Estos días con el tema del burofax, me acordé de algo que me toco vivir respecto de los documentos top secret de la cosa. En el año 87, luego de 10 años perseverando sin ningun problema y obedeciendo siempre en todo lo que me decían, tuve una crisis de fe muy grande. Basicamente dejé de ser católico: ya no creía en que la Biblia fuera revelación divina, ni que Jesucristo fuera Dios, ni que estuviera en la Eucaristía, etc.

Para mi gran sorpresa, al regresar del curso anual, me comunicaron que me habían nombrado secretario de la residencia universitaria Montefaro. En los 10 años que llevaba en el Opus, nunca me habían nombrado para ningun consejo local, lo cual era un tanto llamativo, pero como a mí me interesaba dedicarme a mi carrera y no a trabajos internos, nunca pregunté por qué era eso. A mí me parecía totalmente absurdo que justamente cuando entraba en crisis y me replanteaba todo me dieran un cargo, por el que además de llevar la contabilidad del centro, tenía que dirigir espiritualmente a los supernumerarios del centro, darles el círculo semanal y participar de las reuniones y demás obligaciones del consejo local. Lo que inocentemente pensé entonces, era que esos cargos se definían con mucha anticipación, y que ya habrían tomado la decisión mucho antes de que yo entrara en crisis...

Ahora que existe Opuslibros, y leo las experiencias de otros, me desayuno de que en realidad es una de las técnicas empleadas por el Opus para retener a la gente en crisis. Me dijeron que tenía que dejar mi trabajo de 8 horas que tenía entonces, para dedicarme a mi nueva responsabilidad de secretario. De modo que al no tener un trabajo externo, más la responsabilidad de ser ejemplo para mis subalternos, etc. no me planteara mi posible salida, sino que me atornillara más a la institución.

En Montefaro había un armario en secretaría con 2 secciones, cada una con su propia llave. Una tenía documentos internos de poca sensitividad (como la revista Obras y los guiones de los círculos de San Rafael) y la otra los documentos top secret, que solo los miembros del consejo local podían leer (como el vademecum de consejos locales, unos libros llamados “Cuadernos”, los guiones de los círculos para miembros). La llave para la sección “light”, se guardaba en un cajón de un escritorio, y cualquier numerario o supernumerario del centro podía acceder a ella. En cambio, solo los miembros del consejo local tenían la llave para la sección “super secreta”. Al nombrarme secretario me dieron la llave de esa mitad del armario, que nunca había visto abierta antes.

Como en ese entonces yo ya pasaba del santo marqués, de sus campanadas, sus vademecums y sus mariconadas, nunca me leí ninguno de los documentos tan celosamente guardados. Solamente usaba el guión para el círculo que tenía que dar, y poco más. Luego de 4 meses insufribles, pedí que por favor me sacaran el cargo, porque yo no podía dar círculos y escuchar charlas, hablando de cosas en que ya no creía. Dejé entonces de ser secretario y volví a tener un trabajo de 8 horas.

La llave de acceso a los documentos secretos no me la pidieron, y como nunca la usaba, ni me acordé de devolverla. Meses después, sucedió que un numerario que tenía que dar un círculo, necesitaba el guión, pero no había nadie del consejo local en ese momento que pudiera abrir el armario supersecreto. Me acordé de que aún tenía mi llave, y le dije que yo se lo facilitaba. Pero cuando fuí a abrir el armario, me encontré con que habían cambiado la cerradura, mi llave ya no servía.

La verdad es que nunca se me cruzó por la cabeza sacar nada de ese armario, y cuando tuve acceso, nunca me interesó leer nada de lo contenido en los documentos super secretos. Pero me quedó claro que el Opus ya no confiaba en mí, y que no estaba dispuesto a correr absolutamente ningún riesgo de que esos documentos pudieran de alguna manera escaparse.

Nunca comenté nada, pero fue uno de los primeros detalles que me empezaron a abrir los ojos de que aquello de que el fundador confiaba más en sus hijos que en la palabra de 100 notarios unánimes, y todas las demás pendejadas que nos repetían en los círculos, eran puro marketing.

atomito