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 Tus escritos: Las finanzas en el Opus Dei (la visión de un ex-secretario).- Torch

120. Aspectos económicos
Torch :

Las finanzas del Opus Dei. La visión de un ex secretario (I)

Torch, 26 de noviembre de 2010

 

Recuerdo que alrededor del 2006, año en que se estrenó la película del ‘Código Da Vinci’, funcionarios de comunicación de la prelatura celebraron la estrategia de transparencia – parcial – que habían implementado. Tal estrategia funcionó, debo decir. Dio la impresión de que en el Opus Dei no había nada que esconder. Al menos en mi país, sectores de la intelectualidad y de los medios de comunicación quedaron convencidos de que el Opus Dei era una organización con gente común y corriente (por tanto, con errores y defectos) que no postulaba nada más allá de la doctrina de la Iglesia católica.

Digo esto no porque crea que hay transparencia aun (si bien toda la campaña ocasionada por el CDV dio un paso significativo en lo que a transparencia se refiere; sobre todo en cuestiones sin importancia: publicaciones internas, vida de los miembros célibes, etc.). La habrá hasta que se mencione sin componendas que los numerarios son más monjes/as que laicos, y se explique en qué consisten los 10 decretos del Prelado que se han mencionado en estas páginas, o se diga clara y justificadamente que no existen. Habrá transparencia hasta que se quite el velo de los documentos, actas, acuerdos, decretos, reglamentos y demás, que han regido la vida de la institución (ya como prelatura o bien como instituto secular), incluyendo la explicación directa a todos los miembros de los estatutos; y no la manipulada explicación que se da en las – así llamadas – clases de catecismo de la Obra.

En fin, mi objetivo no es hablar de transparencia sino de las finanzas de la Obra. Y esto según mi posición como secretario de un centro mediano de San Rafael, otro de numerarios profesionistas y, después, de una residencia para estudiantes, en la última década. Creo que al Opus Dei no le importará que lo que escribo se publique aquí, ya que he oído una y mil veces que la ‘transparencia nos beneficia’...



Aclaro que, desde mi perspectiva en esos cargos, las decisiones que se tomaban nunca estaban influenciadas por un criterio profesional o de mercado. No hubiéramos tenido tantos problemas como relataré, si esto se hubiera hecho así. Todas las decisiones económicas tenían por motivación principal la subsistencia y estabilización de las labores apostólicas en las que trabajé (es verdad, sin ningún contrato de por medio más que la indicación de alguno de los directores de la delegación o de la comisión).

Mi impresión de los sujetos encargados de la administración económica de los centros y otras labores es que son gente buena o bien intencionada, sin ningún ánimo de enriquecimiento personal. Algunos son muy ordenados y profesionales, otros no tanto. Pero no vi ni directa, ni indirectamente ningún acto de corrupción personal (por ejemplo, alguien desviando recursos para sí).

Adelanto que el problema que veo está más bien relacionado con la ‘omnipresencia’ de la institución. Ya lo decía Weber y es un tema conocido en teoría de la organización: las organizaciones humanas (y las estructuras de la Iglesia o el Opus Dei no se escapan de ello) tienen una tendencia a convertirse en fines de su propio quehacer. Quizá comiencen como un simple medio (eso pasa con las burocracias también) para eliminar la pobreza, o para administrar un edificio, pero terminan siendo, si nadie hace nada, instituciones que absorben recursos para sí. Agrego que para esto no se necesita la intención perversa (en sentido castellano: mala) de la mayoría de los miembros, ni siquiera de algunos de ellos. Se trata más bien del instinto humano de ‘salvar el propio pellejo’.

Mientras estuvimos dentro, muchos pensamos que ‘hacer la Obra’ era hacerle un bien al mundo entero y a la Iglesia universal, aunque fuera sin su consentimiento o contrariando su voluntad (‘Cristo no me pidió permiso’, decía Escrivá). Así pues, no creo que los recursos financieros que genera el Opus Dei (que vaya que los genera), estén guardados en una bóveda en Roma, enriqueciendo a unas cuantas personas. Hasta donde yo sé cada centro es bastante autónomo en lo que se refiere a sus gastos e ingresos. Además, cada quién se debe ‘rascar con sus propias uñas’. Decía José Pablo hace algunos meses, que de arriba hacia abajo, no fluye el dinero. Este siempre fluye de abajo hacia arriba, o excepcionalmente de una labor a otra. Mi experiencia, sin embargo, es que esto es cierto en determinados centros o labores, pero en otros hay un ‘subsidio’ de la delegación o de la comisión. Os relato pues mi experiencia. Pido perdón si es un poco aburrido – los asuntos financieros tienden a serlo – trataré de poner algunas anécdotas para hacer más ágil la lectura.

1. Un centro de san Rafael.

Normalmente los centros de numerarios jóvenes son deficitarios. Cada año se le pide a cada uno de los residentes que haga un presupuesto personal. Ahí se pone lo que recibirá por concepto de sueldos, becas, o manutención (si su familia paga este rubro) y lo que erogará por concepto de ‘gastos ordinarios’ (transporte público, comidas, artículos de aseo personal, etc.), automóvil – si lo tiene, medicinas, seguro médico, pagos de la universidad, ropa, inversiones profesionales, etc. Por regla general todos los numerarios deben ser ‘autosuficientes’, es decir, ganar más de lo que gastan. Sin embargo, si algún numerario atiende ‘labores internas’ (miembro de algún consejo local de numerarios, es director u oficial de la delegación o la comisión) o es sacerdote, entonces se asume que su sueldo se paga por las labores internas en las que trabaja (aunque, como aquí se ha dicho, no estén dados de alta en la seguridad social, ni gocen de la protección legal).

Como sabéis, la totalidad del sueldo de cualquier numerario es entregada al centro. Aquí la praxis ha cambiado con la llegada de las tarjetas de débito y el pago por depósito en institución bancaria. El principio sigue siendo el mismo. Cuando comencé mi vida laboral, yo tenía que entregar el cheque que me daba la empresa en la que trabajaba endosado al secretario. Cuando yo fui secretario, yo recibía estos cheques, que depositaba en la cuenta del centro (a la que tenía acceso con la firma u autorización de algún otro del consejo local: firmas mancomunadas siempre).

Cuando se comenzó a pagar el sueldo por transferencia electrónica a las cuentas bancarias, lo usual era que el numerario pidiera su tarjeta de débito (que estaría en poder del secretario) y fuese a retirar el efectivo, mismo que después ingresaría al centro para sacar lo que fuese necesitando. En algunas ocasiones era el secretario el que pedía las tarjetas de todos así como los códigos confidenciales e iba al banco para sacar el efectivo (‘ordeñar’ las tarjetas). En mi última estancia en la prelatura (en la que ya no era secretario), sin embargo, cada quien tenía y usaba su tarjeta de débito o crédito, ‘pagaba’ la pensión del centro mes con mes y gastaba lo que se necesitara pero, eso sí, a fin de mes se le entregaba el balance bancario al secretario, y al final del año, se hacía lo mismo. Yo seguí ‘haciendo caja’ (ritual que conoceréis, pero para los no iniciados os aclaro que es el procedimiento mediante el cual el numerario ingresa o eroga dinero en efectivo de la caja del centro: literal, una sencilla caja metálica). Y confirmo que esa costumbre de hacer caja sigue existiendo. Para mí – cuando no fui secretario – siempre supuso un ritual de ir a rogar por dinero… siempre viví en centros donde no abundaba.

Os cuento que el trámite bancario para abrir este tipo de cuentas solía ser molesto. Imaginaos que dos sujetos (que no son parientes, ni tesoreros de ninguna sociedad o empresa) van a la sucursal y piden abrir una cuenta a nombre del primero en la que tendrán firmas los dos, siempre firmando ambos. El tío del banco, que no entiende qué es el Opus Dei, ni lo entenderá nunca (muchos dentro no lo entendimos, o lo entendimos muy bien y entonces, nos salimos), se queda pensando otra cosa. Pasaba como cuando te acompañaban al médico o a comprar una camisa (y luego había quién salía de los probadores y le preguntaba al numerario acompañante: ‘¿se me ve bien?’). Los vendedores y transeúntes se quedaban con la impresión de que esos dos sujetos estaban ‘saliendo del clóset’.

Siempre quise llevarme las glosas de San Miguel (ahora llamadas de otra manera) para que los vendedores o el gerente bancario leyera ahí donde decía que ‘conviene’ que se vaya de compras acompañado y todo el lío de las cuentas bancarias y no interpretaran que entre dos numerarios había cualquier otro vínculo de convivencia. Pues cuentan que cierto día el numerario acompañaba al director para abrir la cuenta tenía sus negocios. No quería que el fisco le cobrara también por estar como co-titular de la cuenta del centro. Cuando el gerente bancario le preguntó cuál era su ocupación, éste contestó para mayor confusión y sorpresa del funcionario del banco: ‘hogar’… Ya os podréis imaginar la cara del director.

Tan fácil que hubiese sido decir ‘mire usted, lo que pasa es que somos religiosos y administramos una casa de la congregación. Nuestras reglas nos mandan que las firmas de las cuentas sean mancomunadas’. ¡Pero no! En fin, que el asunto ya ha sido tratado en esta página.

El secretario (con la aprobación del consejo local) debe también hacer un presupuesto anual del centro. Los ingresos provienen de la suma de las pensiones que se cobran a cada residente por vivir ahí. En teoría, tal cantidad debería ser al menos igual a los gastos e inversiones del centro (la administración incluida). Sin embargo, tened en mente que los que se dedican a labores internas no pagan pensión realmente. Esto provoca un hoyo financiero en centros donde la mayoría son estudiantes que no tienen para subsidiar a los demás.

En mi experiencia, la suma de los ingresos menos los egresos en un centro de san Rafael suele ser negativa, a menos de que viva ahí algún numerario profesionista con un salario mayor. Al inicio de mi trabajo como secretario, la práctica era que la delegación subsidiaba al centro o a la labor. Tal subsidio se justificaba ya que sería lo equivalente a los sueldos del director, los subdirectores, el sacerdote, el secretario y los demás numerarios de ese centro que dedicaran parte o la totalidad de su tiempo a la institución.

Pasado el tiempo, se recurrió a la estrategia de nombrar un patronato para cada centro o labor, y unir las aportaciones de algún centro de supernumerarios y cooperadores (San Gabriel) a los ingresos del centro deficitario. De esta manera la delegación o comisión dejaba de recibir esos ingresos y el subsidio era colateral (de un centro a otro).

Los centros que tenían algún club juvenil, lo tenían mejor. El club solía emplear a algunos numerarios residentes del centro (monitores, etc.), con lo cual paleaba el déficit y además el club sería responsable de mantener e invertir en la parte del inmueble que usaba para sus actividades. Nunca estuve involucrado en las finanzas de un centro con club juvenil, pero de que conseguían buenos activos (bicicletas, coches, equipo de excursiones y equipo audiovisual), los conseguían.

Lo que sí me tocó en un centro de San Rafael fue recibir material para ‘recuperación’. ‘Recuperación’ es – o era – (en la región a la que pertenecí se le llama de manera distinta) aquella bodega de la residencia en la que se acumulaban las prendas de ropa u otros accesorios que la gente donaba. La mayoría de las veces había que tirar todo a la basura (me hice cargo, en mi vida como secretario, de tres armarios en tres centros distintos; los tres estaban llenos de trajes acampanados, corbatas psicodélicas, gemelos de mal gusto, camisetas del último campo de trabajo y accesorios por el estilo). Las donaciones de calidad ‘volaban’, o se agotaban en el momento en el que eran recibidas. El criterio era que debían ir para quien más lo necesitara por su ‘cargo y posición’. Cierto día, un cooperador que ayudaba a un centro de San Rafael pasó a recoger a su hijo. Preguntó al numerario que estaba presente por un montón de ropa sobre el piso, en el que se encontraban tres chaquetas de cuadritos (incombinables). El numerario le respondió con desparpajo que era ropa que iban a donar para las familias de los chavales del catecismo, que era muy fea y que en el centro nadie la quería usar. Y hasta ahí la cosa, asunto cerrado hasta que en la tertulia de la noche el director le pidió a alguien que fuera por las tres chaquetas. Al parecer aquél cooperador las había donado y eran bastante buenas (aunque, bastante feas también). A partir de ese momento siempre había alguien que modelaba las chaquetas cada vez que el cooperador visitaba la casa.

Termino esta colaboración diciendo que las donaciones en especie también son parte importante de la ecuación. Accesorios, muebles, artículos decorativos y comida incluso que las casas de numerarios jóvenes reciben, vienen de sus padres y familiares. Algunas familias tienen recursos y eso se nota cuando hay un nuevo equipo de sonido (‘Home Theathre’ con sonido ‘soround’), o una nueva mesa en el comedor, o inclusive un nuevo coche. O mejor aún, cuando del centro se puede ir de excursión a lugares pijos: a la casa de playa de la familia de Fulano, o a la cabaña de montaña de Zutano. Sin embargo estos casos no fueron numerosos en mi experiencia.

Lo más común son las familias de clase media. Yo y muchos otros numerarios, especialmente los que trabajábamos en labores internas, solíamos pedir a nuestra familia cualquier cosa personal que necesitásemos, en el entendido de que los demás recursos que ingresábamos (sueldos o becas) serían para la Obra. Así yo pedí mi regalo de Navidad algunos años (cada año se le regala a cada numerario algo que este pida, normalmente no muy caro; el regalo se incluye en el presupuesto anual, así que si este corre por parte de la familia, es un ingreso extra), ropa, mi seguro médico, instrumental de trabajo (una computadora personal, por ejemplo), etc. Sé que es normal que estos gastos corran por cuenta de la familia, sin embargo, en ese entonces yo ya estaba en una situación que no justificaría un subsidio familiar. Mis amigos y colegas de mi edad tenían que pagarse estos gastos por sí mismos. En ese y otros sentidos siempre me sentí como un menor de edad… pero ese será tema de otra colaboración en OpusLibros.

Por otro lado mi familia ha pasado por grandes baches económicos. Muchas veces no tuvimos dinero para pagar las cuotas del colegio o de la universidad. Todos tuvimos, en algún momento u otro, becas parciales o totales y, los que no, fuimos a instituciones públicas. Todos mis hermanos han trabajado desde que pudieron (ya fuera en trabajos de verano o establemente mientras la universidad). Sin embargo, cuando había por cualquier razón un extra en el presupuesto, mis padres nos preguntaban qué necesitábamos en el centro (además de mi, había otros hermanos numerarios en mi familia). Y así, donaron parte de la decoración de un centro, una mesa de calidad de mi abuela, una pintura original que unos parientes ricos les habían regalado por Navidades, entre otras cosas. Era como narran las biografías de San Josemaría: de vez en vez íbamos y nos llevábamos ‘algo para nuestro nido’, para el nido de la Obra. Así hay muchas familias generosas que, con muy buena fe, se desprenden de lo que necesitan para dárselo a la Iglesia y a los pobres. En el caso de mi familia y muchos otros colaboradores de los centros de San Rafael, se lo dan a la Iglesia por mediación de la Obra, y a los pobres… a los chavales pobres de los centros del Opus Dei.

Mi padre enfermó un día. Yo tenía en ese entonces una tarjeta de crédito por razones profesionales (la mayoría de los numerarios de mi centro no tenía tarjeta de crédito al inicio de la última década). Mi madre me llamó preguntándome si les podía ayudar pues no tenían liquidez para pagar los análisis y una consulta de mi padre. Ahora me da vergüenza, pero en ese entonces, en vez de ofrecerme sin problemas, le dije que iría al hospital pero que el dinero de mi sueldo (trabajaba en una obra corporativa a tiempo parcial) no era mío por lo que me lo tendrían que reponer. Quizá mi madre lloró después de esa llamada ante la frialdad de su hijo (yo era el único que estaba en situación de ayudarles en ese entonces). ¡Cómo si no lo hubiesen pagado varias veces con todas las donaciones que habían hecho! Ya les he pedido perdón, pero en ese entonces no me daba cuenta. El dinero, mi ingreso, no era mío, era de un ente abstracto llamado ‘la Obra’. Yo fui y sin decírselo al director, como un malhechor, pagué la cuenta de los análisis (me daba pavor todo el trámite para pedir una ayuda de familia una tantum: hay que llenar un cuestionario reglamentado y esperar algunos días a que la delegación o comisión determine sobre el asunto, además sentía que si pidiera la ayuda de familia estaría siendo gravoso a la Obra).

No quiero que esto último tenga visos de rencor o desquite. Todo lo contrario, yo pedí esos recursos y mi familia y otros muchos cooperadores los dieron con muy buena intención y generosidad. Estoy seguro de que los habrían dado aun no estando la Obra presente. Lo que sí puede constituir una injusticia es que una institución sea depositaria de recursos humanos y materiales que no necesita, cuando hay muchos que sí los necesitan, empezando por los que se fueron del Opus Dei con una mano adelante y otra atrás, después de haber dejado ahí alma, vida y corazón… además de todo su ingreso (el que recibieron y el que dejaron de recibir, el que pudieron haber ahorrado). Así, no se puede decir que ‘en la Obra las puertas están abiertas de par en par para quien se quiera salir’.

Gracias a Dios, no es mi caso: cuando dejé la Obra tenía un trabajo estable. Pero sí puedo decir que mientras familias que carecen a veces de lo necesario, pasan tiempos difíciles y ayudan incluso a la Obra, en los centros es cada vez más difícil que falte lo necesario (a menos que lo necesario sea una televisión de pantalla de plasma o algo por ese estilo). Algo está mal cuando aportaciones de gente sencilla y generosa, terminan siendo usadas para construir un edificio como el de la comisión regional de México (cuyas fotos fueron colgadas hace algunos meses en OpusLibros) u otras inversiones en las casas de la alta burocracia, siempre ‘pijillas’.

Continuaré con posteriores aportaciones (me falta el centro de profesionistas y el de estudios).

>>Siguiente




Publicado el Friday, 26 November 2010



 
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