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 Tus escritos: Contestando a Charlypitt: Yo me quedo fuera.- Aquilina

020. Irse de la Obra
aquilina :

La pregunta de Charlypitt: “¿estarías dispuesto a volver a ser numerario -con todo lo que ello implica- si la Obra decidiera reconocer su error, pedirte perdón y rectificar rumbos, a raíz de una intervención del Papa?“ me dejó muy pensativa, y con ganas de dar mi contestación. Me dí cuenta de que esta contestación, más que de los posibles (o imposibles) cambios del Opus Dei, se origina más bien de los cambios que dentro de mí se averiguaron después de algún tiempo de dejar la obra.

Como cuento en el relato de mi salida, mi alejamiento de la obra, en los comienzos, fué muy paulatino: seguía con cierta fuerza de gravedad que se volvía cada vez más blanda según que crecía el tiempo que iba viviendo fuera de la obra, que se difuminaba  la influencia en el presente de mi vida pasada. La sensación de mí que me queda de esa temporada es la de un cohete que, según que se alejaba del planeta Opus Dei, iba cobrando velocidad. En cualquier caso ese proceso, en mi caso, duró años...



 Este alejamiento de la mentalidad opus hizo que el bloque de mi proceso de maduración humana, poco a poco, se fuera ablandando. Si lo miro con la perspectiva de los 23 años de salida, ahora lo veo como algo muy parecido a lo que leí, hace pocos días, en la intervención de Martys el 27 de julio, que me pareció muy, muy interesante.

Cuando yo conocí y pedí la admisión a la obra, con 15 años y medio y una gran inmadurez emotiva y psicologica que se escondía, lamentablemente, bajo cierta vivacidad intelectual, me encontraba que me desenvolvía con la que ahora me sirve definir como una “moral eteronoma”. En mi familia habia sido educada con el criterio de que la obediencia era una de las principales virtudes cristianas; el comienzo de los años ’70 era una época recientemente post-conciliar y los fieles se encontraban muy desorientados con los cambios que se vivian dentro de la praxi eclesial, mis padres tenian una mentalidad conservadora –que se identificaba a menudo con la ortodoxia eclesial- y aunque yo me sentía atraida por la nouvelle vogue eclesiastica, no obstante sufría el imprinting de una formación acentuadamente conservadora y de una actitud muy severa por lo que se refería a mi fe de parte de mis padres.

El encuentro con la obra parecía resolver mis contradicciones interiores: una forma nueva –por ser distinta de las formas parroquiales que yo conocía- de vivir mi fe, más heroica y más exclusiva, pero al mismo tiempo que presumía de radical fidelidad al mensaje de la iglesia, ¡parecía que habia encontrado la cuadratura del circulo!

Con la educación recibida en mi familia, y con la formación que empecé a recibir dentro de la obra, se fué consolidando dentro de mí la idea de que la seguridad moral sólo puede encontrarse fuera de nosotros mismos (eso es lo que llamo yo “moral eteronoma”), en una autoridad exterior iluminada por el Espiritu Santo y que no se encuentre amenazada por los engaños y las tentaciones que derivan de la presencia del pecado original que dentro de mí podía deformar mi juicio. Sólo al final de mi trayectoria de crisis dentro de la obra, cuando me dí cuenta de que estaba en camino de volverme loca o irremediablemente enferma mentalmente, llegué a pensar que yo, con mi deseo de salir, podía tener más razón de lo que me decian las directoras, pues no era posible que, aún suficientemente sana para darme cuenta de eso, Dios quisiera que me dejara llevar hasta la enfermedad mental.

Fué como una pequeña chispa de iluminación, momentanea aún, pero suficiente para sacarme de la obra. En la época sucesiva, en los primeros tiempos de mi reconstrucción, seguí con los criterios morales anteriores, pero poco a poco se recompuso mi capacidad de hacer experiencias y de aprovecharlas para madurar y volverme protagonista y responsable de mi vida. Fué un proceso muy largo pero, creo yo, bastante hondo y cimentado, y poco a poco llegué a tener conciencia de lo que dice Martys en su intervención: que seguir la voz de mi conciencia, más que un derecho, es un deber, “la libertad, la conciencia, la mismidad, no son ninguna clase de derecho, ni ninguna clase de apéndice: son los constituyentes fundamentales de tu vida, son tu humanidad, tu ser vital, eso que eres, tu obligación de vivir. Y no pueden cederse: ni a la Iglesia, ni al Opus, ni a un marido, ni a una esposa, ni a unos hijos, ni a la patria, ni a nadie”. Al final de ese proceso había adquirido mi “moral autonoma”, no en el sentido de que fuera endependiente de cualquier objetiva, sino de que la voz moral definitiva se encontraba dentro de mi corazón y no necesariamente en una autoridad exterior.

Es esta la razón por la que, en el día de hoy, aunque se realizara ese imposible de que el Opus Dei se vuelva una realidad sana dentro de la iglesia, yo no volvería dentro de una organización que pide una obediencia y una dependencia de conciencia como la que pide la obra. He averiguado en mi experiencia que lo que creemos acertado con toda el alma en un momento determinado de nuestra vida, puede cambiar con el paso del tiempo, al estratificarse de la experiencia y alcanzando la madurez personal: por esta razón, como también escribe Mediterráneo:  “después de 14 años dentro y a punto de cumplir 20 fuera, hay algo que sigue vivo dentro de mí y es que compromisos para toda la vida nunca más, bajo ningún concepto y por ninguna razón”.

Ya no necesito de seguridades de que me voy a salvar, de que encontraré el paraíso al morirme, etc., siento de alguna forma que sólo el compromiso constante y diario en realizar la voluntad de Dios conmigo, encontrada y descubierta en lo que me pasa cada día, con la ayuda de una conciencia rectamente formada, por cierto, pero sobre todo “con "temor y temblor", sí, como dice la Escritura; ayudados -no suplidos- por el juicio de la comunidad cristiana, y de los hombres de buena voluntad; y finalmente con la convicción de que Dios es superior a mi conciencia (1Jn 3,20), y que es misericordia sin límites” –otra vez citando a Martys- me proporciona la seguridad serena de estar realmente buscando a Dios en mi vida cotidiana.

Paradojicamente, para ser fieles al espiritu que nos atrayó hacia el Opus Dei, hay que quedarse lejos de la forma estructurada de entender la busqueda de la santidad que constituye el meollo del “espiritu del la obra”.

Recuerdos y felices vacaciones para todos,

Elena




Publicado el Monday, 01 August 2011



 
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