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 Tus escritos: Pequeños recuerdos de grandes errores (4).- Fueraborda

060. Libertad, coacción, control
Fueraborda :

PEQUEÑOS RECUERDOS DE GRANDES ERRORES (4)

 

El simulacro del Congreso General.

¿Pero aquí quién es el Espíritu Santo?

 

 

Cierto día se nos anunció la celebración de un Congreso General en Roma.

 

Para ello, era necesario que todos en la Obra colaboráramos y se nos exhortó a que pusiéramos por escrito, con total libertad, las ideas que creyéramos conveniente transmitir para su estudio. Esto eran las llamadas comunicaciones.

 

Una vez concluido el tiempo del envío de las comunicaciones, se recopilarían y estudiarían en las diversas semanas de trabajo, con la finalidad de sacar unas conclusiones que servirían de base para el Congreso General...



Recuerdo por aquel tiempo que las directoras no tenían empacho en cantar las loas de la maravilla de la obra, que cuenta con el parecer de todos para elaborar las bases de su trayectoria en los próximos años.

 

Repetían, pletóricas, las palabras del padre: La obra está en nuestras manos.

 

Y yo, como inocente que era, así me lo creí.

 

Me sentí muy responsable cuando me comunicaron que participaría en la Semana de trabajo de nuestra delegación, y quizás por ello, me tomé muy en serio lo de transmitir por escrito y para su estudio, todos aquellos criterios, costumbres y manifestaciones de buen espíritu que yo entendía que chocaban frontalmente con la propia espiritualidad.

 

Había comprobado a través de las charlas fraternas que recibía, que yo no era la única que sentía que algo chirriaba interiormente al querer compaginar las características de la vocación a la que fuimos llamados hace años, con las reales manifestaciones de entrega con las que más tarde nos fuimos encontrando.

 

Recuerdo que por aquellos días andaba yo con algunas preocupaciones que trataba de resolver en mi interior, pues inútil era pedirle a alguna directora me diera respuesta de algo que se saliera del guión.

 

Muy resumidamente, mis preocupaciones se basaban en lo siguiente:

 

  1. Hay en la obra algunas formas que no se adecuan al espíritu laical que se supone está en la entraña de la vocación. Son muchas, pero recuerdo haber escrito sobre la enmendatio que se hace en el círculo, sobre la bata blanca que es obligatorio usar para realizar las tareas domésticas y que no deja de ser un hábito, y sobre la normativa estricta de las relaciones sociales, que impiden actuar como uno más, cuando predicas que lo eres. También hablé del uso de cilicio y disciplinas.

 

  1. La imposibilidad de compaginar el responsable uso de la libertad con la obediencia que en la obra se exige. Que el obedezco porque me da la gana, que es la razón más sobrenatural (palabras del fundador), no siempre es posible, porque cuando la conciencia te indica una forma de actuación determinada que está en contradicción con el mandato del director, dejas de ser libre. No debes violentar y doblegar tu conciencia hasta hacerla coincidir con la obediencia. La obediencia así está en contraposición con la virtud.

 

  1. El proselitismo coactivo. El mal interpretado compelle intrare, que llevaba a muchas almas a pedir la admisión en la obra por miedo y coacción en vez de libremente. La consecuencia era la tristeza y el descontento, y la única solución, una mayor generosidad en la entrega. La falta de alegría es considerada siempre como falta de entrega.

 

Inocente de mí, no alcanzaba a ver por aquel entonces más que estas incongruencias. Y creí que con mi aportación podría colaborar a una praxis en la obra más acorde con el espíritu.

 

Recuerdo que enseñé mis escritos a una directora de la delegación (por cierto, se fue de la obra), y me dijo: Muy bien, escribe lo que quieras, pero tocas temas fundacionales, no hay nada que hacer.

 

Me quedé perpleja.

 

Pero más perpleja me quedaría más adelante, llegada la Semana de trabajo.

 

Los equipos de trabajo estaban divididos por comisiones, según el tema. Yo formaba parte de la comisión de la labor de san Rafael. Allí nos encontramos con las comunicaciones, y nuestro trabajo consistía en estudiarlas, agruparlas por temas y elaborar un resumen o conclusiones que servirían para el trabajo y estudio del Congreso General.

 

Pero en aquellas pilas de folios, no estaban los míos.

 

A pesar de que yo nunca sacaba los pies del plato, me las ingenié para espiar en otro grupo de trabajo donde lógicamente tendrían que estar algunos de mis escritos sobre otros temas. También desaparecidos.

 

Recuerdo que me entró una profunda tristeza. No dije nada.

 

Un grupo de personas de confianza habían hecho la labor de criba: las comunicaciones institucionalmente correctas, adelante. Las que por el contrario, difieren en algo de lo que nos enseñó nuestro santo fundador, están escritas con mal espíritu, y por lo tanto, al cesto.

 

Mis recuerdos de aquellos días son tristes.

 

Todo fue muy rimbombante, muy pomposo, como siempre en la obra.

 

Magnífica logística y magnífico condumio, como no podía ser menos. Ya conocemos la parafernalia. Eso da igual, es parte del guión.

 

Pero lo más hiriente, lo verdaderamente triste, pienso ahora, eran los cánticos invocando al Espíritu Santo.

 

Si ya alguien con buen espíritu había hecho la labor de criba, si ya se conocían de antemano las conclusiones, ¿No se había desplazado al Espíritu Santo? ¿A qué ese paripé?

 

El órgano sonaba fastuoso: Veni Creator…

 

Solo ahora me doy cuenta de lo cretino de aquel gesto. Y pienso: ¿No es esto un pecado contra el espíritu Santo?

 

Mi más cariñoso recuerdo a todos, de forma especial a los que dentro de la obra escribís comunicaciones, hacéis sugerencias, os preocupáis de que el espíritu del opus dei tenga algo que ver con el Evangelio.

 

Fueraborda

 

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Publicado el Friday, 07 January 2011



 
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