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 Tus escritos: Taxi to canonization.- Luxindex

900. Sin clasificar
Luxindexborgia :

Taxi to canonization

  

 

 

Antes de la llegada de Internet (que en tantas ocasiones permite contrastar la exactitud o autenticidad de algo), el Opus Dei® contaba con una poderosa psicoarma cargada de fantasía contra la que entonces no se conocía antídoto: la tradición oral. Aunque cualquier sitio y ocasión era bueno, solían emplearla en las tertulias en general y, con especial capacidad destructiva, en las tertulias-pirata, aumentado su efecto por el sueño y cansancio de los trasnochadores, algo o bastante bebidos.

 

La munición más empleada para esa psicoarma era la anécdota (así llamaban allí a lo que en realidad eran parábolas –narración de un suceso fingido con enseñanza moral- en las que el protagonista solía ser su fundador).

 

Las anécdotas no se cuestionaban; las anécdotas se creían tal cual o, mejor, se perfeccionaban. No era un género fácil, pues el logro consistía tanto en aumentar su capacidad epatante como su verosimilitud. Ahora bien, como el público estaba entregado, con frecuencia se ampliaban una y otra vez los detalles maravillosos sin atender a la coherencia del relato. Y el aplauso no se resentía, también aumentaba...



En aquellos tiempos, Escrivá se libró de mil muertes (salvo de la suya cuando le tocó); menos un inspector de Hacienda se le apareció de todo: La Virgen, varios arcángeles, su ángel de la guarda, el Diablo… «Pablo VI es la encarnación de Satán», y nos servíamos una ronda para ahogar la pena de tan delicada información; «el próximo Papa será… bueno, quien ya sabéis», y se brindaba por la feliz exclusiva; «el Padre sabe la fecha de su muerte» y se hacía un largo silencio de asentimiento que aprovechábamos para rellenar las vasos y hacer chin-chin por su clarividencia; «para el Padre, la Virgen hizo florecer una rosa allá en Rialp», ¿abrimos otra botella?...

 

Hoy en día, la rosa natural que había florecido en la nieve ha pasado a ser de madera; el caso del sacerdote que asesinaron durante la Guerra Civil Española pensando que era Escrivá se ha convertido según se lee en una de sus páginas oficiales en «un hecho de perfiles históricos imprecisos» y no se ponen de acuerdo si fue ahorcado o fusilado y si lo mataron en la Moncloa o en la calle Ferraz… si acaso se parecía, si acaso lo mataron; Satán con mono de trabajo pasó a ser un currito «comunista» y el ángel de la guarda un ciudadano que ahuyentó al currito. Y así, por no alargarme, más cosas.

 

Aunque hablo en pasado, no sé si actualmente seguirán usando tanto la llamada anécdota. Algo me dice que no, que ya no es posible, al menos en tales cantidades y con tanta invención. Quizá por eso se hayan decidido a rodar una película de su fundador donde las críticas por imprecisiones, exageraciones o puras fantasías pueden fácilmente rebatirse aludiendo a las licencias del director o del propio género. Eso sí, nunca aclararán dónde acaba la realidad y empieza la licencia.

 

Aún con la mente en esto, en la anécdota convencional como género obsoleto para la manipulación, entro en Internet para comprobar si la nueva psicoarma, la nueva forma de contar anécdotas, ha sido un fracaso de taquilla. Y así es: Encontrarás dragones se han estrellado. Hago clic aquí y allá y llego a una página en la que pone arriba: «Josemaría y la Guerra Civil Española». Entro en otra pestaña. Aparece entonces una conferencia que firma alguien conocido. Leo la perorata cuajada de anécdotas a la vieja usanza y, para mi sorpresa, hay una que no conocía, aunque puede que muchos de vosotros sí.

 

El fragmento que extraigo está tomado de la conferencia "San Josemaría Escrivá de Balaguer durante la guerra civil española: unas vivencias sobre la libertad, la convivencia y el perdón", que Benito Badrinas pronunció en la IV Jornada Caminos de Libertad, pronunciada el 13 de noviembre de 2010 en la Seo de Urgell (Seu d'Urgell para Agustina J).

 

Pues bien, en la conferencia de Badrinas destaca una anécdota (una sobre un taxista resentido –de ahí las versionadas ilustraciones de Taxi Driver que acompañan a este texto – que recogió una vez al fundador del Opus Dei ®) por lo ridículo que resulta que, si se lee bien, vaya en detrimento de a quien se pretende ensalzar: el padre Escrivá.

 

Dice así:

 

«Cuando estaba aún fresco el fin de la guerra con victoria para unos y derrota para otros, como suele suceder, pero con pérdida para todos, algunas irreparables; cuando el país seguía silenciosamente dividido en dos bandos irreconciliables por rencores enconados sobre pilas de muertos..., era insólito que se diera una anécdota de este tenor: San Josemaría había tomado un taxi y conversaba con el conductor. Salió a colación la tragedia pasada. Le decía lo que pensaba: ¿No le parece que ha sido una guerra sin razón? ¿No le parece que España es lo suficientemente grande para que convivamos todos... aún con maneras diferentes de pensar? Porque Vd. —le iba diciendo—, puede tener sus ideas pero podemos hablar y pienso que es posible que yo le convenza y usted podrá rectificar, o es posible que yo entienda que tiene usted la razón y entonces yo rectificaré. Y si ninguno convence al otro, podemos seguir hablando y conviviendo, ¿no le parece?

 

San Josemaría se sorprendió con la agresividad y rencor que corroía el alma de aquel hombre, al oírle decir: ¿Estaba Vd. en Madrid durante la guerra? Tras su contestación afirmativa aquel hombre dijo con odio: ¡Qué lástima que no le matasen!. Llegada a destino y, al pagar la carrera el sacerdote vació su billetero y entregándole todo lo que llevaba al conductor, le dijo: ¡Para que hoy les dé un buen postre a sus hijos! No hubo más, así se despidieron».

 

Ya no domino la hermenéutica opusina, pero al acabar de esto, las primeras preguntas que me acuden son: ¿de dónde salen los hijos del taxista? y ¿quién, seguro de que esta se propagaría, se encargó de contar la anécdota; es ejemplar revelar historias o contar historietas donde uno mismo queda de indulgente?

 

Pero a esta parábola, si el objetivo pretendía ilustrar la supuesta santidad del padre José María, le fallan más cosas.

 

Se dice, por ejemplo, que el padre Escrivá «conversaba con el conductor», pero de lo que habló el conductor, hasta que éste descerraja su inquietante exabrupto, nada se sabe. Según está redactado, el padre Balaguer, sabiéndose ya en el bando ganador, no sólo quiere vencer sino, sin mucho esfuerzo, convencer. Baraja, mecánica y machaconamente, «pensar», «ideas», «hablar», «convencer», «rectificar», «razón», y «convivir» y, claro, le sale un necio lugar común del tipo «libertad no es libertinaje», pero más largo. Siguiendo la anécdota, el hasta entones mudo taxista le dispara, sin previo aviso y a bocajarro, su dicterio: «¡qué lástima que no le matasen!». El padre Albás, entonces, poniéndose estupendo pretende imponerse aumentando el estipendio del taxista con «todo» lo que llevaba en su billetero aunque, de nuevo, nada sepamos de lo mucho o poco que es «todo». Es decir, para rematar, atropella certeramente con una incierta propina al que conduce.

 

Por tanto, tal y como está redactada la anécdota, el padre José María no muestra empatía alguna para con el taxista; no le interesa saber el por qué de la «agresividad», «rencor» y «odio» que «corroía el alma de aquel hombre»; no hace el menor intento de escuchar, de dedicar tiempo a entender al prójimo. Prefiere, en cambio, quedar como un gentelman, como un caballero cuyo alargado apellido con preposiciones, conjunciones y toponímicos biensonantes estuviera por encima de aquel lacónico matón al volante; un caballero cuyo sentido práctico le hace salir, con dinero, de una antipática situación pero, eso sí, sin perder el control de la misma: “¡Para que hoy les dé un buen postre a sus hijos!” (hoy sí, no como siempre, ¡hoy sí!). Un marqués, finalmente, que, después de apearse, indicara precisas instrucciones al desconocido cochero de qué hacer con lo que, una vez dado (la propina), ya debería haber dejado de ser suyo, y diese una palmadita contra el capó, para añadir: «arre». El que manda, manda.

 

Pues bien, creo que esta anécdota es un fake, un rollo, una trola, una mentirota. Y, ojo, porque al cuestionar la verosimilitud del suceso se rompe una lanza a favor del padre Escrivá, que no al contrario, porque ¡cómo se puede ser tan ñoño, pesado y mal educado! En el Opus Dei ® deberían haber cuidado más la redacción. No sé, que el satánico conductor desvelase en algún momento que era protestante, ateo, melómano, celiaco y masón y acabase renegando, convirtiéndose, ensordeciendo, curándose, pidiendo confesión, pitando y muriendo seguidamente atropellado, de alguna forma, por su propio taxi. Algo así. Lo que, más o menos, debió pasar, si es que algo pasó:

 

José María había tomado un taxi y le comía piadosamente la oreja al conductor. Salió a colación la tragedia pasada. Le decía lo que pensaba: ¿No te parece que ha sido una guerra sin razón? ¿No te parece que España es lo suficientemente grande, una y libre, para que convivamos todos... aún con la misma manera de pensar? Porque tú —le iba diciendo—, puedes tener tus ideas pero podemos hablar y pienso que es posible que yo te convenza y tú podrás rectificar, o es posible que yo entienda que tú estás equivocado y entonces tú rectificarás. Y si ninguno convence al otro, podemos seguir hablando y conviviendo y hablando y conviviendo y hablando y conviviendo hasta que tú rectifiques, ¿no te parece que tengo razón?

 

- Hum, pero, ¿adónde vamos, señor?

 

- Ah, a Diego de León, 14; es el edificio más lujoso que allí veas, enseguida lo distinguirás. Hace esquina, pero esquina en chaflán, y son siete plantas si contamos el entresuelo, que lo sepas. Yo es que pude ser arquitecto, y de los buenos, pero no quise. ¡A que tengo gracia de Dios y buen humor! Hablemos, hablemos; convivamos, rectifica.

 

- Bueno, señor, le llevaré a Diego de León, 14.

 

- Escucha, viscoso taxista, el matrimonio es para la clase de tropa. ¿Me oyessssss? ¡Huy, te he rociado el cogote! Toma esta cruz de palo.

 

- ¿Y esta cruz?

 

- Porque eres el primer taxista con la nuca graciosamente refrescada por mis perdigoncitossssss. ¡Huy, otra vez! Toma, otra cruz. Y antes de que me preguntes, porque eres el primer taxista espurreado por mí por primera vez por segunda vez. Medita pausadamente estas consideraciones, son cosas que te digo al oído.

 

- Ya, señor, pero si se me aleja un poco, si se reclinara sobre el asiento, quizá deje de tener que seguir entregándome cruces durante todo el trayecto.

 

- Bueno, haré lo que santamente vea. Por cierto, cuando te veas como eres, ha de parecerte normal que los demás te desprecien. ¿Qué te parece? Es otra cita de mi libro Camino. Los envidiosos me critican por su estilo de almanaque, apostrofado y chillón. Pura envidia. El caso es que yo me puse a escribir, a veces de noche, cogía mi pluma y unas cuartillas sin pautar, porque yo tengo muy buena letra, derechita y así redondita pero con rabitos que escapan de cuando en cuando para que se vea soy bueno pero que también tengo carácter, o santa mala leche, grrrr, porque cuando hablo yo no hablo yo, habla Él, ¿sabes? Eso me da mucha libertad de acción… Y entonces, ya te digo, escribía y escribía para dar salida a los celestiales barruntos que, a borbotones, me dirigía el Señor para esos, como tú, amorales bisuntos que, a cipotones, podían dejar de dejar señales viscosas y sucias, asquito, guarreridas españolas, caiditas de roma, pitiqulín-pitiqulín, fistros y torpedos “de eso”, puaj, cosas que, vamos, vamos…  Zotes, tarugos espirituales… Por eso en el libro digo «infame», «inmundo», «roñoso», «basura», ¡dos velas negras!, «podredumbre», «putrefacción», «cerdo», «carroña hedionda», «montones de estiércol». En fin, que conecta bien con el masoquista medio. Yo es que amo mucho, amo a cascoporro. Yo es que amo tanto que por eso soy el amo. Buf, tengo un corazón así de grande; mira, mira: así. Así, por lo menos. O más. Mira, mira: así. Todo eso sin perder la humildad, claro. ¿Te gustan los crespillossss…? Vaya, toma, otra cruz.

 

- Otra, vaya…

 

- Pero hablemos, hablemos mientras convivimos: ¿te holocaustas a menudo?

 

- Verá, señor, no sé a qué se refiere.

 

- Eso es por tu falta de visión sobrenatural. Veo que no rectificas por más que hablamos y convivimos. Esto es echarle perlas a los cerdos… ¿Te lo digo en latín? Mira, es así: «Margaritas ante porcos». Yo es que hablo latín fluidamente, y tengo muchas carreras, estudios, tesis, doctorados de esto y de lo otro, lo que pasa es que con la guerra… con la guerra me se han perdido los papeles. Qué de cosas me pasan a mí en los coches, barcos y ascensores, en todo lo que se mueve, vamos. Ay, algún día dejaré de usar estos taxis de mierda; algún día tendré mi propio automóvil, un mercedes así grandote y oscurito, con propio chófer, si es arquitecto o ingeniero de caminos, canales y puertos mejor, y recorreré los caminos de la Tierra cantando a pleno pulmón el repertorio de Conchita Piquer.

 

- Prepárese, estamos llegando a Diego de León 14.

 

- Cuánto odio percibo en ese amenazante «prepárese», suena a «¡qué lástima que no le matasen!». Pero no, no bajaré a tu nivel, mi elevado apellido lo impide. Es más, antes de apearme pienso darte cuanto llevo en el billetero, so pedigüeño. «Prepárese» dice.

 

- Como usted vea, señor. Hemos llegado.

 

- Pues toma: un pacto es un pacto.

 

- Pero, señor, aquí sólo hay una medallita del Carmen y un mondadientes con un pa´luego del desayuno.

 

- ¡Lo que haya! Un pacto es un pacto, no me venga ahora con que una cosa es la teoría y otra la práctica, ¡que pareces de Opuslibros! Ea, adióssssss. Ah, y…

 

- Sí, señor, ya, ya, ¡otra cruz!

 

 




Publicado el Monday, 09 May 2011



 
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