Bienvenido a Opuslibros
Inicio - Buscar - Envíos - Temas - Enlaces - Tu cuenta - Libros silenciados - Documentos Internos

     Opuslibros
¡Gracias a Dios, nos fuimos
Ir a la web 'clásica'

· FAQ
· Quienes somos
· La trampa de la vocación
· Contacta con nosotros si...
· Si quieres ayudar económicamente...
· Política de cookies

     Ayuda a Opuslibros

Si quieres colaborar económicamente para el mantenimiento de Opuslibros, puedes hacerlo

desde aquí


     Cookies
Utilizamos cookies propias y de terceros para obtener datos estadísticos de la navegación de nuestros usuarios y mejorar nuestros servicios. Si continúa navegando, consideramos que acepta su uso. Puede obtener más información aquí

     Principal
· Home
· Archivo por fecha
· Buscar
· Enlaces Web
· Envíos (para publicar)
· Login/Logout
· Ver por Temas

     Login
Nickname

Password

Registrate aquí. De forma anónima puedes leerlo todo. Para enviar escritos o correos para publicar, debes registrarte con un apodo, con tus iniciales o con tu nombre.

     Webs amigas

Opus-Info

NOPUS DEI (USA)

ODAN (USA)

Blog de Ana Azanza

Blog de Maripaz

OpusLibre-Français

OpusFrei-Deutsch


 Tus escritos: Precauciones ante una decisión comprometedora.- Rescatado

030. Adolescentes y jóvenes
rescatado :

Precauciones ante una decisión comprometedora

por Rescatado

16-09-2011

 

Pensando en algún “aspirante” que escribe aquí, y en algunos otros, he considerado procedente enviar estas siete páginas del libro de mis memorias. Por el Nick (abreviado por cuestiones técnicas) deduciréis quién soy.

 

Haber descubierto la necesidad de ser cuidadoso al tomar una decisión importante

 

He reflexionado con calma sobre las limitaciones y distorsiones que afectaron a mi voluntad –y a la de mayoría de miembros del Opus Dei– cuando tomamos en su día la decisión de solicitar la admisión de vincularnos a la Obra. Asimismo, cuando decidimos aceptar las sucesivas normas que se nos fueron imponiendo, fuesen las que obligaban de forma estable, por pertenecer a la praxis del Opus Dei, o las circunstanciales, como por ejemplo: cambio de centro de residencia o de población, cambio de actividad profesional, prohibición de determinadas lecturas relacionadas con nuestro trabajo de investigación, prescindir de participar en algunos Congresos o reuniones, etc., etc.

 

En mi experiencia personal –y pienso que en la de mayoría de mis compañeros– prevaleció un estilo voluntarista y victoriano en la forma de ejercer la capacidad volitiva, reducida a aplicar la “fuerza de voluntad” de una forma en la que normalmente las tendencias o deseos no quedaban integrados, orientados y armonizados, sino simplemente reprimidos...



La “fuerza de voluntad” designaba los arrogantes esfuerzos del hombre victoriano para manipular su ambiente y regir la naturaleza con mano de hierro, así como para manipularse a él mismo y gobernar su propia vida como si fuera un objeto (May [1969] 1985, p. 167).

Ha sido precisamente esta concepción represiva de la voluntad –la única que lamentablemente tuvo presente Freud y a la que calificó como “futilidad y engaño”– la que acarreó como consecuencia una socavación del concepto genuino de voluntad sana, y con ello de la responsabilidad moral. Las ideas de Freud sobre la voluntad, entendida únicamente en su versión degradada, dieron pie al desarrollo de una tendencia acentuada en el ser humano a mediados del siglo XX:

 

la tendencia a verse como un producto pasivo, irresoluto, del poderoso conjunto de pulsiones psicológicas (y como producto de fuerzas económicas, podríamos agregar, como lo demostró Marx en el plano social-económico mediante un análisis tan brillante como el de Freud) [...] En verdad, puede afirmarse que el núcleo central de la “neurosis” del hombre moderno está en el hecho de que se ve minada su experiencia de sí mismo como ser responsable, de que se ve socavada su voluntad y su capacidad de tomar decisiones (Ibidem, pp. 151s.).

 

Ciertamente que un acto de voluntad auténtico, sano y humanizador requiere frecuentemente, entre otras cualidades, el que sea potente. Pero centrarse únicamente en esta característica, olvidando otras más importantes, es lo que da lugar a ese tipo de decisiones voluntaristas y represivas mayoritariamente practicadas por los que decidimos integrarnos en su día en el Opus Dei y decidimos cumplir sus múltiples y no pocas veces contradictorias directrices. Veamos las importantes cualidades frecuentemente ausentes en quienes piden ingresar en el Opus Dei. Tengamos presente que un acto de voluntad auténtico, sano y humanizador debería tener estas cinco cualidades: ser inteligente, libre, ilusionado, humanizador, y frecuentemente también potente, pero no sólo esto último. Me limitaré a referirme aquí al acto de voluntad de decidir ingresar en el Opus Dei; omito ocuparme de las decisiones posteriores de acatar obedientemente las múltiples directrices.

a) ¿Un acto de voluntad inteligente?

 

Que un acto de voluntad sea inteligente implica una suficiente información y conocimiento de lo que se decide y de sus consecuencias previsibles. Ahora bien, los que piden –aunque sería más exacto decir que “aceptan”– escribir la carta de petición de admisión disponen en casi todos los casos de una muy escasa información. Se les habrá informado sobre todo lo atractivo de esta decisión, como también sobre características que luego no se verán cumplidas. Se podrá haber hablado al adolescente de implicarse en un colectivo de personas que viven un cristianismo radical, sin apartarse del mundo, en todo tipo de profesiones y oficios, al estilo de los primeros cristianos. Se les habrán destacado aspectos de la historia de la Obra referentes a su expansión por la mayor parte de los países del mundo.

 

Se les habrá subrayado el respeto a la libertad del pluralismo de sensibilidades, dentro de lo admisible en el marco de la fe cristiana y la Iglesia. Se les habrá podido decir que los miembros del Opus Dei tienen un pequeño denominador común y una gran variedad de numeradores, ya que serán “cristianos corrientes”. Se les habrá anunciado que contribuirán, a lo largo de su vida, a santificar –cristianizar– el tipo de trabajo profesional que ejerciten. Y en esta línea se les podrá informar de otras muchas facetas que les confirmen lo atractivo de esta vocación.

 

Pero se les habrán silenciado una serie de consecuencias que se derivarán de su vinculación. Silencios que, por la información que he podido obtener, han experimentado un notable aumento a lo largo de los últimos treinta años, en comparación con los silencios de mi época. Por supuesto que puede haber diferencias en el nivel de información que reciben los que son presionados a vincularse al Opus Dei, pero en conjunto puede afirmarse que predomina un importante desconocimiento de las consecuencias prácticas de su decisión. A mí no se me anunció la posibilidad de que a los pocos meses de pedir la admisión, a mitad del primer curso de la carrera, tuviese que trasladarme de Barcelona a Zaragoza, con los inevitables perjuicios que esto acarrearía en mis estudios. No se me informó de que ya nunca podría acudir a un espectáculo público, cine, teatro, concierto, etc. No se me informó de que además de comprometerme a vivir el celibato, también tendría que renunciar definitivamente a cultivar la amistad con mujeres. No se me comunicó la posibilidad de que la censura interna de la Institución podría impedirme la lectura de una serie de obras filosóficas de conocimiento necesario para cursar satisfactoriamente mi carrera. No se me anunció cómo se reduciría mi tiempo para estudiar las materias de la carrera, a causa de tener que simultanearlas con los cursos de formación interna, con tener que acaparar parte de mi tiempo con encargos diversos, y con sentirme constantemente presionado para que practicase el proselitismo con compañeros de estudio o amigos. No se me anunció la posibilidad de que un día se me llegase a exigir “identificarme con la mente y el corazón del Padre” por muy diferente que mi forma de pensar y sentir en múltiples facetas me distanciase de él. Esto significaría, por ejemplo, que yo tendría que identificarme con su mentalidad ultraconservadora e integrista; con su exagerada actitud de recelo y de enfado ante cualquier cambio, por ejemplo los promovidos en el Concilio Vaticano II respecto a la libertad religiosa, el ecumenismo, la colegialidad episcopal, el diálogo de la Iglesia con los cristianos evangélicos, con los no cristianos, y con el mundo en general. No se me dijo que –a diferencia de lo que siempre se ha practicado en todas las instituciones de la Iglesia– el periodo de prueba para comprobar si la praxis de la institución encajaba satisfactoriamente con mi personalidad, en la práctica desaparecería, aunque en teoría constasen seis meses antes de ser admitido y, al menos, un año antes de comprometerme con tres votos anuales (en la llamada “oblación”, que actualmente ya no consiste en votos), y cinco años hasta poder comprometerme para siempre, con la llamada fidelidad.

 

No se me dijo que yo era libre de despedirme del Opus Dei sin necesidad de obtener un permiso o dispensa especial, si lo hacía sencillamente no renovando mis compromisos anuales. No se me dijo que ya desde el día siguiente de haber pedido la admisión, si llegaba un momento en el que experimentaba dudas, se me transmitiría el mensaje –con interpretaciones acomodaticias de algún texto evangélico– de que estaba padeciendo la tentación de ser infiel a una llamada divina. Mientras los directores opinasen que yo tenía vocación esto significaría que se trataba de la voluntad divina. La lista de lo que yo desconocía cuando pedí la admisión al Opus Dei se podría alargar mucho.

 

El desconocimiento de una parte al menos de estas consecuencias prácticas de pedir la admisión en el Opus Dei tendría menos importancia si se respetase de verdad un periodo de prueba. Durante él yo me acabaría de ir enterando de todas estas exigencias inicialmente desconocidas, y dispondría de plena libertad de conciencia para retirarme cuando comprendiese que no podía adecuarme satisfactoriamente a ellas. Pero no era esto lo que ocurría. Además, como acertadamente ya afirmó Tomás de Aquino en el siglo XIII, “nada hay en el entendimiento que no pase antes por los sentidos” (nihil est in intellectuquodprius non fuerit in sensu), para entender suficientemente en qué consistiría vivir en el Opus Dei no bastaba recibir más informaciones verbales teóricas. Era preciso experimentar vivencialmente, también con los sentidos, situaciones de la vida en esa institución, y de las relaciones interpersonales internas. De ahí la importancia del período de prueba.

 

Queda claro que pedir la admisión con este déficit notable de información, impedía que el acto de voluntad de tomar esta decisión mereciese el calificativo de inteligente. Sin embargo, teniendo en cuenta mi carácter reflexivo, y sabiendo como han sido captados muchos adolescentes en los últimos treinta años, la ausencia de una decisión inteligente ha sido notablemente más profunda en este periodo de lo que fue en mi caso personal.

 

b) ¿Un acto de voluntad libre?

 

La segunda cualidad que he señalado para un acto de voluntad auténtico y sano es que sea libre. Y esa libertad tiene que referirse tanto respecto a presiones externas como internas. Ahora bien, la forma como se lleva a cabo el proselitismo en el Opus Dei, tal como ya ha quedado señalado en este escrito, conduce probablemente a que en mayoría de las vinculaciones (sobre todo tratándose de adolescentes), esté ausente el mínimo suficiente de libertad para que el interesado sea responsable de lo que hace, para que se trate de una decisión válida. Y no sólo se trata aquí de presiones externas, sino también internas. El hecho mismo de la ausencia de suficiente información impide que sea una decisión auténticamente libre. Pero además, cuando la persona introyecta mensajes que le conducen a sentirse culpable de no ser fiel a la voluntad divina, experimenta presiones internas a comprometerse. En mi caso esto afectó sobre todo a no postergar la vinculación hasta haber concluido la carrera universitaria, que es lo que yo pensaba adecuado y lo que también consideraba apropiado un consejero ajeno al Instituto.

 

c) ¿Un acto de voluntad motivado o ilusionado?

 

La tercera cualidad consiste en que se trate de un acto de voluntad motivado o ilusionado. Esto implica una actitud de apertura y escucha de los deseos y aspiraciones que surjan espontáneamente del interior (lo que en el modelo psicoterapéutico del Análisis Transaccional se denomina el “estado Niño del yo”). Entre los distintos deseos y aspiraciones –algunos probablemente incompatibles– poder experimentar una capacidad valorativa sana, antes de decidir qué deseo o aspiración se elige y a cuáles se renuncia. Pero aunque pueda darse cierta vivencia dolorosa debida a las renuncias, al final importa que se sienta auténtica atracción hacia lo que se elige. Es decir, que no se trate de un esfuerzo voluntarista de la voluntad, vivido sólo como el cumplimiento de un doloroso deber, sin que se experimente la atracción hacia ese ideal o proyecto vital. Además, si se logra experimentar esto último, no debe basarse en una información idealizada del proyecto, demasiado alejada de lo que constituirá su realidad práctica. ¿Qué porcentaje de los que aceptan escribir la carta de petición de admisión al Opus Dei –tras experimentar presiones externas e internas– realizan verdaderamente un acto de voluntad motivado e ilusionado, sin expectativas demasiado alejadas de la realidad? Creo que será un porcentaje pequeño.

 

d) ¿Un acto de voluntad humanizador?

 

Una cuarta cualidad que considero que debe tener un acto de voluntad sano es que sea humanizador, que es lo mismo que decir que sea bueno. Es decir, que las consecuencias de esta decisión provoquen una vida con una calidad humana superior y una mayor capacidad humanizadora del entorno social, influyendo de forma positiva sobre personas y estructuras. Que capacite para contribuir, a lo largo de la vida, en reformar estructuras y praxis causantes de injusticia social. Por lo tanto el fruto de la decisión de vincularse al Opus Dei –“por sus frutos los conoceréis” (Mt. 7,16)– no debe centrarse en un mero éxito cuantitativo respecto al aumento gradual de miembros, países, y actividades, sino más bien a un éxito cualitativo. Ante el porcentaje importante de sufrimiento en la vida de muchos miembros, que se van sintiendo defraudados a consecuencia de las contradicciones entre las ideas madres del supuesto carisma y las normativas de la praxis y la forma de aplicarlas, y que acaban padeciendo trastornos depresivos o deciden desvincularse, ¿puede considerarse que se cumple satisfactoriamente este requisito de ser una decisión humanizadora?

 

e) ¿Un acto de voluntad potente?

 

La última cualidad que considero necesaria en un acto de voluntad sano, sobre todo cuando la decisión a tomar se prevé que se tropezará con obstáculos importantes para su realización, es que sea una voluntad potente. Ya me he referido a ella al principio, al señalar que reclamar sólo esta cualidad para el acto de voluntad conduce a la concepción voluntarista y represiva. Supuesta la superación de posibles bloqueos de la capacidad volitiva como la actitud pasiva, la autolimitación y la indecisión permanente (véase Gimeno-Bayon, A. y Rosal, R., 2003, pp. 119-127), hay que advertir sobre algunas distorsiones que pueden darse en el esfuerzo de voluntad. Entre estas señalaré dos: 1) falta de realismo por minusvaloración de las dificultades; y 2) contaminación por temor. Pienso que ambas pueden haber afectado a una parte no menor de los que ingresaron en el Opus Dei. Aunque la primera se debería en parte a la ya mencionada falta de información, y la segunda por haber introyectado un temor gravemente culpabilizador de que decidir abandonar la institución durante el periodo de prueba constituiría una importante infidelidad respecto a una llamada divina.

 

Estas reflexiones psicológicas, apoyadas por mis años de ejercicio de la profesión de psicoterapeuta, me permitieron comprender pronto la importancia de realizar de forma cuidadosa las decisiones o elecciones de cierta relevancia por sus consecuencias para la vida. Convicción que luego pude profundizar a partir de los modelos psicoterapéuticos humanistas, como p.e. el Análisis Transaccional con su procedimiento para la llamada “redecisión”. En él se revisan las decisiones tomadas –sobre todo en etapas infantiles– en circunstancias de presión emocional y falta de experiencia de la vida, con la consiguiente reducción de la información sobre opciones disponibles y sobre lo que cada una de ellas va a suponer en el futuro. Pero decisiones similares pueden también tomarse en la edad adolescente. He podido constatar en mí mismo que mi decisión de vincularme al Opus Dei incluyó varias de las limitaciones a las que me he referido antes, al describir cinco cualidades que considero que debe reunir un acto de voluntad sano. También he aludido a algunos de los problemas psicológicos que pueden impedir un acto de voluntad sano por bloqueo, dispersión o distorsión de este potencial humano. En nuestra investigación sobre esta cuestión hemos identificado doce problemas posibles (véase Gimeno-Bayón, A. y Rosal, R., 2003, pp. 119-144). Se trata de trastornos psicológicos en las decisiones que pueden producirse aunque no vayan precedidos de problemas cognitivos o emocionales.

 

Han sido un estímulo para mí las experiencias de mi pasado en el Opus Dei, para conceder importancia a la investigación de la capacidad volitiva sana, y para contribuir en ayudar a jóvenes y adultos a administrar de forma cuidadosa este potencial humano. Una ayuda importante que podemos ofrecer a los adolescentes y jóvenes es motivarles y enseñarles para que puedan llegar a tomar sus decisiones importantes de la vida con suficiente lucidez, autonomía y fidelidad a sus necesidades y aspiraciones genuinas (y no las que son mero producto de la introyección de presiones autoritarias o modas ambientales). Aquí viene bien recoger un párrafo del filósofo y teólogo Romano Guardini, donde dice:

 

... este período es también la época en que la sensación poderosa de lo incondicionado inspira ánimo para tomar resoluciones que son decisivas para la vida. [...] Ello representa a menudo un auténtico riesgo, pues aquí se da un paso que determinará todo el porvenir, en una época en la que falta todavía la mirada sensata para la realidad, especialmente difícil cuando se oponen a la elección las condiciones exteriores o cuando una multiplicidad de dotes estorba la decisión interior. Pero, por otro lado, precisamente es la falta de conocimiento realista del mundo lo que a menudo hace posible lanzarse a este riesgo. Pues ese riesgo puede elevarse a lo heroico cuando la decisión se refiere a algo desacostumbrado. En esta época el joven puede emprender cosas a las que nunca se podría volver a decidir más adelante.

Aquí está también el gran peligro de quedar seducido por quienes encauzan para sus fines, con frío cálculo, la generosidad de la vida que surge. Basta echar una ojeada a la política para ver cómo ese mal uso de la vida joven se convierte en un método (Guardini, [1959] 1970, pp. 63s.)

 

Las actitudes dominantes en los jóvenes actuales han variado mucho respecto a las de los años cincuenta o sesenta del pasado siglo, con recuerdos infantiles sobre la experiencia de la guerra civil. Considerar una frustración grave –como es frecuente en muchos jóvenes actuales– que los padres retrasen la compra de una moto (o un coche) para su hijo o hija, o que una compañera o compañero se niegue a “ligar”, o que no se les conceda la beca Erasmus más el suplemento de subvención de sus padres, para irse al extranjero, hubiese resultado inconcebible para los jóvenes de aquellos años, desconocedores de las aspiraciones consumistas actuales. A pesar de todo ello, sigo pensando que los párrafos citados de Guardini siguen pudiendo ser fuente de sabiduría.

 

Hoy tengo conciencia –a partir de las experiencias erróneas de mi vida, y de las aportaciones terapéuticas humanistas– de que difícilmente podemos decidir y elegir con acierto si, previamente, no hemos superado los posibles bloqueos y distorsiones de nuestros procesos sensoriales, emocionales, y cognitivos; y si no hemos escuchado con actitud receptiva las distintas zonas de nuestra persona (los distintos estados del yo, según Eric Berne). Hay decisiones para las que es preciso tomarse previamente cierto margen de tiempo, para que cumplan aquellos requisitos; para las que (tras recoger mucha información y puntos de vista procedentes de otras personas) luego es preciso aislarse y escucharse a fondo a uno mismo, y también imaginarse cómo intuimos que valoraremos –pasados los años– el acierto o error de haberlas tomado, a partir de las consecuencias previsibles. Tenemos todos capacidad de ser los principales responsables de nosotros mismos, de nuestros aciertos y errores, pero para ello es preciso disponer de un suficiente nivel de lucidez, autonomía o libertad, y contacto con nuestra peculiar intimidad personal.”

 

Rescatado




Publicado el Friday, 16 September 2011



 
     Enlaces Relacionados
· Más Acerca de 030. Adolescentes y jóvenes


Noticia más leída sobre 030. Adolescentes y jóvenes:
Contradicciones en los colegios del Opus Dei.- Satur


     Opciones

 Versión imprimible  Versión imprimible

 Respuestas y referencias a este artículo






Web site powered by PHP-Nuke

All logos and trademarks in this site are property of their respective owner. The comments are property of their posters, all the rest by me

Web site engine code is Copyright © 2003 by PHP-Nuke. All Rights Reserved. PHP-Nuke is Free Software released under the GNU/GPL license.
Página Generada en: 0.273 Segundos