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 Tus escritos: La gran pregunta: la Cosa reformada.- Coplasuelta

040. Después de marcharse
coplasuelta :

LA GRAN PREGUNTA: LA COSA REFORMADA
Coplasuelta

La pregunta es sobre la posibilidad de que la cosa pueda reformarse hasta el punto en el que alguien pudiera volver a ella. La cuestión parece sesuda y con ánimo de purgar intenciones. Me parece bien que se haya hecho. Al final es lo que no parece que quede claro tras tantos testimonios.

Si la cosa hiciera el esfuerzo por pedir perdón, deshacer sus errores y refundarse, no quedaría nada. Desde el segundo cero de su fundación oficiosa y desde el segundo cero de su fundación oficial, la cosa ha ido creciendo, en su huida hacia adelante, sobre la infidelidad y deslealtad a la Iglesia. Cada paso dado ha encontrado aclaraciones por parte de la Iglesia y esta ha tenido como respuesta el atajo, la manipulación y el engaño. Tal y como hemos visto en la fundación de los Legionarios de Cristo y de otros grupos menos formalizados, las formas y maneras de crear un institución artificial, por motivaciones humanas, es tan sencillo como escandaloso. Cientos de parroquias en el mundo forman una anillo de adhesión a movimientos radicales de izquierdas, pudiéndose formalizar en prelatura sin ninguna duda. Cientos de congregaciones se han reformado sobre su carisma fundacional y se han convertido en la personalidad jurídica fundadoras de ONGs.  No es culpa de la Iglesia que es víctima. Ella no puede mentir, desconfiar, controlar, espiar, manipular y actuar como un grupo ideológico, partidista y sectario. Acepta como bueno todo lo que se fundamenta en escritos, en peticiones, siguiendo los procedimientos canónicos. No hay una CIA que controla el verdadero patriotismo...



La Iglesia, con las expectativas creadas, con razón y fundamento, tras el Vaticano II, se ha encontrado lo inesperado: congregaciones, movimientos, grupos nuevos y viejos queriendo sustituir la experiencia católica por la una ideológica de uno o de otro signo. Todos estaban de acuerdo en que la Iglesia había cedido demasiado a los poderes del Mundo. Todos estaban de acuerdo que se había desviado de su mandato fundacional. Lo que les diferencia es de qué poder estamos hablando y qué desvío se ha producido. Muchos llegan a ser los representantes de la experiencia genuina de los primeros cristianos y piden una reforma católica siguiendo tradiciones ya viejas en la Iglesia. Todos persiguiendo visiones integristas de las Fe, excluyentes y sectarias.

Se han simplificado mucho las cosas etiquetando a unos y a otros entre progresistas y ultraconservadores. Las corrientes ideológicas han sido más complejas dentro de la Iglesia. La Iglesia vive su propia diferenciación. La Iglesia vive su presencia más ruidosa y más combativa en el seguidismo de la izquierda más radical junto a la adhesión a los grupos ultraconservadores más radicales. El siglo XX es el desfile de vergonzosas colaboraciones con todos los totalitarismos, autoritarismos y corrientes inhumanas conocidas. Cientos de sacerdotes y consagrados escribiendo cientos de libros adaptando la Fe a cualquier cosa que no fuera la Revelación. Cientos de laicos aprovechándose de la Iglesia para sus banderías políticas del signo que sea.

No hay progresistas y conservadores. Lo que hay es una gran mayoría silenciosa, perpleja, cansada y aburrida junto a elites de iniciados en la izquierda y en la derecha política más radical. El reproche no es tener o no tener una ideología de referencia. Lo duro es que se sustituye por esa ideología la Tradición apostólica por quienes deberían de ser sus dispensadores.

Lo llamativo no es que existan esos grupetes sino que se hayan dado por buenas fundaciones que, para un cristiano medianamente formado, no son más que abortos de la razón. Lo llamativo es la pérdida de lo que es común y se mantiene con el paso del tiempo, con su convivencia con pueblos, razas, naciones y hasta civilizaciones. Hemos perdido el depósito común de la Tradición apostólica. Hemos dejado en manos de esos grupos sectarios la transmisión de esta Tradición tras pasar sus filtros ideológicos. De hecho es una guerra a muerte. Esos grupos han hipotecado cualquier solución, cualquier limpieza en esa transmisión a la desaparición del grupo contrario. Están en un sistema de retroalimentación constante. La existencia del uno ya sólo la justifica la existencia del otro grupo porque, he aquí el dolor, la Iglesia ha perdido su peso y presencia a manos de esos grupos.

¿Por qué se da esta situación? En parte porque esos grupetes no han querido y no han podido irse de la Iglesia. Por mucho menos se han fundado otras confesiones cristianas. Estos grupos han decidido quedarse dentro y cambiar al resto de la Iglesia.

Esto puede deberse a la falta de autoridad de la Iglesia. Seguro. Esta falta de autoridad se basa en la debilidad. Seguro, también. Esa debilidad proviene de que esos grupos han tomado la cuota de poder eclesial necesaria para hacerse fuertes. Ni se van, ni se les puede echar. Y eso exactamente es lo que pasa. No son grupos de desarrapados que viven en comunidad en medio del bosque: son congregaciones enteras con sus responsables alineando a sus hermanos con una posición ideológica y, como no puede ser de otra manera, esto les ha llevado a la extinción, huérfanos de vocaciones. Poco a poco se recuperan las vocaciones sacerdotales, sin etiquetas o adjetivos, poco a poco vuelven algunas congregaciones a su ser primigenio. Poco a poco.

Siendo la Cosa uno de los grupos que forman parte de la alineación a una ideología concreta, la posible corrección de los errores y la sanación de los vicios que ha adquirido, daría como resultado que la Cosa no puede diferenciarse en nada. La vida en mitad del mundo de los laicos en medio de su parroquia no difiere en nada a lo que quedaría de la Cosa reformada. Y en eso radica la objeción mayor a que se dude su fundación, de su aprobación y de su coherencia de vida. Todo lo que pone de original la Cosa es justo lo que le sobra.

Otras fundaciones, a poco que hagan, se encontrarán con su ser, con su hito fundacional. El encuentro con el Señor Jesús donde les espera desde su fundación.

Y esa es mi experiencia. Vivo la Fe en medio de mi parroquia sin necesidad de que se viole mi conciencia, de que se rompa el secreto de la Confesión, sin que sea necesario soportar más normas que las comunes a la piedad que la Iglesia me pide, sin necesidad de segregarme en clases sociales, sexo o edad.

Sin necesidad de frecuentar pisos, sin necesidad de fomentar el culto a un señor u a otro, sin necesidad de gastarme una pasta en mi formación, en libros, en excursiones, dando mi aportación a la Iglesia Universal y la local con toda transparencia. Sin tener que temer a reprobar conductas o modos por miedo a colaborar con rojos y masones.

Sin tener que tener cuatro vidas, cuatro moralidades, o cientos de ellas, en función de las necesidades de unos terceros que intentan alimentar una bestia sin control. Una bestia que devora almas, corazones, vidas, haciendas, amistades, familias, dinero, oro, joyas, bienes de todo tipo con toda impunidad. Una bestia que vive para sobrevivir, sin dar nada a cambio, si ofrecer nada a cambio, sin que nada ni nadie se beneficie de ese holocausto.

Una bestia que ha creado a nuestro alrededor cordones de seguridad entre sus fanáticos que no nos permiten movernos sin ser difamado, injuriado o ninguneado por el poder dentro de la Iglesia y fuera de ella.

Una bestia que está muy pronta a descalificar, a difamar, a injuriar, a destruir, a controlar, a manipular, a violar, a someter a cualquier tipo de abusos espirituales. Una bestia muy lenta para curar, limpiar, acompañar, sanar, quitar la sed, calmar el hambre, a querer o amar ya sea de forma material o espiritual. Una bestia feroz, cruel, hambrienta, sedienta del sufrimiento ajeno, de separar, segregar, distinguir humillando y someter voluntades por la fuerza física, moral o psicológica, con la fuerza física de las pastillas, de los encierros, con la violencia moral con juicios temerarios e imprudentes, con la manipulación psicológica de una secta.

Si todo eso se reorganiza y se purifica, sólo queda un cristiano normal y corriente que vive su Fe en una parroquia, dentro de los grupos que ella crecen de oración, de caridad o de lo que sea incluido de teatro aficionado.

Una fundación, hasta la fecha, tenía una forma de vida orientada a un carisma, a un objetivo concreto. Tan concreto que en esa determinación perdía su carácter de llamada universal. Tan concreto que se tenía que vivir en comunidad. Tan concreto que se tenía que distinguir con una forma externa de vestir o significarse. En su concreción estaba su Gracia, su Don. En su concreción estaba sus limitaciones, su llamada especifica. Tan especifica que tendría que pasar por años para su maduración. Es la excepción en la vida cristiana, la consagración. Pues en la Cosa la excepción es la regla, la concreción es universalizada, la concreción es disimulada, la concreción es impuesta hasta que se rompe a las personas porque es falsa, no existe y no tiene sentido alguno. Es como querer meter al océano en un cubo y hacernos creer que es el único océano que merece ese nombre, que el océano de verdad no es más que una enorme cantidad de agua sin orden ni límites ni concreciones, que no es más que una charca inmunda.

Por tanto, a la pregunta de que si volvería a la cosa si esa cosa se reformará, contesto que ya estoy en la verdadera Iglesia, en la verdadera obra de Dios, que ya estoy donde Dios siempre me ha querido. Todo lo demás es incomprensible, supera mi capacidad de entender: ¿cómo es posible que en nombre de Dios y de la Iglesia se transmita una ideología y no la Fe? ¿Cómo es posible que eso se haya hecho, se esté haciendo, con toda impunidad?

Coplasuelta




Publicado el Friday, 29 July 2011



 
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