a lo que puedes dar. Ya con 14 años me cogió uno de los numerarios y empezó a hablarme de pureza. De repente me soltó como un hachazo: ¿Tú te masturbas? Cielos, no podía creerme que estuviera haciéndome esa pregunta. Me habrían visto hacer algo malo. Claro que con 14 años había visto alguna revista, pero estaba seguro de que nadie me había descubierto. Por supuesto, lo negué. El tema quedó en el olvido. Después he comprendido que era lo que preguntaban a todos. En aquel momento yo sabía lo que debía hacer: si pecas, te confiesas. Pero desde luego no se lo iba a decir a un tío que no era cura. En el centro -no en el club, sino en el centro de mayores, porque ya tenía más de 14 años- iban pidiendo más: más estudio, más ir a misa, más venir a rezar el rosario. Como lo del estudio estaba bien, allí iba. Como era el lugar en el que tenía amigos, allí iba. También los tenía fuera, pero no era tan bien aceptado porque precisamente iba al club.

En estas circunstancias estaba yo un día por la tarde en el centro y se me acercó uno de los numerarios con el que me llevaba muy bien. Ya se sabe: universitario con gracia y estilo, que fuma y dice “coño”, está siempre de buen humor y has hablado de algunas “intimidades” en ocasiones. No sé qué habrá sido de él. Casi ni me acuerdo de su nombre.

Me dijo que fuéramos a dar un paseo. Comenzamos a andar y al poco me estaba planteando la vocación. Yo no me resistía especialmente. Siempre había sido dócil. Más o menos planteé que podía ir a casa y pensarlo. Claro que no me dejaron. No, no. Había que decidirse en ese momento. ¿Por qué no hablas con el cura? Bueno, vale. Eso me daba algo más de tiempo y quizá conseguía escapar, pensaba de forma vaga. Lo que no sabía es que el cura estaba compinchado. Seguro que estuvo toda la tarde en el despacho esperando a que me pasaran para hablar con él y no recibió a nadie más. Allí que entro. Nos ponemos a charlar y más de lo mismo: generosidad, entrega, el ciento por uno… Vete al oratorio y vuelve: fui al oratorio; allí pensaba en la generosidad –realmente los que me conocen saben que es mi mayor virtud- por lo que salí y volví a ver al cura: venga que sí. Pues tienes que ir a hablar con el director –de éste me acuerdo perfectamente de su nombre-. También metido en el ajo, pero parecía que acabase de caerse del guindo. Que qué quieres, pues mira debes escribir una carta, pues mira que aquí no hay mujeres (a un tío de 14 años le dan igual las tías, por lo menos hace unos años). Finalmente, me dieron una pluma y un folio y escribí la carta. Me pregunta el director: ¿se lo vas a decir a tus padres? Yo no sabía cuál era la respuesta adecuada que tenía que dar. Pensé, no se lo voy a decir porque cómo se lo digo: “hola, papá y mamá, me he hecho numerario”. ¿Y si no les parecía bien? Pero dije, sí se lo voy a decir. Porque en el club siempre me hablaron de que fuera sincero con mis padres. Pero para mi sorpresa va y me dice: no, no se lo digas. Durante este primer año no se lo vas a decir a nadie. Me fui a mi casa pensando que había hecho lo más importante: ser generoso con Dios (por cierto, sigo siéndolo de otra manera a día de hoy).

Como se puede ver era carne de cañón. Además, tenía otros hermanos numerarios. De hecho, en la conversación para pitar, utilizaron la coacción de decirme que mis hermanos eran numerarios. Si ellos habían sido generosos, cómo no iba a serlo yo. Todo muy sutil y poco perceptible para un niño de 14 años que pasea por su ciudad con un chico de 23 años.

Volviendo al texto de Jacinta, también es muy interesante su título La seducción del cariño. Eso es lo que percibe uno desde el principio: todo el mundo te quiere, todo el mundo te da cariño. Dios te ama, tus padres te aman, tus hermanos te aman, el monitor te ama, el tutor te ama. Caray, cuanto cariño. Es la seducción del cariño, del queremos lo mejor para ti, aunque tú no lo sepas, ni sepas que es lo mejor ni lo peor. Hay una programación de cariño, que impide que uno piense por sí mismo. Y esto se acreciente según vas adentrándote en la Obra.

Continuará.

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Publicado el Monday, 20 September 2010



 
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