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 Correos: Deberías invitar.- Simple-mente

010. Testimonios
simple-mente :

Como os comenté hace tiempo, voy a contar en próximos escritos pequeñas anécdotas que me vengan a la cabeza.

En el proceso de captación para que pitara, el director del centro me invitó a una romería. Ya me estaba confesando con el sacerdote del centro y los pocos retiros mensuales a los que había asistido me habían gustado mucho, así que acepté la invitación. Como es habitual en estos casos, rosario a la ida en el coche, rosario en el monasterio y rosario a la vuelta.

El rosario del monasterio lo rezamos de rodillas. Después comimos en un restaurante justo al lado del monasterio. En un principio el director me había hablado de llevarnos unos bocadillos, pero en el último momento me dijo que mejor podíamos comer algo rápido por la zona. Después del rosario, el director propuso comer en este restaurante que era bastante caro. Me sorprendió pasar de los bocatas al restaurante caro, con mesa y mantel y vistas panorámicas a la ciudad, pero en fin, en un principio no le di mayor importancia.

Durante la comida, la verdad es que yo estaba convencido de que estaba tratando con un santo. Por su convencimiento, me pareció que estaba lleno de fe. Pensaba "este hombre ha dado todo lo que tiene a la obra, es un santo". En aquel momento no me daba cuenta de que darlo a la obra no quiere decir dárselo a la Iglesia, y mucho menos a los pobres.

Después de las cañas, ensalada y chuletones, y tras una animada charla, me ofreció ser supernumerario. Le dije que me lo pensaría. La verdad es que me había entusiasmado la conversación, sobre todo poder hablar de temas espirituales sin tapujos, ya que para mí era inusual tratar con mis amigos esos temas de esa forma tan directa. La conversación me llenó de ilusión y alegría, era como volver a la infancia, a una sana ingenuidad, a recuperar la esperanza de buscar el bien de manera sincera.

En medio de esa especie de nube, el camarero trajo la cuenta, a lo que el director mirándome a los ojos y con cara solemne me dijo: "deberías invitar". No os podeis imaginar el bajonazo que me pegó, de estar convencido de que estaba tratando con un santo, a de repente darme de bruces con la realidad, en ese momento me resultó un timador. No era tanto que me pidiera que le invitara, que ya estaba fuera de lugar ya que una invitación para ser tal tiene que ser por propia iniciativa, sino que además incluyera el "deberías", que moralizara el hecho, que me lo impusiera.

Estaba tan convencido en aquel entonces de que Dios me estaba pidiendo algo, que después de estar unos minutos aturdido, me recuperé animicamente para seguir escuchando las propuestas de este hombre.

Es un pequeño detalle, pero ahí empezó mi primera claudicación de la dignidad y sentido común que me llevó posteriormente a todas las demás.

Si hubiera confiado en mi criterio y hubiera pensado "pero cómo se atreve este tío a moralizar para usurpar la propiedad privada de los demás" o "esta es la última vez que veo a este santo gorrón y a su santa desvergüenza", el problema se habría zanjado de raiz, pero claro, ya entonces me habían inoculado subliminalmente el virus de no confiar en uno mismo, pisotear la razón y ponerse en manos de los directores. Pensé "este tío es un santo, da todo lo que tiene, seguro que algo se me escapa, ya lo entenderé, me falta rezar más para comprenderlo".

El consuelo que me queda es que sigo pensando que Dios sí me llamó a la obra, me llamó a entrar en la obra, y a salirme después, para denunciar lo que ví, y arrimar el hombro en la lucha para acabar con el fraude de esta institución.

Os seguiré contando más anécdotas.

Un cariñoso saludo a todos,
simple-mente


Publicado el Wednesday, 29 June 2011



 
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