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MI VIDA: OTRA HISTORIA QUE TAMPOCO VALIÓ LA PENA  (IV) 

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Con ese cargo en la comisión regional, empecé a entender mejor cómo funcionaban realmente las cosas en la obra, ya que hasta entonces había trabajado sólo como oficial (ayudante de un director) y para un único departamento (el de los numerarios). Hasta aquel momento solamente veía lo que querían que viera, lo que me pasaban. Pero ahora lo leía todo, tenía que firmar papeles de todos los departamentos. Estaba o debería estar al día de todo lo que pasaba en la región. Y ahí empezó la crisis...



Es difícil resumir en pocas palabras cómo y por qué puede llegar una crisis y cómo llegó la mía. Tengo que decir, antes que nada, que en los casi veinte años que llevaba en la obra, nunca había tenido ni la más mínima duda de vocación (tal vez por eso y por mis creo que buenas disposiciones, siempre me dieron cargos de gobierno). Y eso que tuve momentos difíciles, como todos. Pero la vocación era algo fundamental e intocable en mi vida. De hecho, como intentaré explicar más adelante, yo no me fui porque tuviera una duda de vocación o una crisis, en el sentido de no tener claro si ése era el camino que Dios quería para mí. Mi crisis no fue personal, no fue propia, fue institucional: yo estaba dispuesto a dar mi vida a Dios... pero ¿de verdad podía seguir pensando que Dios estaba allí?

A medida que pasaba el tiempo, las cosas que no me gustaban y que mi conciencia (en principio, bien formada: casi 20 años en la obra, más de 10 años con cargos, bienio en filosofía, cuadrienio en teología, licenciatura casi terminada en teología moral, 2 años en el colegio romano, 4 años en villa tevere) decía que estaban mal, eran más y más. Las veía en mi casa y también en los otros centros, las oía cuando la gente me hablaba o consultaba. Pero yo las negaba, estaba convencido de que la obra era perfecta y por eso me repetía: eres joven, no tienes experiencia, estás en otra región. Espera. Escucha. Aprende. El problema es tuyo, debes estar equivocado porque la obra es de Dios y por tanto perfecta y tus hermanos directores son más santos que tú y saben más que tú. El padre y los directores de Roma conocen bien todas las regiones. Escucha. Aprende. ¡¡SÉ HUMILDE!!

Así estuve durante varios meses. Pero las cosas fueron yendo a más y después de un periodo de "humildad", de seguir acallando a mi conciencia y de, en el fondo, engañarme, decidí que no podía seguir negando lo evidente. Y me dije: has esperado ya seis meses, un tiempo más que suficiente para valorar los hechos con objetividad.

Y como soy una persona sincera, o al menos lo intento, me dije: tienes que soltarlo, tienes que decirlo, cuenta lo que ves, di lo que pasa. Di lo que piensas: di que a veces dudas de que lo que decimos que la obra es y lo que ves sea lo mismo. Di que no parece que este sitio sea, ni de lejos, el mejor sitio para vivir y para morir. Di que cuando ves a los chicos de San Rafael, te gustaría decirles: iros, no os hagáis de la obra, aquí os sonreimos siempre pero en realidad en muchos casos ni nos queremos de verdad ni somos tan felices como parece. Di que ya te da vergüenza seguir diciendo que somos la mejor familia del mundo o los que más nos queremos (con lazos más fuertes que la sangre, añaden). Di que aquí muchas veces no encuentras caridad o no como tú la entiendes, o que al menos tú no la ves y que, por tanto, para ti, es muy difícil pensar que Dios esté aquí.

Y nada, escribí una carta para el padre diciendo lo que veía y lo que pensaba, con la idea de que alguien me ayudara, que alguien me explicara lo que yo no entendía, que alguien me dijera esto o aquello. Yo decía todo muy clarito pero en buen plan, con rectitud de intención (creo). Yo quería ser sólo opus dei, ser mejor opus dei. Nunca pensé que eso desembocaría en una crisis personal, porque como decía, nunca había pasado por mi mente la posibilidad de dejar la obra.

La escribí y antes de enviarla a Roma se la di al vicario regional. No quería puentearlo. No quería ir por libre, quería estar unido a él, quería que él supiera que yo estaba sufriendo, que necesitaba contarlo y que necesitaba que alguien me dijera qué estaba pasando. Mi conciencia se rebelaba y pedía una explicación.

Le di la carta, le dije que me gustaría que la leyera y hablamos un rato, aunque no mucho. La carta se envió por fax ese mismo día.

De Roma no llegaban noticias. Continuará.

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Publicado el Wednesday, 22 June 2011



 
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