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 Tus escritos: Yo también sufrí (4).- Ferita

010. Testimonios
ferita :

YO TAMBIEN SUFRI (4)

Ferita, 2 de diciembre de 2011

 

Empiezan los problemas. 

En todos los años que estuve en los centros, nunca hice ningún informe, supongo que los haría la directora que sabía tanto, menos mal. Como yo era de buena fe, creía que todo era confidencial y nada se comentaba ni salía de ahí, y comprendía cualquier cosa que pasara y procuraba no darle mayor importancia. Más tarde pensaría que me utilizaban de tapadera porque sabían como era, que todo me parecía que estaba bien y luchando como todas.

Casi siempre, me dieron confidencias de supernumerarias. Una que estaba muy enferma con un niño, que ni siquiera podía coger en sus brazos. Iba a verla y me estaba un buen rato haciéndole compañía, impresionada de lo buena que era y como aceptaba su enfermedad. Salía casi siempre emocionada. También tuve a una persona paralítica que tenía una farmacia y muchas veces venía a Misa y la valoraba muchísimo, aunque había oído comentarios de “qué pesadita”. No tenían tiempo para hacer tanta norma y tantas cosas como se les pedía, yo decía que no pasaba nada, que ya las harían algún día.

Del tema sexo me dijeron que ese no era tema para hablarlo, sólo lo hacían con el sacerdote. Me pareció estupendo pues yo no tenía ni idea de cómo tenían que vivirlo y así mejor. Ya os contare anécdotas muy divertidas...



Ya quedaban 2 cursos para cerrar le escuela de decoración y empezaron a prescindir de profesores. El profesor de grafismo, fue el 1º, era su ayudante, yo no tenía ni idea de cómo lo iban a hacer. Cogió un cabreo fino porque le despidieron sin más y les puso una denuncia por despido improcedente, que tuvieron que pagarle, claro. Supongo que pensarían que se iba a ir así, sin decir nada, como todo se hacía en la obra, sin rechistar.

A los dos años, me tocó cerrar los cursos. Nos dieron a todos los profesores un talón con una indemnización bastante sustanciosa. Cuando llegué al centro, la directora ya me estaba esperando para entregarlo y pensé “pues sí que se ha enterado pronto” y lo entregué.

De los tres votos que hacíamos el que más me costaba era el de la obediencia, sobre todo ahora con ese elemento de persona.

            Me iba a quedar sin trabajo y las cosas viejas de la escuela iban a tirarlas, pensé que era una buena ocasión para montar un estudio de pintura, donde formar a gente para entrar en Bellas Artes y dar clases de dibujo y pintura, pues tenía ya experiencia para poder hacerlo. Ese podía ser mi futuro profesional. Con que me dieran 10 caballetes y 10 banquitos que estaban bastante viejos más la esculturas que eran todas desnudos… y cabezas, y no las iban a utilizar, era suficiente. Sólo faltaba buscar un local amplio, tampoco grande, comprar estanterías, un mueble para guardar el material… y poco más. Contando con el dinero de la indemnización podía más que suficiente. Lo plantee en el consejo local y solo I.C. me apoyó y me dijo cómo tenía que hacer un escrito para que me lo aceptaran en la delegación. Tenía muchas amigas que me animaban y me decían que ayudarían a buscar gente para empezar.

Debían tener otros planes para mí. Envié presupuesto e información del proyecto, creo que 2 veces, pensando que era también una forma de hacer apostolado montar el estudio. Me dijeron, después de mucho tiempo, (pues ya me habían mandado a trabajar a Pineda, un colegio, de los que no son, pero son), que ese dinero era de la obra y que si quería hacer algo se lo pidiera a mis padres. Me causó una gran decepción e indignación. Creo que a partir de ahí empezaron mis dudas sobre la obra y mi vocación.

Ese verano y con esa situación, me tocó ir a un curso de agregadas, de subdirectora con C.C., una persona extraordinaria, se la veía feliz, risueña y muy divertida, con un gran amor a la obra, a Dios. Era decoradora y tenía una tienda de decoración y mucho trabajo, pues se dedicaba a montar centros, arreglos y decorar casas. Empezamos a recibir confidencias y me encontré que muchas agregadas de mi centro pensaban lo mismo que yo, respecto a R.V. No sabía que decir y cuando en mi charla le comenté a C.C. lo que yo veía y las quejas que me encontraba de las personas que pertenecían a mi centro, ella me comentó que no era cosa mía, que a ella también le habían hablado lo mismo, de esa situación y persona. Muy seria me dijo que esto había que decirlo a la delegación. C.C. me parecía de muy bien criterio, hacía muchos años que pertenecía a la obra.

Me animó a ser valiente y contarlo a la directora de la delegación que entonces era R.E. Me dijo que pensara, recordara, sobre situaciones concretas en que creía no se había actuado bien y escribiera todo pues si no, no me acordaría. C.C. me ayudó y comenté las cosas con ella, lo pensé con Dios y llamé para pedir una cita. Me la dieron para el día siguiente. Pasé buen parte de la noche recordando, escribiendo, cómo exigía, ocasiones que pensaba no se había obrado con caridad y comprensión, todas las broncas que nos metía injustamente. Estuve muchos ratos en el Oratorio, pensando delante de Dios, me di cuenta que estaba el sacerdote C.C. que era el de mi centro y fui a comentárselo, pues esto de hablar de una persona me costaba mucho. Este sacerdote me dijo que no me preocupara, que esto ya se sabía en la delegación, pero que de todas formas fuera a contarlo.

Al día siguiente fui a hablarlo, cogí el tren y me sentía fatal pues jamás me había pasado nada igual. Estuve toda la tarde hablando con R.E contando todo lo que iba leyendo en mi escrito, me escuchó, me consoló, me sentí comprendida y que hacía lo que debía, lloré mucho pues me dolía tener que pasar por esto. Al final me rogó darle todo lo escrito y me dijo, vamos a romperlo (lo rompió ella), y lo tiró a la papelera, que me fuera tranquila, que lo dejara en sus manos y que ya me diría algo.

Al volver a Castelldaura busqué a C.C, la persona que me animó a hablar, me tranquilizó y me trató con mucho cariño.

Pasé una noche horrible, de esas que me daban todos los meses, vomitando y como era de noch,e no tenía mis queridas buscapinas. Me levanté tarde, encontrándome muy mal. Por la tarde fui a hacer mi rato de oración y vi que estaba el sacerdote con el que me había confesado y contado todo lo que pensaba (yo no sabía que los curas contasen nada de lo que habías hablado en el confesionario). Entré para decirle que ya había hablado con la delegada, pero que aunque me habían tranquilizado, me sentía inquieta, que me aconsejara qué podía pensar y hacer. Cuando cual sería mi sorpresa que empezó a regañarme, diciendo que él nunca había dicho que en la delegación ya lo sabían, que era una persona con una sensibilidad enfermiza, que me inventaba las cosas y que como siguiera así iba a terminar muy mal, y más cosas que no recuerdo. En ese momento se apagó la luz de toda la casa y estuvimos bastante tiempo sin ella, a mí también se me fundieron los plomos de mi cabeza y solo acerté a decirle, que por dónde quería que saliera del confesionario, si por la puerta o por debajo de ella. Me levanté y me fui. Salí como pude casi a tientas me fui a ver a C.C, la directora, le conté y se indignó muchísimo, me dijo que esto era grave y tenía que ir a contarlo, pero que como al día siguiente terminaba el curso ya no me podía ayudar. Pensé con ella cómo tenía que contarlo a R.E. y que si no podía ir pues yo estaba fatal, se lo hiciera llegar por escrito.

Llegué a mi centro enferma, no me tenía en pie y vomitaba. Escribí por la noche una carta muy enfadada, entendí que todo se hablaba entre ellos pues, ¿cómo sabía el sacerdote lo que allí había dicho? Llamé a una amiga, Izas, para que me hiciera el favor pero que no se lo podía decir a nadie y que llevó la carta a Darsena a nombre de R.E, sin que se enterara nadie de la casa. Lo hizo y empezó a preocuparse por mí, porque todas mis amigas notaron que me había pasado algo. Estuve 3 días en cama sin poderme levantar con dolores y sin poder contar el gran disgusto que tenía y menos a la borde de la directora, que no entendía qué me pasaba, además era la causa de todo el lío en que me había metido. A los tres días recibí una llamada de R.E., me levanté de la cama y fui a dirección. Me dijo: tienes que irte de esa casa cuanto antes, a Travesera de las Corts, yo me voy a vivir a Pamplona, voy a rezar mucho por ti, pero sobre todo no cuentes nunca a nadie todo lo que ha pasado… y adiós.

Me fui al día siguiente, aunque esa noche mi cabeza empezó a preguntarse un montón de cosas. Siempre he sido muy lógica y me ha gustado analizar las cosas desde varios puntos de vista. ¿Cómo se come esto con la sinceridad salvaje? ¿Dónde están la justicia y la verdad? ¿Cómo se entiende eso que la verdad os hará libres? ¿Por qué esto ya no lo podía contar a nadie si era algo que me había afectado muchísimo?, ¿Qué iba a ser de mi vida de ahora en adelante? Y muchas cosas más. En el nuevo centro me “metieron” en una habitación sin luz natural, a mí, que toda la vida me había gustado la luz, oler el día, ver qué tiempo va a hacer…, la ventana estaba muy alta, imposible abrirla. Era un sótano y daba al patio interior. Una luz muy tenue. Me pareció una cárcel, castigada, por haber visto algo que no debía ver.

Todo ese tiempo, no lo recuerdo nada bien, me quedé bloqueada, solo tenía ganas de llorar. Suerte de mis clases, mi trabajo. Me pidieron llevar confidencias y dar círculos, pero me negué, yo no podía hablar de algo que se me había roto y que empezaba a dudar, hablando con una persona muy jovencita, entusiasta, qué le iba a decir… con lo que hacía y pensaba, prefería de momento ser consecuente conmigo misma.

Todas mis amigas abandonadas por el centro, sólo dos que me siguieron los pasos porque se dieron cuenta de que me había pasado algo. Una de ellas me iba a esperar algunos días al colegio que estaba bastante lejos, dos autobuses y luego andar, yo no podía con mi alma, de dolor moral y físico. De allí me mandaron a Infanta, un centro de la calle Paris, con personas mayores y muy buenas. Allí recobre un poco la calma. Un día exploté con la directora que era como mi madre y lloré hasta no poder más. Me tranquilizó y comprendió mi estado, sólo había una cosa que podía hacer, esperar, pues el tiempo lo cura todo y llegaría un día que se me olvidaría. Allí fui la secretaria, supongo que así me tenían entretenida, y yo, con el malestar que me causaban las cuentas. Además allí metía mano no sé quien y me encontraba papelitos en la caja, con notas, “esto para”... Empecé de nuevo con problemas ginecológicos, pastillas y más rollos, pero como siempre íbamos a un señor mayor que no nos cobraba, tampoco te decía mucho. No sé si era supernumerario, pero tenía una hija que creo era de la obra.

Debí dar el pego de que estaba bien y un día pedí ir a ver a mis padres, parar pedirles dinero. Me concedieron el permiso, pero yo no fui a dormir a un centro, me quedé en mi casa, mis padres encantados, ya estaba bien de decir que eso de que yo tenía una casa, que tenía que ir a ella… Le explique a mi padre que quería montar una academia y que me ayudara. Lo hizo, pero con una condición, que me abriera una cuenta en un Banco donde él trabajaba y que seguiría de cerca los movimientos y que no se me ocurriera dar nada porque ese era mi trabajo y si no, cerraba el grifo. Lo capté perfectamente.

Volví, dije lo de dormir y me dijeron también “que no lo comentara a nadie”, eso iba de peor en peor. ¿Había algún departamento en la cabeza en el que guardaras todo lo que no podías decir? Yo, ni idea.

Nadie me ayudó a buscar un local, ni nada, (di por hecho que ya podía hacerlo), solo mi amiga M. que me encontró y me ayudó a buscar el lugar. Encontró un estudio con una terracita, limpiamos, pintamos, encargué unos muebles a medida a un supernumerario que era carpintero, y de la casa solo vinieron el día de la inauguración. Muy bonito, se inflaron del pica-pica y tararí que te vi. Empecé a pintar con otras técnicas, pues tenía unos dolores de espalda tremendos. Tuve que llevar un corsé ortopédico, con collarín incluido, más de un año y debía pintar con los brazos apoyados. Puse a todas las alumnas a pintar sentadas y siguieron encantadas, pues no podía, al corregir, tener los brazos en alto. Aprendimos a pintar apoyando los cuadros en unos cubiletes que tenía, así nos veíamos las caras y lo pasábamos muy bien. No me importaba, aunque tenía muchos dolores, y tampoco ni un descanso extra para estirar la espalda.

Un día, domingo, que fuimos con M. para limpiar, la puerta de al lado de la mía estaba abierta, se oía música y en pleno rellano estaban dando cola a unos papeles de empapelar paredes de color rojo fuerte, que me costó un resbalón. Pensamos HUY!!! qué cosa más rara. Efectivamente, una casa de “señoras de vida alegre”. Como en nuestro estudio siempre había risas y música, los señores llamaban a la puerta y todas en coro, con los pinceles en las manos decíamos. “NO, es en la puerta de al lado”. Nunca dije nada, pues ya me sabía lo que me iban a decir, y yo tenía también derecho a tener mis secretos. Anda que no nos reíamos con el tema. Pensábamos: a ver cuántos pican hoy.

A pesar de mis buenas intenciones, me daba cuenta que no funcionaba, sólo me venía a la cabeza todo lo que había oído y me habían dicho. Además en el centro Paris todo seguía igual. No entendía nada. Empecé otra vez con mis dudas y queriéndome ir. En la casa no entendían que me quedara a pintar en el estudio y un día la delegada N.A. vino a comer al centro y me preguntó qué pintaba, le enseñé los cuadros, muy simples, pues estaba aprendiendo otra técnica y al verlo me preguntó ¿y esto, cuánto tiempo tardas en hacerlo? Esa pregunta no me la sabía… dije no sé, y ahí quedó la cosa.

Viendo, supongo, que no estaba bien, me llevaron a Llar que ya se había abierto de nuevo. Me gustó volver a la casa donde había estado tan bien, pero ya no era lo mismo, se me había ido la ilusión de vivir. Por supuesto le conté a la directora los problemas que tenía, ya no me importaba nada. Me quedé muy mal, no hablaba con nadie y solo lloraba, encerrada en la habitación, hasta que le pedí a M.L. que me llevara a un médico porque mi cabeza no me seguía. Me llevó a un médico de cabecera, y a este le escribí una nota diciéndole: necesito un psiquiatra. Me llevaron a Pamplona, estuve varios días, venga pruebas absurdas y rellenar cuestionarios, allí me preguntaban un grupo de gente qué me pasaba, personas más jóvenes que yo, y con cara de pipiolos. Yo repetía y repetía lo del dinero que me habían negado para montar mi trabajo, y no me sacaban de ahí, creía que a esos jovencitos no debía contarles nada. Hasta que un día, por fin, me llegó el turno para que me viera “el gran maestro” Dr. C. y me hizo contar lo que realmente me había pasado. Me escuchó y me dijo que no entendía cómo con ese coeficiente intelectual, todavía no había entendido que en la obra los criterios personales los guardas en un cajón, que yo no necesitaba ninguna medicación solo pensar lo que quería hacer.

Me fui con un palmo de narices. No podía dormir, lloraba todo el tiempo, no sabía qué hacer. M., mi amiga intentaba estar a mi lado porque me veía llorar todo el tiempo, que me quedaba en el estudio, a veces también se quedaba, porque también pintaba.

Un día recuerdo, cuando se quemaron los almacenes el Águila en Barcelona, no aparecí en el centro, me quedé embobada mirando las llamas y deseando estar allí dentro, no podía más. Desde una cabina llamé a Marga para despedirme y me fui andando hasta el rompeolas con la idea de suicidarme y acabar con mi vida.

          Estuve allí hasta que se hizo de noche, llorando sola con un gran desconsuelo, la gente me miraba, pero me daba igual, yo mirando por dónde bajar… Pidiendo ayuda a ese Dios que había permitido dejarme en ese estado, porque ya empezaba a dudar, pensando que no era normal, que estaba loca, y me trataban como una loca, que todo había sido fruto de mi imaginación enfermiza, porque si no, por qué no se me pasaban los problemas?. Pasó mucho tiempo, no recuerdo bien, pero me volví hacia el estudio y allí estaba M. esperándome, me abracé llorando y no paraba de llorar con una crisis tremenda, fue el día que se lo conté todo. Me consoló, me tranquilizo, creo que me quedé dormida en un sofá que había allí. Luego me enteré que M. había ido al centro, se había encontrado con A.C, médico, contándole que no sabía donde estaba y que la había llamado muy rara, para despedirme. Estaba leyendo el periódico y ni se inmutó. M. le dijo que si me pasaba algo la denunciaría al colegio de médicos y se fue al estudio. Desde entonces se empeñó en ayudarme, habló con la directora, se fue a la Delegación contando que me veía muy mal y que podía hacer cualquier tontería (ella, entre otras cosas, era enfermera y sabía muy bien de lo que se trataba).

Decidí que no podía seguir allí, pedí a M. que me viniera a buscar el día que le dijera. Esperé un domingo que sólo estaba en la casa A.C. y ni idea de dónde estaba pues era como un fantasma, paseando por la casa, no hacía nada y nunca tenía trabajo, me preparé una maleta con cuatro cosas y bajé los cuatro pisos sin hacer ruido. Al llegar a la puerta de servicio, apareció como una loca chillando que no podía hacer eso, se puso delante de la puerta y no me dejó salir. Yo subí a mi cuarto y por lo visto salió al coche de M. y la dejó fina. Desde entonces Marga era persona non grata, pero a mi me daba igual, era la única persona normal, que me entendía y me ayudaba.

          Mi amiga le dijo a la directora que yo necesitaba ayuda y medicación, le habló de un psiquiatra de la obra que había en Zaragoza y que había oído hablar muy bien de el. Como tampoco había mucho dinero en el centro ella se brindó a llevarnos en su coche a Zaragoza y me pidió hora. Llegué muda, sin poder hablar. Le había escrito en una hoja cómo me sentía, el médico me hacía preguntas y yo decía si o no con la cabeza, fue también la primera vez que hable a solas con un médico, pues siempre estaba la numeraria de turno al lado. Llamó a M.L. le dijo que estaba para ingresarme pero me negué. Tenía que ir todas las semanas, me dio una medicación para que pudiera dormir y estar más tranquila. Nos fuimos y cada semana antes de ir, le escribía una carta que por supuesto nadie leía, se la mandaba y luego cuando iba la comentaba, poco a poco empecé a hablar. Yo le decía que a mí me gustaba el espíritu de la obra, santificarse en medio del mundo, amar a Dios con mi trabajo, pero que no podía con tanta tensión y siempre escondida en mi habitación llorando. Me sugirió que escribiera al padre pidiendo pasar a supernumeraria, y lo hice, me dijo lo hiciera por correo externo certificado, que el padre lo entendería (incauto de él y de mí). Espere bastante, y por correo interno me llegó una carta diciendo que nones que o numeraria o numeraria.

            Un día vino a hablar con el médico, (porque el lo pidió) N.A. de la delegación, le habló delante de mi diciendo que estaba mal, muy afectada y me planteaba dejar de ser de la obra, que no podía seguir el ritmo normal, que no me convenía ponerme en situaciones de tensión pues, estos episodios podrían repetirse. A ella, después de oír esto, sólo se le ocurrió decir ¿pero puede irse al curso anual? El médico y yo nos miramos y me di cuenta que, aunque ella también fuera médico, no se había enterado de nada, su poca sensibilidad, lo poco que le importaba yo, ni una pregunta de qué le conviene, cómo se le puede ayudar, qué es lo mejor para ella, que es lo que una buena madre o hermana le hubiera preguntado, le importó un pimiento lo que el médico le estaba diciendo, ella a lo suyo.

Empezaron también a decirme que la amistad de M. no me convenía, me hicieron creer que estaba apegada a ella y que ella no podría ser nunca de la obra (tenía los criterios demasiado “hechos” y “pensaba mucho por su cuenta”). Empecé a preocuparme, pues era una persona muy querida para mí, la única que había estado a mi lado cuando la necesité. Era una amiga que ha sido mi gran tesoro y si estoy aquí es por su ayuda, si no ya me hubiera suicidado.

           Por supuesto que tuve que ir al curso anual, y cual no fue mi sorpresa que el sacerdote de turno, un día, al confesarme, empezó a preguntarme por esa amistad, qué hasta donde habíamos llegado, yo le dije ¿cómo? Y siguió, si, sí había habido, besos, abrazos, yo me acordé de todo lo que lloré junto a ella y tonta de mi se me ocurre decir, pues si, y va el tío y suelta ¡Por fin, ya lo has dicho!, yo diciendo, oiga pero a qué se refiere, y él, tú tranquila ya lo has dicho… Me fui y como mi cabecita no estaba muy bien, tardé en reaccionar y darme cuenta, pero ¡qué mal pensado!, volví a meterme al confesionario y le dije, oiga, pero qué se ha pensado, yo no he hecho nada malo, pero me dijo tú vete tranquila. Jamás de los jamases hubo una mala amistad, encima ahora me decían esto, bueno, eso fue ya lo último.

Luego iba a hablar con la dichosa N.A., tan lista ella, y me decía, mira si llegamos a saber que te ponías así, te hubiéramos dicho otra cosa, además a dónde vas a ir, estando tan mal, hay mucha gente como tu en la obra que se queda porque tienen una casa donde vivir, el mundo está fatal, tu como eres… yo me subía por las paredes, luego se lo contaba a M.L la directora y la pobre se ponía a llorar conmigo pues no sabía que decirme y si me decía algo, yo sabía que no eran palabras que ella pensara. No sabían como retenerme y yo queriéndome ir.

Mi amiga me ofreció su casa para vivir con su familia, pero había que escribir una carta y esperar a que me dieran “su bendición”, así que otra vez a esperar, mareando a la perdiz, ya casi muerta. Me insistían en que me fuera a Valencia, que me vendría bien un cambio de ciudad y yo pensaba que estaban locas, cómo iba a dejar el estudio de pintura que era lo único que me tenía en pie, y las clases del colegio Pineda donde tenía seguridad social y que también me gustaban mucho. Me marché de la obra con una maleta vieja y una bolsa con 2 pares de zapatos.

          Cuatro días antes de empezar el curso en el colegio, me llamó la directora P.U. y fui a verla, me dijo que habían encontrado una profesora que además de mis clases podía dar matemáticas, que dejara por escrito toda la experiencia de mi trabajo y los trabajos con la programación, que ya no me necesitaban. Fui unos días y en el coche de M., saqué todo lo que era mío y por supuesto que no escribí nada que la siguiente se pudiera encontrar, pensé que lo hiciera ella que no le iba a dejar hecho encima su trabajo. Les puse una demanda por despido improcedente y el abogado me aconsejó no firmara ningún acta de septiembre y después, del juicio, firmé las actas y me dieron una indemnización.

Un día la directora del colegio Pineda P.U. se presentó en la puerta del estudio y me pidió que entrara en su coche, yo, incauta de mi, entré. Nadie me ha humillado jamás en mi vida como lo hizo ella. Me dijo que nunca en su vida había conocido a una persona tan mala como yo, que la vida me pagaría por lo que había hecho, que Dios me castigaría y que me iba a condenar, que nunca hubiera pensado todo eso de mi y muchas cosas mas que no puedo recordar. La cabeza me iba a explotar, le dije que yo quería seguir siendo de la obra, pero que no me daban otra opción, que estaba enferma y encima me dejaban sin trabajo. Sentí una enorme angustia, salí del coche llorando y me costó mucho superar todo esto, ahora tocaba que era mala, me pareció una maldición. Cuando más adelante mi salud física y psíquica ha sido tan delicada, siempre me quedaba la duda de que esto me pasaba como castigo de Dios, pero que en la obra no me habían querido y ya me daba igual.

Siento no haber sabido defenderme y enfrentarme a las personas y a las situaciones de otra forma, pero en aquellos momentos no tuve fuerzas para hacerlo, ahora después de tantos años, por vosotros que me habéis ayudado tanto, soy capaz de abrir mi corazón para contaros mi experiencia, para mi tan dura.

No se si soy un poco paliza pero espero que me entendáis. Mi fe ahí está, hecha pedacitos.

Tuve que ir mucho tiempo al Psiquiatra y aun sigo yendo, pero ya aquí en Barcelona. Les ha costado mucho desprogramarme y recaigo a veces cuando tengo alguna complicación. Me ha costado mucho recuperar mi autoestima, tomar decisiones sin miedo, ha sufrido mucho mi cuerpo por no haberme cuidado antes y por enfermedad. Este verano después de 10 años, he aprendido a andar otra vez, voy en silla de ruedas eléctrica (es como una moto) por la calle, ando con mucha dificultad espacios muy cortos, pero soy feliz, aunque tengo mucha pena dentro que no puedo olvidar. He aprendido muchas cosas y sigo aprendiendo. Tengo todo el tiempo del mundo para mí, para cuidarme, he pintado mucho y he enseñado a mucha gente mayor y joven a pintar, a descubrir su profesión. Hay muchas arquitectos, ingenieros, pintores, decoradores, diseñadores… y muchos niños a los que he enseñado lo que es ver la belleza en la vida, en todo lo que nos rodea, a desarrollar su creatividad, sus dotes, a los que he abierto nuevos horizontes, y eso no se paga con nada.

Me ha costado mucho contar todo esto y aún se me llenan los ojos de lágrimas al recordarlo. Aunque ahora me cuesta mucho llorar. Creo que me he hecho fuerte, valiente, mi vida ha sido dura, pero no más que la de tantas gentes que sufren en el mundo.

Lo malo ha sido que ese daño era innecesario. Y nadie me había enseñado a vivir la enfermedad como me ha tocado vivir. No tienen ni idea de lo que es sufrir y tener que seguir sin fuerzas detrás de la zanahoria que ponen al burro para que siga dando vueltas sin ir a ninguna parte.

Continuará

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Publicado el Friday, 02 December 2011



 
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