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 Tus escritos: Acerca de la petición de ayuda de los directores.- Blood brother

090. Espiritualidad y ascética
Blood brother :

Acerca de la petición de ayuda de los directores

Blood brother, 14 de marzo de 2011

 

                Querido JM, gracias por tu honesta, humilde puesta en escena de una de las claves, creo, de todo este embrollo que ha devenido la Obra, de manera exponencial desde 1975. Desde mi experiencia personal, y sin ánimo de agotar el asunto, hay dos aspectos en los que el Padre y los directores harían bien en cambiar radicalmente:

 

1. La Obra no es una empresa. Sin embargo, los directores actúan según el criterio que caracteriza a las sociedades burocratizadas: la (atención a la palabra mágica) “eficacia”. Que levante la mano el que no haya oído esto, al menos en España, como signo inequívoco de que “las cosas van bien”. Y que alguien me diga si no es ése uno de los criterios para nombrar un director, en especial en la labor de san Rafael (¡pobre san Rafael!, y lo digo de todo corazón). El director eficaz era el machaca, el especialista en amargar la vida de los demás por medio de la inmolación de las personas en el ara de la (otra vez atención) consecución de las “metas”, otra maldita palabra. Así que aquello de que “la Obra es una empresa sobrenatural en la que se dan las circunstancias para llamarla sin ningún tipo de jactancia, la Obra de Dios”, o como quiera que fuese la cita literal es, simplemente, mentira...



2. Los tiempos han cambiado; mucho. España, la región donde la Obra está más arraigada, no se parece en nada al país que vivió el mayor crecimiento de la institución en los años sesenta y setenta. Y digo «en nada», especialmente porque la sociología de esta nación no es sino el fruto (raquítico y podridico) de lo que se veía venir en los últimos años de Franco: catolicismo oficial y cesaropapismo bajo palio sobre una capa de profundo analfabetismo, de una incultura cuyo fruto granado es nuestra caterva de politicastros; y odios crecientes a cuenta de tanta ceguera. El catolicismo español es, a día de hoy, catolicismo de trinchera, como se ve cada vez que se estrena una peliculilla de tres al cuarto como Bella, o ahora con el movidón de los dragones; o en el modo de enfocar las cosas por la inmensa mayoría de los obispos. Acción-reacción.

 

                Cuando yo era numerario, y de manera especial en mis últimos años (estuve veinte), llegó un momento en que lo único que leía de “Crónica” era la sección “Recuerdos de nuestro Padre”. A efectos de lo que quiero explicar ahora me importa poco si eran auténticos o inventados. Me ayudaban a sobrevivir porque veía en ellos la narración de una época en la que lo genuino daba un brillo especial a la vida. Punto. [Yo también tuve mi época (más de diez años) de intentar cambiar la Obra desde dentro. ¡Qué iluso fui! Quizá soy muy ingenuo, y la verdad es que me da igual. Lo tengo por virtud, entre otras razones porque muchos directorcetes con quienes me las tuve que ver lo tenían por “defecto a erradicar”]. Pero a lo que iba. Pensaba entonces que ser numerario entre los años treinta y la década de los cincuenta sí era algo más cercano a una “vocación”. [Hace años que no estoy en absoluto seguro de que eso sea así. De hecho, albergo serias dudas de que exista una vocación a la Obra, una llamada que añada algo al carisma bautismal. Teológicamente es más que dudoso (don Antonio Ruiz Retegui, q.e.p.d., lo mostró claramente en su escrito “Lo teologal y lo institucional”)]. La vida de aquellos primeros tenía mucho de sencillez y pobreza, de afanes por ir a lo central, y muy poco de papeles amarillos, criterios, codices iuris particulari, y todo el tonelaje de burocracia que ha ahogado el proyecto.

 

                Querido JM, ¿quieres saber cómo cambiar? Nada que tenga que ver, siquiera lejanamente, con aquello de “queremos ser más; seamos mejores”; nada de eso. Yo no soy Dios, así que no tengo la respuesta a pregunta de ese calibre. Pero te diré esto: la Obra tiene que cambiar en lo nuclear, en la equivocación teológica que permea todo lo que se hace en ella. Esa equivocación es el voluntarismo, la moral kantiana del deber, del imperativo categórico sobre el ser; de la mirada sospechosa sobre la belleza, a pesar de que toda belleza habla de Dios; de la confusión de la relación entre naturaleza y gracia que, en la Obra, se malversa por creer que existe una naturaleza pura a la que desde fuera, como un apósito, acude la gracia como rescate. De ahí esa insistencia machacona en las virtudes humanas, en la obediencia (mal)entendida como sublimación sumisa a una voluntad ajena que debe ser hecha propia a la fuerza (otra vez el viejo Kant). No, no y no: la naturaleza está sanada ex radice, porque es fruto del don, del Don que es Dios mismo, para ser exactos. Por eso la filiación divina no es, de hecho, el fundamento del espíritu de la Obra. Porque si lo fuese, actuar ad mentem Patris sería, en primer lugar, actuar ad mentem Aeterni Patris, y el Amor y la comprensión y el perdón sustituirían ese criterio moralizante que mancha todo lo que tocan los “directores”. Si se amase de verdad la libertad, entonces no habría miedo a que cada uno “perseverase” o no en la Obra, porque lo que se querría es que cada uno estuviese… ¡donde Dios quisiera que estuviese, maldita sea! Importa más el dejarse mirar que el mirar a Dios, el ser contemplado que el esfuerzo por ser contemplativos en medio del mundo.

 

                La dirección espiritual se pone en manos, como se lee entre líneas de tu mensaje como un lamento, de personas que no saben casi nada de la vida real, y que perpetúan (con la mejor de las intenciones en muchas ocasiones, como cuenta Ana Azanza en su libro, y como habremos hecho muchos de los que tuvimos encargos de formación y gobierno) un modo de obrar con las personas (no con las almas: con las personas; fuera dualismos) en nada cristiano —es decir, inhumano—. Ahora que estoy casado y tengo hijos, cuando pienso en las charlas fraternas de supernumerarios que recibía, me dan ganas de haberlas atendido de rodillas; y pido perdón a Dios (ojalá pudiese pedírselo a ellos) por haber sido un burguesito que se creía en posesión de la maldita farmacopea, de la piedra filosofal que pretendía ser el remedio a todos los males —y a todos los bienes—.

 

                A causa de ese moralismo voluntarista en que ha derivado la praxis de la Obra en la dirección espiritual (que no acompañamiento), cuando alguien se va se le machaca, se le ignora, se le trata como un apestado, y se le olvida; o todo a la vez. Por eso hay una profunda conciencia en la Obra de ser mejor que los demás, de ser elegidos para la gloria, mas no para la gloria de servir. Por eso el fundador dijo, en el colmo de la desfachatez y el inepto orgullo, que él prometía el Cielo al hijo suyo que cumpliese las normas y fuese sincero. Ahí es nada: garantizar la salvación como permuta contractual; de manera que al carajo el Don, la gracia que es siempre el mero hecho (milagroso) de respirar, de existir, de pedir perdón, de suerte que ya no es Dios quien salva, sino uno mismo, que se lo merece. Como en los anuncios de cosméticos: porque yo lo valgo. ¿A que suena a un tal Lutero? Pero es que la moralización de la fe que llevó a cabo Kant no era sino la buena voluntad de un protestante de racionalizar a Lutero. Y en ésas andamos, en ésas seguimos.

 

                Tenemos que rezar mucho todos, querido JM, pidiendo el discernimiento, la sabiduría humilde que nos permita ir al principio y fundamento de todo, como dice san Ignacio al inicio de los Ejercicios. Porque sólo el Amor es digno de fe.

 

Un gran abrazo,

Blood brother




Publicado el Monday, 14 March 2011



 
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