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 Tus escritos: Cómo se redactan los informes de conciencia. Mi experiencia.- Josef Knecht

125. Iglesia y Opus Dei
Josef_Knecht :

Cómo se redactan los informes de conciencia en el Opus Dei: mi experiencia personal

 

Josef Knecht, 14 de noviembre de 011

 

 

Desde hace pocos días, la página web Opuslibros ha decidido publicar algunos informes de conciencia que los directores del Opus Dei han escrito acerca de la vida interior de sus miembros, es decir, de sus dirigidos espirituales. En mi opinión, ha sido una idea acertada porque así se puede demostrar que los colaboradores de Opuslibros no mentimos, sino que damos testimonio de lo que ahí dentro vivimos aportando pruebas fehacientes del estilo de gobierno del Opus. Ya sé que puede resultar desagradable leer esos informes (Canencio, 9.11.2011), que por motivos éticos no deberían haberse escrito y que pese a ello se escribieron; pero la desazón producida por su lectura se justifica de lleno teniendo en cuenta que se publican no por morbosidad malsana, sino como “prueba” necesaria de una justa denuncia (además se desconoce la identidad del afectado). También comprendo a Cesar M. (11.11.2011), que no se cree que en el Opus se escriban informes basados en datos procedentes de la dirección espiritual; lo comprendo porque a un hombre de buena fe esa praxis le causa estupefacción, pero le digo con el corazón en la mano que así es como en realidad se obra en la Obra, por increíble que parezca...



Después de leer los últimos informes aquí publicados, me ha venido a la memoria mi experiencia personal sobre ellos, pues yo tuve que redactar bastantes de esos informes cuando, siendo miembro de la institución, cumplía mi encargo de escuchar charlas fraternas y dirigir espiritualmente a otros miembros laicos del Opus Dei. En esos informes siempre plasmé por escrito lo que había escuchado en las charlas de quienes se dirigían espiritualmente conmigo.

 

Quisiera hoy evocar cómo fui iniciado en ese menester de la redacción de informes de conciencia allá por los años 70 del siglo XX. Era estudiante universitario, con unos veinte años de edad, y residía en el Centro de Estudios o período de formación especial (dos años) para numerarios. En mi segundo año del Centro de Estudios recibí el encargo, por vez primera, de escuchar charlas fraternas de otros numerarios “adscritos” al Centro de Estudios. Para los lectores que no sepan qué es un “adscrito” explico que éste es un numerario joven, que acaba de solicitar la admisión a la Obra o que ha hecho ya la ceremonia de admisión (e incluso la de oblación), pero que todavía no reside en un Centro del Opus, sino que sigue viviendo en casa de sus padres o en un piso de estudiantes; esos numerarios suelen acudir todas las tardes al Centro al que están “adscritos” a estudiar, a merendar, a hacer media hora de oración y otras normas de piedad y a recibir medios de formación espiritual específicos para ellos.

 

Continúo mi relato. Después de unos meses de iniciarme en la tarea de dirección espiritual, me correspondió hacer el curso de retiro anual (o ejercicios espirituales) junto con mis compañeros del segundo año del Centro de Estudios. No todos ellos habían recibido el encargo de dirigir espiritualmente a los adscritos, sino sólo unos pocos, entre los cuales me encontraba. El director del Centro de Estudios, que era laico, me llamó a su despacho para entregarme unos folios explicándome que debía leerlos con esmerada atención en esos días de retiro (en total, cinco días completos más la noche de entrada y la mañana de salida) meditándolos en mis ratos de recogimiento en el oratorio ante el sagrario. ¿Qué explicaban esos folios? Por un lado, explicaban cómo había que impartir dirección espiritual en la charla fraterna y, por otro, cómo y cuándo había que redactar informes de conciencia que plasmasen lo que se había escuchado en las charlas de dirección espiritual. (Una advertencia: por aquellas fechas aún no existían en forma de libro los vademécum y otros documentos internos sobre la praxis del Opus, sino que se funcionaba con folios, procedentes del Consejo General o de la Comisión Regional, que se archivaban en carpetas custodiadas en los armarios del director del Centro; esos folios fueron los precedentes de posteriores vademécum encuadernados en volúmenes).

 

Los folios referentes a la redacción de los informes de conciencia contenían un extenso guión de temas sobre los que había que informar: carácter y personalidad, fe o visión sobrenatural, fidelidad a la vocación, cumplimiento de las normas del plan de vida, castidad, pobreza, obediencia, unidad con el Padre y con los directores, vida en familia con otros numerarios y práctica de la corrección fraterna, amistades y apostolado/proselitismo, estudio y trabajo profesional, salud o posibles enfermedades, cumplimiento de los encargos apostólicos, relaciones con la familia de sangre, etcétera. También insistían esos folios en que, en el supuesto caso de que el interesado leyera los informes acerca de él (cosa casi imposible porque siempre estaban custodiados en un armario del despacho de dirección bajo llave, el mismo armario de las carpetas), debería sentirse agradecido por la delicadeza con que ese documento informaba sobre él; por delicadeza se entienden expresiones biensonantes como “tiene dificultades” o “problemas” en vez de “comete pecados”.

 

Terminados los días de retiro, el director del Centro de Estudios me hizo saber que uno de los adscritos debía hacer la ceremonia de oblación al cabo de dos meses, para lo cual había que redactar un informe de conciencia que formaba parte de la tramitación previa a la concesión de la oblación. Iba a ser el primero por mí redactado. El director no me quiso dar a leer los informes anteriores acerca de esa persona custodiados en su despacho, pues prefería que yo me lanzara siguiendo el guión de los folios antes mencionados. Ese mi primer informe o, mejor dicho, borrador compuesto por un novato, fue objeto de una minuciosa corrección por parte del director y del sacerdote del Centro, los cuales me enseñaron con pedagogía práctica las triquiñuelas del asunto; por ejemplo, el estilo no debía ser retórico ni ampuloso, sino conciso: no había que escribir “es un muchacho de carácter tímido que apenas practica deporte”, sino tan sólo “Tímido. Poco deportista”; con ello no se pretendía ahorrar papel, sino ir al grano prescindiendo de lucimientos literarios del redactor. En cuanto al contenido, el director del Centro de Estudios y el sacerdote/confesor me explicaron que el texto debía resaltar sobre todo las disposiciones interiores de la persona, ya que su comportamiento externo se veía desde fuera en la convivencia cotidiana; la aportación original de ese texto se centraba en la vida interior del miembro de la Obra.

 

A partir de aquella experiencia inicial, fui poco a poco mejorando la técnica redaccional de los informes de conciencia. A ello me ayudó leer los anteriores acerca de mis dirigidos: recuerdo a modo anecdótico que en uno de ellos se advertía en la sección reservada a la salud (no a la castidad) que el numerario joven tenía un bultito o quiste en el pene, cuya curación requeriría una intervención quirúrgica. Todos los que yo redactaba eran corregidos a continuación por el director del Centro y debían contar con el visto bueno del sacerdote, es decir, del confesor y director espiritual; así el director del Centro ya podía enviarlos a los directores de la Delegación y Comisión para que éstos decidieran si el candidato podía hacer la correspondiente ceremonia de incorporación (admisión, oblación o fidelidad). Además, se elaboraban informes de conciencia en circunstancias especiales: cambio de Centro o de ciudad, momentos de dificultades o dudas en la vocación, nombramiento para un cargo de gobierno, acceso al sacramento del orden, etc. Con el paso de los años llegué a adquirir bastante destreza en esta tarea.

 

Es importante señalar que, durante la fase redaccional del informe, éste se depositaba unos cuantos días en el armario bajo llave para que el propio director del Centro y el sacerdote introdujeran en él a mano sugerencias de mejora o correcciones. Pasados esos días, el director del Centro procedía a escribir a máquina (u ordenador) la redacción final y a enviarlo a los directores de la Delegación o de la Comisión, a la vez que conservaba una copia en su armario. El folio del informe no indicaba el nombre del candidato, que se escribía en una octavilla aparte; el folio y la octavilla comenzaban con la misma sigla para que, interrelacionados así esos dos papeles, se supiera de quién se informaba en el folio.

 

Siempre me quedó clarísimo que esos informes de conciencia formaban parte de la labor de gobierno de los directores. Para mí era evidente que, para gobernar bien las labores apostólicas del Opus Dei, los directores tenían que estar perfectamente informados de la intimidad, es decir, del fuero interno de los miembros de la Obra. Se nos insistía en que la dirección espiritual en la Obra era una tarea colegial o corporativa de los directores, lo cual era la razón de ser de tantos informes de conciencia que se enviaban de despacho a despacho por exigencias de la labor de gobierno. Puesto que fui iniciado, con toda mi buena intención, en ese modo de proceder, que se me presentaba como la voluntad de Dios no sólo para mí, sino para toda la Obra de Dios (= Opus Dei), nunca tuve remordimientos de conciencia por estar contraviniendo la ética ni la praxis de la Iglesia Católica. Obré con conciencia invenciblemente errónea, por emplear un término clásico de la Teología Moral; o dicho en lenguaje más popular, fui engañado en nombre de Dios e, ingenuo de mí, me lo creí como si fuera una buena costumbre cristiana. Sólo cuando me desvinculé del Opus y regresé a la vida normal, comprendí la inmoralidad de ese planteamiento. El artículo de Oráculo sobre La libertad de las conciencias en el Opus Dei me supuso un baño de humildad con el consiguiente reconocimiento de errores por mí cometidos. Agradezco de todo corazón a Oráculo y a esta página web lo mucho y lo bueno que en ella he aprendido.

 

Por último, voy a comentar una de las acertadas afirmaciones de Cesar M. (11.11.2011): “En todos los ámbitos sociales se hacen informes: basta recordar los informes exhaustivos que, por ejemplo en mi diócesis, se hacen cuando un candidato se ordena diácono, sacerdote u obispo”. Así es. Ahora bien, hay una notable diferencia entre los informes redactados en las diócesis y los de la labor de gobierno del Opus Dei. Cuando en una diócesis unos candidatos van a recibir las sagradas órdenes, suele ser el rector del Seminario quien redacta los correspondientes informes, que se entregan al obispo unos meses antes de la ceremonia de ordenación diaconal o presbiteral. El rector se basa en datos procedentes siempre del fuero y comportamiento externos de los seminaristas, con quienes ha convivido durante unos cinco o seis años, tiempo suficiente para conocer bien a alguien y sus idoneidades; nunca parte de datos provenientes de la dirección espiritual que el candidato ha llevado en su largo tiempo de formación; jamás se consulta el parecer acerca del contenido del informe al confesor de los seminaristas, el cual ni lo lee ni mete en él su pluma. En cambio, en el Opus Dei se hace justamente lo contrario a la hora de redactar esos informes de conciencia, que luego son usados por los directores en su labor de gobierno. Como he escrito líneas más arriba, comprendo la perplejidad de Cesar M. cuando lee nuestros testimonios, comprendo que no le entre en la cabeza lo que aquí afirmamos, comprendo que escandalizado nos reproche irreverencia para con la Iglesia y sus sacramentos, pero le aseguro con absoluta y rotunda sinceridad que mi (y nuestro) testimonio es verdadero: no invento nada, pues así lo viví durante todo el tiempo de mi vinculación con el Opus. Es más: ¡el Opus Dei es así!

 

Josef Knecht




Publicado el Monday, 14 November 2011



 
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