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MI VIDA: OTRA HISTORIA QUE TAMPOCO VALIÓ LA PENA (12)

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Volví al centro y después de saludar me fui directamente a mi habitación, para leer lo que ponía en el prospecto de esas pastillas, que es lo siguiente (las conservo, por cierto, por si algún día a alguien se le ocurre decir que me lo he inventado ;-)

Pastillas de la mañana (traduzco del italiano): indicaciones terapéuticas: tratamiento de la depresión, del trastorno obsesivo compulsivo y de la bulimia nerviosa.

Pastillas de la noche: indicaciones: la mayor parte de las formas clínicas epilépticas en el bebé o en el niño. También está indicado para la epilepsia en el adulto...



Dios mío, ¡lo que me estaba tomando! ¿Depresión? Nunca he tenido -a Dios gracias- ningún tipo de depresión. ¿Trastorno obsesivo compulsivo? ¿Bulimia nerviosa? ¿Ataques de epilepsia? No he tenido nada de esto en mi vida. ¿A qué estamos jugando? Esto es algo muy muy serio señores. Estas pastillas no son caramelos. ¿Cómo se puede llegar a estos extremos?

Recuerdo que unos días más tarde, ya fuera, hablé con una buena amiga monja y se quedó escandalizada diciéndome: ¿cómo pudieron darte esas pastillas? ¿Y por qué te las tomaste? Le dije: yo les creía. ¿Durante cuánto tiempo las tomaste? No sé, un par de semanas. Dios mío, me dijo, ¿sabes el daño que hace esto? ¿Sabes los efectos que puede y podría haber tenido? Sí, le dije, ahí siempre recuerdan que el que obedece nunca se equivoca...

Y viene aquí una cuestión lógica: ¿no sería todo más fácil si uno fuera a un médico cualquiera de la calle? ¿Por qué los miembros de la obra tienen que ir a ver a médicos de la obra para pasar revisiones médicas? ¿Por qué tienen que ir a ver a psiquiatras de la Obra? ¿Será que hay miedo de que los médicos normales, los de la calle, digan algo que no interesa? Lo dejo a vuestra opinión... y sigo con mi historia.

Empecé a buscar un trabajo. Tenía que ser a tiempo completo, para que me permitiera conseguir un visado. Y necesitaba un sitio donde vivir, algo nada fácil, porque no tenía dinero. Mis hermanos ya se habían ofrecido para poner un poco de dinero entre todos para ayudarme. Pero antes que eso, tenía que escribir mi carta de dimisión.

Yo sabía cómo funcionaba lo de las cartas, así que jugaba con cierta ventaja. Sabía qué tenía que decir y qué no tenía que decir si quería que todo terminara lo más rápido posible. Y por supuesto, sabía que tenía que empujar, fuerte además, si quería que me dejaran en paz. Y lo hice.

Lo primero que tenía que hacer era escribir dos cartas distintas. Si ponía todo lo que pensaba en la misma carta de dimisión, sabía que varias semanas más tarde me pedirían que la rehiciera de nuevo. Y eso significaría volver a hablar con ellos, más presión, más intentos de reconsiderar las cosas y más dar la paliza otra vez. Y yo, después de todo lo que había pasado, ya tenía suficiente. Así que decidí ser práctico. No me importaba escribir dos cartas por separado, quería irme porque no lo soportaba más y quería acabar en el menos malo de los modos posibles.

¿Por qué no podía escribir todo en una carta? Porque ellos no lo aceptarían. Ellos se cuidan muy mucho de que las cartas de los que se van estén "limpias" (hay numerosos ejemplos en esta web). ¿Por qué? No lo sé. Tal vez porque si un día les preguntan por los que se van, puedan decir que la gente se va sin más, libremente y algunos de ellos (que los hay) incluso agradecidos. Una vez más, se trata de maquillar o incluso cambiar la historia para que en el futuro se conozca otra versión de los hechos.

En fin, yo estoy a favor de que todos escriban en una sola carta lo que piensan, pero sinceramente, ya no podía más y solamente quería irme. Empezar una nueva vida y superar ese trauma lo más pronto posible.

Así que me puse a escribir mis dos cartas. Una super formal, del tipo: yo, fulanito de tal, en pleno uso de mi libertad, solicito la dispensa de tal y cual. Fecha, lugar y firma.

La segunda, me sirvió para decir todo lo que quería decir. Sé que esa carta la leería el director que habló conmigo y el Padre (con don Fernando, claro). (Por cierto: ¿todavía hay gente que piensa que el Padre no está informado? ¿Recordáis lo que me dijo ese director? Me dijo: tu segunda carta sólo la hemos leído el Padre y yo ;-). Seguramente, esta tercera carta no se la mostrarían a nadie más, pero no me importaba. Con que la leyeran ellos dos/tres, era suficiente. Así que entré a saco. Dije que el modo en que me habían tratado "no poder hablar, las pastillas, estás obsesionado, etc." era de juzgado de guardia. Y dije que mis quejas anteriores sobre lo mal que se trataba a la gente y cómo se vivía la caridad, se confirmaron durante mi viaje a Roma.

Puse ejemplos de cosas que en mi opinión mostraban lo mal que se trataba a la gente y hablé también de mí mismo (aquí me siento más cómodo para contaros lo que quiera, ya que no tengo que guardar ningún silencio sobre mí mismo, así que allá voy): les dije que se aprovechaban de las buenas disposiciones de la gente como yo. Y dije: una cosa es que uno esté dispuesto a lo que sea por servir a la obra, y otra, muy distinta, es aprovecharse de eso -de esas buenas disposiciones- para hacer siempre y sólo lo que os interesa. Habéis jugado conmigo como con una ficha de ajedrez, sin importaros nunca mi vida. ¿Ejemplos? Ahí van:

1. Pido explícitamente no ir a vivir a Villa Tevere y... me mandáis a Villa Tevere sin ni siquiera un: ¿te importaría? O un... sabemos que no te apetece, pero...

2. Me dijisteis antes de irme a mi nueva región, que mi plan era ir allí a aprender el idioma con la idea de hacerme al lugar y, 3 ó 4 años más tarde, volver a Roma para ordenarme. Y me repetisteis (el director que me dijo esto es curiosamente el mismo que dijo que estaba obsesionado) que el plan era que me ordenara; que luego no pasara que unos años más tarde yo cambiara de opinión. Incluso me dijisteis que habíais pensado que me ordenara ese mismo año, pero que (a Dios gracias) os parecía mejor que fuera ahí a aprender el idioma antes de ordenarme. ¿Y qué pasó? Pues que dos años después, decidís cambiar ese plan y me nombráis defensor de la comisión, un cargo que es para un laico y que no es nada fácil, ni tampoco obviamente para corto plazo. Y pregunto: ¿de verdad os importa mi vida? Porque creo que si os importara solamente un poquito, antes de colocarme ese cargo, me diríais: ¿te parece bien? ¿te ves con fuerzas? Hemos pensado retrasar tu ordenación. O... tal vez te ordenes más adelante. O... tal vez nunca te ordenes. Pero al menos decir... ¡ALGO! ¿Es esto una familia? ¿Es éste el modo de tratar a quienes se dejan la piel por la obra? ¿Es esto opus dei?

Abro un paréntesis: yo nunca dejé la obra por no haberme ordenado, quiero que esto quede claro y no haya malentendidos. Nunca tomé una decisión final sobre mi posible ordenación, que sólo fue eso, una posibilidad. De lo que me quejo es de que a ellos no les importe si una persona se ordene o no. De hecho, si hubiera querido ordenarme podría haber esperado unos años más y me habría acabado ordenando e incluso podría haberme ordenado después, ya fuera de la obra, y sin embargo no lo he hecho ni lo haré. Como anécdota diré que, ya fuera de la obra, las dos primeras veces que me confesé con sacerdotes de la diócesis a los que no conocía de nada, los dos concluyeron la confesión con la misma pregunta: ¿Has pensado en hacerte sacerdote? Necesitamos sacerdotes. Les dije, no, lo siento, me gustaría formar una familia (¿cómo iba a tener fuerzas para confiar en un director de nuevo?).

3. Más ejemplos. Me pedís que aprenda el idioma y que lo aprenda bien (en realidad eran dos idiomas, pero eso ya no importa). Me mato estudiando seis horas al día para que, después de casi tres años intentando hacerme al país y a la gente, cuando digo que hay cosas que están mal, me diga el vicario regional: como lo más importante es la vocación, ¿por qué no te vas a Roma hasta que te arregles? A lo que le contesté: mi problema va conmigo, si me marcho a otro país, soy la misma persona, ¿no te das cuenta? Y añadí: lo ves, en el fondo, mi esfuerzo de estos tres años no te importa nada, porque si te importara nunca habrías dicho algo de este tipo. No te importan mis problemas ni mi felicidad. Lo único que te importa es que no me vaya. Y lo mismo me dijisteis en Roma: si estás así, mejor que no te vuelvas a tu región. ¿Os dais cuenta de que mi vida -como seguramente la de muchos otros- no os importa? Sólo os importa que estemos en la obra.

En fin, concluyo. Dije también que pedía la dispensa de vida en familia porque quería dejar de vivir en el centro lo antes posible. Les dije que no sabía a qué me dedicaría, dónde viviría ni nada, pero que no me importaba, que tenía a Dios y eso me bastaba. La vocación era lo más importante, pero después de la fe, así que me iba porque si seguía ahí perdería la fe o acabaría mal de la cabeza. ¿Querría Dios que acabara mal de la cabeza por seguir en la obra? Evidentemente no. La obra era o tenía que ser un camino para llegar a Dios y yo tenía muy claro que, en el momento en que ese camino en lugar de acercarme a Él, me apartara, tenía que abandonarlo.

Y que la obra tenía que cambiar en muchas cosas, pero que eso ya no me importaba, lo dejaba para ellos. Y les dije (porque para irse hay que empujar): si retrasáis mi dispensa de vida en familia y me decís que siga viviendo en un centro, obedeceré, hasta el último día. Ahora, eso sí, cuando la gente de la obra o de San Rafael me pregunte por qué estoy triste, diré: fui a Roma porque me llamaron para hablar de cosas que en conciencia creo que se hacen mal y allí no me dejaron hablar, me dijeron que estaba obsesionado y me dieron pastillas para obsesión compulsiva y ataques de epilepsia.

Firmé las cartas y a la mañana siguiente, fui a la sede de la comisión y las dejé en un mueble con el resto del correo, para que le llegara al vicario regional. Y volví a mi centro.

Al día siguiente tenía la dispensa para no vivir en un centro.

Continuará.

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Publicado el Monday, 11 July 2011



 
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